Dentro de pocas semanas, mi marido y yo cumpliremos 25 años de casados. 25 navidades, la muerte de un padre, de varios amigos, el nacimiento de tres hijos, cambios de trabajo, cuatro casas distintas con sus respectivas mudanzas y muchas cosas más.
Mi marido y yo hemos pasado muchas cosas juntos desde enero de 1991, cuando nos casamos en el despacho de un abogado en Antigua (Guatemala), para disgusto de mi madre. Yo tenía 27 años y él, 24... sólo cuatro años más que los que tiene ahora nuestro hijo mayor. La ceremonia duró 5 minutos y fue en español (y yo no lo hablaba), por lo que mi marido tuvo que indicarme cuando me tocaba decir "sí, quiero". No fue una boda por todo lo alto, pero para mí fue perfecta. En el final de lo que los expertos llaman la "fase de la luna de miel", estaba segura de que yo era la que salía ganando (y me aliviaba que él no se diera cuenta). Mi nuevo marido era inteligente, aventurero y le encantaba escribir tanto como a mí. No podíamos ser más felices. En los años siguientes, viajamos por muchos países trabajando como corresponsales, tuvimos hijos, hicimos grandes amigos y también sufrimos la pérdida de mi madre.
Aunque mi marido no es el más romántico del mundo, nunca hemos dejado de celebrar nuestro aniversario con todo el romanticismo característico de una pareja de recién casados. Un año, mi marido me sorprendió regalándome seis clases de bailes de salón, un gesto adorable de un hombre que, después de superar los primeros momentos de nuestro noviazgo, parecía dispuesto a no volver a pisar una pista de baile jamás. También recuerdo la ocasión en la que me regaló lencería sexy cuando estaba embarazada. Yo no le había dicho nada, pero él supo que lo necesitaba.
Con el paso de los años, el estrés de criar a tres hijos mientras trabajábamos a tiempo completo empezó a pasar factura y me pregunté cómo dos personas podían seguir juntas toda la vida. La fase de la luna de miel tiene su final y, con el paso del tiempo, muchos matrimonios -el mío también- parecen un negocio. Las dos escapadas románticas anuales de las que solíamos disfrutar ya no son más que un mero recuerdo. ¿Cuándo fue la última vez que sorprendí a mi marido con una cena especial en un restaurante? Sinceramente, no me acuerdo.
Volviendo la vista atrás, me doy cuenta de que los apasionados besos con los que nos saludábamos se convirtieron en un simple beso en la mejilla, y estos se han transformado en un simple gesto con la cabeza desde la mesa del ordenador. Me he percatado de que ya no le doy las gracias por las pequeñas cosas que hace por mí cada día. He dejado de darme cuenta de lo que vale mi marido. Y es lo peor que puedes hacer cuando llevas tanto tiempo casado.
En 2013, el actor Ben Affleck habló sobre su matrimonio en su discurso de agradecimiento por el Óscar a la película Argo. Miró a su ahora exmujer, Jennifer Garner, y dijo: "Quiero darte las gracias por llevar ya 10 años trabajando en nuestro matrimonio. Es trabajo, pero es el mejor tipo de trabajo. ¡Y no hay nadie mejor con quien trabajar que contigo!".
Affleck se llevó muchas críticas por decir que un matrimonio es trabajo. Por ejemplo, la bloguera del HuffPost Ronna Benjamin, que lleva casada 31 años, escribió que un matrimonio tiene que "funcionar por sí solo" y que, si hay que esforzarse, es que algo va mal.
No estoy de acuerdo. Aunque el matrimonio de Ben Affleck no funcionara, puede que tuviera razón. La verdad es que conseguir que un matrimonio vaya bien es un desafío constante y requiere trabajo. Mi marido y yo -como muchas otras parejas que conozco- hemos empezado a vivir nuestras vidas de forma paralela en vez de conjunta. Con el auge de las redes sociales, ya no tenemos que hablar para ver cómo van las cosas; podemos escribirnos constantemente. Pero eso no está bien.
Según una encuesta realizada en 2012 por psicólogos profesionales, lo que motiva a la mayoría a tener una aventura extramatrimonial es una brecha emocional, no sexual. Uno de los dos se aburre y busca la atención que no está recibiendo. Uno de los dos no se siente lo suficientemente atractivo, por lo que sucumbe a los encantos de cualquiera que le preste un poco de atención. Pero tampoco tiene por qué ser así.
Cuando a Goldie Hawn, actriz y mujer del también actor estadounidense Kurt Russell, le preguntaron por su duradera relación, ella dijo: "Los dos tienen que querer que funcione. Si una de las dos personas no está por la labor, no va a funcionar. Esa es la clave".
Y esa es la razón por la que, con motivo de mi 25 aniversario, pretendo dedicar un tiempo a pensar en las cosas que nos unieron a mí y a mi marido. Voy a organizar una escapada. Puede que le lleve a clases de baile de salón. Me esforzaré. ¿Sentiremos mariposas en el estómago? Probablemente no. ¿Volveremos a conectar? Espero que sí.
El amor que siento por mi marido sigue siendo el mismo que hace 25 años, puede que incluso ahora le quiera más. Pero, como he dicho antes, olvidar el valor que tiene alguien puede ser peligroso. Prometo no dejar que nos supere.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros
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