lunes, 21 de septiembre de 2015

Posporno: ¿una nueva posición política?


Posporno: ¿una nueva posición política?
Carolina Guerrero, Comunicadora social
finales de la década de 1980, Annie Sprinkle, otrora prostituta y actriz porno, ahora sexóloga y artista, se apropió del término “post-pornografía” para categorizar su performance The Public Cervix Announcement, en la que con ayuda de un espéculo, exhortaba al público a ver el interior de su vagina. Antes de ella, el fotógrafo holandés Wink van Kempen ya había acuñado el término para referirse a una producción audiovisual que exhibía primeros planos de genitales, pero cuyo objetivo no era provocar estímulos sexuales a la audiencia. Ese fue el inicio de una forma de representación alternativa del sexo, una que critica a la codificación médica y pornográfica del cuerpo.
La pospornografía es todo aquello que no es pornografía ‘mainstream’, por llamar de alguna forma al discurso audiovisual hegemónico de representación de la sexualidad. Es una nueva manera de hacer porno: se apodera de su técnica y subvierte los códigos que la sustentan. Es un discurso atípico, una respuesta al heterocapitalismo que permite la creación de relatos de una sexualidad eximida del control biopolítico que, según Michel Foucault, necesita el capitalismo para afianzarse a través de la construcción de cuerpos y adaptarlos a los procesos económicos; cuerpos funcionales y disciplinados, capaces de reproducir las condiciones de existencia que comulgaran con el sistema, para volverlos maleables a sus nuevas exigencias. En ese sentido, la pornografía —además de sugerir concupiscencia— pretende exponer la ‘verdad’ de un encuentro sexual, narrada desde la metáfora heterosexual: el pene erecto es el punto nodal alrededor del que gira la experiencia lúbrica y su eyaculación vía penetración, felación y/ohandjob, es el objetivo último. En las producciones pornográficas, toda la acción se dirige hacia el orgasmo masculino, determinado por una violenta irrupción de esperma.
No solo hablamos de identidades sexogenéricas estáticas, sino también de los roles inamovibles que han asignado: lo femenino y lo masculino. La trampa es que el relato está equiparado con la realidad ontológica: muestra la ‘verdad’ de la sexualidad y de quienes la practican. Pero si el porno es una manera de representar una particular metáfora sexual heterosexual por medio de cuerpos que, interpelados por el discurso hegemónico, responden y actúan bajo su mandato, ¿por qué no utilizar este dispositivo para representar metáforas sexuales periféricas y otros cuerpos cuyas posibilidades de conectarse sexualmente rebasen la ficción pornográfica heterosexual?
La pospornografía emerge así como la necesidad de visibilizar que el discurso de la industria audiovisual pornográfica constituye, además de una de varias maneras de representar la sexualidad desde una metáfora específica —no describe la ‘verdad de la sexualidad’ humana—, una de las formas normalizadas de consumo sexual. Los cuerpos que captura la imagen pornográfica pueden, de ese modo, convertirse en actores que representen y performen metáforas alternas enmarcadas en nuevas formas públicas y colectivas de expresión de la sexualidad. A partir de ahí, emergen varias propuestas con un común denominador: los que antes habían sido objetos de representación se convierten en sujetos que representan. Así, mujeres, prostitutas, lesbianas, transgénero, actores y actrices porno empiezan a producir obras pospornográficas. Este constituye el punto de inflexión entre la representación ‘objetiva del sexo’ de la pornografía y las representaciones alternas.
De ahí irrumpen dos corrientes como respuesta al porno hegemónico: una es la que reúne al ‘porno para mujeres’ de Erika Lust y el porno hardcore de Buck Angel y Belladonna; otra, la pospornografía como dispositivo político de lucha de movimientos queer y posfeministas. El sujeto político del feminismo puritano, estatal, abolicionista —de la prostitución y la pornografía— es la mujer biológicamente determinada: concepto universal, blanca, heterosexual, cuya capacidad de consumo la ubican en una clase social privilegiada y lucha por alcanzar derechos elaborados desde el heterocapitalismo; no cuestiona cuáles son los dispositivos de poder que forman su cuerpo, sus hábitos, sus preferencias y sus roles.
El porno feminista
Erika Lust es una guionista, feminista, escritora y productora de cine sueca que reside en Barcelona. Es uno de los principales referentes de las propuestas de porno alternativo. Su objetivo es superar la pornografía ‘mainstream’ hegemónica y, con su productora Lust Films, crear pornografía para el consumo femenino, en la que es viable, por un lado, que las mujeres se reconozcan y, por otro, descubran, potencien y enriquezcan el devenir de una vida sexual llena de nuevos, novedosos y aún desconocidos placeres. Sus productos, bajo esa luz, retratarían ‘el placer femenino’, que, según Lust, está lejos de ser representado por la pornografía “basada en fantasías masculinas machistas”.
El proyecto de Erika Lust constituye para ella un activismo sin duda muy potente: “toma medidas” para cambiar la visión que los hombres han instaurado sobre el sexo por medio de la pornografía, en la medida en la que logra capturar la esencia de lo que sería el deseo femenino.
Lo femenino en este sentido cumple un papel homogeneizador en el que el deseo de todas las subjetividades, cuyas corporalidades cuentan con vagina, desean lo mismo: ser delgada, ocupar un lugar con cierto reconocimiento social, con apetitos sexuales que se inclinan hacia la consecución del acto coital con una persona con altas cuotas de belleza que tiene pene —siempre muy grande—; es decir desean un hombre masculino cuyas ropas dan cuenta de que posee un nivel de privilegio. Al público que consume los filmes de Lust se le entrega así una herramienta-tecnología que promueve la producción de subjetividades a escala global: deseo heterosexual para masas. Un deseo que aparece dentro de un discurso de liberación: el sujeto mujer tiene ahora, al margen del machismo, un sinnúmero de renovados y estilizados modos de gozar dentro de la fantasía-realidad heterocapitalista.
En pospornografía, la ausencia de excesivos planos cortos genera que el espectador no perciba al cuerpo como una unión de partes inconexas. Sin embargo, los cuerpos generalmente se presentan como una totalidad amorfa que se puede leer desde la noción de Cuerpos sin Órganos de Deleuze, que se contrapone a la funcionalidad biológica del cuerpo.
Sus filmes representan al sujeto consumidor contemporáneo con roles estáticos que oscilan entre los binarios opuesto: hombre, masculino; mujer, femenina. Eso sí: el estatus de la mujer se iguala al del hombre en términos adquisitivos y estéticos. Los elementos que constituyen el producto pornográfico con el que la mujer actual se identifica, obtiene estímulos masturbatorios y descubre nuevas posibilidades de conexiones corporales. La igualdad entre hombre y mujer se concreta en su capacidad de acceder a los mismos parámetros de bienestar regidos por la libertad por consumir.
Belladonna: porno hardcore
Belladona era una actriz porno que posteriormente fundó su propia productora Belladonna Entertainment, con la que ha producido películas que la han catalogado como una de las principales representantes de un nuevo género: porno hardcore o salvaje. Produce, dirige y actúa en sus películas que generalmente exhiben dobles penetraciones anales, fistfucking (introducción total o parcial de las manos en el ano y/o en la vagina de la pareja) y feeting(introducción parcial de un pie en un orificio vaginal o un ano), escenas de sexo con mujeres embarazadas y una extensa variedad de compañeros sexuales. Lo transgresor de su producción reside en las prácticas sexuales atípicas que representa y en la posición de sujeto de placer que asume. Los recursos que usa en sus videos son los mismos que en la pornografía: preeminencia de primeros planos que capturan las zonas que generan placer, sin ninguna finalidad estética. El único elemento distinto es que la acción no necesariamente se da entre un hombre y una mujer y, en algunos productos, actúan personajes que quiebran la correlación entre sexo y género.
Sus videos muestran la interacción de las partes de los cuerpos de los personajes que cuentan cómo los desencadenantes de deseo —lo que Slavoj Zizek llama ‘Objeto a’—: encarnan el objeto pulsional, que funciona como el Significante Amo que demanda siempre la satisfacción del goce que ejercida en la repetición compulsiva. No es necesario que exista una fantasía en la que el sujeto sea el objeto del deseo de Belladona; lo que hace posible el encuentro es el goce mismo. No hay fantasía de soporte. Son los objetos plus del goce, los agujeros y los puños, los que desencadenan la consecución del mandato.
Pero la propuesta de Belladona se relaciona con el espectador de una forma particular: alguien más goza por él/ella. La forma en la que la ‘máquina disciplinaria’ ha construido el cuerpo y la estructura psíquica del espectador no le permite cumplir a cabalidad el imperativo del goce: es complicado que sus relaciones puedan ser como las que muestra la pantalla: esa imposibilidad genera una frustración que mengua cuando ve a esos orificios y a los puños gozando por él/ella, se tranquiliza: hasta que gozar de esa manera se concrete, los videos de Belladonna lo hacen por él/ella: la imagen establece la conexión con la futura posibilidad de que ese goce sea producido por sus orificios.
La pospornografía como dispositivo de lucha política
El movimiento posporno constituye el proceso a través del cual las identidades sexogenéricas periféricas, los cuerpos que no entran en la categoría de lo blanco y lo bello, las minorías sexuales, los cuerpos con capacidades distintas y los cuerpos irrepresentables, devienen sujetos empoderados a través de la reapropiación de la representación de la sexualidad. Este movimiento surge a finales de la década de 1980, en un contexto social marcado por la recalcitrante politización del cuerpo y de los placeres, como una resistencia a las nuevas formas de control. La crisis generada por el sida y la intensificación y consolidación de medidas promovidas por el Estado, que controlaban y regularizaban la sexualidad por medio de la criminalización y el empobrecimiento de la prostitución, además de la privatización de la pornografía, son los blancos de lucha del movimiento.
Funda la concreción de las luchas de los movimientos queer, posfeministas, feminismo prosexo y transfeministas que establecen una estrategia política que se contrapone al feminismo, blanco, heterosexual abolicionista tradicional. Nacen así especialmente en España, colectivos como Post-Op, Girls who like porn, el Pornoterrorismo de Diana J. Torres y Quimera Rosa, entre otros, que, desde la teoríaqueer y feminista periférica como fundamento para su accionar, se reapropian de modo autogestionado, al margen del Estado, de las tecnologías que representan la sexualidad y el placer. Así, convierten a la representación pornográfica en un terreno de acción política desde el que las identidades disidentes pueden construir sus cuerpos y concebir nuevas formas de relacionarse sexualmente, más allá de la fantasía heterocapitalista: edifica el deseo desde referentes alternos.
Las representaciones pospornográficas —o posporno— apuestan por la deconstrucción de la imposición heterosexual binaria hombre-mujer, presente en la obligatoriedad a asumir un género —con todo su contenido cultural— según el órgano sexual con el que el sujeto nace: pene-hombre-masculino; vagina-mujer-femenino. Si el cuerpo es construido culturalmente, se lo puede deconstruir y crear a través de él nuevas y maleables identidades sexogenéricas e imaginarios sexuales. La resignificación y reapropiación del cuerpo son indispensables para el empoderamiento en la propuesta posporno; solo así será posible el despliegue de la vivencia del deseo desde una autonomía desarticulada de los designios del heterocapitalismo.
Un nuevo cuerpo surge cuando desmonta los códigos impuestos y reconoce lo ‘anormal’ y ‘extraño’ como una opción para edificarse. Esto constituye una necesaria e irreversible muerte del cuerpo dócil alienado por el heterocapitalismo. El cuerpo se convierte en el elemento fundante de la transgresión y la lucha.
El DYS: Do it yourself, es una herramienta que suele ser utilizada por los pospornógrafos como elemento de resistencia. Es una técnica que consiste en utilizar los dispositivos tecnológicos actuales para crear instalaciones, performances, intervenciones, grabaciones y videos de forma casera y autogestionada. La posibilidad para narrar prácticas sexuales periféricas y hacerlas visibles al margen del circuito de la industria cultural se hace factible por esa vía. Las bolleras (como se nombra en España a las lesbianas), la contracultura BDSM (Bondage, Dominación, Sumisión y Masoquismo), los bear (osos: hombres gais fornidos y con abundante vello facial y corporal, que rechazan al estereotipo de gay afeminado), transexuales, transgénero, intersex (el cuerpo sexuado de un/a individuo varía en relación con el código de corporalidad femenina o masculina hegemónico), hiperfemmes (exacerbadamente femenino), ecosexuales, trisexuales (personas que mantienen relaciones sexo-afectivas con personas de cualquier identidad sexogenérica, animales o plantas), drag kingsdrag queensleather, personas con capacidades diferentes o que habiten un cuerpo que no se ajuste a los parámetros de normalidad y belleza hegemónicos..., todos tienen acceso a realizar sus propias producciones sin la necesidad de ingresar en la industria cultural. 
Los personajes son identidades sexogenéricas disidentes. A la par, superan lo heterosexual: Se resisten a la simbolización. Los personajes no responden al mandato del heterocapitalismo.
En los productos pospornográficos la ausencia de excesivos planos cortos genera que el espectador no perciba al cuerpo como una unión de partes inconexas. Sin embargo, los cuerpos generalmente se presentan como una totalidad amorfa: los dildos que cuelgan de su ombligo y su pelvis desestructuran la idea del cuerpo ‘normal’. Son imágenes que se pueden leer desde la noción de “cuerpos sin órganos” planteada por Gilles Deleuze, que se contrapone a la funcionalidad biológica del cuerpo, a las representaciones en las que se organiza el cuerpo y a la subjetividad del yo. En estos videos, no son los genitales ni las zonas erógenas las partes donde se concentra el placer; los dildos y strap on pegados a su cuerpo refuerzan esta noción. Además, falsea las significaciones inherentes a la mujer heterosexual; voluptuosa, femenina, depositaria de penetraciones y pasiva. Por último, las subjetividades de los actores y las actrices no están determinadas por el mandato simbólico, su cuerpo no se experimenta como sujeto en tanto que yo mujer y se reconoce en una multiplicidad de sensaciones. En sus prácticas —que pueden ser sadomasoquistas— asumen otros roles determinados por el juego, y se despliegan en el lapso en el que duran, son otras sensaciones las que causan placer, el dolor, en este caso.
¿Supera la pospornografía al capitalismo?
Los seres periféricos, sin un lugar en el orden simbólico al cual cocerse, contaban con la posibilidad de construir su subjetividad a partir de nuevos relatos que den sentido a un trayecto de nuevas humanidades. Se empezaron a crear movimientos políticos disidentes, cuya militancia se impregnaba en sus cuerpos y prácticas no dóciles y disfuncionales, al margen del heterocapitalismo. Ahí encuentran una manera de existir y erigir su resistencia y lucha política desde la reapropiación y resignificación de la palabra queer y desde su existencia como transfeministas, posfeministas, feministas prosexo, etc. Sus existencias constituyen un otro que el mandato simbólico se niega a acatar: la fisura.
Estas personas, al estar sometidas a procesos de marginalización, intuyen la artificialidad de la construcción del mundo: no acatan el mandato simbólico, el universo simbólico puede ser desmontado para crear otro, o simplemente para girar en torno a la pulsión de muerte —no hay relato, no hay futuro. En este quiebre está implícita la irrupción de subjetividades alternas, maleables y desmontables. Michael Foucault, Deleuze y Guatari, Monique Wittig y Adrianne Rich, entre otros, son los que, a través de sus elaboraciones teóricas en contra del biopoder y el heterocapitalismo, interpretadas por las teorías queer y posfeministas, constituyen la guía que funge como descifradora del misterio: cuentan como sujeto supuesto de saber.
Por lo tanto, es el discurso posfeminista y queer el que intenta elaborar una objetividad que hace posible la desintegración de la realidad heterocapitalista ontologizada, para desmontar el cuerpo dócil y crear un cuerpo disfuncional al margen del régimen totalitario y al servicio de un deseo reinventado para desestabilizar al sistema y afianzarse como el síntoma. Sin embargo, la mayoría de las interpretaciones teóricas del movimiento queer —que devino un cuerpo conceptual amplio— no surgieron de las subjetividades periféricas, sino de los teóricos y los académicos, burgueses con acceso a estándares de vida que les permitió ‘educarse’, y que empezaron a crear el discurso académico de lo queer, ligado al feminismo postestructuralista y al transfeminismo. La academia se apoderó de estas categorías, las repensó y estableció las coordenadas desde las cuales se interpretan las prácticas de los movimientosqueer o afines a sus preceptos.
Estas nuevas subjetividades, cuyo cuerpo es un instrumento al servicio del placer pulsional, son “una nueva especie” llena de órganos generadores de placer. No existe dispositivo de dominación que someta a esta nueva raza desde el heteropatriarcado. Sin embargo, el mandato del goce al que se someten para alcanzar libertad funciona con la misma lógica instrumental capitalista: el posporno ofrece los nuevos mecanismos de obtener placer y satisfacer el cuerpo insaciable; el mercado ofrece los nuevos productos para satisfacer las necesidades infinitas de los consumidores. Mientras más placer, mayor libertad; mientras más consumo, mayor satisfacción.
De ese modo, la labor transgresora de los seres periféricos se vive pasivamente desde la academia, a través del otro; la reproducción de su vida se desarrolla en el sistema capitalista, donde poseen un poder adquisitivo que los ubica en la clase media alta. Los representantes de las nuevas propuestas académicas encuentran la posibilidad de edificar una sociedad más allá del heteropatriarcado capitalista a partir de su Sujeto Supuesto Creer, con quien mantienen una relación interpasiva: cree a través de él, pero no se reconocen en su propia creencia: un queer nunca puede ser burgués y poseer derechos.

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