La especie humana es la que exhibe mayor “inversión parental”. Solo los humanos tenemos un padre con la función de proveernos de recursos y protección más allá de la infancia y crear lazos generacionales. Pero la “inversión parental” no ha de confundirse con el cuidado o entrega material a los hijos por parte de los padres. En la biología evolutiva, esa expresión denota la inversión diferencial en esfuerzo reproductivo entre machos y hembras de una especie. En la mayoría de las especies, quien realiza la mayor inversión parental es objeto de mayor cortejo y de mayor competencia por el acceso sexual. Normalmente, las hembras.
En la mayoría de primates, los machos tienen escaso papel inversor, aunque a efectos globales son un factor decisivo de supervivencia. Para encontrar padres muy comprometidos, hay que buscar entre especies preferentemente con poco dimorfismo sexual –pocas diferencias fisiológicas entre machos y hembras–, monógamas y con una alta confianza de paternidad. Y para eso hay que dejar a los grandes simios y fijarse en los monos, de los cuales los gibones, especialmente los siamang, son los más característicos. Cuando el pequeño gibón tiene tres meses, la madre empieza a perder interés en él y es el padre quien va tomando el relevo. Hasta el punto de que, alrededor del año, la cría busca más su contacto que el de la madre. A partir de aquí, es el padre quien controla sus desplazamientos, su alimentación y su interrelación social. Pero todo esto no va más allá de los dos o tres primeros años. Entre los gibones, ha podido comprobarse que las crías suelen requerir la atención de las madres por su propia iniciativa (hambre, frío, protección…), pero sucede al revés en los padres, que son los que inician el contacto con sus hijos. Los padres gibones suelen ser quienes juegan con los pequeños, cosa que raramente hacen las madres. Estos distintos cometidos pueden darnos algunas claves, aunque hay un salto enorme entre ellos y el ser humano.
Existen indicios de que el cambio “paternal” en los homínidos empezó con el Australopithecus afarensis. Las consecuencias fueron decisivas para los hijos y el grupo en su conjunto. Sin embargo, lo damos tan por sentado que no somos conscientes de hasta qué punto esta figura ha sido importante en la humanización e, incluso, como factor de progreso hacia la prosperidad de las culturas humanas.
Aunque el padre juega un papel clave para asegurar la salud física de sus hijos, también puede ser importante para el desarrollo óptimo de rasgos psicológicos y emocionales considerados primordialmente humanos, tales como la empatía, el control emocional y la habilidad para manejar relaciones sociales complejas. Los padres parecen ser decisivos en el aprendizaje social y el enfrentamiento con dilemas y habilidades más allá de las del puro sustento. Tienen un importante cometido en reforzar las capacidades cognitivas y emocionales de los niños y animarles a afrontar riesgos. Son quienes suelen desafiar a los pequeños y proponerles metas. En su libro Father and Child Reunion, Warren Farrell afirma que los hombres tienen tendencia a hacer de la vida un juego en el que se crean expectativas más altas y más osadas, y que muchos niños necesitan eso. Según David C. Geary, los padres en todas las culturas, quizás porque se preocupan por la futura seguridad financiera de sus hijos, se dedican a preparar a los niños para competir en sociedad. Ofrecen consejos, alientan la excelencia académica y defienden el éxito.
La ausencia del padre en la vida de los hijos, cuando es debida a un abandono (pero no, curiosamente, cuando la madre es viuda), tiene, en la inmensa mayoría de casos, repercusiones negativas que se manifiestan en diferentes planos del ajuste adaptativo: el escolar, el desarrollo cognitivo, los niveles de competencia intelectual, el desarrollo psicosexual y su ajuste psicológico, conductual y social. Los adolescentes son quienes más sufren a corto plazo de inseguridad, soledad y depresión, que pueden mostrarse en forma de fracaso escolar y deterioro en las relaciones con sus compañeros, conducta delictiva, consumo de drogas y vagancia. Durante dieciocho años, Duncan Timms siguió a 15.000 niños nacidos en Suecia en 1953 y los psicodiagnosticó a intervalos regulares. Los que presentaron un grado mayor de disfunción psicológica fueron varones nacidos de madre soltera que crecieron sin padre. Eso en Suecia, donde abundan las barandillas protectoras.
Respecto a las niñas privadas tempranamente de la convivencia familiar con su padre, los efectos a largo plazo implican una menarquia temprana, embarazos y matrimonios adolescentes, maternidad en soltería y altas probabilidades de inestabilidad de pareja. Tener un padre en casa produce efectos positivos en la valoración que hacen las hijas de sí mismas. Según Elizabet Cashdan, las niñas sin referente paterno fiable son más seductoras, se visten de forma llamativa porque “no cuentan con la inversión futura de un hombre” y toman lo que la relación a corto plazo les puede dar. Las mujeres que dan por sentado el interés e inversión de un hombre no exhiben su sexualidad y se deciden a tener relaciones sexuales solo cuando las expectativas de compromiso son altas. Es interesante saber que las niñas que se crían con un hombre que no es su padre maduran antes a causa de las feromonas que ellos emiten; la presencia de feromonas del padre inhibe la madurez pero las de hombres no relacionados biológicamente la acelera. Según Satoshi Kanazawa, el hecho de que un padre poco comprometido o su total ausencia acelere la pubertad es debido a que se registra como un sensor del grado de poliginia de una sociedad. Si hay escasez de mujeres, la pubertad precoz podría ser ventajosa. Según su estudio, los datos disponibles avalan que el grado de poliginia estaría asociado con una disminución de la edad de la menarquia a través de las sociedades, lo mismo que el índice de divorcios (un indicador de poliginia seriada) en sociedades estrictamente monógamas.
Además de todo eso, como afirma Steven E. Rhoads en Taking Sex Differences Seriously, las sociedades monógamas se benefician de una menor violencia cuando alguien se casa y se convierte en padre. Hay estudios sociológicos que señalan que un mismo sujeto a través del tiempo muestra “un gradual y acumulativo” descenso en la conducta criminal si consigue “lazos maritales de calidad”. Según el mismo Roads, son los propios hombres los que declaran que abandonan actitudes delictivas gracias al matrimonio y la paternidad. La causa es la necesidad de proveer para la familia y ser un modelo de conducta para los hijos.
En Estados Unidos, el 70% de los delincuentes juveniles, de los homicidas menores de veinte años y de los individuos arrestados por violación y otras ofensas sexuales graves crecieron sin padre. El impacto de una madre ausente respecto de la variable criminalidad es casi nulo, lo que confirma la especificidad de la figura paterna respecto de la conducta transgresora. La función paterna tiene un rol crítico en instaurar la capacidad de controlar los impulsos en general y el impulso agresivo en particular, es decir la capacidad de autorregularse. La capacidad de controlar impulsos es necesaria para que una persona pueda funcionar dentro de la ley. También lo es la empatía, y esta se desarrolla mejor cuando existe un padre involucrado en la educación de un hijo. No es hablar por hablar. La asociación predictiva entre ausencia del padre y delincuencia es más fuerte que la que vincula el tabaquismo con el cáncer de pulmón y las enfermedades cardiovasculares.
Pero esto no siempre fue así. No es cierto que una familia formada por padre, madre e hijos, en la que el padre provee de recursos y la madre del cuidado de la prole y de la intendencia del hogar haya sido la predominante en la historia humana. Lo que hoy representa el divorcio fue antes la alta mortalidad en el parto, la deserción del cabeza de familia y la violencia. Pero es más que probable que la generalización de la familia nuclear estable, con unos padres muy atentos a la educación y al bienestar de un número controlado de hijos, podría haber sido un factor decisivo en el desarrollo de la sociedad amable, y en el progreso y mejora de nuestra calidad de vida.
Publicado en Letras Libres