El funcionario advierte que la derecha será muy eficiente, “no solo en desmantelar lo conseguido, sino también en articular la institucionalidad a nivel internacional para que pueda permanecer en el poder”. Orlando Pérez, Director de El Telégrafo
Tras 10 años en el poder, ¿qué debe proponer ahora la izquierda? Esa pregunta responde en la segunda parte de este diálogo René Ramírez. Para él, es necesario presentar a la sociedad una nueva agenda que refuerce el concepto de Buen Vivir. Propone una nueva sociedad, lejos de los conceptos capitalistas de desarrollo. Plantea un individuo en armonía consigo mismo y con su entorno.
¿Cuál debería ser la nueva agenda política de la izquierda?
Siempre he creído que la agenda de la izquierda, antes de la llegada de los gobiernos populares de izquierda en la región, era anticapitalismo, antineoliberalismo y no ‘pro-algo’. Esto se da porque la izquierda generalmente ha estado en el lado de la resistencia. He sostenido en otras ocasiones que la agenda radical debe ser alcanzar la vida digna, la vida buena, que es el mandato constitucional. Lamentablemente, el concepto de ‘vida buena’ se prostituyó y no se disputó su significado frente al concepto de desarrollo capitalista. El que nomina, domina. Hay que disputar los significados que nos ha impuesto la semántica del capitalismo, de la hegemonía. Incluso aquellos que parecen ‘neutros’: libertad, calidad, eficiencia, justicia, equidad, igualdad, etc. Construir la sociedad del Buen Vivir implica poner en el medio el debate la distribución del tiempo, pues, como dice Ragageles: “Libre es aquel que consigue no tener hipotecado su tiempo”; a lo que añadiría porque el tiempo es vida, y dependiendo de cuán libre es (el tiempo) puede ser buena o mala vida. La utopía no solo es la apropiación del plusvalor productivo por parte del trabajador, sino que debe ser la apropiación del plusvalor social por parte de la propia sociedad, del propio ciudadano. Si bien el mundo del trabajo es fundamental en la reproducción social y en la reproducción de la vida, no puede ser el único interés político.
¿A qué se refiere?
A lo que me refiero es a que hay que situarse en la perspectiva más amplia de la transformación de las relaciones sociales en sentido emancipador, liberando tiempo para el amor, para el ocio creador, para el arte y la artesanía, para el descubrimiento personal, para el erotismo, para el estudio, para el viaje, para los amigos, para la participación democrática, para la fiesta y el goce de la naturaleza, para la minga. A su vez, al ser la defensa de la vida su máxima expresión, la nueva agenda de izquierda debe ser también radicalmente ecológica. En otras palabras, necesitamos una propuesta que organice la sociedad en función de la realización de la libertad individual y de la autonomía social en el marco de vivir en armonía con la naturaleza, lo que implica disputar también nuevas formas de organización y propiedad productiva; sin dejar de disputar la actual división internacional y sexual del trabajo. En esta agenda de construir un nuevo orden social, es fundamental apalancarse en recuperar el sentido público y común del bien conocimiento en favor de nuestros pueblos para construir una agenda de innovación verde que permita disputar la nueva era del capitalismo cognitivo digital. No hacerlo es condenar a nuestros pueblos a un neodependentismo: el de la mentefactura.
¿Qué rol juega el Estado en eso?
En estas décadas se ha dado un retorno del Estado sin el cual no hubiese sido posible garantizar derechos y democratizarlos. No obstante, el corazón del cambio no es el Estado; es la sociedad integral. Y digo justamente integral porque debe incluir la realización individual, además de la de orden colectivo. Eso debe entender bien la izquierda. A veces parece que solo tenemos agenda para el Estado como si fuese este el fin. ¡Un fin en sí mismo! La nueva agenda debe buscar la sociedad integral, no un Estado integral únicamente, siguiendo la metáfora de René Zavaleta. Se puso mucho énfasis en la recuperación del Estado para la sociedad, pero no con la sociedad. Con esto quiero decir que es necesario un segundo momento de transformación del Estado en donde exista una participación mucho más activa por parte de la ciudadanía en la acción de nuestros gobiernos y un involucramiento y empoderamiento mayor de esta en las acciones públicas. Frente al ‘Estado vertical’ se necesita un nuevo diseño institucional y una práctica real de un ‘Estado horizontal’. Sin sofismas, las actuales condiciones de la informática y la comunicación permiten construir un Estado democrático (el ciudadano siendo servidor público y este ejerciendo su rol también de ciudadano) y no capitalista. La eficiencia de este Estado estará justamente en la acción colaborativa que se pueda tener con la propia ciudadanía. Asimismo, un cambio fundamental es, sobre todo, apostar a las asociaciones público-común, privado-común y no solamente público-privado.
¿Y la crisis de precios de commodities cómo afecta en esta coyuntura?
El capitalismo está produciendo crisis sociales con mayores frecuencias que de costumbre. Esto es consecuencia de la velocidad con que circula la información y el capital. Lo que debemos tener claro es que las crisis son consustanciales al capitalismo. Es decir, el capitalismo necesita de estas para reacumular. No es fortuito que en estos últimos años se haya llegado a la utopía del capitalismo: que un 1% de la población mundial tenga el equivalente del 99% restante. En estas crisis, se suelen dar procesos en donde se quiebra la estructura para reestructurarse. Generalmente, se reestructura para que en estas rupturas pocos se queden con más y muchos se queden con menos riqueza aún. Es decir, siempre suele pagar los costos el 98%-99%. Es lo que ha pasado a nivel global. La crisis mundial abre un boquete y con ello la posibilidad también de aprovechar la obligada reestructuración de la estructura de la riqueza socialmente producida. El país debería estar pensando, a propósito de la vulnerabilidad que tenemos frente a shocks externos de precios de petróleo, qué otra economía necesitamos en el largo plazo. Y debemos pensarlo con conciencia justamente en esta crisis de precios del petróleo porque el apogeo o, mejor dicho, la bonanza económica genera muchas veces aburguesamiento conservador e inacción de cambio. En el corto plazo, dado que implicará tomar decisiones de cómo se corta el pastel (y no hacerlo implica fortalecer a ese 1%), creo que se abre una ventana de oportunidades para reestructurar una composición social que favorezca a ese 98%-99% restante y que permita una convergencia hacia el medio y no hacia los extremos. En un año, de no tomar correctas cartas en el asunto, se podría erosionar lo conseguido en 9 o retornar algunos años atrás. Costos existirán. La pregunta: ¿quién paga?
Claro pero en medio hay una crisis económica global
Sí, pero esta crisis internacional develará más rápidamente la agenda de la derecha que, desmaquillada, no es otra que el favoritismo hacia los grandes capitalistas. Con esta agenda antipopular, en el mediano plazo es inviable que la derecha se sostenga por mucho tiempo en el poder. La mala noticia es que será muy eficiente, no solo en desmantelar lo conseguido, sino que en poco tiempo podrá articular la institucionalidad a nivel internacional para que incluso pueda seguir permaneciendo en el poder sin estar en el gobierno del Estado. Pienso en Mauricio Macri adhiriéndose a Alianza del Pacífico y firmando tratados de libre comercio con Estados Unidos, Europa y Asia, a la vez poniendo barreras para que Unasur y la Celac prosperen. No existen muchas opciones. En esta reestructuración obligada o buscamos transformar para ese 98%-99% o desacumulamos lo conseguido en 9 años dando un pase gol a la derecha en los procesos electorales que están por venir. Fácil decirlo, difícil hacerlo. (I)
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