Hasta donde científicamente sabemos, cuando morimos no ocurre absolutamente nada. No existe ninguna evidencia empírica seria e irrefutable que respalde la existencia de transmigraciones místicas, vida después de la muerte o paraísos celestiales. Tampoco veo ninguna razón en particular para creer que pueda existir un lugar al que bacterias, árboles, perros y otros organismos con los que compartimos una herencia genética común puedan “trascender”.
Todas las historias sobre reencarnaciones o supuestos canales con el más allá no pasan la prueba científica, pues sólo ofrecen información de tipo circunstancial, pero ningún detalle verificable; bajo hipnosis, algunas personas suelen informar sobre lugares, episodios y nombres que, en efecto, pueden corresponder a personas del pasado, pero no pueden ofrecer detalles íntimos como tatuajes, trasplantes, cuentas bancarias ú otra información personal intransferible o secreta que permitiría demostrar que se trate realmente del difunto. Famoso es el caso de Houdini quien, obsesionado con demostrar la existencia de la vida después de la muerte, instruyó a un ministro de fe se diera un millonario premio a quién pudiera contactarlo tras su muerte, obteniendo de él una serie de contraseñas. A pesar de que muchos pretendieron haber contactado al difunto Houdini, nadie pudo jamás dar con las contraseñas correctas. De hecho, si contactar a los muertos fuese realmente posible ¿no habría acaso un negocio millonario en la venta y utilización de información privilegiada producto del contacto con el más allá? (claves bancarias, herencias o mapas de tesoros) ¿no vivirían las médium en lujosas mansiones? ¿No debieran los tarotistas llegar en BMW último modelo?
Desde una perspectiva científica, las esperanzas depositadas en la vida después de la muerte, paraísos, reencarnaciones o trasmigraciones de una supuesta alma inmortal no son más que ilusiones autoservidas que ofrecen un consuelo emocional aceptable para enfrentar de mejor manera la muerte de nuestros seres queridos ―y la nuestra propia. La promesa de un reencuentro con ellos en una vida eterna y feliz es un anhelo tan maravilloso, que sólo muy pocos tienen realmente el coraje de enfrentar este tema con escepticismo y libre de ideas preconcebidas producto de la tradición, la intuición o la propia conveniencia.
Sabemos que la conclusión de que no hay nada después de la muerte puede resultar inaceptable, desconcertante e incluso infundir temor en la mayoría de las personas. Pocas personas se detienen a pensar qué ocurriría si el día que mueran todo se acaba y no hay absolutamente nada. Esta inquietante idea supone un golpe bajo a nuestra condición humana saturada de mitos convenientes e ilusiones autoservidas que las religiones teísticas han pregonado como verdades durante siglos. Todo indica que la única vida que tenemos es ésta, así es que mejor disfrútala. Vive cada día como si fuera el último; ama a tus seres queridos aquí y ahora. No habrá un después…
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