El escritor, investigador y periodista francés Frederic Martel es un hombre consumido por la cultura. La ha analizado ampliamente, desde diversos frentes, en sus libros El rosa y el negro: homosexuales en Francia desde 1968 (1996), De la cultura en América (2006), Cultura Mainstream (2010) y Smart (2014). Es un sociólogo que se ha detenido a explicar la cultura mainstream, ese conjunto de fenómenos sociales que se producen en nuestros tiempos.
¿Qué es la cultura mainstream?
Primero, es el título de mi libro. Para mí esta expresión quiere decir ‘movimiento dominant’, ‘pensamiento dominante’, ‘cultura de masa’, ‘cultura popular’. Sirve para salir de los debates tradicionales sobre la cultura. No quiero ser fiel a una especie de tradición de análisis neomarxista de las industrias culturales, ni quiero conservar esa forma de jerarquía cultural muy europea que ve la cultura con una C mayúscula, como si solo fuera el arte, como si al lado de esta cultura con la C mayúscula hubiera otra, que sería más bien la de la diversión.
Para mí la cultura de masas está en las series, los mangas, la cultura virtual, los cartoons; eso también es cultura. Además, a veces la creatividad y la innovación son más fuertes en series y cosas así que en el arte tradicional. Con la palabra mainstream, acabo un poco con la jerarquía tradicional europea.
¿Por qué esta cultura, esta forma de expresar la cultura, ahora es una industria?
Es una industria. Claro, se habla de industria creativa o industria cultural. Y en esa expresión, la palabra más importante es ‘creativa’. Nos hace pensar en los años cincuenta, cuando la cultura producida por las industrias culturales era una cultura de fábrica. Se hacían productos culturales por la gente poseedora de los medios de producción y todo el mundo era empleado de esta fábrica. Este era el modelo cultural, la edad de oro de los estudios, de la industria del disco, etc.
Hoy en día este análisis es falso. Ya no hay fábricas. Pero hay bancos, estudios, editoriales enormes, productores musicales que trabajan con start-up, con unidades especializadas, editores que trabajan con e-print, estudios independientes que sirven para trabajar con videojuegos. Ya no se producen servicios culturales, pero sí proyectos, uno por uno. La gente está ‘on project’.
Es por eso que todo el análisis de las industrias culturales tiene que ser pensado nuevamente, porque cambió. Ya no se puede entender a la industria cultural como algo en que el dueño de los medios de producción decide los contenidos culturales.
Por ejemplo, los franceses tienen Universal Music y hacen cultura estadounidense; Ubisoft, una empresa francesa, produce la mayoría de videojuegos para EE.UU. Tienen los medios de producción, pero no influyen en el contenido producido. La japonesa Sony hace películas, blockbusters estadounidenses. Ese es el error: se equivocan, como los chinos, que piensan que el que tiene el dinero decide la cultura. El modelo norteamericano es muy complejo y sutil. A quienes no les gusta EE.UU., tienen que empezar por saber cómo funciona. Este es el tema de mi libro Mainstream.
¿Por qué Europa perdió peso y la autoridad cultural? La cultura latina se formó desde la francesa, alemana, inglesa... ¿Solo es una estrategia de mercado?
Primero, hubo la Segunda Guerra Mundial que destruyó los valores europeos. Después, hubo un ‘reajuste’ que era necesario con la realidad del mundo. Francia tiene 60 millones de habitantes. En india hay 1,2 billones de habitantes. En China, son 1,3 billones, y en Brasil, 200 millones. Eso es una realidad que, en tiempos de globalización, engendra un reajuste cultural.
¿Entonces la cultura no es tan pesada cuando entra en el mercado?
Todo mi estudio es un análisis de la globalización. En general, la vemos como un fenómeno económico, pero también hay que verla como un fenómeno demográfico que produce transformaciones. Como, por ejemplo, en Brasil con la emergencia de la clase media.
Yo trabajo sobre otros aspectos de la globalización, aspectos que creo que han sido subestimados. Primero, observo la globalización desde un punto de vista cultural. De esto habla mi libro Cultura mainstream. Después, trabajo sobre la globalización de los valores y de las identidades. Tomé el ejemplo de los gais, lo que permite descubrir, desde una pregunta precisa, fenómenos que son increíbles: ¿por qué Argentina, Uruguay, México y Brasil han avanzado antes que Francia y Alemania sobre el tema de los gais? Antes, los derechos humanos los promovían los franceses, los ingleses, Europa. Hoy, Sudáfrica, Argentina y Uruguay se han adelantado.
¿Y en Ecuador?
No conozco muy bien el país pero creo que no se puede pretender y presentarse como un país progresista, moderno, de izquierda, si sigue obsesionado y dependiente del catolicismo y no reconoce los derechos de las minorías. Sé que el matrimonio gay acá es un debate complejo, pero hay que otorgar derechos a los homosexuales porque esto no es una cuestión comunitaria. Es una cuestión de igualdad de derechos y no se puede ser progresista sin entender esto.
Ya sabe de quién estoy hablando…
Y en términos culturales, relacionando la cultura mainstream con la cultura smart. Dices en el libroSmart que no hay un internet, sino que hay muchos. ¿Hasta dónde podemos hablar de que la cultura también es consecuencia de lo que pasa en internet?
La conclusión del libro Mainstream es que, de hecho, hay pequeños streams. Es decir que, en realidad, sí hay una cultura global. Es obvio: Hollywood, los videojuegos... Todo el mundo conoce a Shakira, Beyoncé, Ricky Martin o Lady Gaga. Pero solo es una parte de la cultura que consumimos. En Ecuador se interesan por artistas ecuatorianos. En Brasil, por artistas brasileños. En la televisión, los libros y la prensa se observa un enfoque muy local. Claro que hay mainstream. Pero también hay mainstream muy locales. En India se interesan por Bollywood; en Corea, por el drama del Sur de Corea; en Medio Oriente, por las novelas del Ramadán; en América Latina, por las telenovelas, y las telenovelas son muy distintas unas de las otras: colombianas, mexicanas, argentinas, etc.
La cultura no es uniforme, y en internet tampoco lo es. Por ejemplo, YouTube es un lugar donde se ve a Beyoncé, pero también a artistas ecuatorianos. Hoy hay más diversidad que antes gracias a internet. Esa es la idea de los dueños de la Silicon Valley: la de un fenómeno de globalización uniformizante.
Gerentes de empresas como Google dicen que existe una gran conversación mundial, los idiomas se vuelven menos importantes, las fronteras desaparecen, la cultura se uniforma. Según ellos. Ese no es mi análisis y no es lo que se puede observar en el terreno.
De todas maneras, el idioma que prevalece en todo esto es el inglés.
Sí y no. Hoy hay 2,7 billones de personas conectadas a internet. En cinco años serán cinco billones. Las personas que estarán conectadas no hablarán inglés, sino su idioma. De acuerdo a lo que está pasando, en internet —esto es la conclusión del libro Smart— la gente no va a leer en inglés, no le interesa. Los chinos quieren contenidos en chino, los brasileños en portugués... No van a leer artículos de The New York Times en inglés. O tal vez sí, pero solo la élite, los start-up, pero no la gran mayoría del país.
El inglés sí es muy potente en internet, pero todos los idiomas van a ser más y más importantes, porque lo que define a internet no es la globalización, es la fragmentación.
Pero en este contexto se instala como código, hasta de producción televisiva, editorial, de cine, el formato de Hollywood. Aunque se haga en Brasil, en India…
Bollywood no es un formato de Hollywood. Es muy distinto. Las telenovelas latinas son distintas de las series americanas. Los dramas de Corea del Sur o de Taiwán son distintos también. No estoy seguro de la presencia de lo ‘gringo’ en las series europeas y latinas. Al ver cómo funciona internet, te das cuenta de que las maneras de usarlo son distintas. Se puede utilizar las mismas herramientas, redes sociales, networks,softwares… pero los contenidos son locales. No creo en una matriz americana. Más bien es mainstream.
Lo que quieren todos los medios del mundo es hablar a todo el mundo. ¿Eso no significa que sea a la ‘american way’?
Sí, EE.UU. supo hacerlo, antes y mejor que todos. Pero ustedes los latinoamericanos saben hacer telenovelas con mucho éxito, y no son formatos estadounidenses. Soy muy optimista en esto.
Entonces, ¿por qué mencionas la diferencia entre industrias culturales e industrias creativas? ¿Hasta dónde hay producción de contenidos?
Una industria cultural es una expresión muy connotada —con ideología en el sentido neomarxista de la escuela de Franckfurt (Benjamin, Adorno, Horkheimer). Creo que hay que salir de eso, que el análisis marxista de los medios es falso.
De hecho, la industria creativa es más amplia: incluye lo virtual, que no existía en el período de las industrias culturales. Para entender lo que pasa se necesitan nuevas herramientas de análisis, nuevas maneras de pensar las preguntas.
→Hoy hay 2,7 billones de personas en internet. En 2020 serán cinco billones, que hablarán su idioma, y no en inglés. No les interesa leer artículos de The New York Timesen inglés. Tal vez a la élite sí, pero no a las mayorías. El inglés es potente, pero todos los idiomas lo serán también cada vez más, porque lo que define a internet no es la globalización, es la fragmentación.
¿Está mucho más anclada que la de EE.UU.?
Creo que el problema es otro. Las culturas de Francia, Alemania, España e Italia son muy potentes, y sus industrias culturales también, como en América Latina. El problema es que si conseguimos producir una cultura nacional, otros países lo consiguen también.
En Japón, el 50% de las películas es japonés; en República Checa, el 50 % es producción checa; en Francia, el 50% también lo es; en China aún más; en India, el 80%. Las culturas nacionales siguen siendo potentes. El problema es que no logramos, así como Estados Unidos, crear una cultura global. Entonces, la cultura francesa puede ser muy rica, muy potente, como la cultura ecuatoriana, pero no logran ser culturas globales.
Estados Unidos es el único en crear una cultura global. Hoy, la única cultura europea es la americana. Y esto es un gran problema para nosotros.
En tu libro Smart te preguntas cómo será la cultura y el internet en el futuro. ¿Cuál es la lógica de esto?
El primer problema es el de la abundancia. Internet también tiene límites. Hay tantos contenidos, y a cada hora, centenas de miles más. Y solo es el principio… Lo mismo es con Netflix por las películas, o con YouTube y Spotify por la música, o con Wikipedia y su número de artículos. Estamos frente a una abundancia increíble.
La abundancia genera incapacidad de conocer todos estos contenidos. Yo lo llamé en mi libro la smart-correction, es decir, la utilización de los datos para identificar contenidos. Son tan numerosos que sin algoritmos no es posible identificarlos; pero también con algo de curation, que son críticas hechas por seres humanos, para añadir una dimensión humana a lo científico de los algoritmos.
Otro problema es que la cultura analógica está muerta. La pregunta es cómo acceder a la cultura virtual, que hoy evoluciona por el modelo del abono-suscripción ilimitada, como Netflix, Spotify, Deezer, Amazon Prime. Este modelo de abundancia bajo la forma de la suscripción ilimitada es interesante porque no es caro, pero no remunera bien a los artistas. El problema que genera este modelo es cómo remunerar a los artistas, a los músicos, a los autores. Internet lleva a una pérdida de valor. Pero soy optimista, pienso que estamos en un período de destrucción y que vamos a tener nuevos modelos económicos.
Otro problema para la cultura es que pasamos de una cultura de producto, como libros de papel, CD, DVD, a una cultura de servicio. Es una transformación increíble. Entonces, ya no se genera un producto, se genera un contenido. Se produce algo que se subirá al internet con todos los problemas de copyright, de difusión, de piratería.
En este contexto político, ¿qué impacto tienen personajes como Julian Assange y Edward Snowden?
Creo que hay un antes y un después de Snowden en la historia del internet. Antes de él estábamos en una época ideal, todo era posible e internet estaba del lado del bien. Con Snowden se descubre el lado oscuro de internet, que son los problemas de datos, la vida privada, la seguridad y el espionaje generalizado. Entonces, por suerte existen Assange y Snowden. Creo que no todo debe ser público, que los diplomáticos deben poder trabajar en el secreto. Hay temas de seguridad, de terrorismo. No se puede ser ingenuo en cuanto a esto.
El presidente François Hollande rechazó una petición que impulsé para ofrecerle asilo en Francia a Snowden. Lo que hizo era ilegal, era malo del lado jurídico. Pero lo que hacían los estadounidenses era más ilegal. De cierta manera, su culpa es menos grave. Ahora, nos gustaría tener un Snowden cubano, iraní, chino, porque a EE.UU. podemos criticar, pero es una democracia, a diferencia de China, Irán y Cuba. Creo que hay cosas más graves que pasan en países que no son democracias, que son dictaduras comparadas con un país como EE.UU.
En su libro La sociedad de la transparencia, el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han habla de lo perversa que puede ser la transparencia en las relaciones personales, en las empresas, en el Estado, en las cuestiones de privacidad... ¿En realidad es perversa esa transparencia absoluta?
Hemos hablado mucho del acceso a internet, de la fractura digital. Era y sigue siendo uno de los puntos importantes para los años por venir. Pero lo más importante es lo que podríamos llamar ‘alfabetización digital’, que es en parte enseñar a la gente la importancia de la vida privada, que no se puede subir cualquier foto en Facebook, o una foto de su profesor o de su amante. Hay que aprender de manera concreta lo que es internet, el enfoque de la vida privada, de los datos personales, de la seguridad.
Por ejemplo, en un gobierno como el de Correa, el problema no es estar en contra de internet, querer censurarlo, controlarlo. Hay que defenderlo y aprovechar las oportunidades que ofrece internet, pero también hay que regularlo y gestionarlo por el asunto de la vida privada de las personas. Si EE.UU. no regula, debe ser nuestra meta, tenemos que hacerlo en Latinoamérica y la Unión Europea.
Creo mucho en las oportunidades de internet. Conocí casi toda América Latina (Argentina, México, Brasil, Colombia, Bolivia, Peru, Chile, mucho a Cuba), y pude observar en el terreno. Smart es un libro que se hizo en más de cincuenta países, con 3 mil entrevistas. Cuando se entrevista a la gente, cuando se visitan lasstart-ups, los grandes sitios, cuando ves los periódicos, te das cuenta de que internet es una herramienta increíble para dar de nuevo poder a la gente. La gente puede estar en zonas de miseria, pero fíjate cómo estas herramientas pueden permitirle salir de la pobreza, pueden permitir juntar a la clase media, encontrar un empleo, defender su cultura, sus valores, su idioma. Son fenómenos muy positivos, pero también encierran un lado oscuro: la regulación de internet, aunque también se deben regular los problemas de la red.
¿Por qué es un problema que los servidores de internet estén en un solo lugar del mundo y ahora los Brics quieran implantar sus propias fibras ópticas? ¿Cambia algo?
Primero, la categoría Brics en el tema de internet no vale: Rusia tiene una postura de mucho control y Brasil en cambio es muy abierto. Lo que existe en internet son los países emergentes. Entonces, no son cinco países, más bien son una veintena como Sudáfrica, Turquía, Indonesia, Colombia, México, Chile. Un país que quiere desarrollarse necesita aprovechar y disfrutar de internet. El desarrollo no pasará por el gas o por zonas de Amazonía, pasará por internet. Otro elemento es que estos países que emergen con internet también son países capaces de utilizar esa tecnología.
Internet no es algo hecho en Silicon Valley, es una herramienta que se puede manejar, reapropiarse, construirse. Se puede construir internet en Ecuador. No es bueno o malo en sí: hay que ser prudente con las visiones morales sobre internet. Es como el agua y la electricidad: no se lo puede pensar desde un juicio de valor. Eso depende de lo que nosotros, ustedes, tú, yo hagamos con internet.
¿Por qué escribir algo sobre la izquierda después de Mainstream?
Trabajo sobre los movimientos sociales porque pienso que hoy, de la misma manera en que no hay de internet único, tampoco hay izquierda única. Son diversas, múltiples, complejas y en particular en América Latina, es por eso que esta región me interesa tanto.
Porque entre Castro —pero ¿es izquierda Castro?—, Michelle Bachelet, Kirchner, Lula, Dilma Rousseff, Evo Morales y obviamente el modelo de Correa y las izquierdas mexicanas, colombianas y Chávez y Maduro en Venezuela, pienso que es más complejo, más mezclado que decir “hay Chávez por un lado y Lula por el otro”. También me interesan la izquierda japonesa, egipcia, israelí, inglesa y la de Podemos.
Crees que esto es la expresión de que el marxismo se acabó. ¿Es neomarxismo o es otro pensamiento?
El marxismo, como el keynesianismo, schumpeterianismo, el miltonfridanismo siempre existirán, por suerte. Pienso que el marxismo guarda varios puntos de su fuerza. La idea según la cual una economía puede ser regulada por un Estado y por un partido único está muerta. Y si Correa tomara esta dirección esto sería un error para Ecuador. Creo en la economía de mercado, pero no en la sociedad de mercado. Sin embargo, sin la economía de mercado no se pueden producir bienes baratos, no pueden salir las clases pobres de la miseria, no se puede tener una economía eficaz. Pero esa economía de mercado que es buena en sí mismo, necesita regulación para evitar las posiciones dominantes, para evitar el control por los lobbys (grupos de presión).
La economía de mercado no puede funcionar en todos los sectores. Se ve en EE.UU.: la cultura —el arte, la danza, las bibliotecas— carece de meta lucrativa, pero al mismo tiempo se observa el problema de la educación y de la salud cuando el mercado es demasiado fuerte. Y eso es un drama para las universidades y los hospitales en EE.UU. Entonces se necesita regulación, se necesita al Estado, a una economía mixta para que funcione. De hecho, Francia es así, es un país a la vez moderno con una economía de mercado, pero con sectores públicos que brindan una regulación fuerte.
El marxismo conserva su pertinencia. Pero Schumpeter también es importante. Él es la “destrucción creativa”, según la cual se destruyen empleos de cajeros mientras la gente se va volviendo capaz de mantener equipos tecnológicos. La economía virtual y cultural funcionan mejor con Schumpeter y sus ideas, pero con Marx no se crean las start-ups, empresas que innovan en algún sector.
La economía de mercado no puede funcionar en todos los sectores. Se ve en EE.UU.: las artes carecen de meta lucrativa, mientras que la educación y la salud sufren porque el mercado es demasiado fuerte. Y eso es un drama para las universidades y los hospitales en EE.UU. Entonces se necesita la regulación del Estado, una economía mixta para que funcione.
En este sentido, ¿qué clase de izquierda es la izquierda de Podemos o de Syriza?
Creo que el debate más interesante es el debate entre la izquierda social-demócrata y la izquierda más radical. Y es lo que sucede en Francia. Pienso que en 2017 habrá en Francia una izquierda más radical. No como Podemos, pero algo similar. Y eso es importante, porque cuando Hollande —de la izquierda centrista— va y negocia con los banqueros, con la UE, con el FMI, ya cambia la lucha. Esta izquierda ya aceptó negociar. Ahora se necesita una izquierda más radical que va a obligar a luchar. Y lo que me gusta de Podemos y los griegos es que ellos luchan.
Después, hay que entender la economía en la que vivimos. Hay que entender que la deuda puede ser injusta, pero también hay reglas de reembolso. Europa necesita desarrollarse. Hoy tiene que luchar en contra de su desempleo, tener crecimiento.
Yo formo parte de una izquierda que no está en contra del crecimiento. Si luchas en contra del crecimiento es que estas en favor del decrecimiento, y eso impide modernizar y desarrollar un país. Pero al mismo tiempo, este crecimiento no puede tener como único objetivo estar en segundo lugar, detrás del reembolso de la deuda.
Hay un momento en que no se puede escoger la deuda en contra del desempleo. Hay que escoger primero el desarrollo, el crecimiento, la lucha contra el desempleo... Y después, el reembolso de la deuda se hace y se corrige por el crecimiento.
Hay pensadores como Zizek y como el boliviano Álvaro García Linera que coinciden sobre el tema de los bienes comunes. ¿Es posible o no es posible?
Primero, pienso como francés. La Revolución francesa es antes que todo el reconocimiento de la propiedad privada. Sin propiedad no hay libertad de expresión, no hay democracia. Seguro que hay bienes públicos, bienes comunes: es el caso de la educación, del medio ambiente, de la salud. No pueden ir a manos del mercado simplemente porque no funciona. No es ideológico. Si quieres acceder a la danza, el mercado no la puede dar, por ningún lado. Tampoco en EE.UU. —no seamos más estadounidenses que los estadounidenses—, donde hay un gran sector sin meta lucrativa, muchas subvenciones públicas por cine, teatro, etc. El Estado subvenciona mucho esos sectores. Y lo olvidamos. Pensamos que es el liberalismo. Pero no, no es. Considero que hay que seguir con esto.
Todos estos pensamientos innovadores tienen que ser tomados en cuenta. Eso es lo que me interesa en la izquierda, la innovación y las nuevas ideas. Todo esto debe ser escuchado, no hay que estar cerrados. De la misma manera, la democracia —gracias a internet, la liquid democracy, hablo de esto en mi libro—, es el empoderamiento de la gente. Esto pasa mucho más por internet, que permite diálogos, formas de democracia directa, formas de intercambio... y todo eso hay que escucharlo. Por eso opino que, en política, la alternancia es la definición de la democracia.
Pienso que nadie, ni el más inteligente, puede mantenerse en el poder demasiado tiempo. Hay que aceptar la crítica, la oposición, la libertad de la prensa. Porque si no se reflexiona sobre lo que se está haciendo, aunque esté bien…
Admiro a Lula por no seguir en el poder; a Mandela, porque un día dijo que en Sudáfrica se necesitaba un nuevo presidente. Nadie debe eternizarse en el poder. Esa es la tragedia de Cuba, que fue un modelo en 1959 y hoy es sin duda el peor ejemplo del mundo. Es un régimen que se convirtió en aquello de lo que negaba al nacer.
El de Cuba es un régimen que está en contra de los cubanos. Y, entre nosotros, la revolución vino más de EE.UU. que de Cuba.
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