domingo, 22 de mayo de 2016
jueves, 5 de mayo de 2016
LO QUE NUNCA SE HABLÓ DEL ENCUENTRO EN CAJAMARCA ENTRE FRANCISCO PIZARRO Y ATAWALLPA
Escrito por: Juan Carlos Machicado (Guía Oficial de Turismo)
Debo agradecer el desprendimiento de mi colega Jorge Azpilcueta Godoy, quien me alcanzó un artículo titulado “Envenenamiento en Cajamarca”, el cual merece ser difundido como una reflexión de lo mal que puede muchas veces estar contada nuestra historia oficial, la que debe ser re-evaluada para la enseñanza de nuestra historia en los colegios que por ende atañe a la parte afectiva que desarrollamos de nosotros mismos y a la valoración que le damos a nuestra cultura.
Es un documento que está firmado por Francisco de Chaves y sepulta en la ignominia a Francisco Pizarro. Esta carta fue presentada al mundo en 1998 por Laura Laurencich-Minelli, doctora en antropología y prehistoria por la Universidad de Bologna, profesora principal de civilizaciones precolombinas y directora del Corpus Precolombioanum Itálico, es decir, el conjunto de los documentos americanos que forman parte de los archivos de Italia.
El escrito, firmado por el conquistador Francisco de Chaves, cuya existencia ha sido comprobada a pesar de todos los esfuerzos que los “hispanistas ortodoxos” han hecho para hacerla inverosímil, cambiaría por completo, la visión que se tiene del enfrentamiento bélico en Cajamarca y de la rendición de Atawalpa y de sus huestes. Este texto describe la espantosa trampa que Pizarro utilizó para facilitar su éxito: “el envenenamiento” con vino emponzoñado del Estado Mayor del Inka.
La publicación de este mensaje dirigido al rey Carlos V el 5 de agosto de 1533 formó parte, durante muchos años, de una herencia documental en manos de la señorita Clara Miccinelli (de allí el nombre de Los Documentos Miccinelli) y procedían, originalmente, de un italiano que fue rey de España de 1870 a 1873: Amedeo I de Saboya. La difusión de este texto encendió la pradera académica que hasta hoy hay quienes, como el historiador Teodoro Hampe, que lo consideran una invención. Lo cierto es que la misiva fue sometida a las pruebas científicas exigidas convencionalmente y el resultado es que correspondía a la época de su datación. A su favor también hay que indicar las múltiples pruebas que existen de la represión que Pizarro ejerció, al comienzo de la conquista, para impedir la publicación de los documentos que pudiesen empañar el tono de gesta de lo sucedido en Cajamarca. Las líneas que siguen son un resumen y una transcripción modernizante de la carta original de Francisco de Chaves escribiéndole al rey. Carta del licenciado Boan al Conde de Lemos (1610). Archivio di Stato di Napoli Segreteria dei Viceré Scritture Diverse, n.3. La versión que hemos elegido es la de José Santillán Salazar contenida en su libro “Blas Várela y la historia de la infamia”.
“Su Majestad. Yo Francisco de Chaves, leal súbdito de su Majestad, natural de Trujillo, descendiente de la estirpe de los Chaves, siempre al servicio de la Corona, como uno de los conquistadores de este reino del Perú, humilde servidor, escribo a su Majestad, dándole cuenta de todo lo sucedido en esta tierra. Fui compañero de armas de mi coterráneo, el gobernador Francisco Pizarro. Partimos de Panamá en la misma nave, el 27 de diciembre de 1530, con el objetivo de conquistar este reino del Perú. Hay muchas versiones sobre la captura del rey de esta tierra (Atawalpa), pero yo la escribo tal como fueron los hechos en Cajamarca, en honor a la verdad, respeto y lealtad que se merece la honorable autoridad de la Corona de España. Nosotros venimos en el navío Santa Catalina, piloteado por Bartolomé Ruiz. Entre los tripulantes estaban los religiosos: Vicente Valverde de la orden de Santo Domingo, los frailes Juan de Yepes y Reginaldo de Pedraza. Durante el viaje, don Francisco Pizarro y los tres religiosos platicaban mucho. Don Francisco les contaba que a los indios les deleita el vino por ser de uva y de diferente sabor que el licor que bebían, y que gracias al vino se ganaba muchos amigos entre los indios y que también le utilizaba con astucia para vencer a una muchedumbre de enemigos feroces y bien armados. Como entenderá su Majestad, así se fue tramando la estrategia para la animosa empresa. De la malévola decisión tomaron parte los padres alejados de la ley de Dios. Yo vi, en uno de los ángulos de la nave, cuatro odres de vino en cuyo sobre decía “Vino del capitán”. Francisco Pizarro y los religiosos hicieron un pacto secreto: juraron repartirse la gloria y la riqueza y no traicionarse jamás. No obstante, después, el fraile Reginaldo Pedraza decidió separarse, regresó a Panamá con una bolsa de piedras verdes. Nosotros, caminando por la Sierra de este reino, tuvimos que sobreponernos a las fatigas y penurias: cruzamos pueblos, ríos y montañas. Inesperadamente tuvimos la noticia de que estábamos próximos a la corte del Inca que viajaba orgulloso de su triunfo. En Cajamarca, por orden de Francisco Pizarro, el intérprete Felipillo sirvió dos copas del vino bueno a Atahualpa. Debo acotar que el tal Felipillo era del pueblo de los Chimores y hacía cinco años que estaba al servicio de Pizarro. Cuando estaba frente al Inca manifestaba cierto temor y reverencia. Con humildes palabras le traducía lo que le decían nuestros dirigentes. Cuando Pizarro creyó que había llegado el momento oportuno ordenó a Felipillo traer el vino envenenado de los frailes. Pizarro cifraba toda su esperanza que el artero ardid funcionara, porque estábamos al frente de un numeroso ejército. PIZARRO ORDENÓ A FELIPILLO TRAER EL VINO ENVENENADO DE LOS FRAILES. CIFRABA TODA SU ESPERANZA EN EL ARTERO ARDID. Con palabras persuasivas de paz y amistad sirvió el Felipillo el vino envenenado a los capitanes y consejeros del ejército inca. Pronto la bebida letal surtió efecto y el ejército, al ver morir a sus jefes, se vio sorprendido y desconcertado. Fue el momento propicio para el ataque con la caballería y las armas de fuego. Esta es la verdad y no lo que dijo después Pizarro que la gloriosa victoria se debió al auxilio del apóstol Santiago o a la Providencia. Es un delirio que un oficial lleve este engaño a su Majestad, Pizarro prefirió el fraude desde el principio antes de optar por luchar con honor y bravura. Mis padres valerosos y orgullosos decían: “Más vale perder el hombre que el buen nombre”. El mortífero veneno dio el triunfo al Gobernador. Fue una ingloriosa victoria que nunca hasta entonces ha tenido un conquistador en el mundo.’ La codicia por todo el oro del mundo no puede jamás perder el juicio de un caudillo para hacer lo que se ha hecho, tremenda injuria al rey vencido. Aunque pagano, pero rey por nacimiento y por derecho. Sepa usted que al rey Atahualpa lo metieron en una celda cerrada y lo vigilaban cuatro hombres y no le dieron libertad, a pesar de que manifestó que tenía la voluntad de visitar y rendir homenaje a su Majestad. Quizá Pizarro temió que la verdad saliera a luz. Este riquísimo reino debe formar parte de sus dominios, Majestad, y no de don Francisco Pizarro y su tesorero Alonso de Riquelme. No obstante que el prisionero cumplió con su palabra para recuperar su libertad, le procesaron por traidor y rebelde. Sin que haya hecho daño alguno, Atahualpa murió agarrotado el 26 de julio del presente año. El hecho causó escándalo y alboroto porque muchos no estaban de acuerdo con la ejecución, incluso los hermanos y amigos de don Francisco Pizarro. Sin embargo, es lamentable la complicidad de los padres dominicos. Su majestad juzgará la gravedad de los hechos. Sé que Francisco Pizarro por medio de su secretario ha relatado falsamente todo lo que ha ocurrido en esta tierra. Para fundamentar la toma de decisión de eliminar al Inca, seguro que dijeron que el prisionero tramaba contra nosotros el ataque de un gran ejército venido desde el Cuzco. La verdad que no liemos visto ni grandes ejércitos ni pequeñas guarniciones. El prisionero estuvo bien resguardado noche y día y no había ningún peligro que nos acechara… Me parece que no hay forma de honrar a España haciendo fechorías. Mis abuelos me enseñaron que con hechos fuera de la regla y perfidia no se logra gloriosas victorias. Fui un compañero obediente y leal del Capitán. Luché a su lado en toda la campaña de la conquista de estas tierras: desde Tumbes hasta Tangarará, San Miguel, Motupe hasta Saña. La ardua brega duró siete meses. Llegamos a la provincia de Cajamarca. Nuestro ejército estuvo conformado por 177 hombres con lanzas, picas y espadas. De los cuales había 67 soldados a caballo, y entre los 110 soldados de a pie, había tres arcabuceros, siete escopeteros y veinte ballesteros. Fue un sábado 15 de noviembre de 1532. El Inca reposaba en las aguas termales que se encuentra a dos leguas de Cajamarca. El Capitán al ver a la multitud de indios, puso en alerta a su artillería con dos culebrinas de ocho a diez pies de largo Muy tensos esperamos al enemigo. Yo estaba al lado de Pizarro. El ejército de Atahualpa sumaba algo más de diez mil indios. Todos armados con hondas, mazas, hachas, bolas, lanzas, macanas, rodelas y otros. A pesar de que Atahualpa tuvo mucha más gente, la batalla no la iniciaron ellos. El ardid del envenenamiento funcionó. Algunos oficiales incas caían muertos, otros se debatían entre sufrimientos y dolores. Los consejeros principales del Inca caían de golpe. El Estado Mayor del Inca fue eliminado. Pensó Atahualpa que era un castigo invisible de un dios que golpeaba a traición a sus generales. Al no tener órdenes los guerreros indios no se lanzaron al ataque. El momento esperado por el Capitán había llegado. Ordenó que le pusieran en el pecho del Inca puñales y espadas. El Capitán y el fray Valverde le obligaron para que ordenara a los indios que se retiraran de la plaza. Muchos indios huyeron, cayéndose unos sobre otros. El Inca, temiendo la muerte, mandaba a gritos que huyeran. Los indios asustados creían que estaba ocurriendo un suceso sobrenatural. En poco tiempo herimos y matamos una gran cantidad de indios. Todo esto estaba muy bien planificado. Sepa su Majestad que los indios no comprendían lo que les sucedía a sus generales en Cajamarca y aún no lo saben. Aún creen que fue un castigo de algún dios y levantan los ojos al cielo. Suponen que fue una venganza de uno de los dioses para castigar al Inca y a su pueblo (…) Los naturales no conocían otro veneno que aquel que utilizaban para frotar sus flechas. Por la arremetida con arcabuces, lanzas, espadas y sobre todo por tomarlos de sorpresa, damos muerte a tres mil hombres. El engaño es un deshonor, ME PARECE QUE NO HAY FORMA DE HONRAR A ESPAÑA HACIENDO FECHORÍAS. Así se ganó la batalla en Cajamarca. El fraile Vicente Valverde hizo la siguiente oración: “Dios sea alabado por todos los favores que nos hizo, gracias a la Providencia y aún más al oropimente”. Le confieso a su Majestad que he matado a muchos indios. No se defendieron con heroísmo los soldados del Inca porque estaban en huida. Gané honor, oro y mujeres. Hasta ahora callé la verdad y sin escrúpulo yo también glorifiqué la falsa hazaña. Pero después me di cuenta de que el Capitán y los frailes eran soberbios, malos y duros de sentimientos. La mala intención fue escribir con sangre y pánico la historia del reino del Perú al haber ajusticiado sin causa alguna al desventurado rey Atahualpa. No se contentaron con tantos robos, daños, el saqueo de tanto oro y plata y objetos preciosos de gran valor, ni con haber matado a millares de hombres en nombre de su Majestad y de Nuestro Señor. Hicieron tantas tiranías que por ser ofensivas a su Majestad no os digo. (…) Como servidor de su Majestad, sin apasionamiento alguno, con deseo de justicia, le envío esta carta para que sepa la verdad. Estoy seguro de que, según el interés del Gobernador, escribirán mentiras, todas alejadas de la verdad. Muy confiados de que no habrá investigación, el Gobernador, sus centinelas y fieles seguidores, sin ninguna licencia, hacen lo que quieren. Los hombres allegados a Pizarro son: su tesorero Alonso de Riquelme, el fray Vicente Valverde, los capitanes Hernando de Soto y Sebastián de Benalcazar, sus medios hermanos de parte de su padre: Juan Gonzalo y Hernando y su medio hermano de parte de su madre, Francisco Martín de Alcántara. Acá, todos los demás somos vigilados e investigados, sobre todo estamos prohibidos de salir con cosas y noticias ajenas a los intereses del capitán. Como testigo presencial tengo muchas más novedades que informar a su Majestad, porque deben ser de vuestro interés. Así, por ejemplo, de la mayor cantidad de riqueza que descubrimos y cada día se descubre, don Francisco Pizarro lo reserva para él y en secreto se reparten con sus hermanos y allegados. Nos enteramos también que tuvo mucho oro escondido y de ello no dio cuenta casi a nadie. Usted debe conocer, Majestad, Rey de estas nuevas provincias, altísimo y señor de todos nosotros, que conquistamos con corazón limpio estas tierras bajo la bandera de León y Castilla, que no es la cantidad de oro y plata que le corresponde según el quinto real. Si yo le diría falsedades, considéreme hombre de poca estima y ordene que me corten la cabeza. Yo haré lo posible para que esta carta llegue a sus manos a pesar de que el Capitán nos amenazó castigarnos ejemplarmente si informáramos acerca del veneno y de los otros medios ilícitos que comete. Ruego a Dios, nuestro Señor, que todo salga bien. Pues, por tener una posición contraria y no estar de acuerdo con las cosas que veo y he visto, soy odiado por Francisco Pizarro y temo que me maten. El Capitán habiendo sido mi amigo, ahora me increpa de amotinador. Sospecha de todos. Mató al fraile Juan de Yepes por quebrantar el juramento y romper el secreto. No le concedió perdón ante sus súplicas y le “premió” dándole la vida perdurable. Es todo cuanto le puedo informar hasta ahora, Majestad. Créame no abrigo ni envidia ni malicia y confío que usted hará justicia a sus súbditos y castigará ejemplarmente a los que cometen atrocidades y delitos. Nuestro Señor, la Sagrada Iglesia (…) Cuide con esmero sus reinos como su Majestad lo desea. Cajamarca, 5 de agosto de 1533. Su humilde siervo don Francisco de Chaves.”
Como podemos observar, aún tenemos mucho pan que rebanar para corregir lo que está escrito sobre nuestra historia. Aprovecho para recomendar el libro del etno-historiador Matthew Restall, titulado “Los Siete Mitos de la Conquista Española” y la obra del ya conocido escritor uruguayo Eduardo Galeano “Las Venas Abiertas de América Latina”, nos ayudarán a pensar más profundamente sobre nuestra historia e identidad.
lunes, 2 de mayo de 2016
Neoliberalismo: la raíz ideológica de todos nuestros problemas
Imaginen que los ciudadanos de la Unión Soviética no hubieran oído hablar del comunismo. Pues bien, la mayoría de la población desconoce el nombre de la ideología que domina nuestras vidas. Si la mencionan en una conversación, se ganarán un encogimiento de hombros; y, aunque su interlocutor haya oído el término con anterioridad, tendrá problemas para definirlo. ¿Saben qué es el neoliberalismo?
Su anonimato es causa y efecto de su poder. Ha sido protagonista en crisis de lo más variadas: el colapso financiero de los años 2007 y 2008, la externalización de dinero y poder a los paraísos fiscales (los “papeles de Panamá” son solo la punta del iceberg), la lenta destrucción de la educación y la sanidad públicas, el resurgimiento de la pobreza infantil, la epidemia de soledad, el colapso de los ecosistemas y hasta el ascenso de Donald Trump. Sin embargo, esas crisis nos parecen elementos aislados, que no guardan relación. No somos conscientes de que todas ellas son producto directo o indirecto del mismo factor: una filosofía que tiene un nombre; o, más bien, que lo tenía. ¿Y qué da más poder que actuar de incógnito?
El neoliberalismo es tan ubicuo que ni siquiera lo reconocemos como ideología. Aparentemente, hemos asumido el ideal de su fe milenaria como si fuera una fuerza natural; una especie de ley biológica, como la teoría de la evolución de Darwin. Pero nació con la intención deliberada de remodelar la vida humana y cambiar el centro del poder.
Para el neoliberalismo, la competencia es la característica fundamental de las relaciones sociales. Afirma que “el mercado” produce beneficios que no se podrían conseguir mediante la planificación, y convierte a los ciudadanos en consumidores cuyas opciones democráticas se reducen como mucho a comprar y vender, proceso que supuestamente premia el mérito y castiga la ineficacia. Todo lo que limite la competencia es, desde su punto de vista, contrario a la libertad. Hay que bajar los impuestos, reducir los controles y privatizar los servicios públicos. Las organizaciones obreras y la negociación colectiva no son más que distorsiones del mercado que dificultan la creación de una jerarquía natural de triunfadores y perdedores. La desigualdad es una virtud: una recompensa al esfuerzo y un generador de riqueza que beneficia a todos. La pretensión de crear una sociedad más equitativa es contraproducente y moralmente corrosiva. El mercado se asegura de que todos reciban lo que merecen.
Asumimos y reproducimos su credo. Los ricos se convencen de que son ricos por méritos propios, sin que sus privilegios (educativos, patrimoniales, de clase) hayan tenido nada que ver. Los pobres se culpan de su fracaso, aunque no puedan hacer gran cosa por cambiar las circunstancias que determinan su existencia. ¿Desempleo estructural? Si usted no tiene empleo, es porque carece de iniciativa. ¿Viviendas de precios desorbitados? Si su cuenta está en números rojos, es por su incompetencia y falta de previsión. ¿Qué es eso de que el colegio de sus hijos ya no tiene instalaciones de educación física? Si engordan, es culpa suya. En un mundo gobernado por la competencia, los que caen pasan a ser perdedores ante la sociedad y ante sí mismos.
La epidemia de autolesiones, desórdenes alimentarios, depresión, incomunicación, ansiedad y fobia social es una de las consecuencias de ese proceso, que Paul Verhaeghe documenta en su libro What About Me?. No es sorprendente que Gran Bretaña, el país donde la ideología neoliberal se ha aplicado con más rigor, sea la capital europea de la soledad. Ahora, todos somos neoliberales.
El término neoliberalismo se acuñó en París, en una reunión celebrada en 1938. Su definición ideológica es hija de Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, dos exiliados austríacos que rechazaban la democracia social (representada por el New Deal de Franklin Roosevelt y el desarrollo gradual del Estado del bienestar británico) porque la consideraban una expresión colectivista a la altura del comunismo y del movimiento nazi.
En Camino de servidumbre (1944), Hayek afirma que la planificación estatal aplasta el individualismo y conduce inevitablemente al totalitarismo. Su libro, que tuvo tanto éxito como La burocracia de Mises, llegó a ojos de determinados ricos que vieron en su ideología una oportunidad de librarse de los impuestos y las regulaciones. En 1947, cuando Hayek fundó la primera organización encargada de extender su doctrina (la Mont Perelin Society), obtuvo apoyo económico de muchos millonarios y de sus fundaciones.
Gracias a ellos, Hayek empezó a crear lo que Daniel Stedman Jones describe en Amos del universo como “una especie de Internacional Neoliberal”, una red interatlántica de académicos, empresarios, periodistas y activistas. Además, sus ricos promotores financiaron una serie de comités de expertos cuya labor consistía en perfeccionar y promover el credo; entre ellas, el American Enterprise Institute, la Heritage Foundation, el Cato Institute, el Institute of Economic Affairs, el Centre for Policy Studies y el Adam Smith Institute. También financiaron departamentos y puestos académicos en muchas universidades, sobre todo de Chicago y Virginia.
Cuanto más crecía el neoliberalismo, más estridente era. La idea de Hayek de que los Gobiernos debían regular la competencia para impedir monopolios dio paso entre sus apóstoles estadounidenses −como Milton Friedman− a la idea de que los monopolios venían a ser un premio a la eficacia. Pero aquella evolución tuvo otra consecuencia: que el movimiento perdió el nombre. En 1951, Friedman se definía neoliberal sin tapujo alguno. Poco después, el término empezó a desaparecer. Y por si eso no fuera suficientemente extraño en una ideología cada vez más tajante y en un movimiento cada vez más coherente, no buscaron sustituto para el nombre perdido.
Ideología en la sombra
A pesar de su dadivosa financiación, el neoliberalismo permaneció al principio en la sombra. El consenso de posguerra era prácticamente universal: las recetas económicas de John Maynard Keynes se aplicaban en muchos lugares del planeta; el pleno empleo y la reducción de la pobreza eran objetivos comunes de los Estados Unidos y de casi toda Europa occidental; los impuestos al capital eran altos y los Gobiernos no se avergonzaban de buscar objetivos sociales mediante servicios públicos nuevos y nuevas redes de apoyo.
Pero, en la década de 1970, cuando la crisis económica sacudió las dos orillas del Atlántico y el keynesianismo se empezó a derrumbar, los principios neoliberales se empezaron a abrir paso en la cultura dominante. En palabras de Friedman, “se necesitaba un cambio (…) y ya había una alternativa preparada”. Con ayuda de periodistas y consejeros políticos adeptos a la causa, consiguieron que los Gobiernos de Jimmy Carter y Jim Callaghan aplicaran elementos del neoliberalismo (sobre todo en materia de política monetaria) en los Estados Unidos y Gran Bretaña, respectivamente.
El resto del paquete llegó enseguida, tras los triunfos electorales de Margaret Thatcher y Ronald Reagan: reducciones masivas de los impuestos de los ricos, destrucción del sindicalismo, desregulación, privatización y tercerización y subcontratación de los servicios públicos. La doctrina neoliberal se impuso en casi todo el mundo −y, frecuentemente, sin consenso democrático de ninguna clase− a través del FMI, el Banco Mundial, el Tratado de Maastricht y la Organización Mundial del Comercio. Hasta partidos que habían pertenecido a la izquierda adoptaron sus principios; por ejemplo, el Laborista y el Demócrata. Como afirma Stedman Jones, “cuesta encontrar otra utopía que se haya hecho realidad de un modo tan absoluto”.
Puede parecer extraño que un credo que prometía libertad y capacidad de decisión se promoviera con este lema: “No hay alternativa”. Pero, como dijo Hayek durante una visita al Chile de Pinochet (uno de los primeros países que aplicaron el programa de forma exhaustiva), “me siento más cerca de una dictadura neoliberal que de un gobierno democrático sin liberalismo”.
La libertad de los neoliberales, que suena tan bien cuando se expresa en términos generales, es libertad para el pez grande, no para el pequeño. Liberarse de los sindicatos y la negociación colectiva significa libertad para reducir los salarios. Liberarse de las regulaciones estatales significa libertad para contaminar los ríos, poner en peligro a los trabajadores, imponer tipos de interés inicuos y diseñar exóticos instrumentos financieros. Liberarse de los impuestos significa liberarse de las políticas redistributivas que sacan a la gente de la pobreza.
En La doctrina del shock, Naomi Klein demuestra que los teóricos neoliberales propugnan el uso de las crisis para imponer políticas impopulares, aprovechando el desconcierto de la gente; por ejemplo, tras el golpe de Pinochet, la guerra de Irak y el huracán Katrina, que Friedman describió como “una oportunidad para reformar radicalmente el sistema educativo” de Nueva Orleans. Cuando no pueden imponer sus principios en un país, los imponen a través de tratados de carácter internacional que incluyen “instrumentos de arbitraje entre inversores y Estados”, es decir, tribunales externos donde las corporaciones pueden presionar para que se eliminen las protecciones sociales y medioambientales. Cada vez que un Parlamento vota a favor de congelar el precio de la luz, de impedir que las farmacéuticas estafen al Estado, de proteger acuíferos en peligro por culpa de explotaciones mineras o de restringir la venta de tabaco, las corporaciones lo denuncian y, con frecuencia, ganan. Así, la democracia queda reducida a teatro.
La afirmación de que la competencia universal depende de un proceso de cuantificación y comparación universales es otra de las paradojas del neoliberalismo. Provoca que los trabajadores, las personas que buscan empleo y los propios servicios públicos se vean sometidos a un régimen opresivo de evaluación y seguimiento, pensado para identificar a los triunfadores y castigar a los perdedores. Según Von Mises, su doctrina nos iba a liberar de la pesadilla burocrática de la planificación central; y, en lugar de liberarnos de una pesadilla, creó otra.
Menos sindicalismo y más privatizaciones
Los padres del neoliberalismo no lo concibieron como chanchullo de unos pocos, pero se convirtió rápidamente en eso. El crecimiento económico de la era neoliberal (desde 1980 en GB y EEUU) es notablemente más bajo que el de las décadas anteriores; salvo en lo tocante a los más ricos. Las desigualdades de riqueza e ingresos, que se habían reducido a lo largo de 60 años, se dispararon gracias a la demolición del sindicalismo, las reducciones de impuestos, el aumento de los precios de vivienda y alquiler, las privatizaciones y las desregularizaciones.
La privatización total o parcial de los servicios públicos de energía, agua, trenes, salud, educación, carreteras y prisiones permitió que las grandes empresas establecieran peajes en recursos básicos y cobraran rentas por su uso a los ciudadanos o a los Gobiernos. El término renta también se refiere a los ingresos que no son fruto del trabajo. Cuando alguien paga un precio exagerado por un billete de tren, sólo una parte de dicho precio se destina a compensar a los operadores por el dinero gastado en combustible, salarios y materiales, entre otras partidas; el resto es la constatación de que las corporaciones tienen a los ciudadanos contra la pared.
Los dueños y directivos de los servicios públicos privatizados o semiprivatizados de Gran Bretaña ganan fortunas gigantescas mediante el procedimiento de invertir poco y cobrar mucho. En Rusia y la India, los oligarcas adquieren bienes estatales en liquidaciones por incendios. En México, Carlos Slim obtuvo el control de casi toda la red de telefonía fija y móvil y se convirtió en el hombre más rico del mundo.
Andrew Sayer afirma en Why We Can’t Afford the Rich que la financiarización ha tenido consecuencias parecidas: “Como sucede con la renta, los intereses son (…) un ingreso acumulativo que no exige de esfuerzo alguno”. Cuanto más se empobrecen los pobres y más se enriquecen los ricos, más control tienen los segundos sobre otro bien crucial: el dinero. Los intereses son, sobre todo, una transferencia de dinero de los pobres a los ricos. Los precios de las propiedades y la negativa de los Estados a ofrecer financiación condenan a la gente a cargarse de deudas (piensen en lo que pasó en Gran Bretaña cuando se cambiaron las becas escolares por créditos escolares), y los bancos y sus ejecutivos hacen el agosto.
Sayer sostiene que las cuatro últimas décadas se han caracterizado por una transferencia de riqueza que no es sólo de pobres a ricos, sino también de unos ricos a otros: de los que ganan dinero produciendo bienes o servicios a los que ganan dinero controlando los activos existentes y recogiendo beneficios de renta, intereses o capital. Los ingresos fruto del trabajo se han visto sustituidos por ingresos que no dependen de este.
El hundimiento de los mercados ha puesto al neoliberalismo en una situación difícil. Por si no fuera suficiente con los bancos demasiado grandes para dejarlos caer, las corporaciones se ven ahora en la tesitura de ofrecer servicios públicos. Como observó Tony Judt en Ill Fares the Land, Hayek olvidó que no se puede permitir que los servicios nacionales de carácter esencial se hundan, lo cual implica que la competencia queda anulada. Las empresas se llevan los beneficios y el Estado corre con los gastos.
A mayor fracaso de una ideología, mayor extremismo en su aplicación. Los Gobiernos utilizan las crisis neoliberales como excusa y oportunidad para reducir impuestos, privatizar los servicios públicos que aún no se habían privatizado, abrir agujeros en la red de protección social, desregularizar a las corporaciones y volver a regular a los ciudadanos. El Estado que se odia a sí mismo se dedica a hundir sus dientes en todos los órganos del sector público.
De la crisis económica a la crisis política
Es posible que la consecuencia más peligrosa del neoliberalismo no sea la crisis económica que ha causado, sino la crisis política. A medida que se reduce el poder del Estado, también se reduce nuestra capacidad para cambiar las cosas mediante el voto. Según la teoría neoliberal, la gente ejerce su libertad a través del gasto; pero algunos pueden gastar más que otros y, en la gran democracia de consumidores o accionistas, los votos no se distribuyen de forma equitativa. El resultado es una pérdida de poder de las clases baja y media. Y, como los partidos de la derecha y de la antigua izquierda adoptan políticas neoliberales parecidas, la pérdida de poder se transforma en pérdida de derechos. Cada vez hay más gente que se ve expulsada de la política.
Chris Hedges puntualiza que “los movimientos fascistas no encontraron su base en las personas políticamente activas, sino en las inactivas; en los ‘perdedores’ que tenían la sensación, frecuentemente correcta, de que carecían de voz y espacio en el sistema político”. Cuando la política deja de dirigirse a los ciudadanos, hay gente que la cambia por consignas, símbolos y sentimientos. Por poner un ejemplo, los admiradores de Trump parecen creer que los hechos y los argumentos son irrelevantes.
Judt explicó que, si la tupida malla de interacciones entre el Estado y los ciudadanos queda reducida a poco más que autoridad y obediencia, sólo quedará una fuerza que nos una: el poder del propio Estado. Normalmente, el totalitarismo que temía Hayek surge cuando los gobiernos pierden la autoridad ética derivada de la prestación de servicios públicos y se limitan a “engatusar, amenazar y, finalmente, a coaccionar a la gente para que obedezca”.
El neoliberalismo es un dios que fracasó, como el socialismo real; pero, a diferencia de este, su doctrina se ha convertido en un zombie que sigue adelante, tambaleándose. Y uno de los motivos es su anonimato. O, más exactamente, un racimo de anonimatos.
La doctrina invisible de la mano invisible tiene promotores invisibles. Poco a poco, lentamente, hemos empezado a descubrir los nombres de algunos. Supimos que el Institute of Economic Affairs, que se manifestó rotundamente en los medios contra el aumento de las regulaciones de la industria del tabaco, recibía fondos de British American Tobacco desde 1963. Supimos que Charles y David Koch, dos de los hombres más ricos del mundo, fundaron el instituto del que surgió el Tea Party. Supimos lo que dijo Charles Kock al crear uno de sus laboratorios de ideas: “para evitar críticas indeseables, debemos abstenernos de hacer demasiada publicidad del funcionamiento y sistema directivo de nuestra organización”.
Las palabras que usa el neoliberalismo tienden más a ocultar que a esclarecer. “El mercado” suena a sistema natural que se nos impone de forma igualitaria, como la gravedad o la presión atmosférica, pero está cargado de relaciones de poder. “Lo que el mercado quiere” suele ser lo que las corporaciones y sus dueños quieren. La palabra inversión significa dos cosas muy diferentes, como observa Sayer: una es la financiación de actividades productivas y socialmente útiles; otra, la compra de servicios existentes para exprimirlos y obtener rentas, intereses, dividendos y plusvalías. Usar la misma palabra para dos actividades tan distintas sirve para “camuflar las fuentes de riqueza” y empujarnos a confundir su extracción con su creación.
Franquicias, paraísos fiscales y desgravaciones
Hace un siglo, los ricos que habían heredado sus fortunas despreciaban a los nouveau riche; hasta el punto de que los empresarios buscaban aceptación social mediante el procedimiento de hacerse pasar por rentistas. En la actualidad, la relación se ha invertido: los rentistas y herederos se hacen pasar por emprendedores y afirman que sus riquezas son fruto del trabajo.
El anonimato y las confusiones del neoliberalismo se mezclan con la ausencia de nombre y la deslocalización del capitalismo moderno: Modelos de franquicias que aseguran que los trabajadores no sepan para quién trabajan; empresas registradas en redes de paraísos fiscales tan complejas y secretas que ni la policía puede encontrar a sus propietarios; sistemas de desgravación fiscal que confunden a los propios Gobiernos y productos financieros que no entiende nadie.
El neoliberalismo guarda celosamente su anonimato. Los seguidores de Hayek, Mises y Friedman tienden a rechazar el término con el argumento, no exento de razón, de que en la actualidad sólo se usa de forma peyorativa. Algunos se describen como liberales clásicos o incluso libertarios, pero son descripciones tan engañosas como curiosamente modestas, porque implican que no hay nada innovador en Camino de servidumbre, La burocracia o Capitalismo y libertad, el clásico de Friedman.
A pesar de todo, el proyecto neoliberal tuvo algo admirable; al menos, en su primera época: fue un conjunto de ideas novedosas promovido por una red coherente de pensadores y activistas con una estrategia clara. Fue paciente y persistente. El Camino de servidumbre se convirtió en camino al poder.
El triunfo del neoliberalismo también es un reflejo del fracaso de la izquierda. Cuando las políticas económicas de laissez-faire llevaron a la catástrofe de 1929, Keynes desarrolló una teoría económica completa para sustituirlas. Cuando el keynesianismo encalló en la década de 1970, ya había una alternativa preparada. Pero, en el año 2008, cuando el neoliberalismo fracasó, no había nada. Ese es el motivo de que el zombie siga adelante. La izquierda no ha producido ningún marco económico nuevo de carácter general desde hace ochenta años.
Toda apelación a lord Keynes es un reconocimiento implícito de fracaso. Proponer soluciones keynesianas para crisis del siglo XXI es hacer caso omiso de tres problemas obvios: que movilizar a la gente con ideas viejas es muy difícil; que los defectos que salieron a la luz en la década de 1970 no han desaparecido y, sobre todo, que no tienen nada que decir sobre el peor de nuestros aprietos, la crisis ecológica. El keynesianismo funciona estimulando el consumo y promoviendo el crecimiento económico, pero el consumo y el crecimiento económico son los motores de la destrucción ambiental.
La historia del keynesianismo y el neoliberalismo demuestra que no basta con oponerse a un sistema roto. Hay que proponer una alternativa congruente. Los laboristas, los demócratas y el conjunto de la izquierda se deberían concentrar en el desarrollo de un programa económico Apollo; un intento consciente de diseñar un sistema nuevo, a medida de las exigencias del siglo XXI.
George Monbiot | The Guardian
Cambios en la situación política mundial desde 1991 Intervención del Presidente de la República del Ecuador Rafael Correa Delgado
Vaticano, 15 de abril de 2016
Introducción
A los 25 años de Centesimus Annus, debemos recordar el entorno histórico, político y económico en el que San Juan Pablo II escribió su encíclica, en conmemoración de los 100 años de la Rerum Novarum, las “cosas nuevas” de León XIII, la que a su vez denunciaba los excesos del capitalismo salvaje, así como la lucha de clases y el colectivismo proclamado por el marxismo. San Juan Pablo II escribía cuando el capitalismo liberal aparecía como triunfante, es decir, un sistema basado en la propiedad privada, la libre empresa y el mecanismo de precios como asignador de recursos (CA 42). Él afirmaba en su encíclica que la solución marxista había fracasado, y sostenía que el capitalismo es aceptable si por “capitalismo” se entendía “un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía” (CA 42). Proponía un papel muy limitado para el Estado, otorgándole tan solo un riguroso rol de subsidiariedad, consistente en que una estructura social de orden superior no debe interferir en 2 la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias (CA 48). Incluso critica duramente al Estado de bienestar como Estado asistencial, sosteniendo que provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos (CA 48).
Análisis
A la luz de las cosas nuevas, trataré de hacer una reflexión de lo que ha sucedido en estos 25 años en términos políticos e ideológicos, poniendo especial énfasis en el caso latinoamericano. Ya desde inicios de los ochenta y frente al evidente agotamiento de los modelos desarrollistas prevalecientes desde la post guerra en el llamado tercer mundo, había comenzado a imponerse un nuevo paradigma de desarrollo, cuyos fundamentos fueron resumidos a finales de los años ochenta en el llamado “Consenso de Washington”, debido a que sus principales racionalizadores y promotores fueron los organismos financieros multilaterales con sede en Washington, así como el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos (Williamson, 1990). Como consecuencia de una multimillonaria campaña de marketing ideológico y de presiones directas llevadas a cabo por el FMI y el Banco Mundial, los países latinoamericanos comenzaron profundos y rápidos procesos de reformas 3 estructurales basados en el aperturismo, desregulación de los mercados y disminución del rol del Estado en la economía. Fue incluso un neocolonialismo intelectual, pues América Latina, la región del mundo donde en forma más rápida, profunda y extensa se aplicaron estas reformas, para vergüenza de los latinoamericanos, ni siquiera participó en el mal llamado consenso. Con el colapso del bloque soviético, y a través de una equivocada lógica contrafactual, se legitimó no solamente el capitalismo liberal, sino a su expresión extrema, el neoliberalismo, al considerar el Estado mínimo como el más adecuado para el desarrollo. Con la ayuda de una supuestamente exacta y positiva ciencia económica, se disfrazó una simple ideología como ciencia, y como por arte de magia el egoísmo se convirtió en la máxima virtud, la competencia en modo de vida, y el mercado en omnipresente e infalible conductor de personas y sociedades. Cualquier cosa que hablara de soberanía, planificación o acción colectiva, debía ser desechada. En una verdadera aberración académica, incluso se llegó a proclamar el “fin de la historia”. El mundo tenía el mejor sistema económico posible, el capitalismo liberal, y el mejor sistema político posible, la democracia liberal. Cualquier cambio solo podía constituir una regresión (Musolino, 1998). 4
Inequidad
A partir del auge del capitalismo liberal y del Estado mínimo, el mundo derivó a niveles sin precedentes de desigualdades, al menos en tiempos modernos, lo cual está matando a la sociedad, e incluso a la civilización. Las cifras son realmente escandalosas e inmorales, en gran parte alimentadas por regiones que se llaman cristianas. En su informe “Una economía para el 1%” Oxfam señala que en el año 2015, 62 personas tuvieron más riqueza que 3600 millones, es decir, el 50% más pobre de la humanidad. Al dejar libres las fuerzas estructurales del capitalismo, como sugiere el mantra neoliberal, se empuja inexorablemente a la civilización hacia una espiral sin fin de desigualdad. Por el contrario, la evidencia demuestra que un Estado de bienestar, que garantice adecuados niveles de equidad, logra con mayor probabilidad el fin último de la economía: la felicidad. Dinamarca mantuvo su Estado de bienestar, tiene los impuestos más altos de la Unión Europea, y acaba de quedar nuevamente en el primer lugar en el ranking de felicidad de las Naciones Unidas. Jeffrey Sachs, uno de los autores del estudio, explica que ese logro se debe a una sociedad en extremo equitativa. En el fundamentalismo neoliberal, la famosa “mano invisible” de la que hablaba Adam Smith, además de la supuesta eficiencia en el uso y asignación de recursos, sería la 5 encargada de lograr la mejor distribución y la mayor justicia social. Esto es más cercano a la religión que a la ciencia. La historia demuestra que para lograr la justicia, e incluso la misma eficiencia, se necesita manos bastante visibles, se requiere de acción colectiva, de una adecuada pero importante intervención del Estado, con la sociedad tomando conscientemente sus decisiones por medio de procesos políticos.
La ideología neoliberal
En su parte ideológica, el paradigma neoliberal se fundamenta en que el individuo busca su propio interés y satisfacción personal, y que tal comportamiento, en un sistema institucionalizado llamado “mercado libre”, da como resultado el mayor bienestar social. Este postulado tiene graves deficiencias técnicas, éticas y de objetivos. Solo en un mundo idealizado de información perfecta, ausencia de poder y bienes privados, esto es, con rivalidad en el consumo y capacidad de exclusión, el mercado logra la maximización del bienestar social, es decir, la famosa “mano invisible” de Adam Smith. Obviando estos supuestos extremos e indispensables, los economistas hemos quedado tan solo con el asumido —y tal vez deseado— resultado final. El mercado como asignador de recursos se limita a la producción, intercambio y consumo de mercancías, es decir, los bienes susceptibles de tener un precio monetario. Pero incluso en este estrecho ámbito, un caso particular de los 6 bienes existentes, sencillamente se obvia que los precios monetarios no solo expresan la supuesta intensidad de preferencias por un bien, sino también la capacidad de pago de los agentes económicos. Al destinarse los recursos a sus usos más valiosos guiados por estos precios monetarios, se producen las aberraciones que se observan en nuestros países, donde los escasos recursos frecuentemente se utilizan para generar bienes suntuarios mientras que existen necesidades apremiantes insatisfechas. En pocas palabras, incluso dentro de la lógica dominante, el mercado con mala distribución del ingreso es simplemente un desastre.
Nueva división internacional del trabajo
La búsqueda de la producción más eficiente de mercancías ha destruido bienes sociales sin un precio explícito, pero incuestionablemente mucho más valiosos e indispensables para el desarrollo, como los bienes ambientales. Esto es uno de los factores fundamentales que ha provocado una crisis ecológica sin precedentes, como lo denuncia el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si´ (LS 24). En cuanto a la relación entre países, también ha creado una nueva e injusta división internacional del trabajo. Los países ricos generan conocimiento que privatizan, y muchos países pobres o de renta media generan bienes ambientales de libre acceso. En su reciente encíclica, el Papa recuerda que los 7 países en vías de desarrollo están las más importantes reservas de la biósfera y que con ellas se sigue alimentando el desarrollo de los países más ricos. Compensando esos bienes de alto valor pero sin precio, se podría lograr una redistribución del ingreso mundial sin precedentes. Pero no se trata tan solo de un problema de justicia, sino también de eficiencia. La ciencia y tecnología no tienen rivalidad en el consumo. En consecuencia, mientras más personas lo utilicen, mejor. Esa es la idea central de lo que en Ecuador hemos llamado la economía social del conocimiento. Sin duda, la libre empresa es muy importante para la innovación, pero se requiere una nueva forma de gestionar las propuestas e inventos que genera. La privatización del conocimiento es ineficiente socialmente hablando, y una vez creado, el conocimiento debería estar disponible para el mayor número de personas. Esto no significa que tiene que confiscarse a los inventores, porque existen otras formas de compensar el conocimiento sin necesidad de privatizarlo. Desde Rerum Novarum, la doctrina social de la Iglesia ha reconocido la licitud de la propiedad privada, pero también sus límites, y el destino universal de los bienes (CA 30). Si debe existir un bien con destino universal, éste es precisamente el conocimiento. 8 Por el contrario, cuando un bien se vuelve escaso o se destruye a medida que se consume -como la mayoría de bienes ambientales- es cuando debe restringirse su consumo, para evitar lo que Garrett Hardin en su célebre artículo de 1968 llamó “la tragedia de los comunes”. La emergencia ecológica planetaria exige un tratado mundial que declare al menos a las tecnologías que mitiguen el cambio climático y sus respectivos efectos como bienes públicos globales, garantizando su libre acceso. Por el contrario, esa misma emergencia planetaria también demanda acuerdos vinculantes para evitar el consumo gratuito de bienes ambientales. Incluso es necesario ir más allá y realizar la Declaración Universal de los Derechos de la Naturaleza, como ya lo ha hecho Ecuador en su nueva Constitución, y crear la Corte Internacional de Justicia Ambiental, la cual debería sancionar los atentados contra los derechos de la naturaleza y establecer las obligaciones en cuanto a deuda ecológica y consumo de bienes ambientales. Nada justifica que tengamos tribunales para proteger inversiones, para obligar a pagar deudas financieras, pero no tengamos tribunales para proteger a la naturaleza y obligar a pagar las deudas ambientales. Se trata tan solo de la perversa lógica de privatizar los beneficios y socializar las pérdidas. 9
El trabajo humano
Pero no solo es importante lo que se excluye en el análisis de mercado, es decir, todos los valores de uso sin precios monetarios explícitos, sino también lo que se incluye como una mercancía más: el trabajo humano. El trabajo no es solo el esfuerzo para la generación de riqueza, sino una forma vital de llenar nuestra existencia, y el salario no es solo un precio: es pan, sustento, dignidad y uno de los fundamentales instrumentos de distribución, justicia y equidad. El trabajo humano no es un herramienta más de acumulación del capital. Tiene un valor ético, porque no es objeto, es sujeto, no es un medio de producción, es el fin mismo de la producción (LE 8). No es posible con estas consideraciones hablar de “mercado de trabajo”, sino más bien de sistema laboral. La larga y triste noche neoliberal incluso dio al capital más derechos que a los seres humanos. Si se quiere denunciar en América Latina ante organismos internacionales un caso de atropello a los derechos humanos, primero se tienen que agotar las instancias judiciales del respectivo país. Sin embargo, cualquier transnacional, sin ningún requisito previo, puede llevar a un Estado soberano a un centro de arbitraje para supuestamente defender sus derechos, gracias a los 10 tratados de protección recíproca de inversiones impuestos en la región. La supremacía del trabajo humano sobre el capital es el signo fundamental del Socialismo del Siglo XXI. Es lo que nos define, más aún cuando se enfrenta un mundo completamente dominado por el capital. No puede existir verdadera justicia social sin esta supremacía del trabajo humano, expresada en salarios dignos, estabilidad laboral, adecuado ambiente de trabajo, seguridad social, justa repartición del producto y la riqueza sociales. A diferencia del socialismo tradicional, que proponía abolir la propiedad privada para evitar la explotación del capital al trabajo, en el caso de Ecuador, utilizamos instrumentos modernos, y algunos inéditos, para mitigar las tensiones entre capital y trabajo, como es el caso del salario de la dignidad. Se puede pagar el salario mínimo para evitar un mal mayor, el desempleo, pero ninguna empresa puede declarar utilidades si no paga el salario digno a todos sus trabajadores sin excepción. El salario digno es aquel que permite a una familia salir de la pobreza con su ingreso familiar.
Globalización
Una de las causas de la precarización laboral es la supuesta necesidad de competitividad en un mundo globalizado, que incluye -aunque no se limita- al libre comercio. 11 Sin embargo, la creencia de que el libre comercio beneficia siempre y a todos no resiste el menor análisis teórico, empírico o histórico, pero aunque así fuera, el principal bien que exigen nuestras sociedades es el bien moral, y la explotación laboral, en aras de supuestas competitividades, es sencillamente inmoral. En el mundo globalizado se impulsa cada vez más la liberación financiera y de mercancías, supuestamente con base en la Teoría de Mercado, es decir, la libre movilidad de factores y bienes para lograr la eficiencia, pero inconsecuentemente impide la movilidad del conocimiento y criminaliza a la más importante movilidad: la humana. La verdad es que se trata de una inconsistente globalización neoliberal que no busca crear sociedades planetarias, sino tan solo mercados planetarios; que no busca crear ciudadanos del mundo, sino tan solo consumidores mundiales; y que sin mecanismos de gobernanza adecuados, trae serias complicaciones a los países más pobres y a los pobres de los diferentes países. Recordando a León XIII y su encíclica Rerum Novarum, pienso en la analogía de la globalización neoliberal con el capitalismo salvaje del siglo XVIII y la Revolución Industrial, cuando los obreros morían frente a las máquinas porque trabajaban siete días a la semana, doce, catorce y hasta dieciséis horas diarias. ¿Cómo se pudo frenar tanta explotación? Con la consolidación de Estados nacionales y a través de una acción 12 colectiva que permitió poner límite a estos abusos y distribuir de mejor manera los frutos del progreso técnico. Esa acción colectiva mundial no existe en la globalización neoliberal y se están produciendo excesos similares con la precarización de la fuerza laboral de los países menos competitivos. En realidad, es una globalización bajo el imperio del capital - particularmente el financiero-, que tiene como una de sus expresiones más nocivas y antiéticas los llamados paraísos fiscales, donde el capital no tiene rostro ni responsabilidad.
Libertad y justicia en el neoliberalismo
Con un mercado libre supuestamente se lograrían los grandes anhelos de la humanidad: libertad y justicia. Pero la cultura y sistema de valores neoliberales no pueden sostenerse desde una perspectiva ética. El neoliberalismo asume la libertad como la no intervención, cuando libertad es la no dominación, para lo cual se necesita precisamente acción colectiva. No puede haber libertad sin elemental justicia. No solo aquello, en regiones tan desiguales como América Latina, solo buscando la justicia lograremos la verdadera libertad. El paradigma neoliberal supone como justo cualquier intercambio voluntario, informado y que deje en mejores condiciones que las iniciales a los agentes involucrados, —el 13 famoso better off anglosajón— y, en consecuencia, nadie debe interferir en dicho intercambio. Para graficar lo insostenible de este argumento presentemos un sencillo ejemplo. Supongamos que una bella joven se pierde en el desierto y está a punto de desfallecer de sed. De pronto se encuentra con un caballero que le propone proveerle de agua, siempre y cuando se acueste con él. Para la joven, dejarse abusar es menos malo que morir, para el caballero, acostarse con ella es mucho más valioso que el agua. De acuerdo con el fundamentalismo neoliberal, los dos “agentes racionales” realizan la “transacción” y ambos quedan better off, y como fue un intercambio voluntario con adecuada información, no cabrían juicios de valor ni necesidad de acción colectiva alguna. Sin embargo, para cualquier persona con algo de ética, esta situación sería sencillamente intolerable, y quien abusó de su posición de fuerza debería ser sancionado por la sociedad, lo cual es precisamente lo que ocurre en cualquier colectividad civilizada. Dada la asimetría de poder, lo que está proponiendo el supuesto caballero de nuestra historia, se llama sencillamente explotación. Como manifiesta John Kenneth Galbraith, “dado que el poder interviene en forma tan total en una gran parte de la economía, ya no pueden los economistas distinguir entre la ciencia económica y la política, excepto por razones de conveniencia o de una evasión intelectual más deliberada” (Galbraith, 1972). 14 Finalmente, el evangelio del neoliberalismo sencillamente nos dice “buscad el fin de lucro y el resto se os dará por añadidura”. Es decir, con la supuesta mano invisible, el mayor bienestar social para todos es una consecuencia ajena a la intención del individuo, el cual busca su propio beneficio. Sus acciones son morales porque son útiles, contrariando a la moral cristiana de la recta intención. De esta forma, con el paradigma neoliberal pasamos de un mercado basado en valores, a valores basados en el mercado. La economía ortodoxa define el bienestar como “la satisfacción de necesidades asumidas como ilimitadas en un mundo de recursos limitados”. Esta barbaridad antropológica llevaría a concluir que no es posible encontrar una persona o una sociedad que pueda decir “somos felices y no necesitamos nada más”. El supuesto positivismo del pensamiento económico neoliberal impide cuestionar el origen o legitimidad de las necesidades. Es decir, bajo la premisa de la “supremacía del consumidor”, todo lo que éste busca es lo que necesita, sin cuestionar cómo se generaron dichas necesidades, o si se trata de carencias reales o simples deseos, y pone el énfasis en la maximización del consumo y, como corolario, en el crecimiento ilimitado como forma de supuestamente aumentar cada vez más el bienestar. Sin embargo, cada vez mayores y mejores investigaciones 15 dicen que el crecimiento ilimitado es indeseable. Al intentar medir directamente aquello llamado “felicidad”, los resultados destrozan estos postulados. Los aumentos del PIB por habitante, a partir de cierto umbral, no se relacionan con las percepciones de la felicidad de un pueblo, lo cual se conoce como la “paradoja de Easterlin”, planteada hace más de treinta años (Easterlin, 1974). Pero, además, el crecimiento económico ilimitado es imposible. El análisis económico tradicional omite los límites de la naturaleza y supone la existencia de recursos naturales infinitos y capacidad ilimitada de asimilación del planeta. El problema, entonces, no es la necesidad de realizar juicios de valor y de acción colectiva, sino el absurdo de pretender positivismo científico en una simple ideología.
Democracia
Así como un individualismo sin valores fácilmente se convierte en codicia, un Estado sin controles, puede caer en los peligros denunciados por San Juan Pablo II en su encíclica Centesimus Annus (CA 48), pero la respuesta para ello no es menos Estado, sino más democracia. La caída del bloque soviético también produjo rápidos procesos de democratización, especialmente en los países de Europa del Este. Actualmente en el mundo, prácticamente todos los países ejercen alguna forma de democracia, con excepción de ciertos regímenes teocráticos o absolutistas. 16 Lamentablemente, más que democracia, se buscó imponer el modelo democrático hegemónico occidental, modelo tecnocrático, altamente institucionalizado y distanciado del pueblo, y totalmente alejado de la realidad latinoamericana. Los países en desarrollo tan solo pueden ser considerados en “vía de democratización”, cuyo objetivo debe ser la imitación de aquellas democracias europeas (Correa, 2016). Por ello, a las democracias de Asia, África y América, frecuentemente se las definen con adjetivos peyorativos. Sin embargo, si la esencia de la democracia es que el pueblo formado e informado sea el soberano, bastaría incorporar como criterio democrático de base el de “apoyo popular al gobierno”, para evidenciar que un país como Bolivia es mucho más democrático que cualquier país de Europa Occidental. Para una democracia real, la igualdad de oportunidades y la noción de meritocracia también son esenciales. De hecho, es la diferencia entre democracia y aristocracia. Las grandes desigualdades que observamos, también han creado democracias restringidas o abiertamente ficticias, donde pareciera ser que la soberanía radica no en el pueblo, sino en el capital. Si caben adjetivos, las democracias occidentales debieron llamarse “mercantiles-mediatizadas”. 17 Democracias mercantiles, porque el dominio de la entelequia del mercado fue tal, que incluso la calidad de la democracia frecuentemente se medía por la cantidad de mercado. Todo lo que se alejara de la lógica del mercado era llamado “populismo”, el cual a su vez se asociaba con “demagogia” (Correa, 2016b). Democracias mediatizadas, porque los medios de comunicación son un componente más importante en el proceso político que los partidos y sistemas electorales (Hobsbawm, 1994). Han sustituido al Estado de Derecho con el Estado de Opinión. No importa lo que se haya propuesto en la campaña electoral, y lo que el pueblo, el mandante en toda democracia, haya ordenado en las urnas. Lo importante es lo que aprueben o desaprueben en sus titulares los medios de comunicación. Y aunque este es un problema planetario, en Latinoamérica - dado los monopolios de medios, su propiedad familiar, sus serias deficiencias éticas y profesionales, y su descarado involucramiento en política-, el problema es mucho más serio. Un debate fundamental es preguntarnos si una sociedad puede ser verdaderamente libre cuando la comunicación social, y particularmente la información, viene de negocios privados, con finalidad de lucro, muchos de ellos sin la más 18 elemental ética, y propiedad de grandes corporaciones o de media docena de familias. Finalmente, una democracia exige también el respeto a los derechos humanos. Sin embargo, como una estrategia de los poderes fácticos para inmovilizar el poder político legítimo y verdaderamente democrático, es pretender que solo el Estado atenta contra los derechos humanos, y que la única fuente de corrupción es el poder político. En realidad, cualquier poder puede atentar a los derechos humanos. Por supuesto el poder político, pero también el poder económico, por ejemplo, las transnacionales farmacéuticas que por su rentabilidad condenan a la muerte a los pobres que no pueden comprar la medicina para salvar sus vidas; los medios de comunicación, que atentan contra los Derechos Humanos de la reputación, intimidad, prestigio de las personas; los poderes extranjeros, que pueden condenar, invadir, bloquear a otros países. La satanización del poder político en América Latina, es una de las estrategias de inmovilización de los procesos de cambio. Los pobres socio económicos no dejarán de ser pobres con caridad, sino con justicia, y eso implica el cambio en las relaciones de poder dentro de la sociedad, y para ello se requiere captar el poder político, para así transformar las relaciones de poder en función de las grandes mayorías, y cambiar nuestros Estados aparentes, representando tan solo los intereses de unos cuantos, en Estados verdaderamente 19 populares, representando los intereses de las grandes mayorías. La democracia del consenso es una posición profundamente conservadora que niega el conflicto, y la política sin políticos y, peor aún, con una serie de ONGs y poderes fácticos sin responsabilidad política, es lo más peligroso para la democracia. Es el equivalente del "fin de la historia" con el que nos quisieron convencer en la época neoliberal.
Sugerencias para la enseñanza social católica
El desarrollo es básicamente un problema político. La pregunta clave es quién manda en una sociedad: ¿las élites o las grandes mayorías?, ¿el capital o los seres humanos?, ¿el mercado o la sociedad? Hoy vemos un mundo bajo el imperio del capital. El gran desafío del siglo XXI es lograr la supremacía de los seres humanos sobre el capital. El orden mundial no solo es injusto, es inmoral. Todo está en función del más poderoso y los dobles estándares cunden por doquier: los bienes ambientales producidos por países pobres, deben ser gratuitos; los bienes públicos producidos por los países hegemónicos, como el conocimiento, la ciencia y la tecnología, deben privatizarse y ser pagados. Cada vez se busca mayor movilidad para bienes y capitales, pero se impide la difusión del conocimiento y se criminaliza la movilidad humana. 20 Como dice el Papa Francisco, la política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y paradigmas de la tecnocracia (LS 189). La economía no es una ciencia exacta, y la supuesta teoría económica es muchas veces un asunto de moda y tan solo la opinión dominante, e incluso ideología disfrazada de ciencia, como en el caso del Consenso de Washington y el neoliberalismo. San Juan Pablo II reconoce la positividad del mercado y de la empresa (CA 43). Los mercados son una realidad económica, pero debemos tener sociedades con mercado, y no sociedades de mercado, en donde vidas, personas y la propia sociedad se convierten en una mercancía más. El mercado es un gran siervo, pero es un pésimo amo. El Estado es la representación institucionalizada de la sociedad, por medio del cual realiza la acción colectiva, y la política, la forma racional de tomar las decisiones para esta acción. Por ello, el legítimo poder político es indispensable, y no hay nada más pernicioso para la democracia que actores políticos sin responsabilidad política ni legitimidad democrática. El Estado mínimo como sinónimo de modernización y progreso no resiste ningún análisis. El mercado libre es absolutamente insuficiente, frecuentemente ineficiente, y propone una escala de valores que pueden atentar contra el 21 desarrollo, todo lo cual verifica la necesidad de la acción colectiva. El rol del Estado es fundamental para el desarrollo y no puede ser considerado subsidiario. No existe fin de la historia. Los dos extremos, el estatismo marxista y el Estado mínimo neoliberal han fracasado. Demasiado estatismo mata al individuo, pero, de igual manera, demasiado individualismo mata a la sociedad, y ambos son necesarios para el buen vivir. ¿Hasta dónde ir? Este es el problema institucional que ha definido las ideologías de base en los últimos doscientos años, y cada país deberá definir sus instituciones -hasta dónde llevar la acción colectiva, hasta dónde llevar el individualismo-, de acuerdo a su realidad. Cualquier intento de sintetizar en principios y leyes simplistas -llámense éstas el materialismo dialéctico o el egoísmo racional- procesos tan complejos como el avance de las sociedades humanas, está condenado al fracaso. La ciencia, la tecnología, y la innovación, frutos del talento humano, han sido a través de la historia el factor fundamental para el desarrollo, independientemente del sistema institucional utilizado. Los adelantos científicos y tecnológicos pueden generar mucho más bienestar y ser mayores motores de cambios sociales que cualquier lucha de clases o la búsqueda del lucro individual. El desarrollo de la agricultura convirtió a la humanidad de nómada en sedentaria, la revolución industrial la transformó 22 de rural en urbana, y, mucho más recientemente, el espectacular avance de las tecnologías de la información transformó a las sociedades industriales en sociedades del conocimiento. Los sistemas políticos, económicos y sociales que prevalecerán en el futuro, serán aquellos que permitan el mayor avance científico y tecnológico, pero también, su mejor aplicación, no para unos cuantos, sino para el bien común. El principio aparentemente pragmático de la privatización del conocimiento, además de su ineficiencia social, no es otra cosa que el sometimiento de los seres humanos al capital. La Iglesia no tiene modelos que ofrecer, pero sí valores que defender, y es claro que se pueden excluir ideologías y modelos que atenten contra fundamentales valores como la moral de la recta intención, la justicia y la verdadera libertad. La caída del muro de Berlín y el colapso del bloque soviético sin duda fue la expresión del fracaso del socialismo como estatismo, pero se la entendió como la reivindicación del capitalismo como neoliberalismo. Con el comunismo se quiso lograr la equidad, pero uno de los graves errores cometidos fue olvidar la equidad por rechazar el comunismo. La superación de la inequidad y con ello de la pobreza es el mayor imperativo moral que tiene la humanidad, ya que por primera vez en la historia y particularmente en nuestra América, la pobreza no es fruto de escasez de recursos o 23 factores naturales, sino consecuencia de sistemas injustos y excluyentes. La fundamental cuestión moral es, entonces, la cuestión social. Este fue uno de los principales postulados de la llamada “Teología de la Liberación”, elaboración básicamente latinoamericana, que proponía a la Iglesia también como sujeto histórico, llamada a implantar aquí en la tierra el Reino de Dios, entendido como un reino de justicia. Sin negar las desviaciones doctrinarias que tuvieron ciertas ramas de la Teología de la Liberación, rescataba la horizontalidad de la Iglesia, tan necesaria en el mundo de hoy; la opción preferencial por los pobres, indispensable deber del cristiano, sobre todo en América Latina; y buscaba superar el asistencialismo por justicia, para enmendar las estructuras injustas que producen la pobreza socio económica, lo cual conducía a la acción política, sin partidos ni ideologías, pero con principios, valores e ideales. Finalmente, tal vez el principal problema de un sistema basado en el egoísmo racional, sin acción colectiva ni juicios de valor, es que lleva al consumismo. Como dice el papa Francisco en su encíclica Laudato Si´, El mundo del consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus formas (LS 230). Debemos ensayar una nueva noción de desarrollo, como el Sumak Kawsay o Buen Vivir de nuestros pueblos andinos, que 24 no significa tener más cada día, sino vivir con dignidad, en armonía con uno mismo, con los demás seres humanos, con las diferentes culturas, y en armonía con la naturaleza.
Bibliografía
Correa, Anne Dominique. La Democracia con adjetivos. Documento de trabajo. Sciences Po, Poitiers, Francia. 2016. Correa, Anne Dominique. El Populismo, crítica del artículo “De la Révolution Bolivarienne au Socialisme du XXIème Ssiècle, héritage prétorien et populisme au Venezuela”, de Frédérique Langue. Documento de trabajo. Sciences Po, Poitiers, Francia. 2016b. Correa, Rafael. Ecuador: De Banana Republic a la No República. Bogotá: Debate. 2009. Easterlin, Richard. “Does economic growth improve the human lot?” en Paul A. David and Melvin W. Reder (eds.), Nations and Households in Economic Growth: Essays in Honor of Moses Abramovitz. New York: Academic Press. 1974. Francisco. Carta Encíclica Laudato Si´. 24 mayo 2015. Galbraith, John. “El poder y el economista útil”, Alocución presidencial ante la octogésima quinta reunión de la Asociación Económica Norteamericana. México: Fondo de Cultura Económica. 1972. Hardin, Garrett. “The Tragedy of the Commons”. Science, Vol. 162, No. 3859: 1243-1248. 1968. 25 Hardoon, D., Ayele, S., Fuentes-Nieva, R. “Una Economía al Servicio del 1%: Acabar con los privilegios y la concentración de poder para frenar la desigualdad extrema”. Oxfam International. 2016. Hobsbawm, Eric. The Age of Extremes: A History of the World, 1914-1991. Londres: Time Warner Books. 1994. Iribarren, J., Gutiérrez, J. Benavent, E. Once Grandes Mensajes. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos. 1993. Juan PabLo II. Carta Encíclica Centesimus Annus. 1 mayo 1991. Juan PabLo II. Carta Encíclica Laborem Exercens. 14 septiembre 1981. León XIII. Carta Encíclica Rerum Novarum. 15 mayo 1891. Musolino, Michel y Freire, Luz. La Impostura de los Economistas: Disparates y Ficciones de Una Ciencia En El Poder. Buenos Aires: Ediciones de la Flor. 1998. Sachs, J., Becchetti, L., & Annett, A. World Happiness Report 2016, Special Rome Edition (Vol. II). New York: Sustainable Development Solutions Network. 2016. Williamson, John. “What does Washington mean by Policy Reform?” en Latin American Adjustment: How Much has Happened? J. Williamson (editor). Washington D.C.: Institute for International Economics. 1990.
Introducción
A los 25 años de Centesimus Annus, debemos recordar el entorno histórico, político y económico en el que San Juan Pablo II escribió su encíclica, en conmemoración de los 100 años de la Rerum Novarum, las “cosas nuevas” de León XIII, la que a su vez denunciaba los excesos del capitalismo salvaje, así como la lucha de clases y el colectivismo proclamado por el marxismo. San Juan Pablo II escribía cuando el capitalismo liberal aparecía como triunfante, es decir, un sistema basado en la propiedad privada, la libre empresa y el mecanismo de precios como asignador de recursos (CA 42). Él afirmaba en su encíclica que la solución marxista había fracasado, y sostenía que el capitalismo es aceptable si por “capitalismo” se entendía “un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía” (CA 42). Proponía un papel muy limitado para el Estado, otorgándole tan solo un riguroso rol de subsidiariedad, consistente en que una estructura social de orden superior no debe interferir en 2 la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias (CA 48). Incluso critica duramente al Estado de bienestar como Estado asistencial, sosteniendo que provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos (CA 48).
Análisis
A la luz de las cosas nuevas, trataré de hacer una reflexión de lo que ha sucedido en estos 25 años en términos políticos e ideológicos, poniendo especial énfasis en el caso latinoamericano. Ya desde inicios de los ochenta y frente al evidente agotamiento de los modelos desarrollistas prevalecientes desde la post guerra en el llamado tercer mundo, había comenzado a imponerse un nuevo paradigma de desarrollo, cuyos fundamentos fueron resumidos a finales de los años ochenta en el llamado “Consenso de Washington”, debido a que sus principales racionalizadores y promotores fueron los organismos financieros multilaterales con sede en Washington, así como el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos (Williamson, 1990). Como consecuencia de una multimillonaria campaña de marketing ideológico y de presiones directas llevadas a cabo por el FMI y el Banco Mundial, los países latinoamericanos comenzaron profundos y rápidos procesos de reformas 3 estructurales basados en el aperturismo, desregulación de los mercados y disminución del rol del Estado en la economía. Fue incluso un neocolonialismo intelectual, pues América Latina, la región del mundo donde en forma más rápida, profunda y extensa se aplicaron estas reformas, para vergüenza de los latinoamericanos, ni siquiera participó en el mal llamado consenso. Con el colapso del bloque soviético, y a través de una equivocada lógica contrafactual, se legitimó no solamente el capitalismo liberal, sino a su expresión extrema, el neoliberalismo, al considerar el Estado mínimo como el más adecuado para el desarrollo. Con la ayuda de una supuestamente exacta y positiva ciencia económica, se disfrazó una simple ideología como ciencia, y como por arte de magia el egoísmo se convirtió en la máxima virtud, la competencia en modo de vida, y el mercado en omnipresente e infalible conductor de personas y sociedades. Cualquier cosa que hablara de soberanía, planificación o acción colectiva, debía ser desechada. En una verdadera aberración académica, incluso se llegó a proclamar el “fin de la historia”. El mundo tenía el mejor sistema económico posible, el capitalismo liberal, y el mejor sistema político posible, la democracia liberal. Cualquier cambio solo podía constituir una regresión (Musolino, 1998). 4
Inequidad
A partir del auge del capitalismo liberal y del Estado mínimo, el mundo derivó a niveles sin precedentes de desigualdades, al menos en tiempos modernos, lo cual está matando a la sociedad, e incluso a la civilización. Las cifras son realmente escandalosas e inmorales, en gran parte alimentadas por regiones que se llaman cristianas. En su informe “Una economía para el 1%” Oxfam señala que en el año 2015, 62 personas tuvieron más riqueza que 3600 millones, es decir, el 50% más pobre de la humanidad. Al dejar libres las fuerzas estructurales del capitalismo, como sugiere el mantra neoliberal, se empuja inexorablemente a la civilización hacia una espiral sin fin de desigualdad. Por el contrario, la evidencia demuestra que un Estado de bienestar, que garantice adecuados niveles de equidad, logra con mayor probabilidad el fin último de la economía: la felicidad. Dinamarca mantuvo su Estado de bienestar, tiene los impuestos más altos de la Unión Europea, y acaba de quedar nuevamente en el primer lugar en el ranking de felicidad de las Naciones Unidas. Jeffrey Sachs, uno de los autores del estudio, explica que ese logro se debe a una sociedad en extremo equitativa. En el fundamentalismo neoliberal, la famosa “mano invisible” de la que hablaba Adam Smith, además de la supuesta eficiencia en el uso y asignación de recursos, sería la 5 encargada de lograr la mejor distribución y la mayor justicia social. Esto es más cercano a la religión que a la ciencia. La historia demuestra que para lograr la justicia, e incluso la misma eficiencia, se necesita manos bastante visibles, se requiere de acción colectiva, de una adecuada pero importante intervención del Estado, con la sociedad tomando conscientemente sus decisiones por medio de procesos políticos.
La ideología neoliberal
En su parte ideológica, el paradigma neoliberal se fundamenta en que el individuo busca su propio interés y satisfacción personal, y que tal comportamiento, en un sistema institucionalizado llamado “mercado libre”, da como resultado el mayor bienestar social. Este postulado tiene graves deficiencias técnicas, éticas y de objetivos. Solo en un mundo idealizado de información perfecta, ausencia de poder y bienes privados, esto es, con rivalidad en el consumo y capacidad de exclusión, el mercado logra la maximización del bienestar social, es decir, la famosa “mano invisible” de Adam Smith. Obviando estos supuestos extremos e indispensables, los economistas hemos quedado tan solo con el asumido —y tal vez deseado— resultado final. El mercado como asignador de recursos se limita a la producción, intercambio y consumo de mercancías, es decir, los bienes susceptibles de tener un precio monetario. Pero incluso en este estrecho ámbito, un caso particular de los 6 bienes existentes, sencillamente se obvia que los precios monetarios no solo expresan la supuesta intensidad de preferencias por un bien, sino también la capacidad de pago de los agentes económicos. Al destinarse los recursos a sus usos más valiosos guiados por estos precios monetarios, se producen las aberraciones que se observan en nuestros países, donde los escasos recursos frecuentemente se utilizan para generar bienes suntuarios mientras que existen necesidades apremiantes insatisfechas. En pocas palabras, incluso dentro de la lógica dominante, el mercado con mala distribución del ingreso es simplemente un desastre.
Nueva división internacional del trabajo
La búsqueda de la producción más eficiente de mercancías ha destruido bienes sociales sin un precio explícito, pero incuestionablemente mucho más valiosos e indispensables para el desarrollo, como los bienes ambientales. Esto es uno de los factores fundamentales que ha provocado una crisis ecológica sin precedentes, como lo denuncia el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si´ (LS 24). En cuanto a la relación entre países, también ha creado una nueva e injusta división internacional del trabajo. Los países ricos generan conocimiento que privatizan, y muchos países pobres o de renta media generan bienes ambientales de libre acceso. En su reciente encíclica, el Papa recuerda que los 7 países en vías de desarrollo están las más importantes reservas de la biósfera y que con ellas se sigue alimentando el desarrollo de los países más ricos. Compensando esos bienes de alto valor pero sin precio, se podría lograr una redistribución del ingreso mundial sin precedentes. Pero no se trata tan solo de un problema de justicia, sino también de eficiencia. La ciencia y tecnología no tienen rivalidad en el consumo. En consecuencia, mientras más personas lo utilicen, mejor. Esa es la idea central de lo que en Ecuador hemos llamado la economía social del conocimiento. Sin duda, la libre empresa es muy importante para la innovación, pero se requiere una nueva forma de gestionar las propuestas e inventos que genera. La privatización del conocimiento es ineficiente socialmente hablando, y una vez creado, el conocimiento debería estar disponible para el mayor número de personas. Esto no significa que tiene que confiscarse a los inventores, porque existen otras formas de compensar el conocimiento sin necesidad de privatizarlo. Desde Rerum Novarum, la doctrina social de la Iglesia ha reconocido la licitud de la propiedad privada, pero también sus límites, y el destino universal de los bienes (CA 30). Si debe existir un bien con destino universal, éste es precisamente el conocimiento. 8 Por el contrario, cuando un bien se vuelve escaso o se destruye a medida que se consume -como la mayoría de bienes ambientales- es cuando debe restringirse su consumo, para evitar lo que Garrett Hardin en su célebre artículo de 1968 llamó “la tragedia de los comunes”. La emergencia ecológica planetaria exige un tratado mundial que declare al menos a las tecnologías que mitiguen el cambio climático y sus respectivos efectos como bienes públicos globales, garantizando su libre acceso. Por el contrario, esa misma emergencia planetaria también demanda acuerdos vinculantes para evitar el consumo gratuito de bienes ambientales. Incluso es necesario ir más allá y realizar la Declaración Universal de los Derechos de la Naturaleza, como ya lo ha hecho Ecuador en su nueva Constitución, y crear la Corte Internacional de Justicia Ambiental, la cual debería sancionar los atentados contra los derechos de la naturaleza y establecer las obligaciones en cuanto a deuda ecológica y consumo de bienes ambientales. Nada justifica que tengamos tribunales para proteger inversiones, para obligar a pagar deudas financieras, pero no tengamos tribunales para proteger a la naturaleza y obligar a pagar las deudas ambientales. Se trata tan solo de la perversa lógica de privatizar los beneficios y socializar las pérdidas. 9
El trabajo humano
Pero no solo es importante lo que se excluye en el análisis de mercado, es decir, todos los valores de uso sin precios monetarios explícitos, sino también lo que se incluye como una mercancía más: el trabajo humano. El trabajo no es solo el esfuerzo para la generación de riqueza, sino una forma vital de llenar nuestra existencia, y el salario no es solo un precio: es pan, sustento, dignidad y uno de los fundamentales instrumentos de distribución, justicia y equidad. El trabajo humano no es un herramienta más de acumulación del capital. Tiene un valor ético, porque no es objeto, es sujeto, no es un medio de producción, es el fin mismo de la producción (LE 8). No es posible con estas consideraciones hablar de “mercado de trabajo”, sino más bien de sistema laboral. La larga y triste noche neoliberal incluso dio al capital más derechos que a los seres humanos. Si se quiere denunciar en América Latina ante organismos internacionales un caso de atropello a los derechos humanos, primero se tienen que agotar las instancias judiciales del respectivo país. Sin embargo, cualquier transnacional, sin ningún requisito previo, puede llevar a un Estado soberano a un centro de arbitraje para supuestamente defender sus derechos, gracias a los 10 tratados de protección recíproca de inversiones impuestos en la región. La supremacía del trabajo humano sobre el capital es el signo fundamental del Socialismo del Siglo XXI. Es lo que nos define, más aún cuando se enfrenta un mundo completamente dominado por el capital. No puede existir verdadera justicia social sin esta supremacía del trabajo humano, expresada en salarios dignos, estabilidad laboral, adecuado ambiente de trabajo, seguridad social, justa repartición del producto y la riqueza sociales. A diferencia del socialismo tradicional, que proponía abolir la propiedad privada para evitar la explotación del capital al trabajo, en el caso de Ecuador, utilizamos instrumentos modernos, y algunos inéditos, para mitigar las tensiones entre capital y trabajo, como es el caso del salario de la dignidad. Se puede pagar el salario mínimo para evitar un mal mayor, el desempleo, pero ninguna empresa puede declarar utilidades si no paga el salario digno a todos sus trabajadores sin excepción. El salario digno es aquel que permite a una familia salir de la pobreza con su ingreso familiar.
Globalización
Una de las causas de la precarización laboral es la supuesta necesidad de competitividad en un mundo globalizado, que incluye -aunque no se limita- al libre comercio. 11 Sin embargo, la creencia de que el libre comercio beneficia siempre y a todos no resiste el menor análisis teórico, empírico o histórico, pero aunque así fuera, el principal bien que exigen nuestras sociedades es el bien moral, y la explotación laboral, en aras de supuestas competitividades, es sencillamente inmoral. En el mundo globalizado se impulsa cada vez más la liberación financiera y de mercancías, supuestamente con base en la Teoría de Mercado, es decir, la libre movilidad de factores y bienes para lograr la eficiencia, pero inconsecuentemente impide la movilidad del conocimiento y criminaliza a la más importante movilidad: la humana. La verdad es que se trata de una inconsistente globalización neoliberal que no busca crear sociedades planetarias, sino tan solo mercados planetarios; que no busca crear ciudadanos del mundo, sino tan solo consumidores mundiales; y que sin mecanismos de gobernanza adecuados, trae serias complicaciones a los países más pobres y a los pobres de los diferentes países. Recordando a León XIII y su encíclica Rerum Novarum, pienso en la analogía de la globalización neoliberal con el capitalismo salvaje del siglo XVIII y la Revolución Industrial, cuando los obreros morían frente a las máquinas porque trabajaban siete días a la semana, doce, catorce y hasta dieciséis horas diarias. ¿Cómo se pudo frenar tanta explotación? Con la consolidación de Estados nacionales y a través de una acción 12 colectiva que permitió poner límite a estos abusos y distribuir de mejor manera los frutos del progreso técnico. Esa acción colectiva mundial no existe en la globalización neoliberal y se están produciendo excesos similares con la precarización de la fuerza laboral de los países menos competitivos. En realidad, es una globalización bajo el imperio del capital - particularmente el financiero-, que tiene como una de sus expresiones más nocivas y antiéticas los llamados paraísos fiscales, donde el capital no tiene rostro ni responsabilidad.
Libertad y justicia en el neoliberalismo
Con un mercado libre supuestamente se lograrían los grandes anhelos de la humanidad: libertad y justicia. Pero la cultura y sistema de valores neoliberales no pueden sostenerse desde una perspectiva ética. El neoliberalismo asume la libertad como la no intervención, cuando libertad es la no dominación, para lo cual se necesita precisamente acción colectiva. No puede haber libertad sin elemental justicia. No solo aquello, en regiones tan desiguales como América Latina, solo buscando la justicia lograremos la verdadera libertad. El paradigma neoliberal supone como justo cualquier intercambio voluntario, informado y que deje en mejores condiciones que las iniciales a los agentes involucrados, —el 13 famoso better off anglosajón— y, en consecuencia, nadie debe interferir en dicho intercambio. Para graficar lo insostenible de este argumento presentemos un sencillo ejemplo. Supongamos que una bella joven se pierde en el desierto y está a punto de desfallecer de sed. De pronto se encuentra con un caballero que le propone proveerle de agua, siempre y cuando se acueste con él. Para la joven, dejarse abusar es menos malo que morir, para el caballero, acostarse con ella es mucho más valioso que el agua. De acuerdo con el fundamentalismo neoliberal, los dos “agentes racionales” realizan la “transacción” y ambos quedan better off, y como fue un intercambio voluntario con adecuada información, no cabrían juicios de valor ni necesidad de acción colectiva alguna. Sin embargo, para cualquier persona con algo de ética, esta situación sería sencillamente intolerable, y quien abusó de su posición de fuerza debería ser sancionado por la sociedad, lo cual es precisamente lo que ocurre en cualquier colectividad civilizada. Dada la asimetría de poder, lo que está proponiendo el supuesto caballero de nuestra historia, se llama sencillamente explotación. Como manifiesta John Kenneth Galbraith, “dado que el poder interviene en forma tan total en una gran parte de la economía, ya no pueden los economistas distinguir entre la ciencia económica y la política, excepto por razones de conveniencia o de una evasión intelectual más deliberada” (Galbraith, 1972). 14 Finalmente, el evangelio del neoliberalismo sencillamente nos dice “buscad el fin de lucro y el resto se os dará por añadidura”. Es decir, con la supuesta mano invisible, el mayor bienestar social para todos es una consecuencia ajena a la intención del individuo, el cual busca su propio beneficio. Sus acciones son morales porque son útiles, contrariando a la moral cristiana de la recta intención. De esta forma, con el paradigma neoliberal pasamos de un mercado basado en valores, a valores basados en el mercado. La economía ortodoxa define el bienestar como “la satisfacción de necesidades asumidas como ilimitadas en un mundo de recursos limitados”. Esta barbaridad antropológica llevaría a concluir que no es posible encontrar una persona o una sociedad que pueda decir “somos felices y no necesitamos nada más”. El supuesto positivismo del pensamiento económico neoliberal impide cuestionar el origen o legitimidad de las necesidades. Es decir, bajo la premisa de la “supremacía del consumidor”, todo lo que éste busca es lo que necesita, sin cuestionar cómo se generaron dichas necesidades, o si se trata de carencias reales o simples deseos, y pone el énfasis en la maximización del consumo y, como corolario, en el crecimiento ilimitado como forma de supuestamente aumentar cada vez más el bienestar. Sin embargo, cada vez mayores y mejores investigaciones 15 dicen que el crecimiento ilimitado es indeseable. Al intentar medir directamente aquello llamado “felicidad”, los resultados destrozan estos postulados. Los aumentos del PIB por habitante, a partir de cierto umbral, no se relacionan con las percepciones de la felicidad de un pueblo, lo cual se conoce como la “paradoja de Easterlin”, planteada hace más de treinta años (Easterlin, 1974). Pero, además, el crecimiento económico ilimitado es imposible. El análisis económico tradicional omite los límites de la naturaleza y supone la existencia de recursos naturales infinitos y capacidad ilimitada de asimilación del planeta. El problema, entonces, no es la necesidad de realizar juicios de valor y de acción colectiva, sino el absurdo de pretender positivismo científico en una simple ideología.
Democracia
Así como un individualismo sin valores fácilmente se convierte en codicia, un Estado sin controles, puede caer en los peligros denunciados por San Juan Pablo II en su encíclica Centesimus Annus (CA 48), pero la respuesta para ello no es menos Estado, sino más democracia. La caída del bloque soviético también produjo rápidos procesos de democratización, especialmente en los países de Europa del Este. Actualmente en el mundo, prácticamente todos los países ejercen alguna forma de democracia, con excepción de ciertos regímenes teocráticos o absolutistas. 16 Lamentablemente, más que democracia, se buscó imponer el modelo democrático hegemónico occidental, modelo tecnocrático, altamente institucionalizado y distanciado del pueblo, y totalmente alejado de la realidad latinoamericana. Los países en desarrollo tan solo pueden ser considerados en “vía de democratización”, cuyo objetivo debe ser la imitación de aquellas democracias europeas (Correa, 2016). Por ello, a las democracias de Asia, África y América, frecuentemente se las definen con adjetivos peyorativos. Sin embargo, si la esencia de la democracia es que el pueblo formado e informado sea el soberano, bastaría incorporar como criterio democrático de base el de “apoyo popular al gobierno”, para evidenciar que un país como Bolivia es mucho más democrático que cualquier país de Europa Occidental. Para una democracia real, la igualdad de oportunidades y la noción de meritocracia también son esenciales. De hecho, es la diferencia entre democracia y aristocracia. Las grandes desigualdades que observamos, también han creado democracias restringidas o abiertamente ficticias, donde pareciera ser que la soberanía radica no en el pueblo, sino en el capital. Si caben adjetivos, las democracias occidentales debieron llamarse “mercantiles-mediatizadas”. 17 Democracias mercantiles, porque el dominio de la entelequia del mercado fue tal, que incluso la calidad de la democracia frecuentemente se medía por la cantidad de mercado. Todo lo que se alejara de la lógica del mercado era llamado “populismo”, el cual a su vez se asociaba con “demagogia” (Correa, 2016b). Democracias mediatizadas, porque los medios de comunicación son un componente más importante en el proceso político que los partidos y sistemas electorales (Hobsbawm, 1994). Han sustituido al Estado de Derecho con el Estado de Opinión. No importa lo que se haya propuesto en la campaña electoral, y lo que el pueblo, el mandante en toda democracia, haya ordenado en las urnas. Lo importante es lo que aprueben o desaprueben en sus titulares los medios de comunicación. Y aunque este es un problema planetario, en Latinoamérica - dado los monopolios de medios, su propiedad familiar, sus serias deficiencias éticas y profesionales, y su descarado involucramiento en política-, el problema es mucho más serio. Un debate fundamental es preguntarnos si una sociedad puede ser verdaderamente libre cuando la comunicación social, y particularmente la información, viene de negocios privados, con finalidad de lucro, muchos de ellos sin la más 18 elemental ética, y propiedad de grandes corporaciones o de media docena de familias. Finalmente, una democracia exige también el respeto a los derechos humanos. Sin embargo, como una estrategia de los poderes fácticos para inmovilizar el poder político legítimo y verdaderamente democrático, es pretender que solo el Estado atenta contra los derechos humanos, y que la única fuente de corrupción es el poder político. En realidad, cualquier poder puede atentar a los derechos humanos. Por supuesto el poder político, pero también el poder económico, por ejemplo, las transnacionales farmacéuticas que por su rentabilidad condenan a la muerte a los pobres que no pueden comprar la medicina para salvar sus vidas; los medios de comunicación, que atentan contra los Derechos Humanos de la reputación, intimidad, prestigio de las personas; los poderes extranjeros, que pueden condenar, invadir, bloquear a otros países. La satanización del poder político en América Latina, es una de las estrategias de inmovilización de los procesos de cambio. Los pobres socio económicos no dejarán de ser pobres con caridad, sino con justicia, y eso implica el cambio en las relaciones de poder dentro de la sociedad, y para ello se requiere captar el poder político, para así transformar las relaciones de poder en función de las grandes mayorías, y cambiar nuestros Estados aparentes, representando tan solo los intereses de unos cuantos, en Estados verdaderamente 19 populares, representando los intereses de las grandes mayorías. La democracia del consenso es una posición profundamente conservadora que niega el conflicto, y la política sin políticos y, peor aún, con una serie de ONGs y poderes fácticos sin responsabilidad política, es lo más peligroso para la democracia. Es el equivalente del "fin de la historia" con el que nos quisieron convencer en la época neoliberal.
Sugerencias para la enseñanza social católica
El desarrollo es básicamente un problema político. La pregunta clave es quién manda en una sociedad: ¿las élites o las grandes mayorías?, ¿el capital o los seres humanos?, ¿el mercado o la sociedad? Hoy vemos un mundo bajo el imperio del capital. El gran desafío del siglo XXI es lograr la supremacía de los seres humanos sobre el capital. El orden mundial no solo es injusto, es inmoral. Todo está en función del más poderoso y los dobles estándares cunden por doquier: los bienes ambientales producidos por países pobres, deben ser gratuitos; los bienes públicos producidos por los países hegemónicos, como el conocimiento, la ciencia y la tecnología, deben privatizarse y ser pagados. Cada vez se busca mayor movilidad para bienes y capitales, pero se impide la difusión del conocimiento y se criminaliza la movilidad humana. 20 Como dice el Papa Francisco, la política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y paradigmas de la tecnocracia (LS 189). La economía no es una ciencia exacta, y la supuesta teoría económica es muchas veces un asunto de moda y tan solo la opinión dominante, e incluso ideología disfrazada de ciencia, como en el caso del Consenso de Washington y el neoliberalismo. San Juan Pablo II reconoce la positividad del mercado y de la empresa (CA 43). Los mercados son una realidad económica, pero debemos tener sociedades con mercado, y no sociedades de mercado, en donde vidas, personas y la propia sociedad se convierten en una mercancía más. El mercado es un gran siervo, pero es un pésimo amo. El Estado es la representación institucionalizada de la sociedad, por medio del cual realiza la acción colectiva, y la política, la forma racional de tomar las decisiones para esta acción. Por ello, el legítimo poder político es indispensable, y no hay nada más pernicioso para la democracia que actores políticos sin responsabilidad política ni legitimidad democrática. El Estado mínimo como sinónimo de modernización y progreso no resiste ningún análisis. El mercado libre es absolutamente insuficiente, frecuentemente ineficiente, y propone una escala de valores que pueden atentar contra el 21 desarrollo, todo lo cual verifica la necesidad de la acción colectiva. El rol del Estado es fundamental para el desarrollo y no puede ser considerado subsidiario. No existe fin de la historia. Los dos extremos, el estatismo marxista y el Estado mínimo neoliberal han fracasado. Demasiado estatismo mata al individuo, pero, de igual manera, demasiado individualismo mata a la sociedad, y ambos son necesarios para el buen vivir. ¿Hasta dónde ir? Este es el problema institucional que ha definido las ideologías de base en los últimos doscientos años, y cada país deberá definir sus instituciones -hasta dónde llevar la acción colectiva, hasta dónde llevar el individualismo-, de acuerdo a su realidad. Cualquier intento de sintetizar en principios y leyes simplistas -llámense éstas el materialismo dialéctico o el egoísmo racional- procesos tan complejos como el avance de las sociedades humanas, está condenado al fracaso. La ciencia, la tecnología, y la innovación, frutos del talento humano, han sido a través de la historia el factor fundamental para el desarrollo, independientemente del sistema institucional utilizado. Los adelantos científicos y tecnológicos pueden generar mucho más bienestar y ser mayores motores de cambios sociales que cualquier lucha de clases o la búsqueda del lucro individual. El desarrollo de la agricultura convirtió a la humanidad de nómada en sedentaria, la revolución industrial la transformó 22 de rural en urbana, y, mucho más recientemente, el espectacular avance de las tecnologías de la información transformó a las sociedades industriales en sociedades del conocimiento. Los sistemas políticos, económicos y sociales que prevalecerán en el futuro, serán aquellos que permitan el mayor avance científico y tecnológico, pero también, su mejor aplicación, no para unos cuantos, sino para el bien común. El principio aparentemente pragmático de la privatización del conocimiento, además de su ineficiencia social, no es otra cosa que el sometimiento de los seres humanos al capital. La Iglesia no tiene modelos que ofrecer, pero sí valores que defender, y es claro que se pueden excluir ideologías y modelos que atenten contra fundamentales valores como la moral de la recta intención, la justicia y la verdadera libertad. La caída del muro de Berlín y el colapso del bloque soviético sin duda fue la expresión del fracaso del socialismo como estatismo, pero se la entendió como la reivindicación del capitalismo como neoliberalismo. Con el comunismo se quiso lograr la equidad, pero uno de los graves errores cometidos fue olvidar la equidad por rechazar el comunismo. La superación de la inequidad y con ello de la pobreza es el mayor imperativo moral que tiene la humanidad, ya que por primera vez en la historia y particularmente en nuestra América, la pobreza no es fruto de escasez de recursos o 23 factores naturales, sino consecuencia de sistemas injustos y excluyentes. La fundamental cuestión moral es, entonces, la cuestión social. Este fue uno de los principales postulados de la llamada “Teología de la Liberación”, elaboración básicamente latinoamericana, que proponía a la Iglesia también como sujeto histórico, llamada a implantar aquí en la tierra el Reino de Dios, entendido como un reino de justicia. Sin negar las desviaciones doctrinarias que tuvieron ciertas ramas de la Teología de la Liberación, rescataba la horizontalidad de la Iglesia, tan necesaria en el mundo de hoy; la opción preferencial por los pobres, indispensable deber del cristiano, sobre todo en América Latina; y buscaba superar el asistencialismo por justicia, para enmendar las estructuras injustas que producen la pobreza socio económica, lo cual conducía a la acción política, sin partidos ni ideologías, pero con principios, valores e ideales. Finalmente, tal vez el principal problema de un sistema basado en el egoísmo racional, sin acción colectiva ni juicios de valor, es que lleva al consumismo. Como dice el papa Francisco en su encíclica Laudato Si´, El mundo del consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus formas (LS 230). Debemos ensayar una nueva noción de desarrollo, como el Sumak Kawsay o Buen Vivir de nuestros pueblos andinos, que 24 no significa tener más cada día, sino vivir con dignidad, en armonía con uno mismo, con los demás seres humanos, con las diferentes culturas, y en armonía con la naturaleza.
Bibliografía
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