lunes, 30 de noviembre de 2015

Molina y sus helados playeros

Domingo 19 de septiembre del 2004

Jose Molina

A sus 85 años, el hombre símbolo de Helados Molina sigue maniobrando ágilmente su triciclo en la playa del rompeolas, en Playas.



Texto: Moisés Pinchevsky (moises@pinchevsky.com)
Suena el teléfono con una llamada muy positiva. La voz se identifica como un asiduo lector de La Revista que desea proponernos un personaje para la sección de Cuerpo y Alma. “Ustedes deberían entrevistar a José Molina, el vendedor de helados más tradicional de Playas, todo el mundo que va a la playa del rompeolas lo conoce desde hace décadas, y quisiéramos saber más sobre él”.
Es el tipo de llamadas que enriquecen las páginas de este suplemento con el sabor típico de nuestra tierra, por lo que a los pocos días contactamos telefónicamente a este cuencano de 85 años para que nos reciba a las 09h00 del domingo anterior en su casa del sector de El Sendero, junto a la fábrica de hielo del cantón General Villamil, donde planeaba quedarse hasta el viernes 17, antes de viajar para residir en Cuenca.
Más que un nombre: una promesaLa primera curiosidad de la mañana: el verdadero nombre del famoso José Molina, hombre símbolo de los helados Molina, es José Viviano Buestán Viñanzaca, quien desde muy joven aprendió el oficio de heladero artesanal de su padre adoptivo, Francisco Molina. “Él es el verdadero patriarca de los helados –explica–, yo soy la segunda generación”.
Don Viviano, como lo conocen en su natal Cuenca, asegura que ha conservado el apellido y oficio de su padre adoptivo con mucho orgullo, porque él, al morir, le hizo prometer que nunca se olvidaría de los helados que le enseñó a elaborar ni de su nombre: Molina.
Sin embargo, pasarían varios años antes de que Don Viviano se dedicara a este oficio. “He sido de todo: militar, carpintero, albañil, aserradero, agricultor… menos ladrón, marica y malcriado”, asegura con tono bromista; “me gusta hacer reír a las personas”.
Vivió la mitad de su existencia en Cuenca, pero en la década del 50 decidió radicarse permanentemente en Playas, debido a problemas de salud. “Estaba muy enfermo (reumatismo), y el doctor me recomendó que me venga a la costa; aquí me enterraba en la arena caliente y salía recuperado; la playa cura, el aire tiene yodo, calcio, sal, la playa me sanó en seis meses”.
Y allí retomó este oficio cuyo único secreto es –según cuenta– usar ingredientes de calidad. “El cliente no es bobo, sabe si lo que le dan es bueno o malo”. Por eso comenzó usando leche importada de Alemania, y ahora utiliza La Lechera de Nestlé. Pero el principal ingrediente es el jarabe, que lo extrae a las 05h00 al exprimir el coco rayado, que luego mezcla con la leche, el agua hervida (¡bien hervida!) y el azúcar por quince minutos en una batidora impulsada por un motor alemán que compró hace 45 años. “De 10 cocos, nosotros sacamos 20 litros de helado con puro jarabe concentrado; mientras que otros sacan 20 litros de solo 3 cocos, eso es pura agua”.
Al decir “nosotros” se refiere también a su sobrino Fausto Remache, de 45 años, y dos ayudantes más, quienes junto a Don Viviano conducen los cuatro triciclos que expenden 30 litros de helado diarios cada uno, en los meses de temporada turística, y la mitad en los otros meses.
“Los blancos son mis mejores clientes”, comenta refiriéndose a los turistas, entre los que se encuentran políticos famosos como el ex presidente León Febres-Cordero, que cuando va a Playas le suele comprar dos litros de coco y dos de naranjilla. “Al ingeniero (Febres-Cordero) le gusta el helado puro, pero otros (políticos, famosos o adinerados) lo mezclan con ron o licor Cristal”, asegura.
El rey en su reinoEsta entrevista continúa en la playa del rompeolas. No podía ser de otra manera, siendo el área donde ha trabajado durante los últimos 45 años de su vida. Sin embargo, desde hace 10 años solo trabaja allí en agosto y septiembre, para la temporada playera de la Sierra, y desde el 24 de diciembre, para vender en la temporada de la Costa. Desde hace diez años radica principalmente en Cuenca, donde es propietario de tres casas. Esos contínuos viajes los inició al fallecer su esposa Rosa Remache, tras 54 años de matrimonio. “Mi mujer quería cortar yerbita para los animales, salió, cortó y cayó; fue un derrame cerebral; no tenemos la vida comprada”, afirma.
Su matrimonio no le dejó hijos, por eso se considera casi un padre de sus sobrinos políticos. “Ellos me cuidan, a ellos les dejaré todo cuando muera, porque uno no se puede llevar nada a la tumba”. También afirma con nostalgia que los amigos de su juventud han fallecido; el último fue Enrique Serrano, ex gerente del antiguo hotel Humboldt, “era mi buen amigo, y hay que recordar a los buenos amigos”.
La melancolía de sus palabras se mezcla con el susurro de las suaves olas que llevan espuma a la arena, con un sol perpendicular que apenas dibuja una sombra bajo nuestros pies, y con el jolgorio de turistas bronceados provenientes de las provincias de la Sierra, que se dan los últimos chapuzones porque el 20 de este mes inician la temporada escolar. Entonces una niña de unos tres años de cabello corto y mejillas rosadas se acerca y pide “déme doscitos”.
- ¿De cuáles quiere, hay de 30 y 50 centavos y de un dólar?, pregunta Don Viviano.
- Déme dos de 30 centavos, responde la pequeña, cuando se acerca la madre para cambiar el pedido a 4 helados de igual valor.
La entrevista se detiene por varios minutos porque más bañistas se agrupan a refrescar sus ánimos con el blanco intenso de los helados, entre ellos un quiteño de unos cincuenta años que al percatar nuestra presencia se acerca para preguntar: “¿Ya se tomaron su helado? Porque quien viene a Playas y no se toma un helado Molina, es como si no hubiera venido. Por cierto, deberían hacer un reportaje sobre este vendedor, todos lo conocen, y seguro quisieran saber más sobre él”.

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