jueves, 14 de junio de 2018

¿Por qué China será la mayor potencia del siglo XXI? Una respuesta filosófica.

¿POR QUÉ CHINA SERÁ LA MAYOR POTENCIA MUNDIAL DEL SIGLO XXI? UNA RESPUESTA FILOSÓFICA.
por Fernando Gutiérrez Almeira
religion

Hay una diferencia fundamental entre la manera de ser del pueblo chino y la manera occidental. En Occidente la gigantesca influencia que los filósofos racionalistas tuvieron en la construcción del pensamiento político llevó a una mentalidad que pone énfasis en la relevancia autónoma de la teoría sobre sus consecuencias prácticas, una tendencia que tiene sus raíces en las idealizaciones cristianas que apuntaron durante mucho tiempo a un desapego de las cuestiones llamadas espirituales de las cuestiones llamadas materiales. Mientras tanto, en China, el país más ateo de la Tierra, el confucianismo generó una mentalidad centrada en la práctica y las consecuencias de la práctica concreta sobre el individuo y la sociedad, con un discurso caracterizado por el establecimiento de principios de acción y no de largas y sofisticadas argumentaciones teoréticas.


Otra diferencia fundamental, a la que también contribuyeron las disputas entre racionalistas y empiristas en Occidente, es la acentuación occidental sobre las potencias mentales del individuo, algo que permitió a Occidente ser el motor del desarrollo de la ciencia y la tecnología en primer lugar, pero que desde el punto de vista político engendró una fuerte tendencia a la fragmentación y privatización del poder social, convirtiéndose la riqueza y el poder no en objetivos socialmente enfocados sino en objetos de disputa y conflicto permanente, con una grave disociación entre el interés individual y el interés social. Mientras tanto el pueblo chino, que permaneció atrasado por mucho tiempo frente al desarrollismo individualista occidental, parecía estancarse en su concepción confuciana de subordinar lo individual a lo social. A principios del siglo XX en China se hizo todo lo posible para salir de aquel estancamiento humillante tratando de adoptar rápidamente el punto de vista occidental o de incorporarlo de alguna manera. Pero, por supuesto, aquella mirada occidental sobre la existencia no podía tener raigambre en el pueblo chino.


Fue con Mao Zedong y su adopción del marxismo que China logró encontrar una vía práctica para responder a la hegemonía occidental y rehacerse desde su total desventaja. En ese entonces, y estamos hablando de la mitad del siglo XX y bajo el ataque absolutamente destructivo de Japón, China era prácticamente un pueblo de campesinos que vivían bajo una vieja tradición que podía ser considerada moribunda. Sin embargo, Mao combinó el pensamiento marxista, que hace énfasis sobre lo social incluso contra lo individual, y que es, si se quiere, una reacción interna de Occidente contra su propio individualismo, con una exaltación del poder social del campesinado. Al hacerlo Mao probablemente no fue consciente de que la adaptabilidad del marxismo a la mentalidad china era solo posible por las bases confucianas de la misma, y por esa falta de comprensión es que pretendió censurar el pensamiento del viejo filósofo. El resultado fue una fuerza incontenible, que puesta en acción, hundió las esperanzas del imperio japonés de someter a China, expulsó de China a los que intentaban imponer el modelo occidental liberal y dio la capacidad a China de dar el primer paso para evitar su hundimiento histórico bajo la hegemonía occidental. La tasa de alfabetización subió del 15 % en 1949 al 80 % a mediados de los años 1970 y entre 1949 y 1976, China, el «enfermo de Asia», se transformó en una potencia industrial importante: el crecimiento económico en PIB per cápita durante el período de Mao (1952-78) fue del 6,6% anual.


Tras millones de muertos, vastas y dolorosas guerras, y un período de ascenso industrial, China volvía a exigir su lugar en el mundo hacia fines de los años 70, y no porque el marxismo por si mismo fuera la respuesta a sus problemas sino porque el marxismo se adaptaba mejor que las otras formas ideológicas occidentales a la forma de ser china, fraguada en la cuna de Confucio, que sujeta lo individual a lo social, y la voluntad a la disciplina, la autodisciplina y la autoridad. Mientras tanto el socialismo muy pronto cayó en discontinuidades y fracasos en el mundo occidental, que tuvieron su punto más álgido en la desintegración de la Unión Soviética. Y esto simplemente porque el énfasis en la libertad individual de los filósofos de la modernidad occidental es un fundamento casi inconmovible de la mentalidad occidental moderna con el que el socialismo no pudo lidiar excepto justo allí donde ese énfasis no había tenido suficiente influencia, es decir, en un pueblo como el chino.


Pero pronto los líderes chinos se dieron cuenta que la herramienta marxista tenía límites claros en cuanto a su capacidad de incentivar el crecimiento económico y la potencialidad interna y externa china. Así que, nuevamente guiados por su sentido práctico, que convierte a las teorías en herramientas y no exalta su racionalidad, iniciaron prontamente, con Deng Xiaoping, una apertura que combinó el emprendimiento empresarial de estilo occidental, basado en el interés privado e individual y el lucro codicioso, con la sujeción firme del poder social en manos del Partido Comunista. Nunca fue una verdadera occidentalización de China lo que se propusieron Deng y sus seguidores, sino una combinación práctica de los beneficios de la iniciativa individual y una autoridad política absolutamente firme para poder controlarla. Ello puede notarse en la recordada represión de la plaza de Tiananmen, donde Deng tuvo que optar, y lo hizo poniendo límites al reformismo que él mismo había incentivado, a sangre y fuego. El período de Deng, que duró décadas, fue de difícil equilibrio, pues había que conservar la vía confuciana de la disciplina social basada en la autoridad que el marxismo reafirmaba y dejar al mismo tiempo que se introdujera el elemento de la iniciativa individual capitalista. El resultado fue absolutamente exitoso desde el punto de vista económico, pero muy lastimoso desde el punto de vista de las pérdidas causadas al tejido de la sociedad y el medio ambiente, e incluso el aumento brutal de la corrupción, que solo se mantuvo a raya con métodos también brutales.


Pero la visión china es una visión a largo plazo, y no ha dejado de ser una visión centrada en el poder social, en la autoridad, en la valoración confuciana de la importancia del trabajo, la disciplina, la contención de los impulsos, la familia, las virtudes sociales, y la moderación de los gobernantes. La concesión del período de Deng pudo parecer, vista desde Occidente, una entrada de China en el modelo occidental y el capitalismo más extremo. De ningún modo. Hoy estamos ante el ascenso de un tercer líder práctico, con una gigantesca autoridad similar a la de Mao o la de Deng, Xi Jinping. Y su pensamiento retoma el énfasis en el marxismo y en los valores confucianos, realizando un final combate a la corrupción, reajustando la iniciativa individual para sujetarla firmemente al poder social, y centrándose en la redistribución de la riqueza alcanzada a toda la sociedad china, proceso que apenas comienza pero que ya rinde sus frutos. De nuevo, no se trata de una doctrina cerrada, de una teoría rígidamente centrada y racionalizada, sino de un grupo reducido de principios prácticos que son ofrecidos por el nuevo líder como guía de acción:
-Garantizar el liderazgo del Partido sobre todo el trabajo


-Comprometerse con un enfoque centrado en la sociedad
-Continuar con una reforma integral y profunda
-Adoptar una nueva visión para el desarrollo
-Ver que la sociedad es quien gobierna el país
-Garantizar que cualquier área de gobierno está basada en el derecho
-Defensa de los valores socialistas
-Garantizar y mejorar las condiciones de vida de la sociedad a través del desarrollo
-Garantizar la armonía entre el humano y la naturaleza
-Perseguir un enfoque global para la seguridad nacional
-Defender la absoluta autoridad del Partido sobre el Ejército popular
-Defender el principio de “un país, dos sistemas” y promover la reunificación nacional
-Promover la construcción de una sociedad de futuro compartido con toda la humanidad
-Ejercer un control total y riguroso del Partido


Como puede notarse se insiste en el desarrollismo y la reforma, pensando a China como capaz de sumarse al reto de fomentar el progreso científico y tecnológico de la humanidad, pero al mismo tiempo se hace mucho énfasis en la autoridad del Partido Comunista, con lo cual se hace énfasis en el principio de autoridad, y un punto clave es, puede verse…”Comprometerse con un enfoque centrado en la sociedad” o “Ver que la sociedad es quién gobierna el país”, dos principios que claramente reafirman lo social sobre lo individual, y el poder social sobre el poder privado. Y estos principios ofrecidos por el líder no son vistos por los chinos como las promesas políticas que hacen los líderes occidentales, sino como guías de acción a las que hay que obedecer con la cabeza, el cuerpo y el corazón. De este modo, con su mentalidad práctica, China ha logrado responder al reto occidental, que hizo de Occidente el promotor inicial de la ciencia, la tecnología y la libertad de pensamiento, sin perder su raíz primigenia, la nacida del filósofo Confucio, aquel que decía que: “Desde el hombre más noble al más humilde, todos tienen EL DEBER de mejorar y corregir su propio ser”. Y se podrá pensar que el pueblo chino ya no es consciente de la influencia del inmenso filósofo sobre su cultura, sobre su pasado, su presente y su futuro, pero en realidad, hoy existe en China un gigantesco resurgimiento del confucianismo que está siendo apoyado por el propio Xi Jinping.

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