domingo, 13 de febrero de 2011

El idilio viene acompañado de problemas


La relación de parejas tiene varios rostros. Es un vendaval donde hay alegrías y “damnificados”
ANTECEDENTES
Los MatrimoniosAsí como en Pichincha es donde más se divorcian, también es donde más se celebran matrimonios.

Durante  2009 se realizaron 17.514 enlaces. En el 2010 fueron 14.753.
En Guayas, el año pasado, 6.178 parejas decidieron unir sus vidas legalmente. En el 2009 fueron 8.806 los que se enlazaron.

La provincia que le sigue en cifras a Guayas es Azuay. Allí, en el 2009, 4.370 parejas se casaron. El año anterior fueron 4.171.

Galápagos es la provincia donde menos matrimonios se registran. Durante 2009 fueron celebrados 244 enlaces. En el 2010 se unieron en matrimonio 274 parejas.

Guayaquil
Una pareja que camina tomada de la mano por la calle y que, discretamente, se da un ligero beso pinta uno de los rostros más comunes, una postal incluso un tanto cliché, del amor; esa “sustancia humana” que ha nutrido la vida cotidiana y el arte más excelso. Que obnubiló a  Picasso, que se ha vuelto carga simbólica en el blanco y negro del cine o, volviendo al cliché, que  se ha tornado lacrimosa en los proverbiales culebrones televisivos. Y aún sigue caminando por los pasillos, aceras o avenidas. Una escena como esa elude, por el momento, los conflictos. Una cosa es verlos por la calle, puertas afuera. Otra es correr un poco la cortina y mirar hacia dentro. Allí puede ser otra la historia. 

Una vez más sale a la luz el tema al festejar mañana, 14 de febrero, el a veces bien mentado y otras repudiado Día del amor y la amistad; y aunque sabemos que el amor es  un sentimiento que no puede definirse a partir de la frialdad del dato, no dejan de llar la atención lo que arrojan las estadísticas respecto de lo que podríamos denominar una cultura de la vida de pareja en el país.
  
Pichincha es la provincia donde más se divorcian (23%  de las rupturas)  según el Registro Civil Nacional

Y es que hay ratos en que el amor pasa de la caricia al bofetón. En Guayaquil las cifras actuales muestran lo siguiente: 8.406 denuncias durante el 2010 por violencia intrafamiliar se registraron solo en la Comisaría Cuarta   de la Mujer y la Familia. En el 2009 fueron menos (7.148 casos). En este año ya son 1.140.
 
Allí, en la planta baja de la Gobernación del Guayas, una procesión de mujeres circula denunciando, si no alimentos para hijos no reconocidos, agresiones físicas de su pareja, o de quienes, legalmente, son sus esposos.

Escarbando entre los archivos en esta dependencia se encuentran  más agresiones contra mujeres que hombres. Los datos no se encuentran detallados en las actas. Los maltratos puertas adentro contra hombres  hay que buscarlos minuciosamente.

Entre los hallados resulta el de un hombre que reside en la ciudadela Kennedy y que acusó a su esposa de agresión verbal y física. Una excoriación en la zona del cuello y varias equimosis en los antebrazos (ambos conocidos como moretones) fueron  los signos que demostraron que el hombre, verdaderamente, fue agredido.

Luego de una causa civil ganó y evitó que la agresora se acercara a él o que terceros en nombre de ella tomaran represalias en su contra. ¿Pero qué cosa tan fuerte provocó todo esto?  La versión recogida en la comisaría indica que el hombre, como era su costumbre, llegó un día a casa a las 02:00 luego -decía él- del trabajo. La esposa, luego de una airada discusión y de reprocharle su infidelidad constante, arrojó sus ropas y cerró la puerta con llave.

El caso puede no parecer relevante, pero el hombre tomó la decisión de denunciarla luego de que  encontró a su esposa junto con su amante en el dormitorio que la pareja compartía. El parte señala que la encontró teniendo  sexo oral, y el amante fue quien lo golpeó.

El desenlace fue inesperado. El 5 de enero de este año, según el historial del caso, el hombre desistió de acusarla.

Angélica Carranza, una joven de 24 años, repite una definición común del amor, de esas que se escuchan en las baladas románticas o en algunas oraciones religiosas: “es una entrega total, nada rencoroso, es sincero, con el que se anhela lo mejor para la persona que se ama”. Por eso -opina-  “lo que no podría perdonar jamás es una traición de cualquier índole, porque significa que no hay respeto, que no hay confianza (en una relación)”.

Determinaciones como la ruptura que sugiere Angélica tienen el nombre, como sabemos, en el marco de un vínculo formal, de divorcio. Y ahí surgen de nuevo las cifras. La provincia en donde más divorcios existe es Pichincha. Allí se concentra el 23% de las rupturas según los datos del Registro Civil Nacional. Ese porcentaje, relativo a 2009, ubicó entre las estadísticas 6.114 separaciones.

61.828
matrimonios se realizaron en el país durante el año pasado, según los datos del Registro Civil Nacional

En esta misma zona, en 2010, 5.611 parejas decidieron darse la espalda y caminar cada uno por su rumbo. En Guayas las cifras no son, tampoco, tan alentadoras. Es la segunda en cantidad de divorcios registrados. 4.520 desenlaces se concretaron en el 2009; 935 en 2010. El total en Ecuador, durante el año pasado, fue de 26.381; en 2009, 26.583.

Estas rupturas suelen tener detrás, en muchas ocasiones, una historia de golpes. Viene la especie de dicho popular que el que quiere pega. Eliana Campoverde, joven de 27 años, cree que “es la actitud más cobarde de cualquier ser humano, es una muestra de su baja autoestima”. Es más, ella considera que cuando hay agresión física o psicológica, “no hay amor ni respeto, solo esa necesidad de superioridad que induce a aplastar al de al lado”. Cosa similar piensa otro joven, Daniel Fernández. “La mujer debe tener su espacio, y el hombre tiene que asegurarlo”. 

Cree que así como tiene que haber respeto entre la pareja durante el noviazgo, debe conservarse bien la relación luego del matrimonio, tanto física como emocionalmente y en términos del compromiso. Para Oscar Castillo, en cambio, en ese sentido, “si ves una ‘carne’ por ahí la vacilas”, dice sin rodeos.  

En el departamento de asesoría legal general de la Defensoría del Pueblo se reciben 400 consultas al mes. De estas, el 7% (30) se realiza por temas de violencia de género e intrafamiliar. Este 7% está compuesto en su totalidad por mujeres. Todas estas consultas son derivadas a centros especializados (Cepam, Maria Guare) que brindan asesoría sobre el tema.

En el Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer (Cepam), durante 2010, 130 atenciones se dieron para casos como Violencia en la relación de pareja. 87 hechos de violencia intrafamiliar (hacia mujeres, hijos e hijas y otros miembros de la familia). Y, como para sorprender, en la lista aparecen 13 casos con hombres reconociendo el ejercicio de violencia sobre sus parejas.

En la Fundación María Guare existen otras cifras, en las que los hombres agredidos no aparecen mientras 831 mujeres acudieron por ayuda especializada de mayo a diciembre del 2010.

De vuelta con los divorcios. Hay quienes lo han tomado con más calma que otros. Rita, nombre protegido, es una joven que a los 21 años se casó. Lo hizo por todas las vías: cumplió con el trámite civil y con el rito eclesiástico. “Ahora, para mí no existe el amor, si alguien permanece junto a su esposo o esposa creo que es por gratitud”. 

26.381
fueron los divorcios que se tramitaron durante  2010. En  2009 
fueron 26.583
Su matrimonio duró dos años. Hubo previamente un noviazgo de tres. “Es que no es lo mismo vivir dentro de una casa que en la casa de cada uno en un noviazgo. Ya en la vida de pareja hasta el mínimo detalle puede generar un problema. Así como si te dejan un papel pegado en el espejo, que diga ‘te amo’, puede generar el más cálido ambiente”, opina Rita.

Ella mantiene el deseo de tener una familia, procrear hijos y vivir así hasta cuando todo llegue a su fin. No obstante, hace un reparo, dice de antemano que no será el amor el que los mantendrá juntos, sino el querer llegar hasta el final de un plan de pareja. Olvidó los motivos previos que la llevaron a su primer matrimonio, aquellos que tenían que ver con la imagen de un hogar donde la felicidad permanente fuera el común denominador.

Una experiencia de  ruptura también vivió Maritza, de 41 años. “Mi divorcio se dio después de 20 años de intentos para llevar un matrimonio acorde con la voluntad de Dios. Se trató de llevar con ayuda externa, con amor, con comunicación, pero desgraciadamente se llegó a un punto en que los lazos entre la pareja ya llegaron a su límite y se rompieron.  Los errores de la inmadurez, la presión de crecer y de cumplir con las responsabilidades de llevar un hogar, la atención que demandan los hijos y muchos otros factores no facilitan las cosas y cuando llegan  es muy duro.  No considero mi divorcio como un fracaso”, cuenta,  “fue una gran experiencia y di todo de mí”.

A Maritza la decisión se le tornó difícil. Venía la idea crucial de los hijos. Hay mujeres que optan por seguir con el matrimonio, renuncian a la felicidad individual por seguir con el núcleo familiar, debido a los hijos. Maritza opina sobre esto: “Las mujeres tendemos a sacrificarnos, es parte de nuestra cultura.  Si alguien debe sufrir, que seamos nosotras, se dice. Pero hay que analizar muchos aspectos y ver si con ese ‘sacrificio’ no estamos arrastrando también a nuestra pareja y a los hijos”. Agrega que muchas mujeres creen que ser felices es un acto de egoísmo, “porque eso es muchas veces lo que nos enseñan desde niñas”.

Detrás de las historias recientes de las personas separadas hay un pasado cuya imagen resulta idílica, vista desde lejos. Sin embargo, llama la atención que, a pesar de cualquier golpe, la gente sigue creyendo en la posibilidad de la vida de pareja. Y es que el amor, nos guste o no, parece ser un anhelo humano inclaudicable.
Óscar Pineda
opineda@telegrafo.com.ec
Reportero

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