Nosotros, como inconscientes habitantes de este planeta, hemos puesto en riesgo nuestra propia supervivencia, y a pesar de ello insistimos en tener hijos.
No podía estar más de acuerdo con la escritora francesa Corinne Maier, quien hace pocos días publicó una nota en la que explica por qué odia a los niños. Lo confieso: tampoco me gustan, y algo similar me pasa con los padres y madres que van por la vida mostrando a sus hijos como trofeos, como el logro máximo de sus vidas, cuando en realidad no están haciendo más que condenar al mundo y, de paso, a sus bebés al horror de los años que vienen.
Corinne critica en su artículo el hecho de que se considere a los hijos un logro social, y también pone sobre la mesa el altísimo costo que tiene criar un niño. Esos son sus argumentos primordiales, pero yo iría más allá: el primer motivo por el cual debemos decirles NO a los hijos es porque somos una plaga.
La humanidad, con esa ilimitada capacidad de reproducirse y destruir todo lo que encuentra a su paso, ha acabado con el planeta hasta el punto de que cada niño, cada bebé, que llega al mundo no es sino la justificación para seguir destrozando la naturaleza y contaminando el medioambiente, sin importar las consecuencias. Basta con echar un vistazo a la recién publicada ‘Lista roja de especies amenazadas’, de la Unión para la Conservación de la Naturaleza, para darnos cuenta de que ya entramos en la espiral de la sexta extinción, que, según ese informe, estaría cerca de llevarse para siempre a jirafas, tiburones, rayas y otras especies que en los últimos años han visto su población global caer estrepitosamente.
Es evidente que los niños que nacen en Colombia poco o nada tienen que ver con la hecatombe de las jirafas o la pesca indiscriminada de tiburones; sin embargo, esos niños, cuyos padres hoy nos muestran con ilusión a través de Facebook e Instagram, sí serán responsables de la destrucción de innumerables espacios verdes que terminarán siendo urbanizados para construir las que serán sus futuras viviendas.
Haga el ejercicio de mirar los alrededores de su ciudad y dese cuenta de la forma en que esta ha venido creciendo. Donde ayer había terrenos dominados por la salvaje naturaleza, cerros vírgenes o sabanas verdes, hoy no hay sino urbanizaciones e industrias. Mire no más cuál es uno de los principales argumentos del Alcalde de Bogotá para justificar la expansión de la ciudad hacia el norte con edificios y más edificios: tenemos que construir vivienda para los futuros habitantes de la ciudad.
Los bebés que llegan no lo saben, ni son culpables de esto; en cambio sus padres, sí. Ellos son los que, de manera inconsciente, traen al planeta a una, dos o tres personas más que necesitarán espacio para vivir, alcantarillas que reciban sus desechos y ganado para poder alimentarse. ¿De dónde sacamos más casas? ¿A dónde mandamos las basuras y excrecencias de toda esa gente?
Los felices padres ven el futuro como aquel mundo feliz en el que sus hijos llevarán su marca genética hacia una nueva generación, perpetuando un apellido, unos rasgos, un recuerdo. ¿Para qué? ¿Qué fin tiene esto?
¿Acaso esos mismos padres han pensado en las penurias que tendrán que vivir esos niños cuando ya no sean tan niños y comience el verdadero desastre de la falta de agua dulce en el planeta?
¿Acaso los felices progenitores de los niños del mañana han visto que hacia finales de este siglo sus ya no jóvenes hijos tendrán que soportar un planeta recalentado en el que escaseará el alimento y donde será cada vez más difícil vivir?
Todo parece exageradamente apocalíptico, pero es lo que señala la ciencia. Nosotros, como inconscientes habitantes de este planeta, hemos puesto en riesgo nuestra propia supervivencia, y a pesar de ello insistimos en tener hijos, como si fuera la salvación, cuando en realidad cada niño es un granito de arena que ayuda a construir un futuro desastroso para todos.
#PreguntaSuelta: ¿no les parece que este fin de año ha sido menos festivo que los anteriores?
Corinne critica en su artículo el hecho de que se considere a los hijos un logro social, y también pone sobre la mesa el altísimo costo que tiene criar un niño. Esos son sus argumentos primordiales, pero yo iría más allá: el primer motivo por el cual debemos decirles NO a los hijos es porque somos una plaga.
La humanidad, con esa ilimitada capacidad de reproducirse y destruir todo lo que encuentra a su paso, ha acabado con el planeta hasta el punto de que cada niño, cada bebé, que llega al mundo no es sino la justificación para seguir destrozando la naturaleza y contaminando el medioambiente, sin importar las consecuencias. Basta con echar un vistazo a la recién publicada ‘Lista roja de especies amenazadas’, de la Unión para la Conservación de la Naturaleza, para darnos cuenta de que ya entramos en la espiral de la sexta extinción, que, según ese informe, estaría cerca de llevarse para siempre a jirafas, tiburones, rayas y otras especies que en los últimos años han visto su población global caer estrepitosamente.
Es evidente que los niños que nacen en Colombia poco o nada tienen que ver con la hecatombe de las jirafas o la pesca indiscriminada de tiburones; sin embargo, esos niños, cuyos padres hoy nos muestran con ilusión a través de Facebook e Instagram, sí serán responsables de la destrucción de innumerables espacios verdes que terminarán siendo urbanizados para construir las que serán sus futuras viviendas.
Haga el ejercicio de mirar los alrededores de su ciudad y dese cuenta de la forma en que esta ha venido creciendo. Donde ayer había terrenos dominados por la salvaje naturaleza, cerros vírgenes o sabanas verdes, hoy no hay sino urbanizaciones e industrias. Mire no más cuál es uno de los principales argumentos del Alcalde de Bogotá para justificar la expansión de la ciudad hacia el norte con edificios y más edificios: tenemos que construir vivienda para los futuros habitantes de la ciudad.
Los bebés que llegan no lo saben, ni son culpables de esto; en cambio sus padres, sí. Ellos son los que, de manera inconsciente, traen al planeta a una, dos o tres personas más que necesitarán espacio para vivir, alcantarillas que reciban sus desechos y ganado para poder alimentarse. ¿De dónde sacamos más casas? ¿A dónde mandamos las basuras y excrecencias de toda esa gente?
Los felices padres ven el futuro como aquel mundo feliz en el que sus hijos llevarán su marca genética hacia una nueva generación, perpetuando un apellido, unos rasgos, un recuerdo. ¿Para qué? ¿Qué fin tiene esto?
¿Acaso esos mismos padres han pensado en las penurias que tendrán que vivir esos niños cuando ya no sean tan niños y comience el verdadero desastre de la falta de agua dulce en el planeta?
¿Acaso los felices progenitores de los niños del mañana han visto que hacia finales de este siglo sus ya no jóvenes hijos tendrán que soportar un planeta recalentado en el que escaseará el alimento y donde será cada vez más difícil vivir?
Todo parece exageradamente apocalíptico, pero es lo que señala la ciencia. Nosotros, como inconscientes habitantes de este planeta, hemos puesto en riesgo nuestra propia supervivencia, y a pesar de ello insistimos en tener hijos, como si fuera la salvación, cuando en realidad cada niño es un granito de arena que ayuda a construir un futuro desastroso para todos.
#PreguntaSuelta: ¿no les parece que este fin de año ha sido menos festivo que los anteriores?
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