domingo, 28 de agosto de 2016

La jerga "made in Ecuador"

Redacción El Telégrafo Manta-Portoviejo 'Asúntate, que son las 12:00  y hay que amarrar el burro'   Por Mario Rodríguez 

Pasar por el malecón de Manta a las 12:00 es observar un mar entre azulado y turquesa, con un sol que quema, ideal para bañarse. Dentro de una oficina cerca del sitio, José Chila no sabe qué comerá. Sin importar qué esté haciendo, el mediodía es sagradamente su hora de almuerzo, como la de todo manabita. “No tengo plata, ‘asúntate que son las 12:00 y me voy a amarrar el burro’”, se dice en voz alta, sin preocupación alguna, pese a no tener dinero para comer. Esta frase significa en Manabí que hará una caída en la casa de algún conocido justo a la hora del almuerzo, para que le provean alimentos. El día a día de un manabita recurre entre frases y expresiones propias. 

Varias de estas son adoptadas del castellano antiguo y se mantienen de generación en generación. ‘Asúntate’ es una palabra muy tradicional en el campo manaba. “Mi abuelo me decía que me ‘asunte’ para hacer las cosas bien”, cuenta Raymundo Zambrano, investigador de la tradición oral. El también actor indica que asúntate viene de “tomar asunto, estar atento”. Resalta que hay diversas expresiones que están enraizadas en el hablar cotidiano como ‘vamos a tomar el fresco’ (de coger aire fresco) o ‘el camino está sólido’ (de estar solitario). También hay varias expresiones que son parte del diario vivir del campesino como ‘recular pa’ tras’ (rever una decisión), ‘el pantalón me queda azocado’ (apretado) o ‘está chisposito’ (enfermo). El ‘te chapo’ significa “te estoy vigilando”, indica la santanense Divina Macías, quien llegó a vivir a Manta desde hace 46 años. Esta ciudadana, de 62 años, del barrio San José, resalta que cuando una persona compraba algo y le preguntaba por el precio le decía: ‘cuánto importó’. El historiador Joselías Sánchez menciona frases que se hicieron populares en Manabí por situaciones específicas. “Por ejemplo está ‘chupa, Pablo Coello’, en referencia a este ilustre manabita que cuando se reunía con sus amigos, era muy conversón y nunca tomaba, entonces sus amigos le decían que tome rápido”. 

Otra frase es: ‘no hables panchadas’, en referencia al santanense Pancho Valle, quien era muy convencedor con sus palabras. “No puede quedarse afuera el tradicional grito deportivo ‘¡al empate Calceta!’, que ha dado la vuelta por todos los estadios del país”. Esta frase se originó en 1955, cuando el equipo de Calceta perdía de visitante 11-0 ante su similar de Bahía de Caráquez. Transcurría el minuto 89 cuando Darío Montesdeoca anotó el descuento y desde las gradas, Justino Loor gritó: “¡Al empate, Calceta, carajo!”, lo que causó risa entre los presentes. Desde entonces este dicho es mencionado comúnmente cuando un equipo está perdiendo y busca igualar el marcador. (F) Expresiones manabitas Brisando: garuando Te cago: te pego Asúntate: poner asunto a algo ¿Cuánto importó?: cuánto costó Dar extensia: conocer Te voy a dar con el bollero: pegar ¡Aguaita!: observa Firmura: ser firme Te atajo: te agarro Desilatrada: deshidratada Verbigracia: por ejemplo Socolar: cortar la maleza La burra está dispuesta: en celo Avejero: andar despistado Estoy ajito: agitado Guayaquil El guayaco no está alerta ni come, 'se pone once' y 'se va de jama' Por Jorge Ampuero —¿Todo bien, mi llavecita? —Aquí, buscando camello. —La cosa está cara e’pescado; a veces no hay ni para la jama. —Esa es la naple, por eso quisiera darme chapeta a la yoni. El diálogo arriba presentado, aunque tiene una connotación familiar para muchos lectores, bien pudo presentarse de otra manera, una más acorde a los cánones del “buen decir”. 



Sin embargo, está allí, latiendo en la esquina, en el bus, en el mercado, en el estadio y hasta en los centros de estudio. El hecho de ser puerto y de recibir la influencia directa de miles de personas que llegan con sus costumbres al hablar, han hecho posible tal forma híbrida al hablar. Decir que alguien “anda down” equivale a que está apesadumbrado o bajoneado, por asociación directa con el anglicismo, que significa bajo; lo mismo, el famoso masca chicle y no hagas bomba es una invitación a la prudencia. No menos común es el veee esha nota..., cuando alguien demuestra descontento. También es usual que el costeño, no solo el guayaquileño, se coma las “s”, como cuando quiere decir fósforo y acaba diciendo fóforo. El doctor en Filología y reciente Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo, Jorge Dávila Vázquez, considera que “un idioma es un organismo viviente, y se nutre de todo lo que puede absorber. Naturalmente que hay un proceso de selección. Pero, si no se da esa aprehensión, ese apropiarse de vocablos y expresiones nuevos, la lengua muere”. En consonancia con este parecer, el habla popular ha nutrido, incluso, diversas formas artísticas, como la música y la poesía. Tal es el caso de Fernando Artieda, quien, en su célebre poema dedicado a Julio Jaramillo, pone en boca de uno la frase “qué Gabo ni la gaver”. Daniel Rojas, editor chileno, cuya editorial ha publicado textos dentro del llamado realismo sucio, estima que “el uso del lenguaje vernacular, la jerga y los modismos es necesario en la literatura como forma de representación de las distintas capas de la sociedad”. (F) Quito 'Vivo vivo alzando pelito para que cache cómo es la cosa' Por Andrea Torres Armas ¿Cuál es la única ciudad del Ecuador cuyo nombre termina en f?: ¡Quitof! Sí, precisamente uno de los rasgos del habla capitalina, en algunos sectores, es la pronunciación del fonema [f] al final de las palabras. 


Esto nace de un proceso lingüístico llamado fricatización: al dejar salir el aire, una consonante como la ‘s’ termina convertida en ‘f’. O sea: “¡quesf?” nace de una suerte de contracción de “qué es, pues”, ¿sí me cachas? Otra característica es la acentuación de la ‘r’. Por ejemplo, piense en ¡arrarray! (interjección para denotar quemazón). Marleen Haboud (PhD en Lingüística), afirma que “las distintas formas de pronunciación están relacionadas con grupos sociales, pues las variaciones de la lengua tienen que ver con los sectores geográficos, sociales y de edad”. Préstamos e interferencias Ese modo de hablar quiteño, que pertenece a la variedad de castellano altoandino, se construye también gracias a la influencia de todas las lenguas que han confluido en este territorio desde épocas prehispánicas, pasando por el kichwa, hasta el inglés. Del kichwa no solo tomamos prestadas algunas palabras, sino también la sintaxis: “Darás viendo a la guagua, ve”. Mientras en el castellano la estructura suele ser: sujeto + verbo + objeto, en esta oración tenemos: dar y gerundio (imperativo velado) + objeto (a la guagua) + vocativo (ve), además, el sujeto es tácito, es decir que no aparece en la oración. ¿Entendió? ¡Eso, vivo vivo alzando pelito! Algunas frases dejan entrever arcaísmos (dizque) e incluso un dejo colonial: quiteño que se respeta, cuando le llaman responde: “¡mande?”; o manifiesta adaptaciones del inglés como “¡ve’saman!” o “guachimán” —que cuando no está “echando un ojito”, se está “pegando una ceja”—. Usamos los diminutivos sin moderación: “no sea malito, tiene la horita” o los aumentativos, sin pudor: “¡qué focazo!”. En fin, usamos un montón de ananayes. (F) Tulcán '¡Ala, caballo!', ¡vea pues!, hablarís bien a lo pastuso' Por Carlos Jiménez 


La forma de hablar del carchense o ‘pastuso’ es tan característica que es parte del identitario de los habitantes del norte andino. Palabras como “elai pis” (pues), “emprestarís” (prestar), “soberado” (ático), “no pis” (no pues), “ala, caballo” (llamar la atención a alguien, admiración) y muchas otras expresiones se mantienen en las personas adultas; en los jóvenes el uso quizá no es tan frecuente, debido a la influencia de acentos colombianos, quiteños y otros modismos. Martin Mafla, gestor cultural y danzante, sostiene que es inevitable e innegable que los tulcaneños pierdan el “cantadito”, que por la cotidianidad no se percibe, pero al salir a otras provincias se nota esa particularidad. “Se nos identifica superrápido; yo lo veo como algo identitario; el identikit que nos identifica en todo el Ecuador, así como a los lojanos, cuencanos, quiteños, tenemos nuestro cantadito pastuso que creo no se ha perdido”. Frases como “vea, pues” y “ave María”, son del argot popular colombiano y se utilizan más por llamar la atención. Mafla destaca que “a nosotros debe llenarnos de orgullo ser pastusos y hablar como lo hacemos”. El porqué del cantado El investigador Luis Vásquez afirma que el hablado tulcaneño se diferencia del resto del país, porque conlleva  lo pasto, castellano antiguo y contemporáneo. Además, que al vivir a los casi 3.000 metros de altura se debe adecuar la estructura anatómica para oxigenar mejor y “por eso sale el cantado”. “Vení carishina no te vas a caer de mejante altor”, “vení veluda no ti iris a lluspir”, “vendrás trayendo”, “vendrás viniendo”. Estas frases son una estructura aumentativa con el kichwa al momento de hablar, por ejemplo cuando se dice: “vamos a comer gallina runa”, se mezcla el kichwa con el castellano. Para la comunicadora Jeny Proaño, en Carchi tienden a acentuar la última sílaba en algunas palabras.

Además, en el sector rural es más visible el uso de estos localismos. (F) Loja 'Con el fuerte chirincho, en un tastás me dan ganas de pichir' Por Diana Vera López Se dice que el dialecto es una de las principales características que identifica a los lojanos. Por eso es habitual escuchar que en Loja se habla el mejor castellano del Ecuador. Muchos habitantes de este territorio aseguran que en cualquier parte del país se los identifica por su dialecto. Eso le ha pasado muchas veces a Félix Paladines, escritor y expresidente de la Casa de la Cultura de Loja, quien señala que el símbolo más detectable de la identidad lojana es su dialecto. Paladines explica que se trata de un habla lenta, pausada y en la que se pronuncian todas las letras de la palabra. “No arrastramos las letras, ni las sílabas, ni cortamos la pronunciación y el que escucha nos entiende”. Incluso considera que el habla es la exteriorización musical del alma lojana. Para el docente e investigador Galo Guerrero, el dialecto lojano se caracteriza por ser pulcro en su pronunciación. “No tener un cantado, no arrastrar las palabras, en ese sentido es un poco la pulcritud de la lengua”. “Eso no significa que en el resto de provincias hablen mal o pronuncien mal... son identidades de cada pueblo”. Aclara que esto no quiere decir que no se cometa errores ortográficos. “Los errores son iguales que en cualquier otro lugar, pero el habla es en donde se nota esa pulcritud”. Son varias teorías sobre el habla lojana, Guerrero explica que una de ellas es la tranquilidad en la que vivían antiguamente sus habitantes al ser una ciudad apartada. “Todos se conocían, no había para qué alterarse al hablar, y al parecer eso llevó a que haya una pacificidad en el lenguaje, de ahí esa pulcritud y sonoridad al hablar”. 


En ese sentido, Paladines resalta que en el territorio también existió una fuerte presencia de judíos españoles, cuyo encuentro con otras culturas e idiomas influenció y quedó como herencia un español con términos tomados del idioma ladino. Loja tiene expresiones muy propias, una de ellas es: ‘tastás’, que significa rápido: “Lo hago en un tastás”. (F) Ibarra-Otavalo-Atuntaqui '¿Qué más ve?', 'dame pasando al guagua' para ir a la 'urcu' Por Rut Melo Domínguez “¿Qué fue, ca!”, “¡Chuta! Y ahora, ¿qué hacemos?”, “¡Qué bestia! No te creo”, “No sea así, hijó”, “Esto está hecho un champús”, “No sea malito, páseme eso de allá”, “Majaderu, vení para acá”. Expresiones como estas se escuchan en la provincia de Imbabura, en donde lenguas como el kichwa están presentes en el dialecto cotidiano de los habitantes, en múltiples mezclas. Incluso en las formas de construcción de la oración y los diminutivos (“dame pasando”, “no seas malito”). Según el historiador y escritor Juan Carlos Morales, desde lo indígena hay un proceso de latinización, de aculturación —ampliamente estudiado por Manuel Espinosa Apolo, en El mestizo ecuatoriano— o asimilación de lo “otro”, lo que provoca una suerte de lenguaje intermedio o bilingüismo. En Otavalo, por ejemplo, esa “quichuización” está en la terminación ‘ca’, en algunas palabras: “Ahorita, ca” o el más castellanizado “hijó”, por hijo. En algunas parroquias como El Jordán o San Luis es muy común el uso de la palabra “chuta” (algo que está mal) o la frase “¿qué más ve!”, expresión usada para dar inicio a una conversación, según la otavaleña Silvia Romero. En la ciudad de Atuntanqui, la presencia de lo indígena es evidente en las terminaciones (el kichwa imbabureño no usa las vocales e y o), lo que se refleja en palabras como “pendeju” o “majaderu”, por pendejo o majadero.  Palabras de uso cotidiano, de hecho, provienen del kichwa: guagua (niño), chapa (que viene de vigilar), yacu (agua), urcu (montaña), cocha (laguna), carishina (como hombre), entre otras.


 En Ibarra, en cambio, la migración de colombianos y costeños está modificando la acentuación de la ‘rr’ y la ‘ll’, propia de esta zona del país. Morales señala que “en la actualidad, los niños no dicen ‘shuvia’ sino ‘yuvia’ (por lluvia)”. Daniel Suárez, escritor, destaca la importancia de “valorar lo nuestro” y de recuperar la lengua kichwa con metodologías de enseñanza certeras para que todos “Kay shimikunata alli rimashun” (pronunciemos estas palabras). (F) Cuenca Al son del 'cantadito', la 'guaricha para las orejas' Por Rodrigo Matute Torres Dicen que los cuencanos no pueden pasar inadvertidos en ninguna parte del Ecuador, ya que al hablar se les sale el ‘cantadito’. Este dialecto, tan particular, no es exclusivo de ellos, pues según investigadores y viajeros, como el abogado Víctor Barros Pontón, también se ‘canta’ en Jujuy y Catamarca, Argentina, y en Tarija, Bolivia. A la cuencana Marcela Quizhpe ese ‘cantadito’ le alegra el día, porque es llamativo en cualquier lugar donde se lo escuche. Mientras que para Kléber Tamayo, esa forma de hablar “se escucha feo”. Por eso, el pide a los habitantes que tengan cuidado, cuando lo hacen en radio y televisión. Esta apreciación no es compartida por Jéssica Rivadeneira, periodista y locutora, nacida en el cantón Macas: “el dialecto cuencano, que es melodioso, transmite amabilidad, buen trato e inspira confianza a quienes visitan la ciudad”. Pedro Sarmiento, quien no es de esta ciudad, destaca sonriendo que “al cuencano solo le falta una guitarra para ponerse a bailar”. Según el escritor y catedrático de la Universidad del Azuay, Oswaldo Encalada, el cantado es parte del patrimonio de los cuencanos. “Esta entonación es un recuerdo cañari y considera que la acentuación esdrújula (en la antepenúltima sílaba) es algo que quedó como herencia. Para él, todas las lenguas tienen su propia entonación. 


Los españoles, por ejemplo, tienen el 85% de sus palabras graves”. El “tonito cuencano” va acompañado de frases propias: roñoso (tramposo), seguilón (imitador), cerapio (saca cero), pata llucha (descalzo), machuchín (macho), chumblug (tirarse al agua). Los cuencanos, además, le pusieron nombre a los dedos de la mano: meñique (niño bonito), anular, (sortijerito), el dedo del medio (tonto bellaco), índice (lame platito) y el pulgar (mata pulguitas). Para Iván Petroff, presidente de la Casa de la Cultura, núcleo Azuay, el cantado, además de formar parte de la identidad, se mantendrá de acuerdo con la evolución tecnológica. Para él, los programas de televisión están “matando” el dialecto. (F) Ambato 'A llorar tras el chilco' y 'mejor échame un cable' Por Carlos Novoa Sánchez A diferencia de Cuenca e Ibarra, el español que se habla en Tungurahua no cuenta con particularidades muy notorias, excepto una costumbre lingüística indígena que servía para diferenciar a ciertas clases sociales y que fue adoptada por los criollos en tiempos de la colonia. Se trata de la asibilación (arrastre) de la ‘r’. Según lingüistas, esta característica proviene de etnias que habitaron en los actuales territorios de Tungurahua, Chimborazo, Cotopaxi y el sur de Pichincha. Más allá de ser un distintivo del dialecto serrano, esto es herencia de los panzaleos, quienes la usaban para distinguir a los caciques de mitimaes. El lingüista tungurahuense, Pedro Reino, explica que “en el sustrato Panzaleo la pronunciación de las letras ‘s’ y ‘h’ era muy acentuada por personas de clases sociales privilegiadas. Un ejemplo de ello es la palabra ashcu, que significa ‘perro’, y que era pronunciada tal como se escribe por gente de la nobleza, y allcu (pronunciada la ‘l’ muy suave) por obreros”. Igual ocurre con  pishco, que significa pájaro. Asibilación de la ‘r’ Ya en la colonia, los criollos adoptaron esta tradición y empezaron a aplicarla además con la letra ‘r’. Así, la asibilación fue vista en un inicio como una moda de políticos acaudalados y de la burguesía en general. Por tal motivo la acentuación marcada de la ‘r’ aún se mantiene en estratos altos y políticos tungurahuenses. 


Entre el resto de la población el arrastre de la ‘r’ es menos acentuada, pero aun así marca una diferencia con el dialecto capitalino, según Carlos Miranda, historiador. “Si bien para el propio ambateño es imperceptible la entonación que tiene su dialecto, sí hay un ligero cantadito y entonación acentuada en ciertas palabras y frases, que lo distingue del capitalino. Esto, sumado a los quichuismos, anglicismos y galicismos (adopción de ciertas palabras de los idiomas kichwa, inglés y francés), como achachay, bye y debut, determinan el dialecto tungurahuense”. (F) Machala '¿Quiubo, men?; deja tu visaje y vamos a dar ese vueltazo' Fabricio Cruz “Pilas, men, para dar ese vueltazo” o “con unas 3 latas ya podemos comprar esas birras”, son algunas de las frases utilizadas en la jerga de los machaleños —sobre todo en los jóvenes—, para comunicarse. La provincia de El Oro tiene características diferentes a las demás de la Costa, porque está asentada una parte importante de la serranía, por encontrarse en una zona montañosa. Sin embargo, la mayoría de habitantes están en la zona tropical.


 Machala concentra la mayor población, pero también diversas culturas, por lo que a lo largo de los años se han adoptados distintas formas de hablar. “¡Qué gran bestia que eres!”, es una frase es muy utilizada, sobre todo en quienes se dedican al cultivo de banano y a la minería, oficios en los que hay muchos individuos provenientes de otras provincia. Aunque el término ‘bestia’ podría sonar ofensivo, entre los mineros como Juan Ochoa, no lo es. El hombre explica que lo que se trata de hacer es resaltar a un amigo, sobre algo que hizo bien. En el filo costero, como en Puerto Bolívar, la jerga entre los pescadores, estibadores y estudiantes es más colorida. “No me corras lámpara”, “deja tu visaje” o “vamos a emplutarnos”, son solo 3 frases de los cientos que existen en Machala. Elías Parra, estudiante de secundaria, dice que al momento de saludar con sus amigos prefiere hacerlo de un modo particular para sentirse en “onda”: “¡Qué fue loco!”, “¿cómo vas?” o “quiubo, men”. Voltaire Medina, expresidente de la Casa de la Cultura y escritor, explica que Machala siempre se ha caracterizado por sus particulares jergas y ello lo destaca en su libro Crónicas de Machala, donde se registra la evolución del habla de los orenses, debido a la reunión de diferentes culturas. La evolución en el habla de los machaleños obedece también al avance tecnológico, que ha hecho que estas manifestaciones lingüísticas se difundan a sectores más amplios. Las redes sociales, como Facebook, contribuyen también para que el léxico popular se siga nutriendo. 

Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/septimo-dia/1/la-jerga-made-in-ecuador
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viernes, 12 de agosto de 2016

Why you shouldn’t want to always be happy

In the 1990s, a psychologist named Martin Seligman led the positive psychology movement, which placed the study of human happiness squarely at the center of psychology research and theory. It continued a trend that began in the 1960s with humanistic and existential psychology, which emphasized the importance of reaching one’s innate potential and creating meaning in one’s life, respectively.
Since then, thousands of studies and hundreds of books have been published with the goal of increasing well-being and helping people lead more satisfying lives.
So why aren’t we happier? Why have self-reported measures of happiness stayed stagnantfor over 40 years?
Perversely, such efforts to improve happiness could be a futile attempt to swim against the tide, as we may actually be programmed to be dissatisfied most of the time.

You can’t have it all

Part of the problem is that happiness isn’t just one thing.
Jennifer Hecht is a philosopher who studies the history of happiness. In her book “The Happiness Myth,” Hecht proposes that we all experience different types of happiness, but these aren’t necessarily complementary. Some types of happiness may even conflict with one another. In other words, having too much of one type of happiness may undermine our ability to have enough of the others – so it’s impossible for us to simultaneously have all types of happiness in great quantities.
For example, a satisfying life built on a successful career and a good marriage is something that unfolds over a long period of time. It takes a lot of work, and it often requires avoiding hedonistic pleasures like partying or going on spur-of-the-moment trips. It also means you can’t while away too much of your time spending one pleasant lazy day after another in the company of good friends.
On the other hand, keeping your nose to the grindstone demands that you cut back on many of life’s pleasures. Relaxing days and friendships may fall by the wayside.
As happiness in one area of life increases, it’ll often decline in another.

A rosy past, a future brimming with potential

This dilemma is further confounded by the way our brains process the experience of happiness.
By way of illustration, consider the following examples.
We’ve all started a sentence with the phrase “Won’t it be great when…” (I go to college, fall in love, have kids, etc.). Similarly, we often hear older people start sentences with this phrase “Wasn’t it great when…”
Think about how seldom you hear anyone say, “Isn’t this great, right now?”
Surely, our past and future aren’t always better than the present. Yet we continue to think that this is the case.
These are the bricks that wall off harsh reality from the part of our mind that thinks about past and future happiness. Entire religions have been constructed from them. Whether we’re talking about our ancestral Garden of Eden (when things were great!) or the promise of unfathomable future happiness in HeavenValhallaJannah or Vaikuntha, eternal happiness is always the carrot dangling from the end of the divine stick.
There’s evidence for why our brains operate this way; most of us possess something called the optimistic bias, which is the tendency to think that our future will be better than our present.
To demonstrate this phenomenon to my classes, at the beginning of a new term I’ll tell my students the average grade received by all students in my class over the past three years. I then ask them to anonymously report the grade that they expect to receive. The demonstration works like a charm: Without fail, the expected grades are far higher than one would reasonably expect, given the evidence at hand.
And yet, we believe.
Cognitive psychologists have also identified something called the Pollyanna Principle. It means that we process, rehearse and remember pleasant information from the past more than unpleasant information. (An exception to this occurs in depressed individuals who often fixate on past failures and disappointments.)
For most of us, however, the reason that the good old days seem so good is that we focus on the pleasant stuff and tend to forget the day-to-day unpleasantness.
Our memories of the past are often distorted, viewed through rose-colored glasses. U.S. 97, South of Klamath Falls, Oregon, July 21, 1973. Chromogenic color print. © Stephen Shore.

Self-delusion as an evolutionary advantage?

These delusions about the past and the future could be an adaptive part of the human psyche, with innocent self-deceptions actually enabling us to keep striving. If our past is great and our future can be even better, then we can work our way out of the unpleasant – or at least, mundane – present.
All of this tells us something about the fleeting nature of happiness. Emotion researchers have long known about something called the hedonic treadmill. We work very hard to reach a goal, anticipating the happiness it will bring. Unfortunately, after a brief fix we quickly slide back to our baseline, ordinary way-of-being and start chasing the next thing we believe will almost certainly – and finally – make us happy.
My students absolutely hate hearing about this; they get bummed out when I imply that however happy they are right now – it’s probably about how happy they will be 20 years from now. (Next time, perhaps I will reassure them that in the future they’ll remember being very happy in college!)
Nevertheless, studies of lottery winners and other individuals at the top of their game – those who seem to have it all – regularly throw cold water on the dream that getting what we really want will change our lives and make us happier. These studies found that positive events like winning a million bucks and unfortunate events such as being paralyzed in an accident do not significantly affect an individual’s long-term level of happiness.
Assistant professors who dream of attaining tenure and lawyers who dream of making partner often find themselves wondering why they were in such a hurry. After finally publishing a book, it was depressing for me to realize how quickly my attitude went from “I’m a guy who wrote a book!” to “I’m a guy who’s only written one book.”
But this is how it should be, at least from an evolutionary perspective. Dissatisfaction with the present and dreams of the future are what keep us motivated, while warm fuzzy memories of the past reassure us that the feelings we seek can be had. In fact, perpetual bliss would completely undermine our will to accomplish anything at all; among our earliest ancestors, those who were perfectly content may have been left in the dust.
This shouldn’t be depressing; quite the contrary. Recognizing that happiness exists – and that it’s a delightful visitor that never overstays its welcome – may help us appreciate it more when it arrives.
Furthermore, understanding that it’s impossible to have happiness in all aspects of life can help you enjoy the happiness that has touched you.
Recognizing that no one “has it all” can cut down on the one thing psychologists know impedes happiness: envy.

lunes, 8 de agosto de 2016

Psychologist Reveals Science Behind A Fulfilling Single Life

Single people have richer social lives, more psychological growth than married people

DENVER — Dating shows, dating apps — they all strive to make sure none of us end up uncoupled forever. But it turns out many single people embrace their single lives, and are likely to experience more psychological growth and development than married people, according to a psychologist who presented at the American Psychological Association’s 124th Annual Convention. 
“The preoccupation with the perils of loneliness can obscure the profound benefits of solitude,” said Bella DePaulo, PhD, a scientist at the University of California, Santa Barbara. “It is time for a more accurate portrayal of single people and single life — one that recognizes the real strengths and resilience of people who are single, and what makes their lives so meaningful.”
DePaulo cited longitudinal research that shows single people value meaningful work more than married people, and anotherstudy that shows single people are also more connected to parents, siblings, friends, neighbors and coworkers. “When people marry, they become more insular,” she said.
However, research on single people is lacking, DePaulo claimed. She searched for studies of participants who had never married and, of the 814 studies she found, most did not actually examine single people but used them as a comparison group to learn about married people and marriage in general.
The studies that did focus on single people revealed some telling findings, she said. For example, research comparing people who stayed single with those who stayed married showed that single people have a heightened sense of self-determination and they are more likely to experience "a sense of continued growth and development as a person," DePaulo said.
Another study of lifelong single people showed that self-sufficiency serves them well: The more self-sufficient they were, the less likely they were to experience negative emotions. For married people, the opposite was true, according to DePaulo.
There are more unmarried people than ever before in the United States, according to the Bureau of Labor Statistics (BLS). In 2014, there were 124.6 million unmarried Americans over age 16, meaning 50.2 percent of the nation’s adult population identified as single, according to BLS. In contrast, only 37.4 percent of the population was unmarried in 1976.
Married people should be doing a lot better than single people in view of the number of laws that benefit them, DePaulo said, but in many ways, they aren’t. “People who marry get access to more than 1,000 federal benefits and protections, many of them financial,” she said. “Considering all of the financial and cultural advantages people get just because they are married, it becomes even more striking that single people are doing as well as they are.”
Despite the advantages of staying single, DePaulo doesn’t claim one status is better than the other. “More than ever before, Americans can pursue the ways of living that work best for them. There is no one blueprint for the good life,” she said. “What matters is not what everyone else is doing or what other people think we should be doing, but whether we can find the places, the spaces and the people that fit who we really are and allow us to live our best lives.”
Session 2124: ”What No One Ever Told You About People Who Are Single,” (PDF, 188KB) Plenary, Friday, Aug. 5, 2-2:50 p.m. MDT, Room 201, Level 2-Meeting Room Level, Colorado Convention Center, 700 14th Street, Denver.
Presentations are available from the APA Public Affairs Office.
Bella DePaulo can be contacted by email or by phone at (805) 705-1668 (cell) or (805) 565-9582 (landline).
The American Psychological Association, in Washington, D.C., is the largest scientific and professional organization representing psychology in the United States. APA's membership includes more than 117,500 researchers, educators, clinicians, consultants and students. Through its divisions in 54 subfields of psychology and affiliations with 60 state, territorial and Canadian provincial associations, APA works to advance the creation, communication and application of psychological knowledge to benefit society and improve people's lives.