jueves, 18 de agosto de 2011

TDSO (Te deseo)

"Me pones. ¿Te gusto también yo a ti?” Siempre damos por supuesto que nuestras preferencias son correspondidas, que el anhelo por el otro es mutuo y las expectativas similares



Sin embargo, cuando la relación sexual finaliza se tiene cierto sentimiento frustrante, por no haber encontrado lo que se buscaba. ¿Por qué? ¿Qué esperamos cuando deseamos a alquien? 
Hace miles de años, cuando los humanos comenzaron a serlo, ocurrió una gran revolución. La más importante de todos los tiempos. Una revolución que cambió profundamente la sexualidad. Fue igualitaria y femenina. La actividad sexual trascendió el umbral de la procreación, y las hembras protohomínidas se independizaron de la época de celo y de sus hormonas. Empezaron a responder eróticamente y, en consecuencia, pasaron a tener una disponibilidad sexual permanente y de origen neurológico, como hasta ese momento le ocurría al macho. Comenzaron también a desear, y “obligaron” a los hombres a ser deseables. La necesidad de contacto y de comunicación física inundó por completo la sexualidad de los monos desnudos.
Todo ello influyó decisivamente en la esencia de nuestros anhelos sexuales, por un lado, mucho más parecidos entre hombres y mujeres que entre machos y hembras de otros primates, y por otro, más llenos de matices y, en consecuencia, más complicados. Por eso definirlos, describirlos, desmenuzarlos y, en definitiva, comprenderlos, no es tarea fácil para los especialistas.

Placer en tres dimensiones
En 1997, Fuertes y López plantearon un modelo explicativo multidimensional del deseo sexual en el que se incluyen tres componentes diferentes: la activación neurohormonal, la disposición cognitiva-emocional (variables psicológicas) y la presencia de estímulos sexuales externos o internos (fantasías sexuales).
Se requiere la puesta en marcha de las tres dimensiones para que el ser humano tenga la experiencia del deseo sexual. Solo de la interacción entre ellas se puede explicar el desarrollo de este sentimiento. Intentar comprender sus entresijos y motivaciones es complicado, y hay quien, en un intento de simplificación, se limita a explicarlos bajo el paraguas de meras determinaciones genéticas, enzimáticas u hormonales.


Gen connection

Pero por encima de ellos, expertos dirigidos por el jefe del departamento de Genética Humana en la Universidad de Jerusalén, Richard Abstein, encontraron una conexión entre el deseo sexual y el gen DRD4, también conocido como el gen receptor de la dopamina D4, responsable de activarlo.







Los investigadores examinaron el ADN de 148 jóvenes sanos de ambos sexos, todos ellos estudiantes de la Universidad, y compararon los resultados que los diferentes individuos habían arrojado. Según los datos obtenidos, una modificación de este gen tiene un efecto depresor sobre el deseo sexual en algunos sujetos, mientras que en otros produce exactamente el efecto opuesto, el de aumentarlo. Esta última variante se debe a un cambio relativamente reciente producido hace 50.000 años en Homo sapiens. Según Richard Abstein, alrededor del 30% de la población lleva la versión “deseo reforzado”, mientras que en un aproximado 60% se encuentra la versión “depresora”. Por otro lado, científicos del Instituto de Neurobiología (INB) de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam) realizaron una serie de estudios con el fin de explicar la falta de apetito sexual en algunos roedores. Los investigadores, encabezados por el director del INB, Raúl Gerardo Paredes, observaron que las ratas que no copulan carecen de una enzima llamada aromatasa en una región del cerebro conocida como el área preóptica media (APM). Esta enzima es muy importante para la conducta procreadora. Tras analizar los resultados del estudio, realizado en Juriquilla, en el estado mexicano de Querétaro, y publicados en la revista Journal of Neuroendocrinology, Paredes y su equipo llegaron a una importante conclusión: entre el uno y el dos por ciento de las ratas no posee esta enzima y no muestra ningún deseo sexual. Según afirma Paredes: “Algunos ejemplares pueden incluso pasar su vida sin practicar jamás el coito”.

Algo especial. La necesidad de comunicarse y de fusionarse con el otro es la causa de que la sexualidad humana sea más compleja que la de otras especies.
También se han utilizado los andrógenos. Tuve en mi consulta, entrada la década de 1980, a varias mujeres menopáusicas en tratamiento con inyecciones mensuales de estrógenos. Estas inyecciones tenían una pequeña dosis de andrógenos, que a veces producían un ligero hirsutismo (vello en el rostro). El laboratorio las cambió por otras sin andrógenos que yo, a mi vez, receté a mis pacientes. Poco a poco, las mujeres empezaron a quejarse. Querían las primeras, y yo no era capaz de averiguar el porqué. Una de ellas me confesó que antes se sentía más “marchosa”. Y ahí descubrí la razón del misterio. En los hombres, en cambio, los tratamientos están centrados en la testosterona (teniendo cuidado para no sobrepasar ciertos niveles) y en los tratamientos psicológicos. En febrero de este año, la revista Nature presentó el resultado de las investigaciones de Eli Finkel y Paul Eastwick, de la Northwestern University, en Illinois. Estos psicólogos, tras cientos de horas de encuentros tipo speed-dating (citas rápidas), confirmaron que bastan apenas unos minutos para escoger pareja. En contra de lo que se piensa, las decisiones más importantes de la vida se toman en segundos. De ahí que los flechazos y las primeras impresiones influyan poderosamente en el deseo.

Dos años de intensidad
Pero, ¿cuánto dura esa atracción? Donatella Marazziti y otros científicos de la Universidad de Pisa, basándose en un estudio sobre cambios hormonales en relaciones estables, demostraron que el deseo sexual dura dos años. Entonces, genes, testosterona y otros mediadores químicos ¿sobre qué deseo actúan? ¿Qué componente dura tan poco? ¿Será la oxitocina el elixir del que poniendo unas gotas todos los días en la bebida de la persona amada asegura su fidelidad? No parece tan simple. Esas parejas que en el recibidor o en un pasillo, contra la pared y rompiendo lencerías, no pueden esperar a caer en el lecho del amor para satisfacer su pasión, seguramente sienten un deseo distinto del de otras que yacen en la cama con música suave, cuerpos entrelazados, besos e intensas miradas cómplices. Las primeras probablemente tienen una fuerte dosis de deseo de descarga de la tensión sexual, y es posible que los andrógenos estén muy presentes en su plasma sanguíneo; pero también hay otros factores que pueden influir en ello. Las segundas, en cambio, tendrán un predominio mayor del deseo de comunicación y de encuentro mutuo; en suma, mucha sed de piel. Y en su plasma, ¿habrá un poco más de oxitocina? Quizá sí, pero como un elemento más. Es, posiblemente, la porción del deseo sexual más evolucionada, la que produce un cemento de unión más estable.
También está el bienestar que producen los “te quiero”, “me gustas”, “qué interesante eres”. ¡Cuánto nos gusta que nos digan todo esto! ¡Cómo nos pone! Sobre todo a las mujeres, aunque su máxima expresión está en las figuras de Casanova y don Juan Tenorio, dos personajes masculinos obsesionados en coleccionar pasiones. El deseo de ser deseado se suele inhibir, fundamentalmente por desencanto o por una autoestima lesionada. Las imperfecciones de la estética también afectan a esta porción del deseo, y la percepción que uno tiene de sí mismo es el elemento diana de los anhelos del otro.


Si no sabes si te gusta, huélelo
El equipo del biólogo suizo Claus Wedekind reclutó a cerca de 100 estudiantes universitarios, la mitad hombres y la otra mitad mujeres, con el fin de realizar un estudio en el que se relacionara olfato y deseo. A los varones se les dio una camiseta de algodón para que durmieran con ella dos noches seguidas. Terminado el experimento, las prendas se guardaron en una caja, para que no se escapara su “buqué”. A las mu­jeres, por su parte, se les pidió que usaran un aerosol para proteger la mucosa nasal. Cada una de ellas, durante los días de ovulación (cuando su sentido del olfato era más agudo), tuvo que evaluar lo agradable y sexy que era el olor de algunas de las ca­misetas. Wedekind y su equipo descubrieron que les resultaba más atrayente el olor de los varones cuyo complejo principal de histocompatibilidad (MHC) era muy distinto del de ellas. No en vano, el MHC es la región más den­sa de genes del genoma de los ma­míferos y su papel es importante para el éxito reproductivo, el sistema inmunitario y la autoinmunidad.

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