viernes, 26 de octubre de 2018
La educación y la cultura actual van contra el pensar
La filósofa Marina Garcés dice que la crisis actual de la civilización nace del miedo al futuro y de buscar seguridad basada en la fuerza. Así suben los autoritarismos.
Marina Garcés, durante el pasado Hay Festival de Cartagena. Foto: Esteban Vega
Esta pensadora catalana publicó, a finales del año pasado, el libro Nueva ilustración radical (Nuevos cuadernos Anagrama) considerado como una actitud de combate contra las credulidades de nuestro tiempo y sus formas de opresión. Una gran reflexión sobre el autoritarismo, el fanatismo o el terrorismo y la razón de ser en la actual crisis de la civilización. La pensadora estuvo a comienzos de año en Colombia y SEMANA habló con ella.
SEMANA: En su libro hay cierta desazón, pareciera apocalíptico. ¿Así está el mundo?
Marina Garcés: Diagnostico un poco sobre el futuro y hacia dónde nos pueden llevar las potencias. Reflexiono sobre los imaginarios apocalípticos que a la vez dominan nuestros imaginarios políticos, estéticos, incluso íntimos y personales: parece que no podemos mirar adelante sin pensar que algo va a acabar mal. Y esto lo sentimos desde muchos ámbitos. Y también analizo nuestra existencia. El mundo parece formateado por una ideología y por una forma de producir impotencia en nosotros como individuos y como sociedades, que es lo que llamo aquí un dogma apocalíptico, una gestión por parte del poder en general. Y también cómo podemos desmontar esa especie de condena civilizatoria en la que, de algún modo, nos invita a rendirnos.
SEMANA: Habla de un mundo póstumo, que agonizamos...
M.G.: Yo digo que esa creencia es la construcción ideológica de nuestro tiempo. El libro es un manifiesto contra la condición póstuma. Es un manifiesto para reapropiarnos del tiempo, de nuestras existencias personales y colectivas, y de hacerlo retomando la conexión entre saberes y emancipación. Yo digo que es un libro que clama una nueva emancipación, contra este no futuro al que nos condena el capitalismo actual.
SEMANA: A usted la tildaron como ‘filósofa de guerrillas’.
M.G.: Porque hay un libro mío, anterior, llamado Fuera de clase: textos de filosofía de guerrilla, unos escritos publicados en un diario, durante dos años, que invitan a la intervención cotidiana sobre la discusión pública. Claro, en Colombia, la palabra guerrilla tiene otro sentido.
SEMANA: ¿Por qué habla de una antiilustración?
M.G.: Antiilustración es, precisamente, la situación reactiva en la que vivimos ahora. Optamos por mecanismos defensivos, especialmente aquellos que le tienen el miedo al futuro y buscamos una seguridad basada en la fuerza: liderazgos fuertes o autoritarismos, lo que yo llamo una guerra ilustrada, es decir, reacción y defensa frente a la incertidumbre del futuro
SEMANA: ¿Populismos, fanatismos y pos verdad es lo que usted llama ilustración?
M. G.: Son manifestaciones distintas de esta guerra ilustrada, porque son maneras de neutralizar la posibilidad que tenemos todos de pensar por nosotros mismos, que es en lo que se basaría la idea clásica de la ilustración. La ilustración es la defensa y la creación de condiciones para que podamos pensar por nosotros mismos y, colectivamente, sobre nuestras condiciones de vida. Un requisito para una sociedad mejor y más emancipada.
SEMANA: Se culpa al otro, al que está detrás, al Trump, al Putin, pero nunca yo soy el culpable. ¿Por qué?
M.G.: Una cosa es estar implicado y otra es ser culpable. Yo no me siento culpable de muchas de las violencias de este mundo, pero sí me siento implicada porque los problemas son comunes, sean que nos afecten directamente o no. Yo no vivo en Colombia, pero que haya violencia en este país me concierne. A mí me importa con la filosofía, con la enseñanza y con la vida misma, despertar ese sentido del compromiso. Nos han construido una mirada individualista, un poco descarada: como no puedo hacer nada, no soy responsable. Todos tenemos responsabilidades éticas y políticas a nuestro alcance y si nos ocupamos de ellas, cambia el mundo.
SEMANA: Usted habla de analfabetismo ilustrado…
M.G.: Tiene que ver con las maneras como se educa hoy. Estamos todo el tiempo escuchando expertos que nos dan recetas, políticos que venden recetas… Y eso es solo la inmediatez a la solución, es decir, lo contrario a pensar. El pensar no garantiza la salida, pero puede crear otras salidas no previstas, otros valores no incorporados aún en la pregunta y, a lo mejor, puede hasta invalidar a la pregunta: decir es que este no es el problema, el problema es otro.
SEMANA: ¿Y cómo nace esa capacidad para pensar?
M.G.: El pensamiento no es producir teorías sofisticadas. Todos los filósofos, de todos los tiempos, dicen que la capacidad de pensar está distribuida igual para todos, que la fuerza física es más desigual que la potencia de pensar. Hay gente fuerte, hay gente débil, hay personas altas, hay personas bajas, hay personas sanas, hay personas enfermas, pero todos podemos pensar.
SEMANA: ¿Pero pensar depende de algo?
M.G.: De las condiciones, de los tiempos, de los espacios y de las herramientas para hacerlo. La educación actual y la cultura actual, en general, van contra el pensar. Estamos en el mundo de la acción-reacción, las redes sociales funcionan por likes, por “me gusta”. ¿Pero qué quiere decir me gusta?, no estás diciendo nada. Todo esto es la antítesis de lo que sería una cultura basada en la pregunta y en la reflexión. A veces no tenemos las palabras inmediatamente, pero pensando nacerán las palabras que necesitamos.
SEMANA: Usted en el libro, dice que tal vez hoy hay demasiada información, pero no estamos mejor informados.
M.G.: Es otra de las cosas que analizo: la saturación informativa en tiempo real, en cantidad. Información que descontextualiza, es decir, no tenemos manera de digerir todo aquello que recibimos. En el mundo moderno somos receptores solitarios de información frente a nuestras pantallas y no podemos mirar al lado, para compartir o debatir con alguien más. Somos como patos tragando comida para que se nos hinche el hígado. Y, al final, se nos hincha.
SEMANA: Si no estoy mal, usted dice que la vida hoy es dar pantallazos…
M.G.: Sí, pantallazos. Y, como decíamos antes, entonces la única respuesta posible son las reacciones: “ah, ¡qué horror!”, “ah, ¡qué bueno!”, “ah, ¡qué bonito!”, “ah, ¡estupendo!”. Ese es el lenguaje que hoy se construye por la manera como consumimos información, intensidad emocional máxima. Por eso hay tantos problemas en las redes, hostigamientos, linchamientos o insultos. Pero también de enamoramientos absurdos: todo es estupendo en el mundo, un actor, un futbolista, un artículo, una película. La expresividad siempre sube de tono, pero a la vez la reflexión baja.
SEMANA: Usted en el preámbulo del libro evoca a Zygmunt Bauman, que habla de la retro utopía. Si hablamos en términos históricos, ¿quiere decir que vamos atrás buscando una utopía mas no lo esencial?
M.G.: Bauman lo explica muy bien, que si nos relacionamos con el pasado solo en términos de utopía, es distorsionar el pasado mismo, porque lo convierte en ideal y todo ideal es una ficción. Miren el caso del islamismo radical en estos momentos: invocan un islam para poder luchar en este presente, pero la historia del islam es mucho más rica, mucho más compleja y, digamos, mucho menos útil para hacer la guerra de hoy.
SEMANA: Usted dice que hay que ser rebelde, ¿pero cómo explicarle al lector, cómo ser rebelde?, ¿Qué clase de rebeldía es la que usted pide?
M.G.: Toda rebelión empieza por parar y pensar, que no es necesariamente elucubrar y estudiar mucho. Parar y pensar deshace la autoridad con la que nos tragamos continuamente las formas de vida en las que estamos involucrados. Yo creo que hay que evitar la reacción y mejor fomentar la reflexión, el comienzo de todas las rebeliones posibles.
SEMANA: Leía que usted llamó a sus alumnos a desobedecer. ¿Hay que tomarlo literal?
M.G.: No. Yo les escribí una carta a mis alumnos en la que les interpelaba, porque me molestaba, su obediencia mecánica: buscaba que se preguntaran por qué estoy aquí y por qué vuelvo cada semana a esta clase. ¿Para sacarme un título?, ¿para perder el tiempo? Cada cual sabrá, pero si eso tiene un valor, comprometerse con ese valor. Y eso es distinto a la obediencia.
SEMANA: Y ante las crisis, los Trump, el analfabetismo, los populismos o autoritarismos, ¿para qué sirve la filosofía?
M.G.: La filosofía sirve para no rendirse y es un arma muy potente contra la resignación. Además, no hay que comprarla. Lo importante es alimentar la potencia que tenemos de pensar las cosas de otra manera, de pararnos y volver a preguntarnos.
Marina Garcés, durante el pasado Hay Festival de Cartagena. Foto: Esteban Vega
Esta pensadora catalana publicó, a finales del año pasado, el libro Nueva ilustración radical (Nuevos cuadernos Anagrama) considerado como una actitud de combate contra las credulidades de nuestro tiempo y sus formas de opresión. Una gran reflexión sobre el autoritarismo, el fanatismo o el terrorismo y la razón de ser en la actual crisis de la civilización. La pensadora estuvo a comienzos de año en Colombia y SEMANA habló con ella.
SEMANA: En su libro hay cierta desazón, pareciera apocalíptico. ¿Así está el mundo?
Marina Garcés: Diagnostico un poco sobre el futuro y hacia dónde nos pueden llevar las potencias. Reflexiono sobre los imaginarios apocalípticos que a la vez dominan nuestros imaginarios políticos, estéticos, incluso íntimos y personales: parece que no podemos mirar adelante sin pensar que algo va a acabar mal. Y esto lo sentimos desde muchos ámbitos. Y también analizo nuestra existencia. El mundo parece formateado por una ideología y por una forma de producir impotencia en nosotros como individuos y como sociedades, que es lo que llamo aquí un dogma apocalíptico, una gestión por parte del poder en general. Y también cómo podemos desmontar esa especie de condena civilizatoria en la que, de algún modo, nos invita a rendirnos.
SEMANA: Habla de un mundo póstumo, que agonizamos...
M.G.: Yo digo que esa creencia es la construcción ideológica de nuestro tiempo. El libro es un manifiesto contra la condición póstuma. Es un manifiesto para reapropiarnos del tiempo, de nuestras existencias personales y colectivas, y de hacerlo retomando la conexión entre saberes y emancipación. Yo digo que es un libro que clama una nueva emancipación, contra este no futuro al que nos condena el capitalismo actual.
SEMANA: A usted la tildaron como ‘filósofa de guerrillas’.
M.G.: Porque hay un libro mío, anterior, llamado Fuera de clase: textos de filosofía de guerrilla, unos escritos publicados en un diario, durante dos años, que invitan a la intervención cotidiana sobre la discusión pública. Claro, en Colombia, la palabra guerrilla tiene otro sentido.
SEMANA: ¿Por qué habla de una antiilustración?
M.G.: Antiilustración es, precisamente, la situación reactiva en la que vivimos ahora. Optamos por mecanismos defensivos, especialmente aquellos que le tienen el miedo al futuro y buscamos una seguridad basada en la fuerza: liderazgos fuertes o autoritarismos, lo que yo llamo una guerra ilustrada, es decir, reacción y defensa frente a la incertidumbre del futuro
SEMANA: ¿Populismos, fanatismos y pos verdad es lo que usted llama ilustración?
M. G.: Son manifestaciones distintas de esta guerra ilustrada, porque son maneras de neutralizar la posibilidad que tenemos todos de pensar por nosotros mismos, que es en lo que se basaría la idea clásica de la ilustración. La ilustración es la defensa y la creación de condiciones para que podamos pensar por nosotros mismos y, colectivamente, sobre nuestras condiciones de vida. Un requisito para una sociedad mejor y más emancipada.
SEMANA: Se culpa al otro, al que está detrás, al Trump, al Putin, pero nunca yo soy el culpable. ¿Por qué?
M.G.: Una cosa es estar implicado y otra es ser culpable. Yo no me siento culpable de muchas de las violencias de este mundo, pero sí me siento implicada porque los problemas son comunes, sean que nos afecten directamente o no. Yo no vivo en Colombia, pero que haya violencia en este país me concierne. A mí me importa con la filosofía, con la enseñanza y con la vida misma, despertar ese sentido del compromiso. Nos han construido una mirada individualista, un poco descarada: como no puedo hacer nada, no soy responsable. Todos tenemos responsabilidades éticas y políticas a nuestro alcance y si nos ocupamos de ellas, cambia el mundo.
SEMANA: Usted habla de analfabetismo ilustrado…
M.G.: Tiene que ver con las maneras como se educa hoy. Estamos todo el tiempo escuchando expertos que nos dan recetas, políticos que venden recetas… Y eso es solo la inmediatez a la solución, es decir, lo contrario a pensar. El pensar no garantiza la salida, pero puede crear otras salidas no previstas, otros valores no incorporados aún en la pregunta y, a lo mejor, puede hasta invalidar a la pregunta: decir es que este no es el problema, el problema es otro.
SEMANA: ¿Y cómo nace esa capacidad para pensar?
M.G.: El pensamiento no es producir teorías sofisticadas. Todos los filósofos, de todos los tiempos, dicen que la capacidad de pensar está distribuida igual para todos, que la fuerza física es más desigual que la potencia de pensar. Hay gente fuerte, hay gente débil, hay personas altas, hay personas bajas, hay personas sanas, hay personas enfermas, pero todos podemos pensar.
SEMANA: ¿Pero pensar depende de algo?
M.G.: De las condiciones, de los tiempos, de los espacios y de las herramientas para hacerlo. La educación actual y la cultura actual, en general, van contra el pensar. Estamos en el mundo de la acción-reacción, las redes sociales funcionan por likes, por “me gusta”. ¿Pero qué quiere decir me gusta?, no estás diciendo nada. Todo esto es la antítesis de lo que sería una cultura basada en la pregunta y en la reflexión. A veces no tenemos las palabras inmediatamente, pero pensando nacerán las palabras que necesitamos.
SEMANA: Usted en el libro, dice que tal vez hoy hay demasiada información, pero no estamos mejor informados.
M.G.: Es otra de las cosas que analizo: la saturación informativa en tiempo real, en cantidad. Información que descontextualiza, es decir, no tenemos manera de digerir todo aquello que recibimos. En el mundo moderno somos receptores solitarios de información frente a nuestras pantallas y no podemos mirar al lado, para compartir o debatir con alguien más. Somos como patos tragando comida para que se nos hinche el hígado. Y, al final, se nos hincha.
SEMANA: Si no estoy mal, usted dice que la vida hoy es dar pantallazos…
M.G.: Sí, pantallazos. Y, como decíamos antes, entonces la única respuesta posible son las reacciones: “ah, ¡qué horror!”, “ah, ¡qué bueno!”, “ah, ¡qué bonito!”, “ah, ¡estupendo!”. Ese es el lenguaje que hoy se construye por la manera como consumimos información, intensidad emocional máxima. Por eso hay tantos problemas en las redes, hostigamientos, linchamientos o insultos. Pero también de enamoramientos absurdos: todo es estupendo en el mundo, un actor, un futbolista, un artículo, una película. La expresividad siempre sube de tono, pero a la vez la reflexión baja.
SEMANA: Usted en el preámbulo del libro evoca a Zygmunt Bauman, que habla de la retro utopía. Si hablamos en términos históricos, ¿quiere decir que vamos atrás buscando una utopía mas no lo esencial?
M.G.: Bauman lo explica muy bien, que si nos relacionamos con el pasado solo en términos de utopía, es distorsionar el pasado mismo, porque lo convierte en ideal y todo ideal es una ficción. Miren el caso del islamismo radical en estos momentos: invocan un islam para poder luchar en este presente, pero la historia del islam es mucho más rica, mucho más compleja y, digamos, mucho menos útil para hacer la guerra de hoy.
SEMANA: Usted dice que hay que ser rebelde, ¿pero cómo explicarle al lector, cómo ser rebelde?, ¿Qué clase de rebeldía es la que usted pide?
M.G.: Toda rebelión empieza por parar y pensar, que no es necesariamente elucubrar y estudiar mucho. Parar y pensar deshace la autoridad con la que nos tragamos continuamente las formas de vida en las que estamos involucrados. Yo creo que hay que evitar la reacción y mejor fomentar la reflexión, el comienzo de todas las rebeliones posibles.
SEMANA: Leía que usted llamó a sus alumnos a desobedecer. ¿Hay que tomarlo literal?
M.G.: No. Yo les escribí una carta a mis alumnos en la que les interpelaba, porque me molestaba, su obediencia mecánica: buscaba que se preguntaran por qué estoy aquí y por qué vuelvo cada semana a esta clase. ¿Para sacarme un título?, ¿para perder el tiempo? Cada cual sabrá, pero si eso tiene un valor, comprometerse con ese valor. Y eso es distinto a la obediencia.
SEMANA: Y ante las crisis, los Trump, el analfabetismo, los populismos o autoritarismos, ¿para qué sirve la filosofía?
M.G.: La filosofía sirve para no rendirse y es un arma muy potente contra la resignación. Además, no hay que comprarla. Lo importante es alimentar la potencia que tenemos de pensar las cosas de otra manera, de pararnos y volver a preguntarnos.
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