lunes, 28 de febrero de 2011

La farsa de la porcina


Surgió el escándalo en el año 2009, cuando se descubrió que la tal pandemia declarada por la Organización Mundial de la Salud, a causa de la gripe porcina (AH1N1), había sido nada más que una farsa planificada, organizada y desarrollada por la OMS y por los representantes de poderosos laboratorios farmacéuticos. …Y en este engaño de dimensiones mundiales también tuvieron su papel destacados funcionarios de diferentes gobiernos que adquirieron cientos de miles de vacunas y generaron costosas campañas publicitarias que instaban a sus connacionales a  vacunarse, so pena de ser sancionados.
“La  periodista  Jane Burgermeister
afirma que la pandemia de  gripe porcina es un gran negocio...”

El asunto fue mucho más allá.  De acuerdo a las informaciones de Bárbara Minton, editora de Natural News, el conocido sitio de noticias sobre la salud,  la periodista austriaca Jane Burgermeister denunció a poderosos laboratorios, a la Organización Mundial de la Salud y hasta al mismísimo presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, como las piezas clave para armar un plan de vacunación masiva contra la gripe porcina -creada en laboratorios-, lo que tendría como propósito final  el reducir la población mundial en grandes proporciones.



Pero eso no es todo. Burgermeister, con suficiente decisión y valentía, por entonces alertó al mundo que se había gestado el mayor crimen de la historia de la humanidad. Y al presentar el 10 de junio de 2009, cargos  penales ante el FBI en contra de la OMS, las Naciones Unidas y Barack Obama, añadió, además, pruebas en contra de los nombrados, y de David Nabarro, coordinador del Sistema de las Naciones Unidas para la Gripe; Margaret Chan, directora general de la OMS; Kathleen Sibelius, secretaria del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos; Janet Napolitano, secretaria del Departamento de Seguridad Interior de USA; de los banqueros David de Rotschild y David Rockefeller, así como de Werner Faymann, canciller de Austria; y Alois Stoger, ministro de Salud de Austria.



A este grupo de acusados, Burgermeister  añade a las empresas farmacéuticas Baxter, Novartis, Big Pharma, GlaxoSmithKline, por haber sido parte de esta asociación internacional del delito, pues no solo que han desarrollado, producido y almacenado armas biológicas destinadas a eliminar buena parte de la población mundial, sino que también han  obtenido importantes beneficios financieros, calculados en algunos billones de dólares.



La prestigiosa periodista austriaca sostiene que la pandemia de la gripe porcina es un gran negocio y una gran mentira. Presenta pruebas en relación a su argumento de que tanto el virus de la gripe aviar y el de la gripe porcina han sido creados por laboratorios de bioingeniería, para lo cual utilizaron fondos proporcionados por la Organización Mundial de la Salud y otros organismos de carácter internacional.  Asegura, además, la periodista Burgermeister en sus alegatos, que el cuestionado virus es un híbrido entre gripe porcina, gripe humana y gripe aviar, algo que solo puede provenir de laboratorios, de acuerdo con muchos expertos.



¿Cuál será la verdad en esta extraña historia de un supuesto genocidio?  Pensamos que por encontrarse involucrados elementos de tanto poder político y económico, jamás se esclarecerán los hechos. Sin embargo, el doctor Wolfgang Wodarg, la autoridad de salud más importante de Europa, afirma que las compañías farmacéuticas “organizaron una campaña de pánico”  encaminada a presionar a la Organización Mundial de la Salud para que declare una pandemia en lo que fue “uno de los escándalos del siglo en la medicina”, por lo cual ha pedido una investigación.



¿Se podría pensar que la gripe porcina reviste tan alto peligro como para originar en el mundo una pandemia? Por el contrario,  sabemos por las investigaciones de Jane Burgermeister  y de Telesur  -hace aproximadamente dos meses presentó un reportaje televisivo sobre el tema-,  que la conocida como gripe porcina  ofrece muy similares síntomas que la gripe común, sin mayores consecuencias y aun menos muertes que esta.



Lo que sí ha causado innumerables defunciones  es la vacuna contra la gripe porcina. Y esta condición letal no ha terminado todavía en las personas ya tratadas, pues, según los científicos, no se puede afirmar cuántos años después de aquella inyección podría presentarse cualquier peligro aun hasta la extinción de la vida, por  una vacuna que fue hecha justamente para causar muertes en masa.

Por: NANCY BRAVO DE RAMSEY 

jueves, 17 de febrero de 2011

Democracia y exclusión social: No se trata de administrar la desigualdad, sino de eliminarla

El tema de la democracia no suele ser abordado por economistas. Sociólogos, politólogos e historiadores son los que frecuentan este tema, aunque es evidente que en el modelo económico tiene el debate sobre la democracia un componente sustantivo. El acceso al empleo es la base principal para disponer de un ingreso y sostener proyectos de vida individual y familiar pues difícilmente se podría participar en la vida política si no hay participación en la vida económica, si se carece de ese punto de partida condicionante de la participación política que es tener medios de vida asegurados por un trabajo estable. El debate sobre la “construcción de ciudadanía”  raras veces toma en cuenta la construcción de empleos estables, remunerados y dotados de adecuadas prestaciones sociales, sin los cuales los ciudadanos que deben mover los hilos de la democracia, no son más que excluidos sociales.
Curiosamente, las tendencias que sobre el empleo desarrolla el capitalismo global de nuestros días son claramente excluyentes de aquel empleo estable. El trabajo tiende a devaluarse, fragmentarse y precarizarse siguiendo el dictado del lucro de mercado que subordina y deforma el uso de las nuevas tecnologías de la información, convirtiéndolas en factores devaluadores de la fuerza de trabajo. Estas tendencias dominantes a escala global llevan implícita la pregunta elemental acerca de si con tal devaluación y exclusión del llamado factor trabajo, el debate sobre la democracia  -muy sesgado hacia el análisis de la dinámica de partidos, de procedimientos y rituales-  carezca cada vez más de base de sustentación y derive hacia una metafísica democrática.
Es necesaria una ojeada a lo que está haciendo el capitalismo global con el trabajo y un recordatorio de la realidad económico-social latinoamericana, para desde allí, plantearnos de nuevo las viejas interrogantes sobre la democracia.
Entre 2002 y 2007 América Latina vivió una cierta época dorada en términos de crecimiento económico gracias a los altos precios de sus exportaciones de productos básicos, lo cual propició un afianzamiento de su perfil primario exportador (reprimarización), pero hizo posible un crecimiento de 26,5%. El ingreso per cápita anual aumentó 18,4% en ese período (Mussi, Afonso, 2008) y permitió que el ingreso anual promedio de un latinoamericano sea de unos 8,700 dólares, algo así como una clase media a nivel mundial.
En 2007, después de ese auspicioso período los pobres alcanzaban no obstante, la cifra de 194 millones, de los cuales 71 millones eran indigentes. En esta extrema categoría se incluían 41 millones de niñas y niños entre 0 y 12 años y 12 millones de adolescentes entre 13 y 19 años.
En las zonas rurales la extrema pobreza se acentúa y afecta al 37% de la población. Entre indígenas y afrodescendientes la extrema pobreza supera entre 1,6 veces (Colombia), hasta 7,8 veces (Paraguay) a la del resto de la población (CEPAL).
La crisis económica global en 2008-2009  impactó a la región y probablemente echará por tierra los avances sociales que aquellos años de altos precios de las commodities trajeron. Por el momento la FAO ha revelado que los avances logrados a paso de hormiga durante 15 años en la reducción del número de hambrientos, fueron borrados ya y que 53 millones de latinoamericanos están desnutridos, incluyendo tres de cada cuatro niños indígenas.
Pero, lo más interesante es el secular problema de la desigualdad en la distribución del ingreso. América Latina no es la región más pobre. Ella es una especie de clase media en esos engañosos promedios mundiales. Pero, lo que nadie discute es que contiene la mayor carga de desigualdad social, de polarización extrema entre riqueza y pobreza.
Se señala que el coeficiente Gini en América Latina supera en dos tercios al de los países de la OCDE. En la región el 20% mas pobre recibe menos del 10% del ingreso total, mientras que el 20% más rico se apropia entre 50-60% (CEPAL).
Esta extrema desigualdad es una poco honrosa “marca de fábrica” que acompaña a América Latina, la define como la región de mayor inequidad social en el planeta y tiene una relación de fundamental importancia con el funcionamiento de la democracia, su calidad y aun su misma concepción.
Aunque esa inequidad hunde sus raíces en el pasado colonial y en los procesos de articulación de las economías y sociedades latinoamericanas a los centros del capitalismo mundial en los siglos 19 y 20, las tendencias actuales del capitalismo global tienden a empeorar lo regresivo en la distribución del ingreso, en íntima conexión con la política neoliberal que ha dominado y aun continúa siendo dominante, a pesar de los esfuerzos por encontrar otras fórmulas.
Las tendencias hacia una mayor desigualdad provenientes del capitalismo global.
El período de relativa estabilidad, con política keynesiana, sociedad de bienestar y no pocos avances en la legislación y práctica laboral, que vivió el capitalismo aproximadamente entre 1945 y 1975, entró en crisis por una combinación de factores que incluyeron el descenso de la tasa de ganancia del capital productivo debido al aumento de la composición orgánica del capital y la consiguiente incapacidad de la demanda para absorber los resultados de las inversiones en tecnologías. Comenzó a registrarse un excedente de capital en relación con sus posibilidades de inversión rentable en las condiciones productivas de aquella etapa: keynesiana en cuanto a política económica y fordista en cuanto a organización industrial.
El capital excedente buscó salidas alternativas para su colocación rentable y las encontró en la inversión especulativa, en el traslado de dólares hacia Europa (eurodólares), en la canalización de créditos hacia los países del Sur, en especial los latinoamericanos, en los cuales no tardaría en estallar la crisis de la deuda externa (1982), y en el gasto militar ocasionado por la guerra en Viet Nam.
Aquella transferencia masiva hacia el sector financiero en detrimento de la economía real se reflejó en un crecimiento más lento y un aumento del desempleo. Esto a su vez sometió a tensión al estado de bienestar, hizo aumentar el gasto público y comenzaron los desequilibrios en la balanza de pagos, en especial en la de Estados Unidos, hasta derivar en el insostenible desequilibrio que hace funcionar esa economía como una aspiradora que apoya su consumismo en gigantescos déficits fiscales y comerciales que son financiados por el resto del mundo, en lo que algunos han llamado el equilibrio del terror financiero.
Esos desequilibrios, apenas iniciales en el caso de Estados Unidos en los años 70, fueron enfrentados por lo general, mediante la emisión de moneda, provocando inflación, y finalmente al reunirse el escaso crecimiento con la inflación, el sistema keynesiano-fordista vivió su crisis final marcado por la estanflación.
Quedó abierto el camino para la implantación de la contrarrevolución neoliberal. Ella combinó la centralidad del mercado como árbitro y organizador supremo, con el flujo de capitales cada vez más libres gracias a la desregulación financiera, más abundantes gracias a las crecientes ganancias especulativas y la anulación de la competencia del llamado socialismo real con la desaparición de la Unión Soviética.
Pero, como ha explicado Gilberto Dupas en su excelente artículo “Pobreza, desigualdad y trabajo en el capitalismo global” publicado en la revista Nueva Sociedad 215 (2008), la incorporación de las tecnologías de la información al sistema productivo conformó una economía del conocimiento que impactó el significado de conceptos como valor, capital y trabajo. Si bien el trabajo aumentó en muchos casos su componente de conocimiento, las reglas capitalistas continuaron imponiendo el principio de que a mayor costo del trabajo, menos importancia y respeto hacia éste. Esas mismas tecnologías facilitaron la “flexibilización del trabajo”, esto es, su precarización, informatización y escasa remuneración. Se extiende el “micro-miniempresario” que debe autoabastecer su propia comida, transporte, salud, superación individual, en una peculiar variante de autoexplotación.
Con el conocimiento se han abierto paso dos caras del mismo fenómeno. Por un lado, éste se ha depreciado al multiplicarse casi sin costo como software utilizado por máquinas para aplicar patrones repetidos, masificados. Por otro, el conocimiento para conservar su valor, debe ser escaso y tratar de obtener monopolios  -aunque sean fugaces-  en la investigación tecnológica privada para facilitar ganancias extraordinarias mientras dure.
Es el caso de las computadoras, pantallas de plasma y teléfonos celulares que son objeto de campañas publicitarias intensas, de modo que se hacen obsoletos a poco tiempo de salir al mercado y en plena capacidad de sus valores de uso. Es un permanente proceso de inutilización de productos que supone  un enorme desperdicio de materias primas y recursos no renovables, una degradación acelerada del medio ambiente y un voraz consumo de energía.
El trabajo, o bien se precariza y fragmenta, o se devalúa aun incorporando conocimiento, o en los casos privilegiados, sirve como base para una “destrucción creativa”  schumpenteriana, en la que al incorporar los límites al crecimiento dados por la degradación ambiental y el consumo de energía, la destrucción supera con creces a la creación, al incluirse dentro del proceso global de agresión a las condiciones para la vida humana en el planeta.
Como señala Dupas algunas grandes corporaciones aparecen como prototipos de momentos en la historia del capitalismo. En los años 80 fue el auge de la maquila desplazando actividades industriales hacia la frontera con México en busca de sus bajos salarios. El capital global luchaba en dos frentes contra la tendencia decreciente de la tasa de ganancia: inflando una superestructura especulativa desorbitada cuyo estallido conduciría a la crisis global actual, y rebajando salarios, protección al trabajo, recortando servicios públicos y contaminando el medio ambiente para descargar costos.
Si en algún momento el modelo empresarial fue Ford y General Motors  -hoy reducidas a nostálgicos recuerdos y financieramente quebradas- en otro fue Microsoft y ahora el paradigma es Wall Mart, lo que equivale a decir una facturación de 300 mil millones de dólares anuales, más de 100 millones de clientes cada semana, junto a salarios pésimos, explotación descarnada en medio de abusivas e inhumanas condiciones de trabajo.
El modelo neoliberal ha sido de profundo impacto en hacer más desiguales e inequitativas las sociedades latinoamericanas y en degradar el trabajo como fuente de ingreso y actividad creativa y gratificante. Quizás el más grave de todos los problemas del capitalismo global es la poca cantidad y la mala calidad de los empleos que genera. El trabajo fijo, remunerado, “decente” -según la expresión de la OIT-  que es definitivo para la participación social, está no sólo en retroceso, sino en franca crisis. Los empleos de largo plazo asegurados, son cada vez más raros y el trabajo recae sobre tareas o etapas de duración limitada.
Anteriormente, los trabajadores mantenían una sólida relación de largo plazo con sus empresas empleadoras y eso facilitaba un cierto ámbito social que amortiguaba la lucha de clases mediante beneficios en salud, educación, jubilación, que moldeaban una sensación de progreso en medio de sociedades que no vacilaban en llamarse a sí mismas sociedades de bienestar. No mucho de esto llegó a América Latina, que todavía en 1980 seguía siendo en lo esencial abastecedora de materias primas mientras que en Estados Unidos y Europa funcionaba aquel bienestar, pero en cambio llegó con toda velocidad el nuevo paradigma en política económica y sus consecuencias sobre el trabajo.
El neoliberalismo ponía su énfasis en la ganancia a corto plazo, más a tono con su predilección por la especulación cortoplacista que por la ganancia industrial más lenta en el tiempo. Esta tendencia encontró en el avance de las tecnologías de información un complemento perfecto para comenzar a precarizar el trabajo. Las vidas laborales comenzaron a vivir una angustia permanente porque como dice Dupas: “El nuevo capital es impaciente. Los inversores buscan la flexibilidad de las empresas en su secuencia de producción para poder alterar los esquemas a voluntad y tercerizar todo lo que sea posible. En este contexto, los empleos se limitan cada vez más a contratos de hasta seis meses, frecuentemente renovados”.[1]
De este modo, el trabajo temporal es el de más rápido crecimiento. La jornada laboral se hace más larga y la depresión provocada por trabajos “flexibilizados” alimenta la propensión al alcoholismo, el divorcio, los problemas de salud, y en especial hace más desigual la distribución del ingreso y se relaciona con otros fenómenos como el incremento de la violencia y la criminalidad. En América Latina la época de oro neoliberal de los años 90 coincidió no por azar, con un aumento de 40% en los homicidios, lo cual convirtió a la región en la segunda con mayor criminalidad mundial, después de África Subsahariana (Banco Mundial, 2008). Son latinoamericanos tres de los cuatro países más violentos del mundo: Colombia, El Salvador y Brasil.
Desigualdad y democracia en América Latina. El modelo económico y su relación con la democracia.
Parecería una verdad de Perogrullo que el modelo económico influye muy directamente en la democracia o en su sucedáneo “la gobernabilidad democrática”, pero en la región pueden apreciarse dos etapas de diferente apreciación en cuanto a ella.
Como señala Marcos Roitman en su excelente libro “Las razones de la democracia en América Latina”, si durante varias décadas la pregunta que centró la ocupación intelectual fue ¿cómo salir del subdesarrollo?, después de la traumática etapa de las dictaduras militares y la salvaje represión, la pregunta pasó a ser ¿cómo salir de las dictaduras?
La primera pregunta suponía un intento más abarcador de explicar en la historia, la economía, la política y en la cultura como síntesis de todo lo anterior, el modo en que se había conformado la estructura y relaciones de subdesarrollo y dependencia de esta región. Esta pregunta implicaba el debate sobre la salida del subdesarrollo. Se trataba de explicar el subdesarrollo para dejarlo atrás, de identificar los obstáculos al cambio social para superarlos. En ella, la democracia era parte componente inseparable de las reflexiones sobre las formas de dominación económica, política, cultural de las clases dominantes y de proyectos diversos para transformar aquella realidad.
En esta perspectiva de pensamiento que abarca tanto a los teóricos de la dependencia como a los que desde la interpretación de procesos históricos intentaron explicar la realidad regional, o incluso en figuras independientes como Raúl Prebish, la democracia no era un fin en sí mismo, sino un componente orgánico de una interpretación del subdesarrollo y de un proyecto explícito o implícito para salir de aquel estadio.
Después de la dolorosa experiencia de las dictaduras militares, en los años 80 se inicia una etapa en la que la obsesión por salir de las dictaduras se traduce  -no sin cierta lógica a partir de las brutales experiencias vividas-  en obsesión por reflexionar sobre la democracia como un fin en sí mismo, despejado de contenido socioeconómico, de dominación clasista y vista en términos de la vía para dejar atrás las dictaduras. Según Agustín Cuevas: “se pasó del modo de producción capitalista al modo de producción democrático”.[2]
Este cambio en el modo de reflexionar sobre la democracia implicó exaltar a ésta como un valor abstracto, intemporal, universal, más allá de sociedades concretas, diferentes todas, y capaz de actuar como un valor normativo en sí mismo para todo tiempo y lugar. La democracia dejó de ser parte de una interpretación histórica de sociedades vivas, divididas en clases, sujetas a relaciones de dependencia y escenario de inequidades y dominación social, necesitadas de transformación, siendo la democracia un componente de esa transformación, y respondiendo ella a una pregunta esencial que le otorga su sentido trascendente, esto es, ¿para qué la democracia?, para pasar a ser estudiada y entendida como un valor universal y destacada casi exclusivamente como opción favorable en comparación con las dictaduras precedentes y en algunos casos como justificación de transiciones democráticas que conservaron importantes espacios de protección a los dictadores y dictaduras anteriores.
Una figura tan lúcida como el desaparecido René Zavaleta dice al respecto: “La sociedad civil en esta fase gnoseológica es el solo el objeto de la democracia; pero el sujeto democrático (es un decir) es la clase dominante, o sea su personificación en el Estado racional. La democracia funciona entonces como una astucia de la dictadura. Es el momento no democrático de la democracia (….).  Sostenemos, por tanto, que la separación entre el estado político y la sociedad civiles es el hecho equivalente, en la política, al fetichismo de la mercancía: dentro de la mercancía o igualdad está la plusvalía o desigualdad y dentro de la autonomía del estado-democracia está la dictadura burguesa”.[3]
En otras palabras, se separa la democracia del problema fundamental de la dominación política de las clases dominantes y se convierte ésta en un conjunto de reglas procedimentales, de reglas de juego “neutrales” e iguales para todos, aunque en la abstracción “todos”, se esconda una dosis de desigualdad, exclusión e injusticia social, que desde abajo, desde las bases mismas de la sociedad, reclamen de la democracia no ser simple procedimiento o reglas para cosas tales como alternancia política,  respeto a las mayorías, libertad de expresión, sino instrumento de transformación, camino abierto al cambio social.
Concebida como valor universal, abstracto, como conjunto de reglas procedimentales o como ritual democrático, la democracia se desvincula por definición de cualquier proyecto de transformación sociopolítica, pues en su pretendida universalidad e intemporalidad, la transformación sólo podría existir dentro del espacio de valores establecidos por el ritual democrático universal.
De aquí se desprende otro paso: sería difícil plantear críticas sobre el contenido real en términos de justicia social y acceso verdadero al poder político en las democracias existentes si estos cumplen con los procedimientos democráticos. Es el paso de la democracia a algo sutilmente diferente que es la gobernabilidad democrática, más interesada en reproducirse como gobernabilidad que en plantearse el contenido real de la democracia en términos de justicia social y verdadera igualdad.
No parece casual que abunden más las investigaciones sobre la pobreza que sobre la desigualdad, a pesar de ser ésta el talón de Aquiles de las democracias electorales latinoamericanas, pero en la matriz de pensamiento liberal que es la base de las democracias representativas, la desigualdad es aceptable si se cumple la regla de la igualdad de oportunidades “ciudadanas”, pero en la terca realidad la igualdad de oportunidades entre el 20% “más rico” y no menos del 50% “más pobre” de los latinoamericanos es una burla o una estafa.
La gobernabilidad democrática entendida sólo como definición jurídica procedimental tiende a ignorar el sentido de las relaciones sociales bajo el capitalismo globalizado, neoliberal y transnacionalizado que es el real en América Latina. Éste produce explotación, desigualdad, exclusión y virtual negación de la participación, pero las desigualdades quedan legitimadas como consecuencias inevitables de unas reglas del juego basadas en libertades individuales e igualdad formal bajo la categoría neutra de ciudadanos.
El cientista social Hans-Jurgen Burchardt ha hecho un interesante balance de la relación desigualdad-democracia.[4] Y ha concluido que “a casi tres décadas de la recuperación de la democracia, la mayor participación política no se ha traducido en participación social. Esto plantea nuevas interrogantes a la teoría de la democracia”.
En el mencionado artículo se constata que los déficits democráticos de las democracias son extensos, a tal extremo que se habrían llegado a plantear la existencia de no menos de 550 subtipos de democracias para unos 120 regímenes formalmente democráticos a fines del siglo 20. Pero más allá de la extensa lista de déficits, una de las conclusiones es que “aunque se produzca con cierta regularidad la alternancia entre las élites políticas, la participación es baja y, por lo tanto, no alcanza para controlarlas. Las élites con frecuencia se aislan de la sociedad y se enquistan en el poder. Esto significa que, contra lo que sostiene la teoría de transición, la celebración de elecciones libres y la existencia de una estructura institucional adecuada no conducen en forma lineal a la democratización política. Los fenómenos detallados anteriormente no serían “dolores de parto” para avanzar en la construcción de la democracia liberal, sino que deben ser entendidos como características de un desarrollo propio”.[5]
Se ha planteado la expresión “ciudadanía de baja intensidad” para caracterizar las democracias latinoamericanas, pero qué es esto sino el reflejo de la extrema desigualdad y las múltiples formas de discriminación que de allí se derivan y se alimentan de un modelo económico excluyente per se y que considera ciudadanos con iguales derechos al opulento  -que entre otros factores reproduce su opulencia en el acceso al conocimiento-  y el hambriento que reproduce su hambre en el no acceso al mismo, y esa brecha en América Latina no se está achicando, sino está creciendo (CEPAL, 2007).
Durante tres décadas de democracias electorales no se ha cumplido en la región el supuesto de que a más democracia más justicia  -y no sólo justicia en cuanto a derecho, sino justicia social-  y a más justicia más democracia. Por el contrario la desigualdad y por ende, la injusticia social creció en esos años.
Vuelve a plantearse la interrogante acerca de la compatibilidad entre una relación social básica capital-trabajo que en esencia produce y reproduce desigualdad y la democracia en tanto no sólo ritual de reglas de procedimiento en instituciones correspondientes, sino entendida ésta como participación, control sobre los gobernantes, transparencia en la gestión pública, verdadera igualdad.
Burchardt llega a la conclusión, desde una posición que no es anticapitalista, que “democracia y mercado no necesariamente tienen efectos sinérgicos: pueden, de hecho, volverse contradictorios”.
Por su parte, James Petras, desde una posición anticapitalista radical, plantea que la democracia es dependiente de la hegemonía y la solidez de la propiedad capitalista y que este sistema tiene una visión instrumental de la democracia, lo cual se ilustra con numerosos ejemplos históricos en los que el capitalismo global, su centro hegemónico (Estados Unidos) ha apoyado dictaduras  -como en América Latina-  o democracias electorales según coyunturas evaluadas como favorables o desfavorables para los intereses hegemónicos.[6]
El déficit democrático de las democracias liberales latinoamericanas y no sólo latinoamericanas ha inducido a poner énfasis en la relación entre democracia e igualdad social y a incluir algunas dimensiones socioeconómicas que hacen más complejas la ecuación de la teoría liberal, como la capacidad de decisión económica, las oportunidades y las competencias (Sen, 2003).
Pero, no obstante, la teoría liberal ignora que las capacidades de decisión económica, las oportunidades, los talentos no se establecen a partir de libertades individuales formales, sino que están condicionadas por el medio social concreto y que “por tanto, la reducción efectiva de la desigualdad debería producirse no a través de posibilidades individuales o de la democratización en el acceso, sino mediante la promoción económica y el empoderamiento de las comunidades más pobres y los sectores subalternos”.[7]
El ciudadano abstracto e irreal de la teoría liberal es un ser humano que puede tener derechos teóricos, pero necesita hacerlos efectivos, y para eso tiene que poseer recursos que lo hagan capaz de reclamarlos y hacerse escuchar. Los que no tienen recursos, tienen sólo un derecho inalcanzable que no llega a conectar con su vida real. La ciudadanía se hace realidad participativa y derecho operativo sólo a partir de poseer los recursos para poder demandarlos y ejercerlos. La concepción de ciudadanía  -hija predilecta del liberalismo doctrinario-  no es más que una abstracción vacía o peor aun, el encubrimiento de la desigualdad real bajo el manto de la igualdad formal, sino va acompañada de un reconocimiento de la desigualdad social y de acciones para combatirla.
El debate sobre la calidad de la democracia parece a veces ignorar la verdad elemental de que para garantizar democracia, participación, control de los gobernantes, buen funcionamiento de las instituciones, en suma, verdadera democracia, no basta con que exista igualdad formal de derechos jurídico-políticos y cumplimiento de los procedimientos y rituales democráticos, sino que los actores sociales posean recursos similares, o al menos, que no existan entre ellos las abismales diferencias que hoy caracterizan a la región.
No basta con reconocer la igualdad en el derecho al voto, a la expresión, a la asociación, etc., si las elecciones son competencias mediáticas costosas, si la expresión es monopolizada por las grandes empresas que fabrican opiniones, si la asociación requiere mucho dinero para establecerse y aun más para hacerse escuchar, si la carencia de instrucción elemental bloquea el diálogo político más allá de banalidades propagandísticas, y si el desempleo y la pobreza favorecen el clientelismo y la compra-venta de votos.
Es imprescindible ir más allá de las igualdades y derechos formales, para actuar en la transformación de la exclusión social mediante la promoción del empleo, la efectiva redistribución de la riqueza, el acceso a la educación, a la salud, a la cultura, y esto con mayor intensidad y premura mientras más desfavorecidos, pobres y excluidos sean los grupos sociales de que se trate.
Las famosas “asimetrías de poder” no son más que una expresión académica suavizante para aludir a la enorme injusticia y exclusión social que lastra a las sociedades de la región y mutilan en ellos la democracia, aunque existan multitud de partidos, funcione el parlamento, los tribunales de justicia, etc.
Democracia y gobiernos que proclaman el socialismo del Siglo 21.
En años más recientes, la crisis de pobreza, informalidad y desigualdad desatada por el Consenso de Washington en la región, unida a la vaciedad y carencia de inclusión social en las democracias electorales, produjo el hecho político relevante de la victoria electoral y el acceso al gobierno de fuerzas políticas con proyección antineoliberal, un fuerte sentido de nacionalismo democrático-social, políticas de independencia frente a Estados Unidos y fuerte crítica al accionar de sus gobiernos.
En Venezuela,  en Bolivia y Ecuador, se proclama el avance hacia el socialismo del siglo 21 a partir de gobiernos elegidos en procesos electorales de la democracia liberal y que se desenvuelven desde entonces dentro de ellas, dentro de sus reglas y límites.
Surgen varias preguntas en relación con este resultado impensable hace apenas una década, cuando el pensamiento único parecía todopoderoso e incapaz de perder elecciones en las estructuras democráticas adaptadas a su conveniencia y en las cuales sus candidatos ganaban invariablemente, llevando al gobierno variantes menores en la aceptación esencial de la liberalización contenida en el Consenso de Washington.
Tan profunda fue la crisis generada por aquella política de modernización subordinada, de “inserción en el mercado mundial” y de ascenso al Primer Mundo, que los votantes desbordaron la apatía por las elecciones y al votar por Chávez, por Evo Morales, por Rafael Correa, reflejaron el rechazo a la demagogia anterior, utilizando el vehículo electoral que había vuelto a funcionar dentro de la matriz neoliberal.
En efecto, ¿podrán estos gobiernos avanzar hacia el socialismo del siglo 21, lo cual supone dejar atrás al capitalismo, actuando dentro de la estructura institucional y jurídica de la democracia liberal? ¿Podrán ellos ir transformando desde adentro esas estructuras dotando sus principios democrático-igualitarios abstractos con contenidos de justicia social que los trasciendan y conviertan en verdaderas democracias participativas?
Estas preguntas trascienden las posibilidades de un breve artículo y requieren respuestas complejas que no serán dadas sólo por la teoría, sino por la unión entre ella y una práctica política que no tiene manuales preestablecidos y debe ser “creación heroica”, nunca “calco y copia”.
Entre otros muchos factores a tener en cuenta en este complejo desafío político y teórico, se encuentra la necesidad de consolidar una base económica compartida (ALBA) que ofrezca el sustento indispensable del proyecto político y permita que estos gobiernos no sean desalojados mediante elecciones en las que las necesidades materiales insatisfechas estimulen una derrota. La crisis económica global actual plantea a estos gobiernos un desafío porque los desgasta en tanto gobiernos debido a los estragos financieros que provoca, pero al mismo tiempo da la posibilidad de enfrentar la crisis protegiendo con prioridad a los más vulnerables y demostrando así la naturaleza diferente de ellos respecto al modo oligárquico tradicional de descargar los efectos de las crisis económicas. Sólo la práctica política de los próximos años podrá responder a esas preguntas, aunque la experiencia de años recientes muestra que estos gobiernos y aun más, el movimiento social de base popular que ellos encarnan, sería capaz de conjugar democracia y justicia social, colocados fuera del capitalismo y trascendiendo la democracia liberal, llenándola de un nuevo contenido participativo y multicultural.
Mientras tanto, llama la atención la crítica a que se les somete, acerca de la pérdida de calidad democrática en ellos, de tendencias autoritarias que estarían manifestándose, aunque se trata de gobiernos elegidos mediante elecciones consideradas democráticas, con la presencia de observadores internacionales, medios de comunicación oligárquicos abiertos y en pleno funcionamiento e incluso un gobierno como el de Chávez que ha batido records en cuanto a elecciones efectuadas y no sólo elecciones, sino plebiscitos con capacidad de revocar al Presidente, los cuales no existen ni han existido en los países que no reciben críticas y que por tanto, estarían cumpliendo a pie juntillas los parámetros democráticos consagrados.
Las críticas se basan en la teoría liberal que prioriza el ritual y los procedimientos y se mantiene dentro de los límites de la ciudadanía abstracta, la igualdad de derechos entre desiguales y la libertad de expresión de los grandes dueños de empresas mediáticas.
Es singular que los gobiernos de izquierda mencionados reciban críticas por diferenciarse de los que siguen el modelo liberal oligárquico y las críticas sean más acres, mientras mayores dosis de inclusión social producen o intentan introducir.  Pero, la carencia de inclusión social ha sido precisamente la que ha vaciado la democracia liberal y la ha sumido en reconocidos déficits  que tienen en la indiferencia de los votantes -el partido de mayor votación es la abstención–  su síntoma más evidente.
Parecería que la única forma de satisfacer a los críticos de los gobiernos de izquierda es volver estrictamente a la democracia ritual que al fracasar hizo posible la llegada al gobierno de los que ahora critican.
A la comunicación entre gobernantes y gobernados que se establece en las experiencias comunitarias ensayadas por Chávez o en el peculiar modo de comunicación y respeto entre Evo Morales y la población indígena, se las descalifica calificándolos como populismo.
La expresión populismo se identifica como demagogia o en la mejor variante, como reducción de la calidad democrática, tendiente al autoritarismo.
Pero, como señala Burchardt, el populismo puede ayudar a superar crisis sociales mediante la construcción de un imaginario colectivo en torno a nuevos valores, establecer la comunicación entre gobernantes y gobernados que la democracia representativa nunca logró, y actuar como vehículo de una amplia movilización política que ya va haciendo parte de una ampliación de los derechos democráticos.
El populismo, en tanto apelación al “pueblo” no define una orientación política per se, sino solamente el propósito de accionar por definir el bien colectivo, sin que esto implique la opción por un sistema político específico.
Gobiernos militares de la etapa dictatorial fueron tildados de populistas y lo fueron también los gobiernos emergidos de elecciones que aplicaron los ajustes estructurales neoliberales en los 80 y 90, por lo que llamar populistas a los gobiernos de izquierda actuales expresa no sólo un intento de rebajarlos a priori, sino un desconocimiento de la verdadera carga conceptual del llamado populismo.
Más que descalificar a los gobiernos que proclamaron su propósito de construir el socialismo del siglo 21, sería  necesario replantearse el viejo problema de la relación entre libertad de mercado y democracia.
Si la concepción de democracia no incorpora a ella la noción de equidad social, reducción de las desigualdades sociales que hacen de la democracia letra muerta, el bello concepto seguirá siendo un formalismo en tanto igualdad político-jurídica, carente de significado real para los muchos excluidos en la distribución del ingreso.
La democracia no puede limitarse al discurso liberal sobre la igualdad de todos ante la ley y los derechos individuales inalienables, en tanto la libertad de mercado  -o los monopolios del mercado-  generan exclusión social en la base misma de la pretendida democracia. No basta con la igual político-jurídica, si no va acompañada de la inclusión social, y ésta es incompatible con la abismal desigualdad latinoamericana.
La validez formal del derecho básico de libertad no puede quedar en la declaración solemne, pero intrascendente, sino que debe promover la inclusión de los excluidos, mediante su ascenso intelectual y económico, lo que supone renunciar a entender falsamente la igualdad como una realidad y asumirla como un objetivo prioritario del estado, sin el cual no tendrá éste verdadera legitimación democrática. Lo anterior implica reconocer que el sistema social engendrador de las desigualdades debe ser transformado, pues no se trata de administrar la desigualdad, sino de eliminarla.
Éste es el núcleo duro, a mi juicio definidor de los proyectos para construir el socialismo del siglo 21. Más que llamar populismo en sentido despectivo a estos proyectos, sería justo entenderlos como proyectos encaminados a encontrar el vital eslabón perdido de la democracia liberal: la justicia social en tanto inclusión de los excluidos y el establecimiento no sólo de una democracia política formal, sino de una democracia participativa, social, con significado real para todos sus actores.
Bibliografía
  • Banco Mundial: Poverty Reduction and Growth. From Vicious to Virtuous Circles, Banco Mundial, Washington, D.C., 2006.
  • Borón, Atilio A.: Tras el búho de Minerva. Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2000.
  • Borón, Atilio A.: Estado, capitalismo y democracia en América Latina, CLACSO, Buenos Aires, 2003ª.
  • Chomsky, Noam: “Los dilemas de la dominación” en Borón, Atilio A. (comp.) Nueva hegemonía mundial. Alternativas de cambio y movimientos sociales, CLACSO/Editorial de Ciencias Sociales, Buenos Aires/La Habana, 2004.
  • Houtart, Francois: “Un socialismo para el siglo XXI. Cuadro sintético de reflexión”. Ponencia presentada en las Jornadas “El Socialismo del siglo XXI”, Caracas, junio, 2007.
  • Martínez Heredia, Fernando: El corrimiento hacia el rojo, Letras Cubanas, La Habana, 2001.
  • Meiksins Woods, Allan: Democracy against capitalism, Cambridge University Press, Cambridge, 1995.
  • Pinto, Aníbal: Chile. Un caso de desarrollo frustrado, Editorial Universitaria, Santiago, 1957.
  • Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos, Aguilar/Altea/Alfaguara/Taurus, Buenos Aires, 2004ª.
  • Regalado Álvarez, Roberto: “La izquierda latinoamericana hoy” en Cuadernos del Cea, La Habana, 2005.
  • Sen, Amartya Kumar: Sobre ética y economía, Alianza, Madrid, 2003.

[1] Gilberto Dupas: Pobreza, desigualdad y trabajo en el capitalismo global. Revista Nueva Sociedad No. 215. Mayo-junio 2008.
[2] Agustín Cuevas. “Las democracias restringidas de América Latina”. Planeta. Ecuador. 1988.
[3] René Zavaleta: “Cuatro conceptos de la democracia” en Julio Labastida: Los nuevos procesos sociales y la teoría política contemporánea”. Siglo XXI. México. 1986. Pág. 302. Citado por Marcos Roitman.
[4] Hans-Jurgen Burchardt: Desigualdad y democracia. Revista Nueva Sociedad 215. Mayo-junio 2008. Pags. 79-94.
[5] Hans Jurgen Burchardt. Artículo citado. Pág. 81
[6] James Petras: Democracia y capitalismo. Transición democrática o neoautoritarismo.
[7]Hans-Jurgen Burchardt. Artículo citado. Pág. 89.
*El autor de este ensayo, Osvaldo Martínez, es el director del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial

domingo, 13 de febrero de 2011

El idilio viene acompañado de problemas


La relación de parejas tiene varios rostros. Es un vendaval donde hay alegrías y “damnificados”
ANTECEDENTES
Los MatrimoniosAsí como en Pichincha es donde más se divorcian, también es donde más se celebran matrimonios.

Durante  2009 se realizaron 17.514 enlaces. En el 2010 fueron 14.753.
En Guayas, el año pasado, 6.178 parejas decidieron unir sus vidas legalmente. En el 2009 fueron 8.806 los que se enlazaron.

La provincia que le sigue en cifras a Guayas es Azuay. Allí, en el 2009, 4.370 parejas se casaron. El año anterior fueron 4.171.

Galápagos es la provincia donde menos matrimonios se registran. Durante 2009 fueron celebrados 244 enlaces. En el 2010 se unieron en matrimonio 274 parejas.

Guayaquil
Una pareja que camina tomada de la mano por la calle y que, discretamente, se da un ligero beso pinta uno de los rostros más comunes, una postal incluso un tanto cliché, del amor; esa “sustancia humana” que ha nutrido la vida cotidiana y el arte más excelso. Que obnubiló a  Picasso, que se ha vuelto carga simbólica en el blanco y negro del cine o, volviendo al cliché, que  se ha tornado lacrimosa en los proverbiales culebrones televisivos. Y aún sigue caminando por los pasillos, aceras o avenidas. Una escena como esa elude, por el momento, los conflictos. Una cosa es verlos por la calle, puertas afuera. Otra es correr un poco la cortina y mirar hacia dentro. Allí puede ser otra la historia. 

Una vez más sale a la luz el tema al festejar mañana, 14 de febrero, el a veces bien mentado y otras repudiado Día del amor y la amistad; y aunque sabemos que el amor es  un sentimiento que no puede definirse a partir de la frialdad del dato, no dejan de llar la atención lo que arrojan las estadísticas respecto de lo que podríamos denominar una cultura de la vida de pareja en el país.
  
Pichincha es la provincia donde más se divorcian (23%  de las rupturas)  según el Registro Civil Nacional

Y es que hay ratos en que el amor pasa de la caricia al bofetón. En Guayaquil las cifras actuales muestran lo siguiente: 8.406 denuncias durante el 2010 por violencia intrafamiliar se registraron solo en la Comisaría Cuarta   de la Mujer y la Familia. En el 2009 fueron menos (7.148 casos). En este año ya son 1.140.
 
Allí, en la planta baja de la Gobernación del Guayas, una procesión de mujeres circula denunciando, si no alimentos para hijos no reconocidos, agresiones físicas de su pareja, o de quienes, legalmente, son sus esposos.

Escarbando entre los archivos en esta dependencia se encuentran  más agresiones contra mujeres que hombres. Los datos no se encuentran detallados en las actas. Los maltratos puertas adentro contra hombres  hay que buscarlos minuciosamente.

Entre los hallados resulta el de un hombre que reside en la ciudadela Kennedy y que acusó a su esposa de agresión verbal y física. Una excoriación en la zona del cuello y varias equimosis en los antebrazos (ambos conocidos como moretones) fueron  los signos que demostraron que el hombre, verdaderamente, fue agredido.

Luego de una causa civil ganó y evitó que la agresora se acercara a él o que terceros en nombre de ella tomaran represalias en su contra. ¿Pero qué cosa tan fuerte provocó todo esto?  La versión recogida en la comisaría indica que el hombre, como era su costumbre, llegó un día a casa a las 02:00 luego -decía él- del trabajo. La esposa, luego de una airada discusión y de reprocharle su infidelidad constante, arrojó sus ropas y cerró la puerta con llave.

El caso puede no parecer relevante, pero el hombre tomó la decisión de denunciarla luego de que  encontró a su esposa junto con su amante en el dormitorio que la pareja compartía. El parte señala que la encontró teniendo  sexo oral, y el amante fue quien lo golpeó.

El desenlace fue inesperado. El 5 de enero de este año, según el historial del caso, el hombre desistió de acusarla.

Angélica Carranza, una joven de 24 años, repite una definición común del amor, de esas que se escuchan en las baladas románticas o en algunas oraciones religiosas: “es una entrega total, nada rencoroso, es sincero, con el que se anhela lo mejor para la persona que se ama”. Por eso -opina-  “lo que no podría perdonar jamás es una traición de cualquier índole, porque significa que no hay respeto, que no hay confianza (en una relación)”.

Determinaciones como la ruptura que sugiere Angélica tienen el nombre, como sabemos, en el marco de un vínculo formal, de divorcio. Y ahí surgen de nuevo las cifras. La provincia en donde más divorcios existe es Pichincha. Allí se concentra el 23% de las rupturas según los datos del Registro Civil Nacional. Ese porcentaje, relativo a 2009, ubicó entre las estadísticas 6.114 separaciones.

61.828
matrimonios se realizaron en el país durante el año pasado, según los datos del Registro Civil Nacional

En esta misma zona, en 2010, 5.611 parejas decidieron darse la espalda y caminar cada uno por su rumbo. En Guayas las cifras no son, tampoco, tan alentadoras. Es la segunda en cantidad de divorcios registrados. 4.520 desenlaces se concretaron en el 2009; 935 en 2010. El total en Ecuador, durante el año pasado, fue de 26.381; en 2009, 26.583.

Estas rupturas suelen tener detrás, en muchas ocasiones, una historia de golpes. Viene la especie de dicho popular que el que quiere pega. Eliana Campoverde, joven de 27 años, cree que “es la actitud más cobarde de cualquier ser humano, es una muestra de su baja autoestima”. Es más, ella considera que cuando hay agresión física o psicológica, “no hay amor ni respeto, solo esa necesidad de superioridad que induce a aplastar al de al lado”. Cosa similar piensa otro joven, Daniel Fernández. “La mujer debe tener su espacio, y el hombre tiene que asegurarlo”. 

Cree que así como tiene que haber respeto entre la pareja durante el noviazgo, debe conservarse bien la relación luego del matrimonio, tanto física como emocionalmente y en términos del compromiso. Para Oscar Castillo, en cambio, en ese sentido, “si ves una ‘carne’ por ahí la vacilas”, dice sin rodeos.  

En el departamento de asesoría legal general de la Defensoría del Pueblo se reciben 400 consultas al mes. De estas, el 7% (30) se realiza por temas de violencia de género e intrafamiliar. Este 7% está compuesto en su totalidad por mujeres. Todas estas consultas son derivadas a centros especializados (Cepam, Maria Guare) que brindan asesoría sobre el tema.

En el Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer (Cepam), durante 2010, 130 atenciones se dieron para casos como Violencia en la relación de pareja. 87 hechos de violencia intrafamiliar (hacia mujeres, hijos e hijas y otros miembros de la familia). Y, como para sorprender, en la lista aparecen 13 casos con hombres reconociendo el ejercicio de violencia sobre sus parejas.

En la Fundación María Guare existen otras cifras, en las que los hombres agredidos no aparecen mientras 831 mujeres acudieron por ayuda especializada de mayo a diciembre del 2010.

De vuelta con los divorcios. Hay quienes lo han tomado con más calma que otros. Rita, nombre protegido, es una joven que a los 21 años se casó. Lo hizo por todas las vías: cumplió con el trámite civil y con el rito eclesiástico. “Ahora, para mí no existe el amor, si alguien permanece junto a su esposo o esposa creo que es por gratitud”. 

26.381
fueron los divorcios que se tramitaron durante  2010. En  2009 
fueron 26.583
Su matrimonio duró dos años. Hubo previamente un noviazgo de tres. “Es que no es lo mismo vivir dentro de una casa que en la casa de cada uno en un noviazgo. Ya en la vida de pareja hasta el mínimo detalle puede generar un problema. Así como si te dejan un papel pegado en el espejo, que diga ‘te amo’, puede generar el más cálido ambiente”, opina Rita.

Ella mantiene el deseo de tener una familia, procrear hijos y vivir así hasta cuando todo llegue a su fin. No obstante, hace un reparo, dice de antemano que no será el amor el que los mantendrá juntos, sino el querer llegar hasta el final de un plan de pareja. Olvidó los motivos previos que la llevaron a su primer matrimonio, aquellos que tenían que ver con la imagen de un hogar donde la felicidad permanente fuera el común denominador.

Una experiencia de  ruptura también vivió Maritza, de 41 años. “Mi divorcio se dio después de 20 años de intentos para llevar un matrimonio acorde con la voluntad de Dios. Se trató de llevar con ayuda externa, con amor, con comunicación, pero desgraciadamente se llegó a un punto en que los lazos entre la pareja ya llegaron a su límite y se rompieron.  Los errores de la inmadurez, la presión de crecer y de cumplir con las responsabilidades de llevar un hogar, la atención que demandan los hijos y muchos otros factores no facilitan las cosas y cuando llegan  es muy duro.  No considero mi divorcio como un fracaso”, cuenta,  “fue una gran experiencia y di todo de mí”.

A Maritza la decisión se le tornó difícil. Venía la idea crucial de los hijos. Hay mujeres que optan por seguir con el matrimonio, renuncian a la felicidad individual por seguir con el núcleo familiar, debido a los hijos. Maritza opina sobre esto: “Las mujeres tendemos a sacrificarnos, es parte de nuestra cultura.  Si alguien debe sufrir, que seamos nosotras, se dice. Pero hay que analizar muchos aspectos y ver si con ese ‘sacrificio’ no estamos arrastrando también a nuestra pareja y a los hijos”. Agrega que muchas mujeres creen que ser felices es un acto de egoísmo, “porque eso es muchas veces lo que nos enseñan desde niñas”.

Detrás de las historias recientes de las personas separadas hay un pasado cuya imagen resulta idílica, vista desde lejos. Sin embargo, llama la atención que, a pesar de cualquier golpe, la gente sigue creyendo en la posibilidad de la vida de pareja. Y es que el amor, nos guste o no, parece ser un anhelo humano inclaudicable.
Óscar Pineda
opineda@telegrafo.com.ec
Reportero