lunes, 12 de octubre de 2015

El origen oculto de los colores de Guayaquil

INSIGNIA

Mario Hernández. Miembro del Foro Politécnico
El 9 de febrero de 1816, un día caliente y húmedo del típico ‘invierno’ guayaquileño, un hombre fornido, rubio y semidesnudo era conducido desde la orilla del río Guayas a la casa del Gobernador. Fue apresado por fuerzas locales, luego de que su barco pirata encallara en la lodosa orilla, traicionado por el cambio de marea. Su desconocimiento del comportamiento de la ría lo perdió. El terror de los mares del sur, con patente de corso concedida por los patriotas argentinos, caminaba gallardo ante la curiosidad de los habitantes de Guayaquil, arremolinados para presenciar, cual fiera de circo, a un pirata irlandés al servicio de la independencia americana. Su nombre, almirante William Brown. Su vestimenta era el pabellón de las Provincias Unidas del Río de la Plata, arreado momentos antes del mástil del bergantín Trinidad, buque capitana de la flotilla corsaria. La escuadrilla pirata estaba compuesta por cinco fragatas, tres bergantines y un pailebot. De manera casual fue avistada a la altura de Puná por el señor José Villamil, que en la goletaAlcance de su propiedad viajaba con su familia a Luisiana, Estados Unidos. Alarmado regresó a Guayaquil, favorecido por las últimas horas de la pleamar y dio aviso a las autoridades del peligro que se avecinaba. En la memoria histórica y en la leyenda de los guayaquileños estaban grabadas las múltiples incursiones y devastaciones que sufriera la ciudad a manos de los piratas. Guayaquil se aprestaba a la defensa.
La seguridad con la que caminaba Brown no era la fanfarronada del soberbio que se siente perdido: sabía que en poder de su flota estaban como rehenes importantes personajes guayaquileños, entre los que destacaba el brigadier Juan de Mendiburu, Gobernador electo de Guayaquil1. En presencia del Gobernador, Juan Vasco y Pascual, y vestido por la ropa que este le facilitara, Brown pudo —gracias a los gestos y signos propios de la masonería— identificarlo como miembro de la secreta hermandad, a la que pertenecían igualmente José de Villamil y José de Antepara. El resto de la flota corsaria, ahora al mando del hermano del Almirante Brown, Michael, enterado ya de los sucesos, enfiló el día 13 hacia Guayaquil para exigir la liberación de los capturados, iniciando un bombardeo preventivo para forzar las negociaciones y el canje de prisioneros. Luego de duras negociaciones, el día 16 se cumplió lo acordado y Brown abandonó Guayaquil el 27 de febrero de 1816.
Cuatro años más tarde, tres oficiales venezolanos de bajo rango desertaron del Batallón Numancia que defendía la Fortaleza del Real Felipe del Callao y pasaron por Guayaquil en tránsito a su país de origen. Posiblemente iniciados en la masonería, identificaran —tal como lo hizo Brown— a sus hermanos secretos. La llamada Fragua de Vulcano, acto enigmático que los historiadores criollos se han negado a explicar, fue casi con certeza una reunión de la Logia que operaba en Guayaquil, en homenaje a los oficiales extranjeros. En aquella época los librepensadores, influenciados por las ideas de la Revolución Francesa, la declaración de los Derechos del Hombre y el proceso de emancipación de las colonias americanas, se adherían a la masonería como pensamiento ilustrado y acción libertaria. Es posible que José Joaquín de Olmedo no haya sido masón, pero su Himno a Guayaquil hace demasiadas referencias: a la aurora o amanecer, al gran oriente, a la simbología clásica grecorromana...
En aquellos tiempos, ser masón era equivalente a ser revolucionario.
Para explicar esto, habría que remontarse muchos años atrás y seguirle los pasos al más grande de los precursores de la emancipación americana: Francisco de Miranda.
Perseguido por la Inquisición por tenencia de libros prohibidos en 1778, Miranda participó en la emancipación de las colonias norteamericanas, en la revolución Francesa alcanzó el grado de Mariscal, prestó grandes servicios a la república Francesa, lo que le valió el honor de ser el único americano cuyo nombre está grabado en el Arco de Triunfo de París. En 1807, Miranda fundó en Cádiz y Madrid filiales de los Caballeros Racionales, organización masónica fundada en Londres en 1797 que perseguía la Independencia Americana. Los ingleses que le disputaban a España el dominio mundial de los mares, apoyarían y financiarían las guerras de independencia americana. Los idearios de la masonería entonces se identificaban con el liberalismo y buscaban establecer sistemas de gobiernos republicanos y unitarios. A estas logias se adhirieron personas de la talla de Simón Bolívar, José de San Martín, Bernardo O’Higgins, Andrés Bello, Santiago Nariño, entre muchos otros próceres. Fueron masones también los padres fundadores de la nación norteamericana.
Estos grupos secretos, por seguridad, desarrollaron mecanismos y claves para su identificación y auxilio a través de símbolos, estandartes, banderas, gestos y lenguaje corporal.
Colores revolucionarios
Las logias lautarianas, llamadas así en homenaje al cacique mapuche Lautaro, adoptaron el pabellón celeste y blanco, que flameó por primera vez en las guerras de independencia de las Provincias del Río de la Plata, y portada por las tropas de San Martín cuando cruzó los Andes para liberar a Chile y Perú de la tiranía española. La armada chilena, comandada y organizada por el almirante inglés Thomas Cochrane, y al servicio de la causa de José de San Martín en la campaña contra el virreinato del Perú, también enarboló en lo alto de sus mástiles, tal como lo había hecho Brown, el estandarte celeste y blanco del Río de la Plata.
Este hecho singular ya estaba en la memoria de los próceres guayaquileños y confirmada por la información proporcionada por los oficiales venezolanos que desde las posiciones fortificadas del Callao la pudieron contemplar en los innumerables intentos realizados por el marino inglés por tomarse esa inexpugnable posición.
Esta era la situación en octubre de 1820 cuando —luego de la independencia— se decidiera comunicar a San Martín los hechos acaecidos en Guayaquil. Para lo cual se decidió comisionar a José de Villamil y Miguel de Letamendi, quienes en la ya mencionada goleta Alcance, viajaron hasta el Perú a dar la noticia a los ejércitos libertarios. Pero había un problema: con qué pabellón navegaría la embarcación. Guayaquil no era un Estado reconocido y se corría el riesgo de encontrarse con navíos realistas o independentistas. La decisión final fue la de usar el pabellón que había exhibido el almirante Brown, que era el mismo que enarbolaba la escuadra a mando del almirante Cochrane al servicio de las fuerzas de San Martín. La situación era riesgosa, puesto que navegar bajo bandera ajena se considera en el Código Naval un acto de piratería, algo que, de acuerdo con los principios de la guerra se juzga y se resuelve ipso facto en alta mar.
El almirante Cochrane era un marino profesional que en 1817 puso un anuncio en los principales periódicos de Londres ofreciendo sus servicios a las nuevas naciones que se estaban independizando. Había rechazado la propuesta de Fernando VII, rey de España, para ser el almirante de la Marina Real, que preparaba para combatir a las naciones americanas. El prefirió aceptar la propuesta del representante chileno José Antonio Álvarez Condarco y, junto con un grupo de oficiales británicos, fue contratado para organizar la escuadra chilena al servicio de la campaña libertaria de San Martín. Uno de sus oficiales acompañantes fue el capitán británico John Illingworth Hunt. No existen referencias históricas de la vinculación de Thomas Cochrane a grupos masónicos y parece ser que su relación fue absolutamente profesional. Tal como era de prever, la goleta Alcance fue interceptada por la armada de Cochrane y los delegados guayaquileños tuvieron que hacer grandes esfuerzos para convencer al marino inglés de sus intenciones.
Pocos años antes, el 24 de junio de 1819, se había producido un encuentro naval entre la corbeta Rosa de los Andes, comandada por el ‘pirata’ inglés John Illingworth2, y la fragata Piedad al servicio de los españoles, cuando fue puesto en fuga y maltrecho el barco inglés y perseguido en alta mar por las fragatasPiedad, Prueba y Venganza hasta las costas mexicanas, en donde pudo Illingworth evadirse de sus perseguidores. Como represalia, el 25 de noviembre de 1819, lord Cochrane, en persona, llegó a la desembocadura del río Guayas con el propósito de capturar o destruir a la fragata Prueba fondeada frente a la ciudad. La flota la conformaban las fragatas O’Higgins y Lautaro, y los bergantines Galvarino yPueyrredón. En el trayecto se encontró en las cercanías de Puná, con las fragatas mercantes armadasÁguila y Borgoña, que estaban fondeadas y las tomó con poca resistencia. El almirante, sorprendido de la facilidad de su captura, se dio por satisfecho y luego de incorporarlas a su flota se regresó a la tarea interminable de cercar el Callao.
A pesar de aquel antecedente, Cochrane les concedió el beneficio de la duda a los patriotas guayaquileños que había interceptado, y les ayudó a ponerse en contacto con los oficiales del ejército de San Martín, con la respectiva guardia militar. Villamil y Letamendi regresarían a Guayaquil acompañados de Tomas Guido, Secretario de Guerra de San Martín y Gran Maestro masón, y Toribio Luzuriaga, quienes permanecieron en la ciudad hasta el 20 de diciembre de 1820.
Esta es la historia y existen suficientes documentos históricos que lo prueban.
Celeste y blanco
La elección de los símbolos que identifican a un país, una sociedad o cualquier grupo humano no son tomados con ligereza. Estos representarán e identificarán a quienes los adoptan y deben tener algún significado propio que sea motivo de orgullo para quienes se amparan en ellos. Queriendo ocultar toda la secuencia de hechos que arrancan desde la conformación de los Caballeros Racionales por Francisco de Miranda y las tareas y símbolos que se asignaran a los diferentes frentes de la lucha de emancipación americana ejecutadas a través de Logias Operativas conformadas por librepensadores, liberales y amantes de la independencia, algunos historiadores inventan explicaciones menos lógicas.
Los colores de la bandera guayaquileña no fueron producto de las musas del ‘poeta de octubre’ que se inspiró en el límpido cielo de la ciudad, como afirmara un ex obispo de Guayaquil; no fue tampoco la representación de las franjas celestes y blancas de las aguas del río Guayas encontradas en un supuesto viejo escudo colonial (amén de que jamás las aguas del caudaloso Guayas han sido transparentes y cristalinas). La historia oficial cuenta que unas señoritas de apellido Garaycoa confeccionaron una bandera celeste y blanco y la colgaron en el balcón de su casa. El historiador Efrén Avilés Pino relata que el 9 de octubre se izó la bandera, y eso —él mismo concluye— significaba que ya estaba confeccionada unos tres días antes del 9 de octubre: en caso de que esto sea cierto, solo revelaría que se izó el estandarte incautado al almirante Brown, que reposaba como trofeo en la Gobernación.
Avilés Pino incluso va más allá y sostiene que fue la bandera celeste y blanco “la que llevó el ejército libertador durante la campaña por la independencia de Quito, y se mantuvo hasta el 29 de mayo de 1822, solo cuatro días después de la batalla del Pichincha, en que Quito —sin consultar con la voluntad de Guayaquil que era quien le había dado la libertad— decretó su anexión a Colombia”. Pero esos eran unos colores que Guayaquil había adoptado, no era de su uso exclusivo. El pabellón celeste y blanco, la bandera lautariana, la bandera de Brown, de las Provincias Unidas del Río de la Plata, siguió flameando en todas las batallas en la que participaran los batallones de San Martín: en Pichincha con los batallones del Coronel Santacruz y al frente de los batallones guayaquileños. Muchos países americanos adoptaron los colores celeste y blanco como su bandera nacional: Argentina, Uruguay, Guatemala, y Honduras; en tonos más oscuros Nicaragua y El Salvador.
Luego del 9 de octubre de 1820, Febres Cordero y Urdaneta, que eran oficiales de artillería, emprendieron desafortunadas campañas contra las tropas realistas del mariscal de campo español Melchor Aymerich. Las tropas de Guayaquil quedaron diezmadas. Del batallón conformado por más de 700 soldados cusqueños acantonados en Guayaquil, liderados por el Cacique Hilario Álvarez, sobrevivieron menos de diez. Durante la última batalla de Huachi, y para precautelar la vida de los pocos que aún quedaban, el cacique Álvarez dispuso retirarse de la batalla con sus soldados con la intención de que hubiera quien comunique a los familiares de este suceso. Hubo quienes acusaron a Álvarez de traición, pero él, que era un líder militar y étnico, logró la autorización para que puedan regresar al Cusco e informar de la muerte de estos humildes soldados. El batallón comandado por Álvarez era el más numeroso de Guayaquil, y su inclinación a la causa de la independencia fue decisiva para el triunfo de la Revolución de Octubre, su tropa era aguerrida, disciplinada y entrenada, pero, ¿puede alguien proclamar: “los cusqueños liberaron a Guayaquil”?
Más aún: en mayo de 1821, el general Antonio José de Sucre habría de llegar con sus tropas grancolombianas para sellar en agosto, en la batalla de Yaguachi, la independencia definitiva de la Provincia Libre de Guayaquil.
Los historiadores guayaquileños parecen avergonzarse de sus antepasados masones y librepensadores, que prestaron un invalorable aporte a la causa de la independencia americana. Que con el paso de los años, algunos de ellos o sus descendientes hayan migrado a posiciones reaccionarias y antidemocráticas no desmerece en absoluto el reconocimiento a nuestros próceres. Al contrario, los respetamos como hombres extraordinarios, capaces de ofrendar sus vidas por la causa de la libertad, una libertad que trascendía las fronteras de cada ciudad del continente.
Notas
1. Los principales prisioneros de Brown fueron: el brigadier Juan de Mendiburu, gobernador electo de Guayaquil; León Altolaguirre, Caballero de Carlos III, intendente de la Provincia y Tribunal de Cuentas de Lima; Andrés Jiménez, iuez Subdelegado de la provincia de Jauja; José Antonio Navarrete, ex- Diputado en Cortes y electo Fiscal de la Audiencia de Chile; el Tte. Cor. del Real Cuerpo de Ingenieros Francisco Iriarte y su hermana; el Tte. de los Reales Ejércitos Ramón Abeleira que viajaba con destino a la Capitanía General de Chile, etc. Fuente: Pérez Pimentel, Rodolfo (1987). Diccionario Biográfico del Ecuador. Guayaquil: Universidad de Guayaqui.
2. Cevallos, Pedro Fermín. Historia del Ecuador. Relatado en Guayaquil, Revolución de Octubre y Campaña Libertadora de 1820-22. D’Amecourt.
 Algunas explicaciones ilógicas sobre el origen de la bandera tienen el fin de ocultar una secuencia de hechos que arranca con la conformación de los Caballeros Racionales por Francisco de Miranda y los símbolos asignados a los distintos frentes de la emancipación americana, ejecutada por logias de librepensadores, liberales y amantes de la independencia.
 La seguridad del apresado Brown no era la fanfarronada del soberbio que se sabe perdido: Juan de Mendiburu era rehén de su flota. Pero gracias a signos y gestos masones, Brown identificó al gobernador de Guayaquil como miembro de la hermandad secreta, a la que también pertenecían Antepara y Villamil.

viernes, 2 de octubre de 2015

Por qué solo algunas caras nos parecen atractivas

PSICOLOGÍA


Un estudio con miles de voluntarios prueba por primera vez que nuestras preferencias estéticas no están marcadas por los genes sino por nuestras experiencias. Nos encantan determinadas caras en función de nuestras vivencias.
Los autores han analizado las valoraciones de más de 35 000 personas
Los autores han analizado las valoraciones de más de 35 000 personas - Foto Andrew Smith (Flickr, CC)
Está usted en una reunión familiar y aparece en televisión el rosto de un actor o actriz conocidos. Alguien comenta que le parece extraordinariamente atractivo y a continuación se inicia una encendida disputa: resulta que a otros les parece feo. ¿Tan diferentes son nuestraspercepciones de una misma realidad? ¿Por qué está condicionado este criterio estético tan variable de unos a otros?
Los autores han analizado las valoraciones de más de 35 000 personas 
Para conocer mejor este fenómeno, el equipo de Laura Germine, del hospital general de Massachusetts y la Universidad de Harvard, ha realizado una serie de experimentos con voluntarios a los que exhibían decenas de rostros de ambos sexos para que los valoraran por su atractivo. En concreto, los científicos han reunido las valoraciones de más de 35000 personas que entraron en la web Test my brain y pusieron nota a los rostros que aparecen en la prueba. Con estos datos, realizaron después un refinado de los resultados realizando un test similar a 547 parejas de gemelos idénticos y 214 parejas de parejas de mellizos del mismo sexo que valoraron el atractivo de 200 caras.
Los autores del trabajo, publicado en la revista Current Biology, concluyen que, aunque existen una serie de rasgos generales cuya preferencia tenemos codificada en los genes - como nuestro gusto por las caras más simétricas -, cada persona valora qué cara es o no atractiva en función de sus propias vivencias. Tanto es así que las parejas de gemelos genéticamente idénticos tenían gustos totalmente diferentes en este sentido. Nuestras preferencias estéticas sobre los rostros, aseguran los investigadores, está basada principalmente en nuestras experiencias y éstas son altamente específicas en cada individuo.  Por el contrario, según comprobaron con los mismos experimentos, nuestra capacidad para reconocer rostros tiene una alta base genética.
Cada persona valora qué cara es o no atractiva en función de sus propias vivencias
A la hora de valorar si un rostro nos gusta o no, explica Germine, en la balanza pesan experiencias con anteriores parejas o lo que solemos ver y apreciar a través de los medios de comunicación. "El tipo de ambientes que importan no son aquellos que comparten quienes crecen en la misma familia", explica la autora principal, "sino que son mucho más sutiles e individuales, e incluyen cosas como las experiencias personales con amigos o compañeros así como en los medios sociales y populares". No importa tanto tu estatus social o quienes son tus vecinos, insisten, sino lo que te marcó en algún momento o el aspecto que tenía tu primera pareja.
Con estos datos, los autores del trabajo creen que se abre un nuevo camino para investigar la "evolución y arquitectura del cerebro social" y se proponen estudiar mejor qué factores ambientales condicionas nuestras preferencias ya no solo respecto a los rostros, sino a otros elementos como las mascotas o la música.