Es probable que la mayoría de las personas, si se las presiona sobre el tema, estarían de acuerdo en que una extrema desigualdad en el ingreso es algo negativo, aunque una cantidad considerable de conservadores cree que se debería prohibir todo el tema de la distribución del ingreso en el discurso público. (Rick Santorum, el excandidato senatorial y presidencial quiere prohibir el término “clase media”, el cual, dice, corresponde a un “lenguaje izquierdista, de envidia de clase”. ¿Quién lo diría?) ¿Pero, qué se puede hacer al respecto? La respuesta estándar en la política estadounidense es: “No mucho”. Hace casi 40 años, Arthur Okun, principal asesor en economía del entonces presidente Lyndon Johnson, publicó un libro clásico, titulado “Equality and Efficiency: The Big Tradeoff” (Igualdad y eficiencia. La gran solución intermedia), en el que argumenta que la redistribución del ingreso de los ricos hacia los pobres cobra un precio al crecimiento económico. En el libro se establecieron los términos de casi todo el debate que siguió: los liberales podrían argumentar que los costos de la eficiencia en la redistribución eran reducidos, mientras que los conservadores decían que eran enormes, pero todos sabían que hacer cualquier cosa por reducir la desigualdad tendría al menos algún efecto negativo en el producto interno bruto.
Sin embargo, parecería que lo que todos sabían no es cierto. Es probable que actuar para reducir la desigualdad extrema en el Estados Unidos del siglo XXI incrementaría el crecimiento económico, no lo reduciría.
Empecemos por la evidencia.
Es ampliamente sabido que la desigualdad en el ingreso varía muchísimo entre los países avanzados. En particular, la renta disponible en Estados Unidos y Gran Bretaña está muchísimo más desigualmente distribuida que en Francia, Alemania o Escandinavia. Es menos sabido que esta diferencia es principalmente resultado de las políticas gubernamentales. Datos recopilados por el Estudio sobre el Ingreso de Luxemburgo (con el cual estaré relacionado a partir del verano) muestran que el ingreso primario –el proveniente de salarios, sueldos, activos y así sucesivamente– está distribuido en forma muy desigual en casi todos los países. Sin embargo, los impuestos y las transferencias (ayuda en dinero o en especie) reducen esta desigualdad subyacente en grados diversos: parte, aunque no mucha, en Estados Unidos, y muchísimo más en muchos otros países.
¿Entonces, reducir la desigualdad por medio de la redistribución daña al crecimiento económico? No, según dos relevantes estudios realizados por economistas del Fondo Monetario Internacional, la cual no se puede decir que sea una organización de izquierda. El primero analiza la relación histórica entre la desigualdad y el crecimiento, y se concluye que a los países que tienen una desigualdad en el ingreso relativamente baja les va mejor en el logro del crecimiento económico sostenido, en comparación con los “incrementos repentinos” ocasionales. El segundo, dado a conocer el mes pasado, examina directamente el efecto de la redistribución del ingreso y encontró que “la redistribución parece benigna, en general, en términos de su impacto sobre el crecimiento”.
En resumen, la gran compensación de Okun no parece ser ninguna solución intermedia. Nadie propone que tratemos de ser Cuba, pero mover la política estadounidense parte del camino hacia las normas europeas incrementaría, probablemente, la eficiencia económica, no la reduciría.
En este momento, de seguro que alguien dice: “¿Pero, acaso, la crisis en Europa no muestra los efectos destructivos del Estado de bienestar?”. No, no es así.
Europa está pagando un precio alto por crear una unión monetaria sin tener unión política. En todo caso, dentro de la zona del euro, los países que han redistribuido mucho han capoteado la crisis mejor que los que lo han hecho en menor medida.
¿Cómo pueden ser benignos los efectos de la redistribución sobre el crecimiento? ¿Acaso no es cierto que la ayuda generosa a los pobres reduce sus incentivos para trabajar? ¿Acaso no es cierto que los impuestos a los ricos reducen sus incentivos para enriquecerse todavía más? Sí y sí, pero los incentivos no son las únicas cosas que importan. Los recursos también importan; y en una sociedad altamente desigual, muchas personas no los tienen.
Hay que pensar, en particular, en el lema siempre popular de que deberíamos buscar la igualdad de oportunidades, no la desigualdad en los resultados. Eso puede sonar bien a las personas que no tienen ni idea de lo que es la vida para decenas de millones de estadounidenses; pero para quienes tienen algún sentido de la realidad, es un chiste cruel. Casi el 40 por ciento de los niños estadounidenses vive en pobreza o casi pobreza. ¿Realmente se piensa que tienen el mismo acceso a la educación y los empleos que el que tienen los hijos de los acaudalados?
De hecho, los niños de familias de bajos ingresos tienen muchas menos probabilidades de terminar la educación superior que sus contrapartes ricas, y la brecha se ensancha rápidamente. Y esto no es algo negativo solo para los suficientemente desafortunados como para nacer de los padres equivocados; representa un desperdicio de potencial humano enorme y en aumento; un desperdicio que actúa, de seguro, como un arrastre poderoso, si bien invisible, para el crecimiento económico.
Bien, no quiere decir que resolver la desigualdad en el ingreso ayudaría a todo el mundo. Los muy afluentes perderían más por los impuestos más elevados que lo que ganarían por un mejor crecimiento económico. Sin embargo, está bastante claro que hacerse cargo de la desigualdad sería bueno, no solo para los pobres, sino para la clase media (lo siento, senador Santorum).
En resumen, lo que es bueno para el uno por ciento no es bueno para Estados Unidos. Y no tenemos que seguir viviendo en una Edad Dorada si no queremos.
Casi 40 por ciento de los niños estadounidenses vive en pobreza o casi pobreza. ¿Realmente se piensa que tienen el mismo acceso a la educación y los empleos que el que tienen los hijos de los acaudalados?
© 2014 New York Times News Service.
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