miércoles, 25 de mayo de 2011

Experiencias extracorporales (o no) Por qué el cerebro nos engaña

Las experiencias sobrenaturales son fruto de las
 alucinaciones visuales y auditivas que sufre nuestro cerebro.
En el año 1955, mientras realizaba una operación de epilepsia, el neurocirujano canadienseWilder Penfield estimuló una zona del cerebro de su paciente que le provocó un sobresalto. “Estoy abandonando mi cuerpo”, aseguró el sujeto mientras el médico estimulaba eléctricamente su giro angular. Aquella fue la primera demostración de que muchas de las impresiones supuestamente paranormales que experimentan algunas personas tienen una base neurológica que puede explicar el fenómeno. Décadas de experimentos y estimulación cerebral han llevado a los neurocientíficos a identificar las zonas del cerebro y los procesos que entran en acción durante una de estas experiencias. Abducciones, encuentros demoníacos, auras y demás experiencias místicas pueden tener una explicación científica algo más prosaica pero no menos fascinante. Éstas son algunas de las respuestas que da la neurociencia.
Estoy en el techo”
“Si nos estimulan la corteza parietal derecha con un electrodo (mientras estamos despiertos y conscientes)”, escribe el prestigioso neurocientífico V. S. Ramachandran, “por un instante parecerá que flotamos cerca del techo y veremos nuestro cuerpo abajo”. La experiencia de abandonar el propio cuerpo no sólo está asociada con las vivencias cercanas a la muerte, el consumo de algunas drogas como la ketamina o situaciones extremas como las que viven los pilotos de caza, también ha sido recreada en el laboratorio. La clave está en estimular una zona concreta del hemisferio derecho del cerebro conocida como giro angular.
Siguiendo los pasos del pionero Wilder Penfield, el neurólogo suizo Olaf Blanke, del Hospital Universitario de Ginebra, ha comprobado los efectos de la estimulación de esta zona en alguno de sus pacientes. En diciembre del año 2000, una mujer de 43 años llamada Heidi entró en el quirófano del doctor Blanke para tratar de encontrar una solución a su epilepsia. Como en otros muchos casos, los médicos colocaron decenas de electrodos en su cerebro y los fueron activando alternativamente hasta llegar al giro angular. La mujer se detuvo entonces y les dijo a los doctores que se encontraba en el techo del quirófano y que veía su propio cuerpo desde allí arriba. “Estoy en el techo”, exclamó, “estoy mirando hacia abajo, a mis piernas. Les veo a los tres”.
En el año 2007, The New England Journal of Medicine publicó una experiencia parecida a cargo de médicos británicos y holandeses. Una mujer de 63 años aquejada de tinnitus (un ruido persistente en el oído) reportó que estaba saliendo de su cuerpo cuando los electrodos estimularon su giro angular, y que se encontraba a sí misma desplazada 50 centímetros por detrás de su cuerpo y un poco a la izquierda. Las experiencias duraban alrededor de 17 segundos y se descartó cualquier efecto placebo.
¿Qué sucede durante estos breves períodos de tiempo en que uno se siente fuera de su cuerpo? Los científicos aseguran que estas áreas del cerebro están directamente relacionadas con la percepción que tenemos de nosotros mismos, la orientación y el equilibrio vestibular. Una estimulación del giro angular derecho puede alterar esta percepción y provocar esta especie de ilusión de encontrarse fuera de uno mismo. ¿Y las personas que lo experimentan sin estimulación “artificial” de la zona? “Una explicación del fenómeno”, escribe Sandra Blakeslee en su libro “El mandala del cuerpo” (La liebre de marzo, 2009), “es la alteración en el flujo sanguíneo. Grandes arterias convergen cerca del giro angular dentro de nuestro cerebro. Si algo comprime esta área, nuestras sensaciones corporales pueden llegar a desorientarse. Podemos llegar a sentir que nuestro cuerpo está flotando sobre la mesa de operaciones o la escena de un accidente de tráfico”.
Una luz al final del túnel
James Whinnery es cirujano de la Marina estadounidense y lleva desde los años 70 realizando pruebas con pilotos de cazas. Para ello utiliza una centrifugadora con un brazo de 15 metros y una pequeña cabina que gira a toda velocidad y simula las fuerzas G que tienen que soportar los pilotos durante el vuelo. Durante los últimos veinte años, Whinnery ha sometido a la prueba a más de 500 pilotos para estudiar el fenómeno conocido como “black out”, el momento en que el cerebro de los pilotos empieza a quedarse sin oxígeno, se produce la visión de túnel y terminan perdiendo el conocimiento. De los 500 pilotos, al menos 40 vivieron la experiencia de salir de su propio cuerpo y algunos relatan experiencias parecidas a las cercanas a la muerte.
Durante las pruebas, los pilotos han llegado a alcanzar hasta 12G durante unos instantes, cerca del límite que les provocaría la muerte. Cada desmayo dura un promedio de entre 12 y 24 segundos y los pilotos relatan experiencias parecidas a las que otros compañeros han vivido alguna vez en vuelo: verse fuera del avión, sentado en un ala, o colocados junto encima de la cabina mientras se ven a sí mismos desde arriba. Entre el 10 y el 15% relatan experiencias similares a las cercanas a la muerte, con la característica luz al final de un túnel.
Esta experiencia tan común entre las personas que han sobrevivido a un accidente grave aún no tiene una explicación oficial, pero son muchos los indicios que apuntan a que la respuesta está en el cerebro. Algunos investigadores, como el doctor Richard Strassman, de la Universidad de Nuevo México, aseguran que la glándula pineal segrega un alucinógeno natural llamado Dimetiltriptamina (DMT) que produciría la experiencia del túnel y las visiones. Otros, como el doctor Birk Engmann, de la Universidad de Leipzig, aseguran que la ausencia de riego sanguíneo (anoxia) está detrás del carrusel de visiones que se desatan en el momento que precede a la muerte. La sensación placentera o de euforia, también descrita por los pilotos antes de los desmayos, se atribuye a la segregación de sustancias como la dopamina o la serotonina, aunque aún no está claro cuál es la respuesta exacta que está detrás de todos estas experiencias.
La doctora Willoughby B. Britton, de la Universidad de Arizona, ha hecho un estudio que plantea una tesis aún más atrevida. Para su experimento tomó a 23 sujetos que habían tenido una experiencia cercana a la muerte y un grupo de control sin experiencia ni ningún tipo de estrés post-traumático. Tras escanear sus cerebros mientras dormían, descubrió que los patrones de sueño de unos y otros eran muy diferentes y encontró que una parte significativa (hasta un 20%) de los que habían visto la luz al final del túnel mostraban el mismo patrón en el lóbulo temporal que los enfermos de epilepsia y mayor actividad en la zona asociada con las vivencias místicas y religiosas. En su opinión, estas diferencias son significativas e indican que la diferencia de actividad en el lóbulo temporal tiene que ver con las alucinaciones generadas durante las experiencias cercanas a la muerte.
¿Auras? ¿Energía? No, sinestesia
Si hacemos caso a los parapsicólogos, parece que los seres humanos caminamos por la vida irradiando un halo de “energía vital” a nuestro alrededor que ellos conocen como “aura”. Aparte de que la existencia del alma o de los “chakras” no se sostiene empíricamente, la ciencia empieza a encontrar otras posibles explicaciones a la percepción del fenómeno en algunas personas, relacionadas con una propiedad del cerebro conocida como sinestesia. El grupo de investigación de Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Granada lo define como “una facultad poco común que tienen algunas personas, que consiste en experimentar sensaciones de una modalidad sensorial particular a partir de estímulos de otra modalidad distinta”. Es decir, personas que ven una letra o una nota musical y la asocian automáticamente a un color, entre otras sensaciones.
Un estudio publicado en 2004 por el doctor Jamie Ward, de la Universidad de Londres, documentaba el caso de una paciente capaz de identificar auras de colores sobre las personas debido a un caso de sinestesia emoción-color. A pesar de que ella no creía tener ningún tipo de poder sobrenatural, identificaba las personas a las que conocía con un color determinado y esta respuesta emocional le hacía ver un “aura” alrededor de ellos cuando los tenía frente a sí. Algunos neurocientíficos se plantean si este modo de sinestesia no puede estar detrás del fenómeno conocido durante siglos como aura. De este modo, lejos de tener que ver con vagas energías y espíritus indetectables, el aura tendría su origen en una peculiaridad del lóbulo parietal de algunas personas.
En cualquier caso, cada vez que se ha sometido públicamente a prueba la supuesta capacidad de uno de los autoproclamados “detectores de auras” los resultados han dado la razón a los escépticos. El mago James Randi llevó a uno de estos individuos a su programa y no fue capaz de asociar correctamente las personas que se escondían detrás de un biombo con sus respectivos halos energéticos. En otros casos, los supuestos videntes no han sido capaces de saber siquiera que lo que se escondía detrás del biombo no era una persona sino un maniquí.
Íncubos, abducciones y falsos recuerdos
Algunas de las experiencias esotéricas más conocidas tienen como protagonistas a los llamados “visitantes de dormitorio”. Criaturas demoníacas que poseen nuestro cuerpo, alienígenas que nos secuestran en mitad de la noche y nos someten a todo tipo de pruebas o vejaciones. Afortunadamente, si usted ha tenido una de estas experiencia parece casi descartado que sufra un trastorno mental grave. Lo que indica la ciencia es que casi con total certeza ha sido víctima de un episodio de “parálisis del sueño” y de una alucinación hipnogógica.
Mientras dormimos, nuestro cuerpo queda parcialmente paralizado, entre otras cosas, para evitar sobresaltos innecesarios y que nos pongamos a dar pedales si soñamos que estamos subiendo el Tourmalet. En ocasiones, en este estado “hipnogógico”, la persona recobra momentáneamente la conciencia y sigue paralizado durante un buen rato. En este estado entre la vigilia y el sueño se producen alucinaciones bien documentadas en los laboratorios del sueño. La persona no se puede mover y siente que la trasladan o que seres imaginarios la secuestran y manipulan. Aunque la víctima asegura estar despierta y recordar todo lo que sucedía a su alrededor, los experimentos demuestran que buena parte de los sujetos ni siquiera abre los ojos.
Estas alucinaciones han sido interpretadas de diferente manera en función de la época y la cultura. Durante siglos, en Europa, las víctimas de este fenómeno hablaban de visitas de íncubos y súcubos, o de brujas que les llevaban a volar en plena noche. En China se interpreta como la visita de un fantasma inoportuno, en Nigeria es un “demonio en tu espalda” y en Turquía es una criatura que se sienta en el pecho y roba la respiración. En la sociedad occidental, al cambiar los parámetros culturales, se cree que muchos de los testimonios de supuestas abducciones alienígenas no son más que una reinterpretación de este mito causado por la parálisis del sueño y por el fenómeno de los “falsos recuerdos”.
Jesucristo en una tostada
La evolución de nuestro cerebro le ha llevado a desarrollar algunas características muy peculiares pero esenciales para nuestra supervivencia. Por un lado tiende a recopilar los fragmentos de información y a completar los huecos, y por otro es especialmente bueno en el reconocimiento de caras. Éstas y otras características explican un fenómeno conocido como “pareidolia”, el que lleva a algunas personas a distinguir la cara de un santo en las humedades del techo o los ojos y la boca del hombre en la Luna. Es decir, vemos caras o patrones reconocibles donde sólo hay estímulos al azar.
Nuestra capacidad para juntar información e interpretarla puede habernos proporcionado una ventaja evolutiva. Para explicarlo, siempre se pone el ejemplo del hombre primitivo que ve varias manchas amarillas tras un matorral y cuyo cerebro decide interpretar que detrás hay un tigre: es probable que el que no reuniera la información a tiempo no consiguiera que sus genes llegaran muy lejos. Por otro lado, la capacidad para reconocer caras frente a cualquier otra disposición geométrica en el espacio, se ha comprobado sistemáticamente en los bebés y tiene un componente innato.
De acuerdo con la neurociencia, el fenómeno psicológico de la pareidolia está detrás de experiencias paranormales tan variadas como las apariciones marianas, la visión de ovnis o las experiencias con fantasmas. Como sucedía con las visiones de dormitorio, tendemos a interpretar estos sucesos en función de unos patrones culturales que ya tenemos y que el cerebro utiliza a modo de filtro. Este tipo de ilusiones no son solo visuales, sino también auditivas. El famoso experimento del psicólogo Christopher French, que en España emula con gran éxito el periodista Luis Alfonso Gámez, consiste en reproducir un fragmento al revés de una canción de Led Zepelin ante un auditorio. Cuando el experimentador da unas pautas para interpretarlo en términos satánicos, nuestro cerebro ya no puede dejar de oírlo.
Todos estos fenómenos, y muchos otros, empiezan a ser aclarados a la luz de la neurociencia y otras ramas experimentales. Aún queda un largo camino por recorrer, pero el conocimiento de nuestro cerebro permitirá algún día conocer perfectamente los mecanismos que nos llevan a extremos como la visión de alienígenas, fantasmas y a generar todo tipo de supersticiones. Hasta entonces, no podemos más que agarrarnos a lo que dicen los experimentos y los hechos que se pueden probar en un laboratorio. Si existe algo real fuera de nuestras propias imaginaciones, sin duda se investigará. Hasta entonces habrá que descartar todo aquello que se mueve en esa difusa frontera que separa nuestras creencias de las alucinaciones.

lunes, 23 de mayo de 2011

New Scientist: Religion is irrational, but so is atheism/Thou shalt

Puedes traducir este documento usando google translator. O la herramienta que esta ubicada en la parte superior de este blog. 

Ensalada Filosófica. 

Why are some people religious and others atheists? Do we really know what we mean by atheism? Here is a very paradoxical clue
IN THIS space a year ago, Lois Lee and Stephen Bullivant called for a science of “non-religion”. They provided evidence against the idea that more education leads to less religious belief, which they call the “Enlightenment assumption”, and argued that we know little about why we have the beliefs we do (6 March 2010, p 26).
I agree. The origins of our beliefs are more mysterious than the Enlightenment assumption holds. Besides specific studies of education and religiosity, we also have a wealth of evidence showing the impact of unconscious biases on our thinking, which demonstrate the human mind is less rational than many of us would wish. The implication is that explaining religion or atheism is less a matter of explaining what goes wrong in otherwise rational minds and more a matter of explaining how different environments affect universal cognitive mechanisms.
But what, precisely, are we to explain? I spent 2008 researching atheism in the US, UK, Denmark and online. I found a great diversity of “atheisms”, from a lack of belief in God to a lack of belief in all supernatural agents to a moral opposition to all religions. So how is a science of all this to proceed? I think we need to get past the terms themselves and focus on patterns of thought and behaviour.
Two phenomena leapt out at me in 2008. The first was the large number of people lacking belief in all supernatural agents. This phenomenon is interesting both because of the universality of religious beliefs, and because of work by cognitive scientists of religion such as Pascal Boyer at Washington University, St Louis, and Jesse Bering at Queen’s University, Belfast in the UK. This suggests such beliefs are well-supported by pan-human cognitive mechanisms. These mechanisms range from our tendency to detect agency in our environment to an unconscious assumption that we are always being watched by some supernatural agency.
The second phenomenon was moral opposition to religious beliefs and values. For many, religions are not just factually wrong but morally harmful and to be opposed. This phenomenon is interesting not only because of current controversies concerning religion and public life but because it raises fascinating questions about how moral judgements arise from both pan-human intuitions and particular socio-cultural environments. I have my own terms for these distinct phenomena: I call the lack of belief in the existence of supernatural agents “non-theism” and the moral opposition to religious beliefs and values “strong atheism”. The majority of Danes are non-theistic; few are strong atheists.
While distinguishing between the two is important, it is only a first step towards explaining these patterns of thought and behaviour. The next step is to notice patterns in their distribution. Not only do we find more non-theism and strong atheism in some places, but we even find, at least in the west, that they are negatively correlated. Denmark and Sweden, for instance, have the highest proportion of non-theists but very little strong atheist sentiment or activity. The US, however, has a very low proportion of non-theists but significant levels of strong atheism.
Why? In a word: threat. That is, I believe the distributions we see in levels of non-theism and strong atheism can be explained by the effects of threatening stimuli. Let’s take non-theism first. We have compelling evidence from Pippa Norris and Ronald Inglehart in Sacred and Secular that nations with high existential security, that is the perception that one’s life, well-being and society are secure, exhibit less religious belief and behaviour. But we also have good reasons to doubt the common explanation of this pattern, that religion provides comfort and becomes more convincing in trying times.
Anthropologically, societies in existentially insecure environments actually believe in very non-comforting supernatural agents. In contrast, the most comforting religious ideas, such as New Age spirituality or hell-less Christianity, flourish in the affluent west. Psychologically, we have little to no evidence that our minds will believe in something just because it would be comforting to do so.
So how do we explain the link between existential security and non-theism? Rather than a “comfort” theory, evidence supports a “threat and action” theory. We have an abundance of evidence from psychology and anthropology that feeling under threat increases commitment to in-group ideologies, whether they are religious ideologies or not.
Threats also increase the motivation to participate in religious communities to obtain material benefits. For example, in many contexts, religions are the only game in town for social insurance. Finally, we have evidence that from prayer to psalm recitation, threats increase superstitious behaviour. Increased commitment, participation and superstitious behaviour are all actions, not just words, that testify to religious beliefs.
How important are such actions in producing theism? Crucial. Work by Joseph Henrich from the University of British Columbia in Vancouver, Canada, myself, and others suggests that humans believe the statements of others to the extent that they back those statements with actions. That is, rather than believing everything authority figures say, we believe to the extent that they “walk the walk” and not just “talk the talk”. The implication is that if parents and others believe in supernatural agents but do not show these beliefs through attendance, self-sacrifice, rule obedience and/or emotional displays, they will find their children sceptical of these beliefs and their society less theistic.
This is what happened in Scandinavia in the 20th century as governments instituted extensive welfare policies for ethnically homogenous populations. Fewer economic and social threats meant less religious action and, in the span of a generation, levels of theism fell. The US, on the other hand, instituted comparatively weak social welfare policies for a more divided population. Consequently, it saw little decline in theism.
But what of strong atheism? Counter-intuitively, while I think that a lack of social and economic threat produces non-theism, I believe that higher levels of threat to a particular vision of society help produce strong atheism. Strong atheism is not the absence of an in-group ideology but the defence of one: modern secularism.
Many scholars, including philosopher Charles Taylor in A Secular Age, have documented the emergence of a new vision of western societies in the wake of the Protestant Reformation and the growth of modern nation states. Societies were no longer seen by most of their citizens as kingdoms under God but as societies of mutual benefit in which citizens use their rational minds to cooperate and improve their lives. When religions stood in the way of this by denying individual liberty and pleasure and by asserting that the purpose of life should be transcendent rather than earthly well-being, religions themselves became anti-social and even immoral.
We can partially explain strong atheist sentiment and activity as the result of religious threats to this secular vision of society. Supporting evidence is chronological and geographical. Chronologically, we find Sam Harris writingThe End of Faith as a response to 9/11; strong atheists in the US picking up Richard Dawkins’s The God Delusion and joining atheist groups after the re-election of George W. Bush; and many Danes joining the Danish Atheist Society after the Muhammad cartoon controversy.
Geographical evidence can be seen in the contrast between the US and Denmark. In the US, where many Christian conservatives make no secret of their desire to govern by “Biblical” principles, we find hundreds of atheist organisations and thousands of people expressing the view that religion is immoral and to be combated through argument. In Denmark and Sweden, with little threat of politicians governing by religious principles, we find fewer atheist organisations and, in organisations that do exist, much less activity.
My account is based on both qualitative and quantitative evidence, but it requires further research. An overall point can be made, however. Our beliefs, behaviours and moral sentiments are not simply the result of dispassionate reason. As psychologists and anthropologists have argued for some time, to understand them involves considering something we might call “human nature” as well as the particular socio-cultural contexts in which people live. This is as true for explaining atheism as it is for religion.

Klaus Dona, el investigador austriaco de extraños objetos arqueológicos.

Klaus Dona - La Historia Oculta de la Raza Humana from Despierta Cordoba on Vimeo.

martes, 10 de mayo de 2011

Magia y neurociencia, manual para “engañar” al cerebro

Algunos de los mejores magos y neurocientíficos del mundo se han reunido en la isla del Pensamiento (Pontevedra) para compartir conocimientos y experiencias. Científicos e ilusionistas aprenden cómo reconstruye nuestro cerebro la realidad gracias a las ilusiones que los magos llevan siglos practicando




“Los magos toman ventaja de que tenemos una capacidad mental limitada”, explica Susana Martínez-Conde, quien ha coordinado el congreso con Stephen Macknik después de años trabajando junto a muchos de estos ilusionistas de forma individual. “Nuestro cerebro tiene un tamaño y unos recursos limitados”, explica, “y debe tomar decisiones y atajos”. Es por esta economía de los recursos que nuestra mente completa los huecos y ve continuidad donde quizá no la hay, o hace interpretaciones que tal vez no sean del todo correctas pero que nos sirven para ir tirando.

“Vivimos rodeados de ilusiones”, asegura el profesor Peter Tse, uno de los mayores expertos del mundo en esta materia. En su opinión, estas ilusiones visuales son el fallo que demuestra que todo lo que vemos es una construcción del cerebro. Dispuesto a demostrarlo, Tse proyecta una imagen ante el auditorio que expone durante largos segundos. “¿Alguien ha notado algún cambio?”, pregunta. Nadie ha apreciado nada, a pesar de que es un público “entrenado”. Un minuto después, cuando lo explica, vemos que una de las ventanas del dibujo se ha esfumado de nuestra vista, pero a una velocidad tan lenta que nuestro cerebro no ha sido capaz de registrar el cambio a nivel consciente.

El cerebro rellena huecos, se pierde los detalles porque todo lo que queda en la periferia está borroso y se distrae con una canción, un ruido o una emoción. Cuando el mago nos hace reír, por ejemplo, nuestra atención baja momentáneamente y nos deja más expuestos al engaño durante unos segundos. También construye una falsa continuidad entre unos eventos y otros, aunque los cambios salten a la vista.

Entre otras muchas cosas, Luis Martínez Otero estudia en su laboratorio del Instituto de Neurociencias de Alicante la continuidad de nuestra percepción cuando realizamos determinadas tareas. “La memoria visual a corto plazo es muy importante para mantener la ilusión de continuidad visual”, asegura. “Estamos continuamente moviendo los ojos, percibimos el mundo de forma discontinua, pero en cambio nos parece continuo”. Hay muy buenos ejemplos en las películas, como la famosa escena de la batalla de “Braveheart”, en la que Mel Gibson lleva un arma diferente en cada plano y nadie lo percibe, o la película de Chaplin en la que cambia de habitación cuatro o cinco veces y reaparece con sombrero y sin sombrero.

Un fenómeno muy relacionado con esto es la ceguera por desatención y se suele explicar con el famoso vídeo del gorila y los pases del baloncesto o el encuestador que se intercambia con otro sin que la víctima note el cambiazo. Cuando centramos nuestra atención en un foco determinado, el resto del mundo desaparece para nuestro cerebro. Los magos utilizan esta estrategia y otras muchas durante sus actuaciones, tratan de que miremos donde ellos quieren e incluso borran de nuestra memoria lo que acaba de suceder con preguntas que nublan nuestro razonamiento y cambiarán lo que luego recordemos.

“La colaboración entre magia y neurociencia funciona en ambos sentidos”, explica Martínez-Conde. “También los magos están muy interesados en saber cómo funciona la percepción y cómo mejorar sus trucos”. Los científicos no solo están usando los trucos para comprender cómo funciona la percepción, sino para poner a prueba nuestras habilidades cognitivas. Peter Johansson y Lars Hall, por ejemplo, utilizaron un pequeño juego de manos para cambiar la elección de sus sujetos entre dos opciones. Los participantes elegían entre dos fotografías y explicaban los motivos por los que habían escogido una de ellas sin saber que el investigador les había dado la opción descartada. Sus trabajos han servido para profundizar en un fenómeno conocido como ceguera a la elección y demostrar que nuestras opiniones son mucho más maleables de lo que pensamos.

Anthony Barnhart es el único ponente que tiene los pies en los dos lados del campo de juego. “Empecé como mago”, nos explica, “antes de ser psicólogo”. “A medida que desarrollas tu interés por la magia y aprendes cómo engañar a la gente”, confiesa, “te das cuenta de cómo fallan nuestras percepciones”. Sus conclusiones son bastante inquietantes, porque indican que nuestro cerebro verá una y otra vez la misma ilusión o se fijará en los mismos focos por muy inteligentes que nos creamos. "De hecho", nos revela alguien lejos de la cámara, "hay quien cree que el mejor público para engañar es el que se cree más listo”.

Durante cuatro noches seguidas, magos y neurocientíficos han intercambiado secretos para mejorar lo que sabemos de ambas disciplinas. En un lado de la mesa, el gran James Randi saca una flor del pelo de unas invitadas. En el otro, Eric Mead recuerda la noche en que un tigre se escapó de una jaula en Las Vegas y dejó la marca de sus garras sobre el capó de un coche y Max Maven habla del tipo que hacía creer que tenía unos dados dentro del puño haciendo sonar los huesos fracturados de sus nudillos.

“Esto que acabo de ver, ¿ha pasado?”. La pregunta del mago Luis Piedrahita resume perfectamente la sensación con la que nos quedamos después de un truco de magia. Algo que es aparentemente imposible se ha convertido en posible durante un instante, el niño dentro de nosotros quiere creer que es verdad, jugar a deslizarse por la pendiente del asombro. La respuesta está a unos centímetros de distancia, en esas conexiones neuronales evolucionadas para percibir formas, colores y movimientos de determinada manera. Los científicos empiezan a comprender cómo se generan las ilusiones y a meter la cabeza entre estas misteriosas bambalinas, ese lugar donde nuestras percepciones se convierten en palomas y un montón de conejos asoman de una chistera.

domingo, 8 de mayo de 2011