Paladares. Vista panorámica del exclusivo restaurante Buddha Bar, en Caracas, que ofrece comida fusión y una coctelería de alto nivel. |
En los bares y en los restaurantes más caros de la capital venezolana existe un mundo paralelo y muy distante del que se vive en las convulsionadas calles
Sinónimo de lujo en todo el mundo, Buddha Bar se instaló en Caracas, el único en Sudamérica, donde por unas horas algunos olvidan la crisis política, las penurias y las protestas.
“Disfrutas en Caracas lo mismo que disfrutas en Nueva York, en Dubái, en San Petersburgo”, se jacta Cristhian Estephan, uno de los dueños del local, dominado por la enorme figura de un Buda en posición de loto.
Desfilan platos insignia como el atún Buddha Rey, las costillas de cerdo grilladas a las doce especias o los tacos de mero a las tres pimientas.
Es casi imposible imaginar que el país está en medio de una brutal crisis económica, social y política, marcada por falta de alimentos básicos, como la harina o el azúcar, más de dos meses de protestas en las calles y varias ciudades semiparalizadas.
Sufren la falta de alimentos o la inflación disparada, pero admiten que “nada en comparación” con los embates del venezolano común. Pertenecen a un grupo privilegiado con acceso a dólares que les permiten disfrutar de otra Venezuela, donde los restaurantes de moda se siguen llenando.
“Nosotros de día tiramos piedras y de noche venimos acá”, cuenta Ahisquel.
Esta mujer se toma una noche a la semana para salir con su marido, director de producción de una petrolera internacional.
“Después de ir a las marchas, es bueno tener un momentico de relax, aunque el relax nunca lo vas a tener hasta que este gobierno se vaya”, aclara esta mujer que no trabaja y vive en un barrio en el este de Caracas. “Donde están los escuálidos, los golpistas”, ironiza al referirse al mote que reciben por parte de los chavistas.
“It’s very difficult”, agrega su marido con un inglés perfecto. “Si tú en este país no ganas dinero en moneda extranjera, es imposible vivir”.
Muchos de los ricos venezolanos han abandonado el país hacia Madrid, Los Ángeles o Miami, desde que comenzó la revolución bolivariana con el fallecido presidente Hugo Chávez.
Pero varios decidieron quedarse, entre ellos el empresario Lorenzo Mendoza, uno de los hombres más ricos del país, a quien el gobierno considera uno de los principales actores de la “guerra económica” contra el régimen.
La empresa encuestadora Datanálisis calcula que este sector representa el 16 % del total de los 31 millones de venezolanos. Y según los expertos, la mayoría son “boliburgueses”, el mote acuñado a quienes se han hecho ricos durante los gobiernos chavistas.
“Es un socialismo que ha producido multimillonarios muy poderosos, en su mayoría funcionarios del gobierno o afines, que actualmente son uno de los principales sostenes del gobierno” de Nicolás Maduro, opinó la socióloga Colette Capriles, de la Universidad Simón Bolívar.
Y todo gira alrededor de la industria petrolera. “La estructura de la riqueza en Venezuela es la de un Estado rentista dependiente del sector petrolero. El Estado es el que distribuye esa renta y el gobierno chavista la utiliza para favorecer a los que haga falta”, estimó.
Pero no todos se reconocen como afines al chavismo, sino al contrario. Es el caso de Carlos, un abogado de 49 años, socio del Caracas Country Club.
“Huimos cuando vemos boliburgueses, los reconocemos a la distancia”, dice al borde de la piscina rodeada de árboles y de un campo de golf.
Este país “está carísimo, solo ellos (los boliburgueses) pueden pagarlo y vivir por aquí u otros barrios”, añade. Entre estas urbanizaciones menciona Lagunita (donde está el Lagunita Country Club, con un campo de 18 hoyos), una de las zonas más coquetas de Caracas, con ostentosas mansiones rodeadas de vallas eléctricas y fuertes medidas de seguridad.
Precios en restaurantes solo para los ricos
Para la mayoría de los venezolanos los precios de los restaurantes son prohibitivos. En el Buddha Bar, ocho piezas de sushi de salmón y langostinos cuestan 55.700 bolívares, poco más de la cuarta parte del ingreso mínimo, de 200.000 bolívares (unos $ 90,9 a la tasa oficial más alta y unos $ 24 a la cotización del mercado negro).
Al caer el sol, da miedo salir a la calle: Caracas se vacía y ya casi no se ve a nadie. Con una de las tasas de homicidios más altas del mundo (70,1 por cada 100.000 habitantes en 2016), la inseguridad es considerada uno de los principales problemas por los venezolanos, sean ricos o pobres.
Aunque “la clase alta no deja de salir”, asegura Estephan. Si bien admite que desde que se iniciaron las protestas el 1 de abril, la vida nocturna decayó.
De todas maneras, cree que pronto recuperará el ritmo de antaño.
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