De paso por Quito hacia Loja, Darío Villanueva, director de la Real Academia Española de la Lengua, conversó con Diario EXPRESO sobre la utilización política de la lengua.
¿Es verdad que se considera al español de Bolivia como el mejor de Latinoamérica?
Los españoles no somos quiénes para decidir quién habla mejor el idioma, solo somos el 9 % de los hablantes de la lengua. El español no es una lengua que tenga un centro y el resto de países sea la periferia. El español es una lengua multicéntrica, tiene muchos centros, está muy dispersa. Prefiero hablar de las personas, quienes hablan mejor que otros. Lo que sí ocurre es que, a veces, los españoles quedamos favorablemente impresionados por lo bien que se habla en América Latina. En España no hay el mismo nivel de elegancia y musicalidad.
¿Qué quiere decir con la musicalidad de la lengua?
El español de los latinos es más suave, más armonioso que el acento de la península Ibérica, aunque también tenemos diversidad. La gente lo comenta en la calle cuando se ven entrevistas de gente del pueblo. La manera que se expresan nos encanta a todos por su musicalidad, claridad y elegancia.
En Ecuador se usa la feminización para incluir a las mujeres. Por ejemplo, los y las jóvenes. La Real Academia de la Lengua tiene una discusión epistemológica, histórica, semántica y de género sobre el tema. ¿Cómo mira usted eso?
Una cosa es el lenguaje sexista y otra la gramática. El lenguaje sexista existe y utiliza expresiones desagradables y peyorativas para referirse al sexo femenino. La mayoría de los casos de sexismo coincide con el machismo. Esas palabras están en el diccionario porque hay gente que las usa. Pero nosotros no aconsejamos ni promovemos. Eso depende de la conducta lingüística de cada cual y de su educación. Es decir, mientras haya nombre de actitud machista, habrá expresiones lingüísticas machistas.
El masculino de jirafas sería jirafos, según ese criterio, pero esa palabra no existe. ¿Incorporar el femenino y el masculino es inclusivo?
Otra cosa es la gramática y esta estructura no puede ser alterada. En España, por ejemplo, hubo un gran revuelo porque una ministra dijo “miembros y miembras”. Esto es innecesario y, además, abre un camino que nos puede llevar a un precipicio porque si a los hombres los llamamos miembros y a las mujeres miembras, a los brazos les decimos miembros, y a la piernas les decimos miembras, porque son femeninas, ¿no? Se crearía un caos interno en la estructura gramatical del idioma, que no podemos aceptar y debemos denunciar. Hay un idioma en el cual el género femenino es el inclusivo. Cuando se quiere referir a un grupo se dice las abogadas, eso incluye los abogados. En cambio, en nuestro idioma el masculino es un género inclusivo, por lo tanto los dobletes son innecesarios, aunque hay normas de cortesía, por ejemplo, un conferencista dice: señoras y señores. Pero, sistemáticamente, hacer doblete, de los y las, en todas las expresiones produce una práctica imposible, no se puede mantener la coherencia total. No siempre hay que mirar esa polarización como discriminatoria.
La utilización de los eufemismos cae en el campo político. Por ejemplo, PPL (personas privadas de libertad) en lugar de decir detenidos. O centros de ‘rehabilitación social’ en reemplazo de cárceles; ‘académicamente’, para decir correcto. O ‘empleo inadecuado’, para significar el desempleo. ¿Qué opinión tiene sobre esto?
Es un mecanismo que ha existido siempre porque las palabras que designan realidades desagradables se contaminan de esa realidad que viven. En consecuencia, se gastan pronto y deben ser sustituidas por otras. Todo lo que tiene que ver con el cuerpo y la fisiología tiene elementos desagradables. De ahí que ese eufemismo continuo también afecta a lo que usted dice. Es un mecanismo lingüístico universal y una sustitución continua de las palabras porque se van desgastando. Pero es una cadena sin fin, cualquier palabra que se quede para sustituir a otra caerá en la misma trampa.
Pero también está el lenguaje políticamente correcto, que maquilla la realidad.
Parece como si no se pudiera llamar a las cosas por su nombre y hay que censurar el idioma. Sin embargo, el diccionario debe recoger las palabras bonitas y las que no lo son. Nos enamoramos de las palabras o congratulamos a los demás. Pero también insultamos, no solo podemos hacer un diccionario de términos felices, sino debemos recoger las palabras que se usan para lo malo. La corrección política tiene la tendencia a suprimir palabras y eso es muy peligroso. Es difuso, viene de alguna autoridad civil que intenta no decir lo que ocurre. En España hay una organización de enfermos de cáncer, que no quiso suprimir esa palabra. El cáncer tiene cuatro acepciones: el signo del zodiaco; la displasia, el tumor completo; y la última es cualquier desorden que afecta a la gente. Por corrección política, esas organizaciones querían quitar esa palabra porque era ofensiva para los enfermos de cáncer. Pero eso no se puede hacer ni es aceptable. La corrupción es el cáncer de la política, por ejemplo. Nadie tiene la autoridad para decir que no se usen esas palabras.
¿Si le digo la palabra ‘socialización’ en qué piensa usted?
El lenguaje nos permite convencerlos o no. Y la lengua es el instrumento más poderoso de la socialización. Esto se usa en el sentido de relacionarse, significa convertirse en un ser social, que no vive aislado, sino que está en comunicación con quien lo rodea. Para ellos, el manejo de la lengua y cómo la utilizamos, hay que saber hablar y escuchar. También saber usar las palabras.
¿Qué recomendación daría a los políticos?
Dos. La primera, que comprendan y hagan todo lo que está en sus manos para que los sistemas educativos y la enseñanza de la lengua sean una prioridad. Y, la segunda, que el uso de su lenguaje debe buscar la claridad y la corrección. Que procuren no usar eufemismos o circunloquios o perifrases, que digan las cosas lisas y claras, de ese modo no engañarán a la gente.
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