lunes, 25 de abril de 2011

Una generación de extraños


Por: Humberto Eco

Creo que la de Michel Serres es la mejor mente filosófica que existe en Francia hoy en día. Y como cualquier buen filósofo, Serres es capaz de reflexionar sobre los asuntos actuales tan bien como sobre los sucesos históricos. Desvergonzadamente, voy a basar esta columna en el ensayo espléndido que Serres escribió el mes pasado para Le Monde, en el que nos recuerda asuntos que conciernen a la juventud actual: los hijos de mis lectores jóvenes y los nietos de nosotros, los viejos.
Para empezar, la mayoría de estos niños o nietos nunca ha visto un cerdo, una vaca o un pollo. Una observación que me recuerda una encuesta realizada hace aproximadamente 30 años en Estados Unidos. Reveló que la mayoría de los niños en Nueva York creían que la leche, que ellos veían que se vendía en recipientes en el supermercado, era un producto hecho por el hombre, como la Coca-Cola. Los seres humanos modernos ya no están acostumbrados a vivir en la naturaleza; sólo conocen la ciudad. También me gustaría señalar que, al salir de vacaciones, la mayoría de ellos se aloja en lo que el antropólogo Marc Augé ha definido como “no lugares”: espacios de circulación, consumo y comunicación homogenizados. Las villas de los hoteles de lujo o resorts son notablemente similares a, digamos, el aeropuerto de Singapur, cada una de ellas dotada de una naturaleza perfectamente ordenada y limpia, arcadiana, totalmente artificial. Estamos en medio de una de las mayores revoluciones antropológicas desde la Era Neolítica. Los niños de hoy viven en un mundo sobrepoblado, con una expectativa de vida cercana a los 80 años. Y, dada la creciente longevidad de las generaciones de sus padres y abuelos, tienen menos probabilidades de recibir sus herencias antes de que estén al borde de la vejez.
Una persona nacida en Europa durante los 60 últimos años no ha conocido la guerra. Y, habiéndose beneficiado de los progresos de la medicina, no ha sufrido tanto como sus antepasados. La generación de sus padres tuvo hijos a mayor edad de lo que era usual en la generación de sus abuelos, y es muy posible que sus padres estén divorciados. En la escuela, estudió al lado de niños de otros colores, religiones y costumbres; esto lleva a Serres a preguntarse cuánto tiempo más los escolares en Francia cantarán La Marsellesa, que contiene una referencia a la “sangre impura” de los extranjeros. ¿Qué obras literarias puede todavía disfrutar y con cuáles establecer una conexión, dado que nunca ha conocido la vida rústica, la vendimia de uvas, las invasiones militares, los monumentos a los caídos, los estandartes perforados por balas enemigas o la urgencia vital de la moralidad?
Su pensamiento ha sido formado por medios de comunicación que reducen la permanencia de un suceso a una breve frase e imágenes fugaces, fieles a la sabiduría convencional de los lapsos de atención de siete segundos y las respuestas de los programas de concurso con respuestas que se deben dar en quince segundos. Y esos medios de comunicación le muestran cosas que no vería en su vida cotidiana: cadáveres ensangrentados, ruinas, devastación. “Al llegar a los 12 años de edad, los adultos ya han forzado (a los niños) a ser testigos de 20.000 asesinatos”, escribe Serres.
Los niños actuales son criados con anuncios llenos de abreviaciones y palabras extranjeras que les hacen perder contacto con su lengua madre. La escuela ya no es un lugar de aprendizaje y, acostumbrados a los ordenadores, esos niños viven una buena parte de su existencia en el mundo virtual. Al escribir en el teclado usan sus dedos índice o pulgar en lugar de toda la mano (y, lo que es más, están totalmente consumidos por el afán de desarrollar varias tareas al mismo tiempo). Se sientan, hipnotizados por Facebook y Wikipedia, que, según Ferres, “no excitan las mismas neuronas o las mismas zonas de la corteza (cerebral)” que si estuvieran leyendo un libro. Los seres humanos antes vivían en un mundo percibible, tangible. Esta generación existe en un espacio virtual que no establece distinción entre cercanía y distancia.
No escribiré de las reflexiones de Serres acerca de cómo manejar los nuevos requerimientos de educación. Pero su observación general del tema abarca un periodo de perturbación total no menos pivotal que las eras que llevaron a la invención de la escritura y, siglos después, de la prensa. El problema es que la tecnología moderna cambia a una velocidad inaudita, escribe Serres, y “al mismo tiempo el cuerpo es transfigurado, el nacimiento y la muerte cambian, como lo hacen el sufrimiento y la sanación, las vocaciones, el espacio, el medio ambiente, y el estar en el mundo”. ¿Por qué no estuvimos preparados para esta transformación? Serres llega a la conclusión de que quizá parte de la culpa debe atribuirse a los filósofos, quienes, por la naturaleza de su profesión, deberían prever cambios en el conocimiento y la práctica. Y no han hecho suficiente en este sentido porque, “dado que están involucrados en la política día tras día, no sintieron la aproximación de la contemporaneidad”.
No sé si Serres está completamente acertado, pero ciertamente no está totalmente equivocado.
(Tomado de Público, España)

viernes, 8 de abril de 2011

Si la religión es natural, ¿qué ocurre con el ateísmo?

Publicado por Helen de Cruz en International Cognition and Culture Institute


En círculos de “cognición y cultura” al parecer es casi una cuestión de sabiduría común afirmar que las creencias religiosas son naturales, mientras que el ateísmo, el fisicalismo y otras formas de increencia no lo son (ver por ejemplo este artículo de Robert McCauley). El sociólogo Rodney Stark ha anunciado la muerte del secularismo, y la tesis de que las creencias religiosas están dando paso gradualmente a la edad de la razón, originalmente propuesta por los arquitectos de la Ilustración, se ha rebajado como un caso de wishful thinking y de evolucionismo cultural pasado de rosca. La religión es un fenómeno panhumano cultural, que puede ser acreditado en la forma de enterramientos y representaciones de agentes sobrenaturales desde hace al menos 50.000 años. Los científicos cognitivos argumentan que las creencias religiosas son naturales: modos de de razonamiento característicos de las creencias religiosas aparecen espontáneamente en los niños pequeños, sin una instrucción explícita. Los ejemplos incluyen un dualismo mente/cuerpo intuitivo (el hecho de que tenemos diferentes sistemas de inferencia sobre las mentes y sobre los cuerpos, propuesto por Paul Bloom); creencias intuitivas sobre la vida después de la vida (la intuición de que las mentes continúan existiendo después de la muerte física de la persona, debida a Jesse Bering), y creacionismo intuitivo (la comprensión del mundo en términos teleológicos como producto de un diseño intencional, propuesto por Deborah Kelemen).



Sin embargo, la persistencia cultural relativamente amplia del ateísmo y otras formas de increencia podría presentar un desafío a esta imagen heredada sobre la religión natural. En muchas naciones seculares, el número de personas que se consideran a sí mismas sin afiliación religiosa está en aumento. Un modelo matemático reciente publicado en línea en ArXiv indica que, si continúan las tendencias actuales, la religión se extinguirá pronto en muchas de estas naciones. Por supuesto, no tener afiliación religiosa no siempre es idéntico a la increencia, pero sí parece sugerir una tendencia descendente de la religiosidad.



El año pasado, en un número especial de Religion, Justin Barrett argumentó que el ateísmo no compromete la tesis sobre la naturalidad de la religión, y atribuye (el ateísmo) a variaciones naturales de la población humana: “La tesis de la naturalidad de la religión según la CCR (ciencia cognitiva de la religión) no es determinista y es perfectamente compatible con CCR que ocasionalmente aparezcan naturalistas en el registro histórico.” Aunque, un poco después, reconoce que “El amplio rechazo de cualquier tipo de sobrenaturalismo y religión y lo que parece ser un aumento históricamente reciente de ateísmo localizado, requiere una explicación.” Su propia explicación para este fenómeno es que el rechazo de lo sobrenatural sólo puede ocurrir bajo contigencias especiales, condiciones culturales, incluyendo instituciones especialziadas (como instituciones científicas) combinadas con esfuerzos cognitivos prolongados. Geertz y Markusson están en desacuerdo con Barrett, y argumentan que el ateísmo no es el producto reciente y altamente contingente de la cultura occidental posindustrial que Barrett supone. Más bien, diversos tipos de ateímo (como la antigua escuela de pensamiento materialista de la India) pueden remontarse hasta la antigüedad. Concluyen que “El hábito del ateísmo puede que necesite más andamiaje para ser adquirido, y puede que sea más difícil derribar su contraparte religiosa, pero incluso siendo así, esto no hace ipso facto de la religión algo más natural que el ateísmo.”



Para evaluar si la increencia desafía la naturalidad de las creencias religiosas, se precisa ser más explícito sobre la relación entre la religión y la cognición. Hay varios modos de profundizar en esta relación.



1) Los modelos adaptacionistas ven la religión como una adaptación cultural o psicológica, de manera que fortalece la cooperación a través de la señalización costosa (Richard Sosis) o a través del miedo al castigo sobrenatural (Jesse Bering). Según este punto de vista, el ateísmo no es necesariamente no natural, dado que en algunas condiciones las instituciones seculares pueden tener bastante éxito logrando niveles de cooperación similares a las creencias religiosas. Norenzayan y Shariff, por ejemplo, escribieron en un artículo en Science de 2008 que “Aunque las religiones continúan siendo potentes facilitadores de la prosocialidad en grandes grupos, no son las únicas. La extensión de sólidas instituciones seculares, tales como tribunales, autoridades policiales y mecanismos eficaces para reforzar los contratos, aunque históricamente recientes, han cambiado el curso de la prosocialidad humana”.



2) Los modelos epidemiológicos explican que la transmisión de representaciones culturales en términos de su adecuación con las capacidades cognitivas humanas. De acuerdo con Pascal Boyer, las creencias religiosas están extendidas culturalmente debido a que suponen mínimas desviaciones de las expectactivas ontológicas intuitivas. Violan algunas de estas expectativas, pero están de acuerdo con otras muchas, proporcionando un optimum cognitivo (siendo a la vez interesante pero no demasiado exigente). Boyer reconce que el éxito cultural de creencias religiosas que no son óptimamente cognitivas, tales como el concepto de la Trinidad, vencieron a muchos modelos competidores más intuitivos que ahora se consideran herejías. Recientemente, en trabajos aún no publicados de ciencia cognitiva cuya presentación he visto en una conferencia sobre ciencia cognitiva de la religión en la universidad de Oxford, el año pasado, indican que los conceptos contraintuitivos sí requieren un considerable esfuerzo cognitivo para ser mantenidos, y que las personas más mayores recuerdan y transmiten peor los conceptos contraintuitivos que los intuitivos (con la gente joven la situación es al revés). No resulta nada evidente que caracterizar a las creencias religiosas como mínimamente contraintuitivas las convierta por ello en creencias naturales, ni que esto implique que la increencia sea innatural.


3) Tal como se reseña antes, algunos modelos evolucionisas de las creencias religiosas consideran que aspectos particulares de las creencias religiosas, incluyendo las creencias en la vida después de la vida, el dualismo intuitivo, o el creacionismo intuitivo, surgen naturalmente a partir de propensiones evolutivas del sistema cognitivo humano. Alguno de estos modelos han sido cuestionados, como por ejemplo la forma fuerte de dualismo mente/cuerpo que propone Bloom, por parte de Mitch Hodge.


A pesar de estos argumentos, me parece que los modelos de la última categoría son los argumentos más fuertes a favor de la naturalidad de la religión, y la increencia representa un desafío justo para estos modelos. Por ejemplo, si suponemos que alguna forma de dualismo subyace a la comprensión natural del mundo, enntonces se podría decir que el monismo no es natural con respecto a esto. En este caso, el desafío consiste en entender cómo es posible que surja el monismo, y tenga éxito cultural, en el atomismo griego, el materialismo indio, o en el fisicalismo del presente.



Un gran andamiaje cultural parece ser ingrediente esencial en esta visión. El andamiaje cultural podría explicar, por ejemplo, por qué la increencia prevalece más entre los científicos y los más educados. Pero el andamiaje cultural también apoya modos de razonamiento más naturales, a veces igualmente extendidos. Por ejemplo, hay buenas razones para suponer que el razonamiento sobre la numeración es natural, teniendo en cuenta lo que sabemos sobre las habilidades numéricas de los niños y los animales no humanos. Aún así, los sistemas numéricos a menudo están sujetos a altos grados de andamiaje cultural (p. ej., palabras de números, símbolos numéricos, diagramas...) De forma similar, mientras que el dualismo instintivo podría ser cognitivamente natural, las creencias históricas sobre los cuerpos y las almas son muy complejas, y se encuentran institucionalizadas y canonizadas dentro de textos, pinturas y otros medios culturales, tal cómo ha señalado Mitch Hodge. En un artículo de próxima publicación en Cognitive Science, Edward Slingerland y coautores argumentan que el dualismo en China evolucionó como “un cambio semántico hacia un sesgo cognitivo compartido en respuesta a la rápida y vasta expansión de la escrituda”. Resulta claro que aquí la escritura (como forma de andamiaje cultural) en realidad ayudó, no obstaculizó a los modos intuitivos de razonamiento.



El esfuerzo cognitivo podría ser otro modo de definir aquello que hace de la increencia algo no natural. Pero, de nuevo, podemos ver que muchos modos religiosos de razonamiento también caerían dentro de esta categoría, puesto que no se llevan bien con nuestra arquitectura cognitiva (esto es lo que Boyer denominó “la tragedia del teólogo”). También, tal como remarcó Blaise Pascal en sus Pensées, algunas personas “parecen hechas para no poder creer”. Para estas personas, las creencias religiosas requieren un constante esfuerzo cognitivo. Si no suponemos (como parece hacer Alvin Plantinga) que estas personas son deficientes cognitivas, la innaturalidad de la increencia sigue sin estar justificada.




Referencias



Justin Barrett (2010), The relative unnaturalness of atheism: On why Geertz and Markusson are both right and wrong. Religion 40, 169-172.



Jesse M. Bering (2006), The folk psychology of souls. Behavioral and Brain Sciences 29, 453–462. 



Paul Bloom (2004), Descartes' baby: how the science of child development explains what makes us human. London: Arrow Books.



Pascal Boyer (2002), Religion explained. The evolutionary origins of religious thought. London: Vintage.



Armin Geertz & Guðmundur Ingi Markusson (2010), Religion is natural, atheism is not: On why everybody is both right and wrong. Religion 40, 152-165. 



Deborah Kelemen (2004), Are children “intuitive theists”? Psychological Science 15, 295–301.



Robert N. McCauley (2000), The naturalness of religion and the unnaturalness of science. In F. C. Keil & R. A. Wilson (Eds.), Explanation and cognition (pp. 61-85). Cambridge, MA: MIT Press.(here)



Ara Norenzayan and Azim Shariff (2008) The origin and evolution of religious prosociality. Science322, 58-62. 



Alvin Plantinga (2000), Warranted Christian belief. New York: Oxford University Press. 



Edward Slingerland et al. (forthcoming) "The Prevalence of Mind-Body Dualism in Early China",Cognitive Science.


Rodney Stark, (1999). Secularization, RIP. Sociology of Religion, 60, 249-273..