A pesar de que la meditación es una práctica milenariamente avalada, hoy mejor que nunca, esta ha superado diversas pruebas, múltiples filtros, a los que la ciencia la ha sometido. En Pijama Surf hemos publicado numerosos artículos en torno a los beneficios tangibles de la meditación, muchos de los cuales están respaldados por estudios científicos de prestigiadas universidades o instituciones. Y entre las múltiples mieles que hemos podido constatar alrededor de esta práctica ancestral, enlistaré a continuación solo algunas de las más notables.
Sabemos, por ejemplo, que la meditación puede reducir hasta en un 50% la probabilidad de sufrir un ataque cardiaco. Una investigación que llevó a cabo el Medical College of Wisconsin, avalado por el National Institute of Mental Health estadounidense, confirmó que entre personas que manifestaban una cierta disposición arterial a sufrir un ataque al corazón, el segmento que acostumbraba meditar redujo en un 47% la potencial amenaza.
Se ha demostrado que puede ser más efectiva contra el dolor físico que la mayoría de los medicamentos industriales. Según un estudio publicado en el Journal of Neuroscience (abril 2011), realizado por el Dr. Fadel Zeidan como parte de una investigación post-doctoral en la Wake Forest University School of Medicine, en Carolina del Norte, breves sesiones de meditación (de aproximadamente 20 minutos) reducían entre un 40 y 57% la sensación de dolor tras exponer a una persona a ciertos estímulos.
Continuando con las mieles de la meditación, existe una investigación que respalda la posibilidad de que este ejercicio disminuya el ritmo del envejecimiento. El estudio científico fue realizado por investigadores de la Universidad de California-Davis, y concluyó que un retiro meditacional incrementa la producción de telomerasa, una enzima que puede detener el proceso de envejecimiento.
También sabemos que distintas variaciones de esta práctica fortalecen las conexiones neuronales en áreas cerebrales relacionadas con la regulación del estado de ánimo, el comportamiento y la toma de decisiones, y esto a su vez repercute directamente para debilitar la potencial presencia de fenómenos psicológicos tales como la depresión, los desórdenes de atención e incluso la demencia. En este caso, los encargados de obtener dicha conclusión fueron científicos chinos de la Universidad de Dalian en colaboración con el psicólogo Michael I. Posner, de la Universidad de Oregon.
Pero los beneficios de meditar no solo incluyen el plano estrictamente medicinal, también están ligados al epicentro neurológico del placer. De hecho existe una apasionante relación, a nivel neuronal, entre el máximo placer físico, que en nuestro caso es proyectado a través del sexo, en concreto durante el orgasmo, y las frecuencias que detona la meditación: durante las mismas se debilita la conciencia del yo manifestada en forma de ego, además de la percepción espaciotemporal, lo cual nos invita a experimentar terrenos situados más allá de nuestro marco racional de vivencias. Este fenómeno fue analizado por Roy Baumeister, director de Psicología de la Universidad de Princeton, en su libro Escaping the Self: Alcoholism, Spirituality, Masochism, and Other Flights from the Burden of Selfhood (1991).
A pesar de que meditar es algo que la ciencia ha evaluado detalladamente durante las últimas tres décadas, pocas veces, dentro del análisis científico de la meditación, se toma en cuenta un factor esencial: la felicidad. Esta cualidad o estado del ser humano, históricamente el más anhelado, parece estar íntimamente ligado con otra abstracción “vivencial” a la que accedemos las personas, la paz interior, la tranquilidad. Y precisamente estos escenarios del ser,son los que favorece, como destino, el sendero de la meditación.
Curiosamente, siendo uno de los estados más vivos y añorados con los que podamos envolvernos, desde una perspectiva racional resulta bastante complejo definir la felicidad como concepto. Como decía G. K. Chesterton, “La felicidad es un misterio, como la religión, que jamás debiese ser racionalizado”.
Tomando en cuenta lo anterior, quizá la forma más sencilla de acercarnos a una definición de ser feliz radique en hacer conscientes los principales obstáculos para conquistar dicho estado, partiendo del hecho de que este concepto perdería su sentido si no se incluyera en el mapa de referencia a la tristeza. De acuerdo con Schopenhauer, el dolor y el aburrimiento excluyen la posibilidad de ser felices, algo con lo que Séneca coincidía. Por otro lado, Tomás de Aquino enfatizaba en la falta de virtud y de voluntad, es decir en la desidia y la corrupción personal, como los principales enemigos de la felicidad. Mientras que en la tradición budista se hace hincapié en el deseo y el apego como las principales trabas.
Así que llevado a un contexto contemporáneo, podríamos aventurarnos a definir la felicidad como la ausencia de ciertos estados y sentimientos, los cuales generan una frecuencia que difícilmente nos permitirá acceder a ella. Entre estos tendríamos que iniciar por una de las antitesis de ser feliz: el enojo. Y continuaríamos con el estrés, el dolor, tanto físico como emocional, la angustia,y algunas otras construcciones mentales que, lamentablemente, nos han hecho prisioneros.
Estas reflexiones nos remiten al caso de Matthieu Ricard, un monje budista francés a quien los medios han adjudicado la ridícula etiqueta del “hombre más feliz del mundo”, algo que, afortunadamente, él mismo desestima.
Tras completar su tesis doctoral en genética molecular, hace 35 años, Ricard abandonó su prominente carrera científica para entregarse por completo a la disciplina del budismo tibetano. Y hoy, aparentemente, este señor lleva un cuarto de siglo sin experimentar el sentimiento de enojo o frustración. “De algún modo, consciente o inconscientemente, directa o indirectamente, a corto o a mediano plazo, todo lo que hacemos, todo lo que anhelamos, lo que soñamos, está de algún modo relacionado a un profundo deseo de conseguir la felicidad”, afirmó Ricard durante su participación en las conferencias de TED.
Desoyendo a Chesterton, neurocientíficos de la Universiad de Wisconsin llevaron a cabo un estudio para medir los niveles de felicidad de cientos de voluntarios. Ricard fue uno de ellos, y el monje francés manifestó una actividad notablemente superior al resto de los participantes, en la región del cerebro en la que se procesan los sentimientos positivos, principalmente la felicidad.
Si tomamos en cuenta los estudios citados al inicio de este artículo, en los cuales se prueba que meditar disminuye la sensación de dolor físico, de angustia, estrés, que posibilita el rejuvenecimiento y que incluso nos ofrece estados similares a los experimentados durante un orgasmo, difícilmente podríamos negar que meditar cotidianamente no mantiene un lazo directo con nuestro nivel de felicidad. Esto independientemente de que Ricard sea o no el “hombre más feliz del mundo”, cosa que jamás pudiera comprobarse (aunque lo único cierto es que se le ve tranquilo y sonriente).
Afortunadamente, y para desligar cualquier toque épico a la práctica de la meditación, no es necesario convertirnos en obsesivos meditadores para comenzar a gozar los frutos de esta práctica. Basta con dedicarles sesiones de alrededor de entre diez y veinte minutos al día, en comparación con los 31 minutos que los 800 millones de facebookeros dedican diariamente, en promedio, a esta red social, y en unas cuantas semanas comenzarás a percibir los cambios.
En este sentido vale la pena recalcar que en sí ponerte a meditar —con o sin ayuda de gadgets místicos como una almohada especial, un incienso o una serie de mantras sonando— se trata simplemente de hilar las condiciones óptimas para entrar en esa frecuencia. Sin embargo, como se afirma en el budismo Zen, lo cierto es que la meditación debiese ser una práctica permanente a lo largo de tu día, el famoso estar “aquí y ahora” en todo momento. Y dicho esto, en lo personal creo que la disciplina que conlleva sentarte diariamente unos minutos a meditar es la mejor opción que tienes para comenzar con esta práctica, ya que si decides “meditar todo el día” sin haber comenzado por darle su espacio exclusivo, lo más probable es que termines evadiendo el compromiso asumido contigo mismo al momento de proponerte comenzar a meditar.
Creo que queda claro que el artículo que acabas de leer no es más que una simple invitación para que dediques unos minutos de tu día a sentarte con la espalda recta y poner tu atención en tu más fiel acompañante, tu respiración. No busques domar o someter tu mente, simplemente obsérvala, obsérvate y utiliza la respiración como la brújula para navegarla.
Para cerrar quiero aclarar que obviamente no estoy ofreciéndote ser la persona más feliz del mundo si comienzas a meditar, pero sinceramente creo que puede ayudarte a consumar el coito con tu propia conciencia (o algo así). Y si decides practicar la meditación —y por esta u otra razón consigues la indefinible felicidad— entonces recuerda que para que no se esfume solo existirá un requisito: compartirla.
Namaste
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