martes, 25 de julio de 2017

El rol masculino en Japón y los inmigrantes occidentales


El artículo que trataremos en esta entrada captó mi atención no tanto por la experiencia de los extranjeros, sino por lo que ella revela de los roles de género en Japón. “Piensa por un momento en los hombres occidentales atrapados en Japón” fue escrito por Olga Garnova y publicado en el Japan Times. La traducción al español es obra de Simón Blanco y no ha sido avalada por el Japan Times.

Piensa por un momento en los hombres occidentales atrapados en Japón

Olga Garnova
Traducido por Simón Blanco
Japan Times
Hecho polvo: Sebastian, un estudiante de 32 años con varios trabajos a tiempo parcial y 12 años de servicio en las fuerzas armadas alemanas en su Currículum, fue abandonado por su novia japonesa, con la que había estado durante un año, porque según ella “no tenía futuro” en Japón. | OLGA GARNOVA
En Japón existe un dicho muy común: “Ellos lo tienen más fácil —sobre todo los extranjeros. Son hombres en una sociedad patriarcal y muy conservadora, con todos los beneficios que esto conlleva: estatus, dinero, carrera profesional. Además de todo esto, las chicas japonesas suelen verse atraídas por los extranjeros.
“Estos hombres occidentales no necesitan aprender el idioma para adaptarse. Sus novias  o esposas japonesas se ocuparán de la mayoría de las cosas por ellos. Sus carreras, especialmente en la enseñanza, no suelen precisar de un conocimiento del japonés. Nunca son objeto de sexismo, abuso o acoso sexual.” ¿Pero, es éste el relato completo?
Jim, un estadounidense cerca de la treintena, solía ser un joven muy apasionado. Se proclamaba comunista —estalinista, incluso. Se involucraba en debates sobre política durante las pausas para fumar o mientras se tomaba una copa.  Soñaba con hacer un postgrado, tener una buena trayectoria académica e incluso, algún día, liderar una revolución. Sin embargo, se casó con una mujer japonesa y antes de terminar su graduación ya había tenido hijos. Ella no quiso dejar Japón e insistió en que él tenía que ganar un sueldo estable, así que terminó como profesor de inglés en un lugar apartado, lejos de cualquier universidad importante. “Tan sólo es por un tiempo”, insiste, pero es complicado adivinar si algún día tendrá el dinero o la movilidad para perseguir su sueño.
Japón puede ser el mejor lugar del mundo para algunos, y una trampa para otros. Algunas veces pienso que es mucho más fácil para los hombres occidentales caer en esta trampa que para las mujeres.
La sociedad japonesa puede ser notablemente conservadora en cuanto a roles de género. Mientras que existen muchos comentarios sobre los efectos negativos de imponer roles tradicionales sobre las mujeres, apenas se menciona cuán restrictivos y destructivos son para el bienestar de los varones.
En Japón, los hombres suelen tener sus opciones bastante limitadas. La cultura les exige que sean “hombres de verdad”, lo cual suele significar ser el sustento de la familia, obsesionados con su carrera profesional. El sistema de “un trabajo para toda la vida” que ha dominado la cultura corporativa durante el periodo de postguerra exige total devoción por parte de los empleados. Los ascensos y aumentos de sueldo han sido, y siguen siendo, normalmente basados en lealtad y antigüedad. La empresa debe ser la prioridad número uno del hombre.
¿Cuáles son las implicaciones de esto? Aunque las horas de trabajo se han ido reduciendo durante los últimos años, los japoneses aún dedican más minutos al año a sus trabajos que cualquier trabajador de los países de la OCDE, aunque muchos de esos minutos no sean remunerados. El cuarenta por ciento de los trabajadores dice que regularmente hacen lo que se conoce como “sabisu zangyo”—horas extra no remuneradas—: 16 horas al mes de media. Las conocidas como “burakku kigyo” (compañías negras) pueden requerir más de 100 horas, y sus empleados más jóvenes —aquellos entre 20-30 años— son los peor parados. “Karoshi” —la muerte por exceso de trabajo— es un problema tan importante que el gobierno aprobó una ley el año pasado destinada a evitar las muertes prematuras y las enfermedades causadas por el exceso de trabajo, pionera en este sentido a nivel mundial.
La jungla corporativa japonesa sigue siendo un mundo dominado por hombres —un mundo del que muchas mujeres se descuelgan al casarse y tener hijos, independientemente de su voluntad. Y cuando se trata del matrimonio, el dinero suele convertirse en la principal prioridad. Según una encuesta realizada por OZmall, una web informativa japonesa orientada a las mujeres, el 72 por ciento de las mujeres no estarían dispuestas a casarse con un hombre “sin dinero” —presumiblemente hablando de un caso en el que ambos miembros de la pareja interesada no tuviesen dinero—.
A la vez que dicho pragmatismo puede ser bastante comprensible en una nación que no ha vivido un crecimiento sostenido por más de 20 años, podría verse como un desafío hacia la noción occidental de que el matrimonio es la culminación de una relación romántica. Por ejemplo, los adultos estadounidenses —casados o solteros— eligieron “amor” (93 por ciento), “un compromiso de por vida” (87 por ciento) y “compañerismo” (81 por ciento) como las principales razones para casarse, en lugar de “tener hijos” (59 por ciento) o “estabilidad financiera” (31 por ciento), en una encuesta a nivel nacional conducida por el Pew Research Center en asociación con la revista Time.
Sebastian, un estudiante de 32 años con varios trabajos a tiempo parcial y 12 años de servicio en las fuerzas armadas alemanas en su currículum, descubrió esta desconexión de la forma más dura al ser abandonado por su novia japonesa, con la que había estado durante un año y a la que había propuesto matrimonio, porque según ella “no tenía futuro”. Según ella, su especialización en el idioma japonés no prometía una trayectoria profesional exitosa y, al no hablar inglés de forma nativa, no podría asegurarse un puesto como profesor. “¿Por qué es siempre el dinero lo único a tener en cuenta?” pregunta.
Tal y como se dice en un titular de una columna de Kaori Shoji de este mismo periódico, “el matrimonio tiene poco que ver con el amor”. No es de extrañar que los maridos extranjeros suelan quejarse sobre mujeres japonesas que pasan de ser novias dulces y lindas a ser “shufu” —amas de casa profesionales emocional y físicamente distantes de sus maridos y con una devoción total hacia su hogar y sus hijos—. Los hombres pueden verse apartados a la hora de participar en la educación de sus hijos y otras tareas relacionadas con el hogar, como controlar la economía casera. En lugar de un refugio a salvo de las presiones del trabajo, el matrimonio puede volverse una fuente extra de stress para los hombres.
No es de extrañar que Japón tenga una de las cuotas más altas de suicidio a nivel mundial, 18.5 por cada 100.000 habitantes —alrededor de un 60% más que la media global, 11.4 por cada 100.000—. Al igual que en la mayor parte del resto del mundo (siendo China la excepción más notable), el número de suicidios es mucho mayor entre los hombres que entre las mujeres.
Los hombres japoneses pueden pasarlo mal, pero los extranjeros pueden pasarlo aún peor. A diferencia de los japoneses, educados en una cultura de roles de género estrictos y jornadas de trabajo muy largas, los extranjeros —especialmente occidentales— pueden tener expectativas, ideales y estilos de vida muy diferentes. Por ejemplo, encontrar un equilibrio entre trabajo, familia y tiempo para uno mismo se considera extremadamente importante en las sociedades europea y estadounidense contemporáneas, pero la cultura corporativa japonesa no lo apoya.
Encontrar un trabajo a tiempo completo estable tras la graduación será muy complicado para Sebastián: como extranjero que se aproxima a los cuarenta años, será víctima de una doble discriminación: debido a la edad y a la nacionalidad. Y aún cuando los extranjeros satisfacen todos los “requisitos” para un ascenso —habiendo soportado largas jornadas, “nomikai” (irse de copas tras el trabajo), viajes de negocios y traslados— pueden verse rechazados simplemente por no ser japoneses.
Patrick, un especialista informático estadounidense de 31 años, decidió abandonar la empresa japonesa en la que había estado trabajando debido a que tras todas las horas extra que había dedicado, había topado con una barrera invisible.
“Según mi jefe, tres ascensos eran lo máximo a lo que podía aspirar”, dice. Patrick dice que su jefe alegó explícitamente a su condición de no japonés como un factor para ello. “Pero ellos querían que fuera a trabajar aún teniendo 40 de fiebre. ¡Por supuesto que lo dejé!”. Patrick añade que algunos de sus amigos extranjeros consiguieron llegar más alto en la jerarquía de sus empresas, pero que “no tenían vida”.
Incluso teniendo un sueldo estable, los hombres que no tienen un trabajo estable pueden ser acosados. Jack, un veterano de la marina estadounidense retirado tras 20 años de servicio, recibe una pensión por jubilación anticipada por parte del gobierno estadounidense. De todos modos, sus suegros japoneses lo ven como una sanguijuela: su mujer trabaja mientras él está estudiando.
“¡Ellos no entienden!” dice, enfurecido. “Me he pasado 20 años en la marina trabajando cada p— día. Estoy cansado de explicar por qué me pagan.”
Otro problema enorme es la integración. De acuerdo con Nana Oishi, una investigadora especializada en emigración y estudios japoneses, la mayor barrera en el trabajo para extranjeros no es el idioma. En su estudio, que recoge entrevistas con trabajadores no japoneses del país, “varios encuestados expresaron frustración ya que sus compañeros japoneses no se comunicaban lo suficiente con ellos o los demás compañeros”.
Un conocido mío,  John —que domina el idioma japonés— se mostró exasperado cuando, después de tres semanas en un nuevo empleo y sin entrenamiento o ayuda por parte de sus compañeros de trabajo, se le pidió que completase un proyecto.
“¡Esperaban que supiera como hacerlo perfectamente sin explicarme nada!” se queja. Al final,  John tuvo que contactar con  la dirección de la empresa al otro lado del océano para pedir ayuda con su integración en el entorno laboral.
La integración fuera del lugar de trabajo también suele ser un reto, especialmente para hombres de los que se espera que trabajen a tiempo completo, ser el principal proveedor de la familia y, por lo tanto, suelen encontrarse con menos oportunidades que las mujeres para implicarse en actividades sociales y crear amistades con otros japoneses. Establecer relaciones personales con la población local es una parte esencial del proceso de ajuste a un nuevo país, pero la sociedad japonesa es conocida por su poca movilidad en cuanto a relaciones, o dicho de otro modo, la gente tiene pocas oportunidades para formar nuevas relaciones y terminar con las anteriores. Es también una sociedad colectivista, y por consiguiente es difícil para los extranjeros entrar en grupos sociales y círculos ya existentes. Casi siempre es necesario pertenecer a algún grupo social para establecer y mantener amistades con los japoneses.
A pesar de todas las dificultades, parece que contraer matrimonio con una japonesa es relativamente fácil para un extranjero. Y mientras esas mujeres suelen ser las menos tradicionales —y las más proclives a evitar la temida transformación en una “shufu”— la comunicación intercultural siempre alberga la potencial falta de entendimiento y afrentas involuntarias. Las expectativas de la pareja en cuanto a matrimonio y familia pueden no ser compatibles. Esta situación puede resultar en bajos niveles de confort a nivel psicológico y malestar en general, ya que la familia es uno de los pilares para mantener una estabilidad emocional.
Nihonjinron —la idea, prácticamente desacreditada pero todavía persistente, de que la sociedad japonesa es especialmente homogénea y única— puede también complicar la situación. A pesar de que es difícil encontrarse con un racismo explícito, la discriminación puede verse camuflada en forma de preguntas educadas relacionadas con el país natal del extranjero, su raza, la fecha de llegada y salida del país, elogios hacia su habilidad con el idioma o el uso de palillos, e incluso explicaciones fuera de lugar sobre cultura, comida, tradición, etc. Estas palabras pueden parecer inocentes, pero también pueden conllevar mensajes muy directos de exclusión e inferioridad.
Estudios sobre asimilación cultural conectan la discriminación percibida y experimentada, las formas sutiles de racismo como las “microagresiones” raciales, con problemas mentales y físicos. Los afectados pueden experimentar ansiedad, stress, furia, frustración, impotencia, síntomas psicosomáticos y problemas académicos y laborales. Todo esto lleva a un menor grado de satisfacción vital.
Por supuesto, las mujeres extranjeras también son sometidas a largas jornadas, discriminación, microagresiones y problemas relacionados con estos fenómenos. De todos modos, existen estudios que han comprobado que las mujeres son más capaces de reconocer y expresar emociones, y por consiguiente piden ayuda con más frecuencia. También suelen tener un mejor acceso al apoyo emocional, que suele ser ofrecido predominantemente por grupos sociales compuestos por mujeres. Hay mucha información escrita y hablada sobre mujeres. Existe una industria únicamente dedicada a lidiar con los efectos del sexismo, la misoginia y otros problemas específicos contra la mujer. Una mujer sabe que no está sola; un hombre no.
Los hombres están atrapados en la mentalidad de “los hombres no lloran”. Se les disuade de expresar cualquier malestar y prefieren mantener sus emociones y estrés para sí mismos. Debido a ello se embarcan en conductas autodestructivas como el alcoholismo, el tabaquismo o la promiscuidad.
Y así llegamos al concepto de los “fiesteros” (“party boys”). ¿Cuántos son puramente hedonistas, vendiendo sus almas por algo de diversión? Existe una forma de depresión que ha sido reconocida recientemente por algunos psicólogos llamada “depresión enmascarada”. Psicólogos clínicos expresan la teoría de que los hombres son más susceptibles de sufrir esta variante que la tradicional “tristeza”. Estar constantemente de fiesta puede ser una de las formas en las que este tipo de depresión se manifiesta, siendo toda esta “diversión” un modo de ocultar su baja autoestima y la tristeza que están sufriendo.
Después de leer esto, las perspectivas para los occidentales pueden parecer desalentadoras, pero los extranjeros —y especialmente los hombres— no tienen por qué estar condenados a una existencia miserable en Japón. Hay ejemplos de inmigrantes que han podido adaptarse y viven una vida feliz. ¿Cuál es su secreto?
Tener compañeros de trabajo y amigos que no sean japoneses ayuda bastante. No sólo puedes hablar en tu lengua materna, sino que los patrones de comunicación, expectativas y niveles de sinceridad suelen ser bastante similares, y por lo tanto suele ser más sencillo construir y mantener relaciones. El hecho de que todos los extranjeros estén “en el mismo barco” es una buena forma de romper el hielo.
Pero quizá lo más importante es admitir y aceptar por completo que nunca podremos adaptarnos totalmente a la sociedad japonesa. Nunca podremos volvernos japoneses, y esto no es necesariamente malo. Ken Seeroi, el autor del popular blog “Regla del 7 japonesa” escribe: “Da la impresión de que puedes pasarte la vida tratando de probar que eres tan bueno como el peor de los japoneses, o dejarlo de lado y simplemente ser un `extranjero´”
Aceptar tu condición de no-japonés, ser simplemente tú mismo, explotar el “gaijin power” que te ofrece tu condición de forastero y simplemente disfrutar del día a día son la mejor manera de evitar la trampa de la soledad y la tristeza.

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