Ruben Campero es psicólogo y educador sexual. En su último libro “A lo macho” analiza la sexualidad desde el punto de vista de la masculinidad. ¿Cuánto pesa el mandato dominante sobre lo que significa ser un varón? “Acá me dedico a cómo nos daña a los hombres”, precisa el especialista.
—En el libro usted primero habla de la masculinidad y luego se refiere a masculinidades hegemónicas. ¿Qué sería la masculinidad y cómo sería ese proceso por el cual se convierte en hegemónica?
—Seguramente en esto de constituirnos en hombres y mujeres hay cuestiones biológicas, que por cierto han sido muy manejadas hegemónicamente como la única verdad para hablar sobre esta diferencia sexual impuesta en Occidente. Pero la masculinidad, por lo menos desde las teorías que manejo, vinculadas con el construccionismo social, no tiene que ver con algo natural o biológico.
—Seguramente en esto de constituirnos en hombres y mujeres hay cuestiones biológicas, que por cierto han sido muy manejadas hegemónicamente como la única verdad para hablar sobre esta diferencia sexual impuesta en Occidente. Pero la masculinidad, por lo menos desde las teorías que manejo, vinculadas con el construccionismo social, no tiene que ver con algo natural o biológico.
Yo te diría entonces que la masculinidad hegemónica, que es una sola, la digo en singular, tendría más bien que ver con una serie de discursos: frases, actitudes, gestos, símbolos, rituales, que construyen un ideal de cómo un ser humano que nace con pene debe ser, tener y expresar.
Ese conjunto de discursos, relatos que son repetidos de generación en generación por distintas vías, van construyendo toda una mitología y un folclore de cómo se supone que es este macho. Y ahí con la palabra macho –por eso la utilicé en el título– intento aludir a una estrategia social para hacernos creer que en realidad todo este poder hegemónico del macho corresponde a algo natural, innato, cuando en realidad es toda esta serie de discursos la que produce esta mitología.
Usamos un discurso biológico, etológico, para naturalizar relaciones de poder y enquistar roles de dominador y dominado. Pero no pensamos cómo esta construcción, esta mitología del macho, incide en todos los hombres. Y en todas las mujeres también. Seamos hombres, mujeres, heteros, homos, más o menos masculinos, más o menos femeninos, lo tenemos como eje. Un eje del cual nos distanciamos, nos alejamos, para criticarlo, para rechazarlo, para adularlo, pero lo tenemos como ideal. Es un ideal regulador.
Este mito llamado macho, que no es el instinto, tendría que ver con esta idea de entronizar una figura, vinculada con un cuerpo identificado como hombre, es decir con pene, que tiene cualidades vinculadas con el poderío, el ejercicio de autoridad, la no conexión con la sensibilidad; con capacidad de decisión racional, política, que echa para adelante. Vos me dirás, “pero están también las mujeres”…
—Pero las mujeres están definidas en función de ese ideal de masculinidad…
—Claro. Lo femenino hegemónico, que ya teorizaba Simone de Beauvoir en la década del 40, señala que esa feminidad que se construye es complementaria y fabricada por esta masculinidad hegemónica, que necesita pensar la feminidad como subordinada, como inferior, para sostenerse como mitología constituyente de esto que llamamos masculino. Y para presentarse como modelo ideal de conformación de los humanos.
—Pero las mujeres están definidas en función de ese ideal de masculinidad…
—Claro. Lo femenino hegemónico, que ya teorizaba Simone de Beauvoir en la década del 40, señala que esa feminidad que se construye es complementaria y fabricada por esta masculinidad hegemónica, que necesita pensar la feminidad como subordinada, como inferior, para sostenerse como mitología constituyente de esto que llamamos masculino. Y para presentarse como modelo ideal de conformación de los humanos.
A su vez, y este es el último elemento, lo masculino hegemónico se va a diferenciar de lo femenino, y de aquellas otras masculinidades, esta vez sí en plural, que llamamos subalternas, subordinadas. Que serían por ejemplo todas aquellas masculinidades que no son fuertes ni aguerridas, que están más conectadas con la sensibilidad, que no son por ejemplo heterosexuales.
—Pero no son necesariamente homosexuales.
—No. Una masculinidad subordinada o subalterna podría ser cualquier hombre que tenga una dificultad de erección. Enseguida se identifica con una antimasculinidad. De hecho alguien puede decir: “no rindo como hombre en la cama”. Fijate cómo la expresión es constituyente de una subjetividad. ¿Cómo se supone que se es hombre rindiendo sexualmente? ¿Qué quiere decir? Ahí la frase revela esta fuerza constructora de subjetividad que tiene la mitología llamada macho.
—Pero no son necesariamente homosexuales.
—No. Una masculinidad subordinada o subalterna podría ser cualquier hombre que tenga una dificultad de erección. Enseguida se identifica con una antimasculinidad. De hecho alguien puede decir: “no rindo como hombre en la cama”. Fijate cómo la expresión es constituyente de una subjetividad. ¿Cómo se supone que se es hombre rindiendo sexualmente? ¿Qué quiere decir? Ahí la frase revela esta fuerza constructora de subjetividad que tiene la mitología llamada macho.
Otro masculino subalterno a nivel heterosexual sería aquel hombre que no tiene poder de decisión, que no logra imponer su autoridad frente a la mujer. O aquellos hombres muy sensibleros, o los que no saben hacer aquellas cosas que son de hombre, como arreglar un enchufe. Todas características que se asocian generalmente con lo femenino, y que nada tienen que ver con lo homosexual, que es otra gran categoría que también se asocia con lo femenino. Es decir, todo lo que no sea parte de la mitología del macho hegemónico va a ser considerado femenino y/o masculino subalterno.
—Usted habla en el libro de la angustia de ese hombre que tiene que estar siempre a la altura de las expectativas que en él se depositaron.
—Empieza cuando somos niños. Las familias tienen una especie de angustia, no hablada, en torno a que ese varoncito se haga varoncito. Cosa que no sucede con las nenas. Un sistema de control que celebra todas las veces que este nene actúa como nene. Se lo fuerza incluso, cuando se agarra el pito del nene y se preguntan los adultos: “¿para quién esto?, y responden: “para las nenas”. Eso nos habla de que hay culturalmente una necesidad política de que los varones rápidamente, o a la fuerza, nos identifiquemos con esta mitología llamada macho. Y al cuerpo y a la subjetividad de nosotros los hombres, nos daña. Y a las mujeres también; pero acá me dedico a cómo nos daña a los hombres.
—Usted habla en el libro de la angustia de ese hombre que tiene que estar siempre a la altura de las expectativas que en él se depositaron.
—Empieza cuando somos niños. Las familias tienen una especie de angustia, no hablada, en torno a que ese varoncito se haga varoncito. Cosa que no sucede con las nenas. Un sistema de control que celebra todas las veces que este nene actúa como nene. Se lo fuerza incluso, cuando se agarra el pito del nene y se preguntan los adultos: “¿para quién esto?, y responden: “para las nenas”. Eso nos habla de que hay culturalmente una necesidad política de que los varones rápidamente, o a la fuerza, nos identifiquemos con esta mitología llamada macho. Y al cuerpo y a la subjetividad de nosotros los hombres, nos daña. Y a las mujeres también; pero acá me dedico a cómo nos daña a los hombres.
¿Qué pasaría si hiciéramos eso sobre las nenas? Si agarramos la vulva de la bebé y dijéramos: “¿Para quién es esto? Para los nenes”, y la madre dijera: “Esta cuando sea grande no va a dejar títere con cabeza, se los va a coger a todos”. Sin embargo con los nenes se hace. Los discursos van en torno al varoncito.
Cuando somos grandes y hay que iniciarse sexualmente, se hace a través de la penetración, sobre todo vaginal. Hay una cuestión reproductiva, heterosexualizante; es un acto, un ritual de masculinización. Parece que ponerla recubre al pene como de un halo mágico que lo constituye en falo. Y ahí lo vuelve un instrumento de poder.
—¿Cómo es el proceso con los hombres hegemónicos con los que trabaja en consulta? ¿Hay resistencias a lo que les plantea?
—Lamentablemente los hombres no vamos al médico. Mucho menos al psicólogo. Pero cuando el tipo, que ni a palos iría a un psicólogo, ve que no se le para, que tiene dificultades para la eyaculación, ahí no piensa en nada y va.
—¿Cómo es el proceso con los hombres hegemónicos con los que trabaja en consulta? ¿Hay resistencias a lo que les plantea?
—Lamentablemente los hombres no vamos al médico. Mucho menos al psicólogo. Pero cuando el tipo, que ni a palos iría a un psicólogo, ve que no se le para, que tiene dificultades para la eyaculación, ahí no piensa en nada y va.
El trabajo no tiene que ver con convencer, sino con empezar a acompañar a este hombre, para olvidarse de esa armadura fálica que le hicieron creer que tenía, despojarse un poco de ella, y empezar a sentir. Cuando se saca la armadura, la piel está en llagas.
Es mentira lo que te creíste que tu cuerpo tiene que ser el cuerpo de un dios, o de una máquina que tiene que andar siempre. Tu cuerpo es un cuerpo, es sensible, y por tanto te dice cosas desde lo emocional, que vos deberías escuchar. Y que no son carencias, al contrario, son potencialidades. Capaz que vos estás precisando ahora vivir experiencias más ricas eróticamente, y no solamente meterla. Pero eso cuesta escucharlo.
Está difícil después coger en términos sensuales, eróticos, amorosos, como quieras llamarle; difícil manejar estos elementos del poder, porque en la cama está todo el tiempo el poder. Y de hecho a veces también la base del erotismo, porque si no hubiera vínculos de poder… Esto es de jugando; si yo me creo que soy el súper macho… ¿Por qué no ser la damisela? Que venga “mi” mujer y me haga, no sé, de macho también.
Es fantástico cómo se nos jode la sexualidad a los tipos por todos estos mandatos de poder.
Hay mucha basura cultural que no nos deja expresarnos. Expresiones como “por atrás nunca, yo soy macho”. Tipos que, esto contado por muchas mujeres heterosexuales, las mujeres empiezan a tocar y van por las nalgas y no. Algunos dicen que no inmediatamente, otros aguantan porque han reflexionado un poco, pero se los ve tensos. ¡No te va a pasar nada! Pero no tenemos esa plasticidad, porque no nos deja la cultura. Seríamos más felices sexualmente.
—¿Esto tiene que ver con una resistencia a la pasividad? ¿Con ser el sometido en lugar de ser el que somete?
—Tiene que ver con la territorialización política del cuerpo. El cuerpo es un terreno claramente político, uno de los más políticos que hay. Desde el vamos, con esto de ir al frente, ponerle el pecho a las balas, dar la cara, ser un hombre que va, que no recula. Fíjate la expresión “recular”, echar para atrás. Para nuestra cultura, todo lo que está atrás es siniestro: la puñalada por la espalda. Lo que viene de atrás es malo. Entonces, que el ano esté atrás tiene que ver con que la retaguardia quede vulnerable. Hay una mirada muy bélica del coito. El coito es un acto de dominación y colonización. Si el tipo tiene culo, puede que otro lo quiera colonizar. Es un acto político. Hay toda una matriz cultural que territorializa los cuerpos, y toma al ano, en el caso de los hombres, como esa zona tabuizada del cuerpo, en la cual se concentrarían los riesgos de la colonización, en tanto también el hombre tiene un área de su cuerpo pasible de penetración y por tanto pasible de humillación, como señala Beatriz Preciado. Todo hombre que se precie de tal, si usa su ano para gozar, es el traidor de los traidores, porque rompe con la ilusión de que todo hombre es sólo frontalidad y no tiene nada erotizable. “Por atrás nunca”; ni siquiera es específica la frase, es un atrás; todos pensamos que es el culo, pero no se dice.
—¿Por qué la penetración como una cuestión política?
—Por la relación de poder, de dominio, de colonización de un cuerpo. Es interesante analizar todas las expresiones populares que existen sobre las relaciones sexuales, que además las tenemos exclusivamente asociadas con el coito: “plantar bandera”, “plantar el boniato”, cuando en la relación sexual no necesariamente hay coito, podemos hacer otras cosas, pero tenemos un mandato reproductivo, heterosexualizante; asociamos penetración vaginal con relación sexual. Es una hegemonía, un reduccionismo terrible, que jode a las personas. Te puedo garantizar, en estos años de trabajo en consulta con mujeres y con hombres, que la mayoría de las disfunciones sexuales aparecen cuando hay que penetrar; sin embargo en otro momento no aparecen.
Un tipo, por ejemplo, que tiene dificultades de erección, se excita, pero cuando tiene que ponerla, se le baja. Hay factores psicológicos, claro, pero socialmente hay todo un estadio de otros hombres que están, “vamo, vamo, vamo”, y ante tanta gente es muy difícil desarrollar una conducta refleja, porque la erección es un reflejo. Si yo le meto tanta cabeza en términos de obligación a un reflejo, el reflejo no me va a salir. Y si yo tengo el mandato de que cogerme a la persona que tengo enfrente, es para demostrar-le, demostrar-me, lo macho que soy, y por tanto retener a esa persona a mi lado para que me admire o me quiera, no voy a poder.
—¿Esto tiene que ver con una resistencia a la pasividad? ¿Con ser el sometido en lugar de ser el que somete?
—Tiene que ver con la territorialización política del cuerpo. El cuerpo es un terreno claramente político, uno de los más políticos que hay. Desde el vamos, con esto de ir al frente, ponerle el pecho a las balas, dar la cara, ser un hombre que va, que no recula. Fíjate la expresión “recular”, echar para atrás. Para nuestra cultura, todo lo que está atrás es siniestro: la puñalada por la espalda. Lo que viene de atrás es malo. Entonces, que el ano esté atrás tiene que ver con que la retaguardia quede vulnerable. Hay una mirada muy bélica del coito. El coito es un acto de dominación y colonización. Si el tipo tiene culo, puede que otro lo quiera colonizar. Es un acto político. Hay toda una matriz cultural que territorializa los cuerpos, y toma al ano, en el caso de los hombres, como esa zona tabuizada del cuerpo, en la cual se concentrarían los riesgos de la colonización, en tanto también el hombre tiene un área de su cuerpo pasible de penetración y por tanto pasible de humillación, como señala Beatriz Preciado. Todo hombre que se precie de tal, si usa su ano para gozar, es el traidor de los traidores, porque rompe con la ilusión de que todo hombre es sólo frontalidad y no tiene nada erotizable. “Por atrás nunca”; ni siquiera es específica la frase, es un atrás; todos pensamos que es el culo, pero no se dice.
—¿Por qué la penetración como una cuestión política?
—Por la relación de poder, de dominio, de colonización de un cuerpo. Es interesante analizar todas las expresiones populares que existen sobre las relaciones sexuales, que además las tenemos exclusivamente asociadas con el coito: “plantar bandera”, “plantar el boniato”, cuando en la relación sexual no necesariamente hay coito, podemos hacer otras cosas, pero tenemos un mandato reproductivo, heterosexualizante; asociamos penetración vaginal con relación sexual. Es una hegemonía, un reduccionismo terrible, que jode a las personas. Te puedo garantizar, en estos años de trabajo en consulta con mujeres y con hombres, que la mayoría de las disfunciones sexuales aparecen cuando hay que penetrar; sin embargo en otro momento no aparecen.
Un tipo, por ejemplo, que tiene dificultades de erección, se excita, pero cuando tiene que ponerla, se le baja. Hay factores psicológicos, claro, pero socialmente hay todo un estadio de otros hombres que están, “vamo, vamo, vamo”, y ante tanta gente es muy difícil desarrollar una conducta refleja, porque la erección es un reflejo. Si yo le meto tanta cabeza en términos de obligación a un reflejo, el reflejo no me va a salir. Y si yo tengo el mandato de que cogerme a la persona que tengo enfrente, es para demostrar-le, demostrar-me, lo macho que soy, y por tanto retener a esa persona a mi lado para que me admire o me quiera, no voy a poder.
Porque esto se hace desde el lugar de la descontractura, del juego, de lo tranquilo. Yo no tengo que esperar nada para penetrar, porque si yo espero algo que no sea simplemente gozar, no se me va a parar. Y esto es una máxima del tratamiento de la disfunción sexual. La mayoría de los hombres viene con una exigencia de ejecución.
Está bueno esto de colonizar, el “sos mía”, “sos mío”, “te doy”, pero no es porque te esté queriendo humillar, o te quiera destruir o te desprecie; es porque está bueno sentir esta cosa poderosa, y que vos sientas que yo soy poderoso, que goces con mi poder, que gocemos juntos en estos roles; pero si yo me creo que soy eso y que lo debo ser siempre, ahí me va a fallar.
Y no sabés el registro de sufrimiento que eso provoca. Porque provoca soledad psíquica; no estoy con alguien. Un recurso con los pacientes que están esforzándose por eso, es decirles: “Bajate del caballo. Sos uno más. Aceptá que sos uno más”.
Y no sabés el registro de sufrimiento que eso provoca. Porque provoca soledad psíquica; no estoy con alguien. Un recurso con los pacientes que están esforzándose por eso, es decirles: “Bajate del caballo. Sos uno más. Aceptá que sos uno más”.
Hemos perdido la conexión con el juego. Por culpa de esta cultura. Y por culpa de nosotros mismos y nosotras mismas. Con los comentarios y los chistes que hacemos en las reuniones, en los boliches, en los asados, sostenemos todos los días este sistema perverso.
Pero eso ya son opciones personales. Que la gente haga lo que quiera. No estoy para evangelizar a nadie, ni decirle a nadie lo que tiene que hacer. Este no es un libro prescriptivo de conductas. Vos hacés lo que quieras; sos grande. Vos reflexioná. Y si después que reflexionás, querés volver a ser el mismo macho de siempre, selo. Pero consciente de lo que estás haciendo.
1. A lo macho. Sexo, deseo y masculinidad, Fin de Siglo, Montevideo, 2014.
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