martes, 30 de noviembre de 2010

Por qué la gente inteligente cree/dice/hace cosas irracionales.

¿Cómo puede alguien tan inteligente hacer algo tan tonto? Todos nos hemos hecho esta pregunta en alguna ocasión al ver a algún amigo o pariente, por lo demás perfectamente inteligente, hacer alguna estupidez.
La gente compra caro y vende barato. Creen en el horóscopo. Asumen que “eso”, sea lo que sea, nunca les puede ocurrir a ellos. Lo apuestan todo al negro por que ahora “toca” negro. Piensan que un número concreto de la lotería es trascendente, porque lo relacionan con algo importante o conocido para ellos y que, por esto mismo, es más probable que toque. Se toman una ración extra de tarta pero piden sacarina para el café. Hablan por teléfono o encienden un cigarrillo mientras conducen. Después de perder un buen montón de dinero, siguen metiendo más en lo mismo porque ya llevan mucho “invertido”. Asumen que una burbuja financiera o inmobiliaria no estallará nunca. Vuelve a votar al mismo incompetente que está llevando al país a la ruina. Etcétera.
La razón por la que la gente inteligente hace algunas veces cosas estúpidas es que inteligencia y racionalidad son cosas diferentes. La incapacidad para hacer cosas racionales a pesar de ser inteligente la llamaremos disracionalidad.
Desde que Charles Spearman propusiera allá por el año 1904 la existencia de un “factor general de inteligencia”, g, como base de la función cognitiva, la definición y medición de la inteligencia no ha podido ser algo más controvertido. Por ejemplo, hay quien argumenta que la inteligencia está constituida de muchas capacidades cognitivas diferentes. Hay otros que quieren ampliar la definición de inteligencia para incluir las inteligencias “emocional” y “social”.
Podemos considerar, para lo que nos interesa ahora, la inteligencia medida por los tests de cociente intelectual como un constructo útil. No nos es necesario siquiera entrar a discutirlo ni a matizarlo. La idea importante es que la inteligencia por sí misma no garantiza un comportamiento racional. En otras palabras puedes ser inteligente sin ser racional. Y puedes ser un pensador racional sin ser especialmente inteligente.
Empecemos por dejar estas ideas claras experimentalmente. Intenta resolver este problema antes de seguir leyendo: “Antonio está mirando a Beatriz, pero Beatriz está mirando a Carlos. Antonio está casado, pero Carlos no. ¿Está una persona casada mirando a una persona soltera?”. Las respuestas posibles son: “sí”, “no” y “no puede ser determinado”.
¿Ya tienes tu respuesta? Pues sigue leyendo.
Más del 80 por ciento de las personas contestan incorrectamente. Si llegaste a la conclusión de que la respuesta no puede determinarse, eres una de ellas. La respuesta correcta es, “sí”, una persona casada está mirando a una soltera.
La mayoría de nosotros creemos que necesitamos saber si Beatriz está casada para poder responder a la pregunta. Pero considera todas las posibilidades. Si Beatriz está soltera, entonces una persona casada (Antonio) está mirando a una soltera (Beatriz). Si Beatriz está casada, entonces una persona casada (Beatriz) está mirando a una soltera (Carlos). En cualquier caso la respuesta es “sí”.
La mayoría de la gente tiene inteligencia suficiente para llegar a esta conclusión, basta añadir algo como “piensa lógicamente” o “considera todas las posibilidades” para que lo hagan. Pero si no se indica nada, como ahora, no recurrirán a todas sus capacidades mentales para resolverlo (más sobre esto más abajo).
Esta es una de las mayores fuentes de disracionalidad. Todos somos avaros cognitivos que intentamos evitar pensar demasiado. Esto tiene sentido desde un punto evolutivo. Pensar requiere tiempo, es intensivo en recursos y, algunas veces, contraproducente. Si el problema a resolver es evitar al ataque de un depredador no te puedes permitir perder una fracción de segundo en decidir si saltas al río o trepas a un árbol. Por eso hemos desarrollado una serie de reglas empíricas (heurística) y prejuicios para limitar la cantidad de capacidad mental que empleamos en un problema dado. Estas técnicas proveen respuestas aproximadas y ya preparadas que son correctas muchas veces, pero no siempre.
Por ejemplo, en un experimento, un investigador ofreció a los sujetos un dólar si, a ciegas, sacaban una gominola roja de un recipiente que contenía una mayoría de gominolas blancas. Los voluntarios podían escoger entre dos recipientes: uno con nueve gominolas blancas y una roja y el otro con 92 blancas y ocho rojas. Entre el treinta y el cuarenta por ciento de los sujetos que realizaron el ensayo escogió el recipiente mayor, a pesar de que la mayoría comprendía que una probabilidad del ocho por ciento de ganar era peor que una del diez por ciento. El atractivo visual de ver más gominolas rojas se sobrepuso a su comprensión de la probabilidad.
¿Tú que harías en una situación similar? Hagamos un experimento. Considera el siguiente problema: “Se detecta el brote de una enfermedad que puede matar a 600 personas si no se hace nada. Hay dos tratamientos posibles. El Opción-A salvará a 200 personas. El Opción-B te da un tercio de probabilidades de que se puedan salvar las 600, y dos tercios de que no se salve ninguna. ¿Qué tratamiento eliges?”
Bien, ¿has elegido ya? Continuamos.
La mayoría de las personas que hacen este ejercicio elige la opción A. Es mejor garantizar que 200 personas se salven que arriesgarse a que todo el mundo muera. Pero si formulamos la pregunta de esta manera “La Opción-A significa que morirán 400 personas; la Opción-B te da un tercio de probabilidades de que no muera nadie y dos tercios de que mueran 600”, la mayoría elige la B, es decir, se arriesgan a matar a todos por una probabilidad menor de salvar a todos.
El problema, desde un punto de vista racional, es que las dos situaciones son idénticas. Lo único que varía es que la pregunta se formula de forma diferente para enfatizar que en la opción A morirán con seguridad 400 personas, en vez de que se salvarán 200. Esto se conoce como efecto perspectiva y su uso en publicidad está muy extendido (su descripción cuantitativa le valió un premio Nobel a Daniel Kahneman en 2002): la forma en que se presenta una pregunta afecta de forma dramática a la respuesta que se obtiene y puede llevar incluso a respuestas contradictorias.
Otro efecto es el de obstinación. En un experimento los investigadores hacían girar una ruleta trucada que sólo se paraba en el 10 o en el 65. Cuando la rueda se paraba los investigadores pedían al voluntario una estimación del porcentaje de países africanos en la Naciones Unidas. Los que veían el 65 daban un número mayor que aquellos que veían el 10. El número influía en sus respuestas (las anclaba, de ahí el nombre del efecto en inglés “anchoring”) a pesar de que pensaran que el número era completamente arbitrario y sin significado.
La lista de reglas empíricas y prejuicios cognitivos es muy extensa: buscamos pruebas que confirmen nuestras creencias y descartamos las que no las favorecen, evaluamos las situaciones desde nuestro punto de vista sin considerar la otra parte, nos influye más una anécdota llamativa que las estadísticas, creemos que sabemos más de lo que realmente sabemos, creemos que estamos por encima de la media, estamos convencidos que a nosotros no nos afectan los prejuicios como a los demás, etc., etc.
Finalmente existe otra fuente de disracionalidad, lo que llamaremos “huecos en el equipamiento mental”. Por equipamiento mental entendemos el conjunto de las reglas cognitivas, estrategias y sistemas de creencias aprendidos. Incluye nuestra comprensión de la probabilidad y la estadística así como nuestra disposición a considerar hipótesis alternativas cuando tratamos de resolver un problema. El equipamiento mental forma parte de lo que se suele llamar inteligencia cristalizada. Sin embargo, algunas personas muy educadas y muy inteligentes nunca adquieren un equipamiento mental adecuado. Otra posibilidad es que el equipamiento mental esté “contaminado”, por supersticiones por ejemplo, lo que lleva a decisiones irracionales.
La disracionalidad tiene importantes consecuencias para el día a día. Puede afectar a las decisiones financieras que tomes, a las políticas gubernamentales que apoyes., a los políticos que elijas y, en general, a tu capacidad para construir la vida que quieres. Por ejemplo, los ludópatas obtienen resultados más bajos que la media en varios tests de pensamiento racional. Toman decisiones más impulsivas, es menos probable que consideren las consecuencias futuras de sus acciones y es más probable que crean en números afortunados y desafortunados. También obtienen malos resultados en la comprensión de la probabilidad y la estadística. Así, es menos probable que entiendan que cuando se arroja una moneda al aire, cinco caras seguidas no significa que en la siguiente tirada el que salga cruz sea más probable. Su disracionalidad no les hace sólo malos jugadores, sino jugadores con problemas: personas que continúan jugando a pesar de hacerse daño a ellos mismos y a su familia.
Cuando se comparan los resultados que obtiene una misma persona en los tests de cociente intelectual habituales con los que miden el nivel de racionalidad se encuentra que no tienen por qué estar correlacionados entre sí. En algunas tareas existe una disociación casi completa entre pensamiento racional e inteligencia. Así, por ejemplo, tú puedes pensar más racionalmente que alguien mucho más inteligente que tú. De la misma forma, una persona con disracionalidad es casi tan probable que tenga una inteligencia por encima de la media como que la tenga por debajo.
Para comprender el origen de las diferencias en la racionalidad de las personas pensamos que la teoría de Keith Stanovich, de la Universidad de Toronto (Canadá), y padre del término disracionalidad (dysrationalia), es muy útil y simple. Stanovich sugiere que pensemos en la mente como constituida por tres partes. La primera es la “mente autónoma” que es la que usa la mayor parte de los atajos (prejuicios) cognitivos problemáticos. Stanovich la llama “procesamiento del tipo 1”. Funciona rápida y automáticamente y sin control consciente.
La segunda parte es la “mente algorítmica”. Es la que se embarca en el “procesamiento de tipo 2”, el pensamiento lento, trabajoso y lógico que miden los tests de inteligencia.
La tercera parte es la “mente reflexiva”. Decide cuándo basta con la mente autónoma y cuándo echar mano de la maquinaria pesada de la algorítmica. Es la mente reflexiva la que determinaría hasta qué punto eres racional. Tu mente algorítmica puede estar lista para entrar en combate, pero será de poca ayuda si nunca se la llama.
Cuándo y cómo la mente reflexiva entra en acción está relacionado con una serie de rasgos de personalidad, incluyendo si eres dogmático, flexible, de mente abierta, capaz de tolerar la ambigüedad o concienzudo.
La buena noticia es que el pensamiento racional puede ser aprendido. Una serie de estudios muestra que una buena manera de mejorar el pensamiento crítico y racional es pensar y analizar lo opuesto a tu primera conclusión. Una vez que esta práctica se convierte en hábito te ayuda, no sólo a considerar hipótesis alternativas, sino a evitar trampas como las que tienden los prejuicios cognitivos.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Hallan científicos relación entre pecados y sobrevivencia


MÉXICO, DF., noviembre 23 (EL UNIVERSAL).- La lujuria responde a la necesidad de procrearnos, la gratificación al comer a la escasez de alimentos en la prehistoria, la pereza se justifica en el ahorro de energía, la envidia nos motiva a superarnos, la soberbia refuerza nuestro autoestima, la ira nos ayuda a conseguir nuestros objetivos, mientras que la avaricia parece ser un proceso mucho más complejo.

Científicos de la universidad Northwestern de Illinois, en Estados Unidos, revelan tras realizar diversos estudios con películas pornográficas que las partes del cerebro que se activan al recibir este tipo de estimulo responden a la parte encargada de la supervivencia.Lo anterior parecería señalar que la naturaleza nos quiere malos, no obstante, parece ser que este tipo de impulsos están en nuestros cerebros para procurar que sobrevivamos y no que pequemos exactamente, pues de la misma manera el humano se encuentra naturalmente equipado con la capacidad de razonamiento.

Dado que la reproducción es una de las funciones básicas del hombre por naturaleza, por lo que la misma encuentra a través de la lujuria una forma de motivarla.
De acuerdo con información de BBC Mundo, científicos de la misma universidad estadounidense señalan que la gula funciona de manera similar a la lujuria, pues el hecho de encontrar placer en ingerir alimentos, básico para sobrevivir, nos motiva a continuar haciéndolo.
El problema se presenta cuando ya no hay un control sobre este impulso.
La pereza se relaciona con el panorama de escasez de alimentos en la que se desarrolló el ser humano, la cual exigía que se hiciera cierta reserva de energía para cuando esta fuera necesaria, por lo que la naturaleza nos motiva a descansar, tal vez más de la cuenta.
Mientras tanto, investigadores del Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas de Japón realizaron experimentos en los que sometían a individuos a la lectura de perfiles de personas con los mismos objetivos que los sujetos de estudio, la diferencia era que las personas de los perfiles tenían más éxito.
Los científicos encontraron que la envidia no era un pecado placentero, mas si útil para estimular la superación.
Científicos de la Montclair State University revelaron que sentimientos como la soberbia, son motores claves parecidos a la envidia que ayudan a los individuos a superarse.
Aunque la soberbia se basa en un proceso de reforzamiento del autoestima.
En Australia en la Universidad de New South Wales en Australia se llevaron a cabo estudios que demostraron que la ira de manera indirecta nos ayuda moderar nuestro comportamiento pues se contrapone a aquellos sentimientos que nos motivan a guardar silencio respecto a los que nos molesta.
En cambio, Adam Safron de la Northwestern University señala que la avaricia, a diferencia de los demás pecados capitales no responde a instintos de sobrevivencia, sino que responde a una mezcla de nuestros instintos básicos y la parte racional de nuestro cerebro.

    domingo, 14 de noviembre de 2010

    ¿Qué excita a las mujeres?












    Fantasías, orgasmo, sentirse deseada, besos, coito... No hay principio, ni objetivo. Según los sexólogos para la mujer cada uno de esos factores puede ser una experiencia erótica por sí mismo.
    El pincel es fino. La hembra parece relajada. El clítoris, claramente visible. Mayte Parada, investigadora del Laboratorio de Neurobiología de la Universidad de Concordia (Canadá), levanta la cola de la rata para que se aprecie el foco de su investigación. El epicentro del placer de la hembra, de esta y otras especies cercanas, apunta ahí, al clítoris.
    Esta díscola cápsula aglutina más de ocho mil terminaciones nerviosas, y en ella podría encontrarse el velado secreto de la sexualidad femenina. Muchos y muchas estarían de acuerdo con esa afirmación. Más aún si agregamos que el 90% de las mujeres necesita estimulación clitoridiana para que se produzca el gran apagón.
    Pero no podía ser tan fácil resolver un enigma que cada año produce más textos científicos que la teoría de cuerdas.

    Mayte Parada es una de los centenares de ilustres investigadores que tratan de desmadejar el ovillo del sexo rosa. ¿Qué quieren las mujeres en el sexo? Sus ratas son afortunadas en el mundo de los laboratorios. Parada les inyecta hormonas que predisponen a las hembras a la cópula, provocando su ovulación. Después, les estimula el clítoris con el pincel impregnado en un aroma cargante. “El clítoris es un órgano que envía señales a áreas específicas del cerebro que regulan el comportamiento sexual de la hembra. Hemos descubierto que solo asocia la estimulación con placer si se hace con roces alternos (distribuidos en el tiempo), no constantes. El área preoccipital (MPIO) responde con mucha más actividad a la estimulación entrecortada, y no ante el estimulo constante”. Vaya con las ratas. Si les dan a elegir, se quedan con el macho impregnado con el mismo aroma.
    “Esto nos dice que la estimulación del clítoris ayuda a asociar esa experiencia positiva con un macho específico. El clítoris de la rata funciona como un órgano de placer y de aprendizaje.” Si la rata se lo pasa bien, y no le ocurre con cualquier pincel, recuerda al macho que tenía el olor adecuado. “Estos estudios”, explica Mayte, “son un primer paso para entender la función del clítoris en el comportamiento sexual de la mujer”.

    Me pido un combinado

    El botón rojo, el clítoris, según todos los protocolos es un buen punto de partida para acabar con la guerra fría en las alcobas. Pero no está solo. Y aquí comienzan las complicaciones. Otras áreas genitales merecerían un tratamiento semejante. Según la región de donde proceda la señal que llega al cerebro, la sensación de orgasmo es distinta, y de ahí que sea común hablar de orgasmos clitoridianos, vaginales y “combinados”. Para acertar en la diana, hay que hacer un máster con mucha práctica; es decir, “masturbarse mucho”, recomiendan los sexólogos.
    La senda por la que los impulsos nerviosos viajan de los genitales al cerebro es la médula espinal. Barry Komisaruk, especialista en psicobiología, relata en su libro La ciencia del orgasmo, publicado por la Universidad Johns Hopkins (EEUU), el caso de una mujer con una lesión en la médula que “crepitaba” al estimularse con un vibrador a la altura de las cervicales.
    Komisaruk y sus colegas hicieron numerosas investigaciones de campo con voluntarias. “Creo que una de nuestras grandes sorpresas”, explica, “fue cuando encontramos mujeres que tenían orgasmos sin ninguna estimulación física. Alcanzaban el clímax (the big O) solo con la imaginación”. Algunas recreaban escenas eróticas; otras, paisajes… y una de ellas imaginaba ondas de energía que recorrían su cuerpo sinuosamente, enredándose en el vértice que formaba el ángulo de sus piernas. Komisaruk asegura que si estas mujeres pueden alcanzar el orgasmo solo con la imaginación, se debe a que el pistoletazo de salida de una buena carrera no está en el clítoris, sino detrás de los ojos. El “barrio rojo” del cerebro está perfectamente localizado. Algunos enfermos de párkinson, con implantes eléctricos ubicados en esa área para controlar los temblores característicos de la enfermedad, experimentan orgasmos o sensaciones muy parecidas de forma espontánea.
    Para lubricar el cerebro hacen falta todos esos complementos intangibles que las mujeres piden con denuedo: “Imaginación, fantasía, sentirse deseada…” King Kong, el gorila, los tenía todos. En la versión sin censuras del filme, la bestia, colosal y peluda, sujeta a la bella Ann. King Kong, con esa manaza hecha para aplastar rocas, le quita la ropa muy despacio, mientras la música del metraje enciende la imaginación, y la mira con un gesto inconfundible: ¡la adora! El invencible Kong hace jirones el sedoso vestido, se lo lleva a la boca y lo olfatea como un fetiche. La sexy rubia se mueve como una anguila en las manos de su captor. Censuraron la escena por su carga erótica. Le quitaron la música, dejaron a Ann con el vestido intacto y añadieron unos alaridos de terror que aniquilaban cualquier reducto de tensión sexual. Da igual que King Kong sea un gorila peludo. Lo que acaban de demostrar en Toronto es que a la mujer, más que el personaje de la acción, lo que le excita es el contexto.
    Meredith Chivers, de la Universidad de Toronto (Canadá), investigó las diferencias entre hombres y mujeres ante los estímulos sexuales. Las voluntarias observaron varios modelos de imágenes: parejas haciendo el amor, hombres desnudos haciendo deporte, mujeres desnudas, y también bonobos y chimpancés copulando al sol entre ramas y hojarasca.

    Hay excitacion... y excitación

    Las voluntarias de la doctora Chievers tenían que pulsar una barra de ordenador para indicar lo que les parecía excitante. Por otro lado, un pletismógrafo vaginal medía el aumento de la presión sanguínea de la pared del útero y del flujo. Según Meredith, las mujeres se excitaron físicamente, es decir, el pletismógrafo “pitó” con las imágenes de hombres y mujeres, tanto hetero como homo, haciendo el amor. También con los vídeos porno de bonobos copulando. Nada que ver con lo que pasaba por sus cabezas. Las mujeres solo reconocieron excitación sexual ante las imágenes de parejas. Para los hombres, sin embargo, excitación mental y genital son la misma cosa. Las mujeres tienen síntomas físicos de “deseo”, sin que por eso tenga que haber impepinablemente deseo erótico.
    Si hay una “misión” hasta ahora imposible para los sexólogos, es encontrar el afrodisíaco perfecto que active ese deseo erótico. La ostra definitiva. Hay estudios sobre el café, el vino, el chocolate… Sin embargo, uno de ellos acaba de demostrar que la administración de un placebo mejora la falta de excitación de algunas mujeres. Creer que estaban tomando una píldora para la libido sirvió para que obtuviesen beneficios. El estudio se publico en Journal of Sexual Medicine, y era parte de una investigación que evaluaba los efectos del medicamento tadalafilo (Cialis) para los problemas de falta de deseo en las mujeres. Este producto pertenece a la familia de Viagra y Levitra, para la erección en varones. Había indicios de que favorecería la vasodilatación de la vagina y la lubricación. No resistió la comparación con un placebo, o sea, una pastilla de “nada”.
    “Yo creo que las mujeres no saben lo que quieren en el sexo…”, lo dice Juan, un amigo felizmente casado. “Ah! ¿Pero es que quieren sexo?”, esto lo pregunta Manolo, también casado y satisfecho. Sigmund Freud lo decía de otro modo: “La gran cuestión que nunca ha sido respondida y que no he podido responder, a pesar de 30 años de investigación sobre la mente femenina, es ¿qué desean las mujeres?”
    El doctor Pedro La Calle, ginecólogo y sexólogo del centro Galena Salud, en Madrid, tiene una respuesta. Asegura que vivimos días gloriosos para un investigador de la sexualidad humana: “Es un momento de cambios profundos, y uno de los más interesantes es el de la comprensión del deseo en la mujer”. Las ganas de sexo siguen siendo un motivo de consulta, pero ahora se aborda de otra manera: “Algunas autoras han propuesto un modelo distinto para interpretarlo, en el que se habla, más que de deseo, de interés en la relación sexual en el momento en que esta comienza, y no antes. El deseo previo a la relación se considera más propio del modelo masculino”.
    Ana Belen Carmona, psicóloga y sexóloga de la Asociación Lasexología.com, lo explica de otro modo: “Cuando una pareja viene a consulta y nos dice que ‘ella no tiene deseo’, preguntamos: ‘Deseo, ¿de qué?’ Si hablamos de deseo de coito, pues es probable que los hombres lo tengan de forma más explícita y clara. Pero el gran problema es que lo que desea la mujer hasta ahora no se considera sexualidad; lo llaman cariño, afecto... Parece sexo de segunda división. Si hablamos de caricias, contacto físico… te diría que el deseo es mayor en las mujeres. Ese deseo de la mujer es tan importante como el del hombre. A los ‘preámbulos’ deberíamos quitarles el prefijo ‘pre’ y entender que eso ya es sexo, y del bueno. Al hombre aún le cuesta entrar ahí…”
    Veamos qué dicen ellas: “A mí me gustan los juguetes, mucha masturbación, alcohol, los dos tipos de orgasmo… Me gusta a la hora del aperitivo y después de comer. Que no me despierten por la mañana para hacer el amor… ¡me pone de una mala leche!” Así responde Adela, 35 años. Lucía, 33: “No concibo el sexo sin preliminares… y largos. Si estoy en la cama con alguien que se salta el ‘calentamiento’, no entro en juego”. Paloma, 24 años: “Me gusta sentir que me han elegido a mí, que en ese momento soy alguien especial, aunque se trate de un polvo en el baño de la discoteca y ambos sepamos que no volveremos a vernos”.
    Tanto el doctor La Calle como la doctora Carmona hablan de un momento de emancipación sexual de la mujer. Lo confirman los éxitos de la pornografía para mujeres de , la saludable venta de novela erótica femenina, las 335 asesoras de La Maleta Roja que organizan reuniones a puerta cerrada con las madres de las AMPA de los coles o las compañeras de trabajo ofreciendo productos que parecen joyas para llevar en el bolso. El curso de Enriquecimiento erótico, online, impartido por Lasexología.com que dirige Ana Carmona, por 200 euros, va como la seda. Erika Lust
    La erótica de la mujer mejora, dicen los expertos. “Llevamos una década manejando las cifras de un trabajo poblacional que se hizo en EEUU y que arrojaba como resultado que en un 43% de las mujeres podía tener problemas sexuales. Ahora, dentro del grupo para la Investigación de la Respuesta Sexual de la Universidad de Almería hemos obtenido datos muy distintos. Encontramos que el porcentaje de mujeres con probabilidad de problema sexual está entre un 9 y un 11 por ciento… Son datos que coinciden con otros estudios internacionales. Y parecen mucho más realistas que los de hace diez años”.
    ¿Mejora, entonces, nuestro entendimiento en la alcoba? El profesor La Calle carraspea antes de contestar: “Verás, no hay datos científicos, porque los criterios han cambiado de 2000 a 2010. Mi opinión como experto es que se ve que la mujer está evolucionando, pero no el hombre; o al menos, su proceso de evolución erótica es más tímido”. La mujer ha dejado de querer en la cama príncipes azules que la rescaten del dragón, para quedarse con el dragón que escupe fuego. Y además, le basta con imaginarlo.

    Lorena Sánchez

    Mujeres con empleos estresantes tienen más riesgo de sufrir enfermedades


    AP | Chicago
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    Las mujeres con empleos estresantes tienen más posibilidades de sufrir un ataque cardiaco, un derrame cerebral o el taponamiento de arterias que aquellas con trabajos menos estresantes, según un nuevo estudio.

    Asimismo, la preocupación de perder el empleo tiene el potencial de incrementar el peligro de sufrir males cardiacos, de acuerdo con el estudio que financió el gobierno estadounidense.

    Las conclusiones son particulamente interesantes en medio de la debilidad de la economía estadounidense, por la gran tensión que sufren quienes mantienen sus empleos y quienes carecen de ellos.

    El sólo hecho de que se haya efectuado este estudio es señal de cambios en la sociedad conforme a los tiempos actuales. El estudio, que se constituyó en un análisis de largo plazo, examinó la tensión en las mujeres, quienes conforman casi la mitad de la fuerza laboral en Estados Unidos.

    Estudios anteriores se centraban en los hombres, los proveedores tradicionales, y en esos documentos se concluía que el aumento de la tensión en el empleo elevaba el peligro de sufrir males cardiacos.

    La realidad es que estas mujeres no tienen el mismo tipo de empleo que los hombres y a menudo carecen de autoridad o control sobre su trabajo, dijo la doctora Suzanne Steinbaum, directora del programa Mujeres y Enfermedades del Corazón en el Hospital Lenox Hill, en Nueva York.  No se trata sólo de ir a trabajar, sino lo que ocurrirá cuando se llegue ahí, agregó.

    Steinbaum no participo en la elaboración del estudio, que encabezó la doctora Michelle Albert, cardióloga del Hospital Brigham and Women, en Boston.

    Las conclusiones del estudio fueron difundidas el domingo durante una conferencia de la Asociación para el Corazón de Estados Unidos, efectuada en Chicago.

    La investigación para el Estudio Salud de las Mujeres abarcó a 17.415 participantes y se constituyó en un análisis de largo plazo para la prevención de las enfermedades cardiacas y el cáncer. Cuando se inició el estudio, las mujeres estaban saludables, tenían un promedio de 57 años de edad y se desempeñaban en empleos de tiempo completo o parcial.

    La mayoría de las consultadas eran profesionales saludables,  desde asistentes de enfermera hasta doctoras en filosofía, dijo Albert.

    Todas llenaron un cuestionario tipo encuesta sobre sus empleos y debían describir su tipo de trabajo con aseveraciones como  mi empleo requiere que trabaje muy rápido y  estoy libre de límites exigidos por otros.

    martes, 26 de octubre de 2010

    The Moral Landscape: How Science Can Determine Human Values The Moral Landscape: How Science Can Determine Human Values

    Richard Dawkins on The Moral Landscape
    Richard Dawkins is the Charles Simonyi Professor of the Public Understanding of Science at Oxford, a position he has held since 1995. Among his books are The Greatest Show on Earth, The Ancestor's Tale, The God Delusion, The Selfish Gene, The Blind Watchmaker, Climbing Mount Improbable, Unweaving the Rainbow, and A Devil's Chaplain.
    Beautifully written as they were (the elegance of his prose is a distilled blend of honesty and clarity) there was little in Sam Harris's previous books that couldn't have been written by any of his fellow "horsemen" of the "new atheism." This book is different, though every bit as readable as the other two. I was one of those who had unthinkingly bought into the hectoring myth that science can say nothing about morals. To my surprise, The Moral Landscape has changed all that for me. It should change it for philosophers too. Philosophers of mind have already discovered that they can't duck the study of neuroscience, and the best of them have raised their game as a result. Sam Harris shows that the same should be true of moral philosophers, and it will turn their world exhilaratingly upside down. As for religion, and the preposterous idea that we need God to be good, nobody wields a sharper bayonet than Sam Harris. --Richard Dawkins

    Amazon Exclusive: Q & A – Sam Harris
    Q: Are there right and wrong answers to moral questions?
    Harris: Morality must relate, at some level, to the well-being of conscious creatures. If there are more and less effective ways for us to seek happiness and to avoid misery in this world—and there clearly are—then there are right and wrong answers to questions of morality.
    Q: Are you saying that science can answer such questions?
    Harris: Yes, in principle. Human well-being is not a random phenomenon. It depends on many factors—ranging from genetics and neurobiology to sociology and economics. But, clearly, there are scientific truths to be known about how we can flourish in this world. Wherever we can act so as to have an impact on the well-being of others, questions of morality apply.
    Q: But can’t moral claims be in conflict? Aren’t there many situations in which one person’s happiness means another’s suffering?
    Harris: There as some circumstances like this, and we call these contests ?zero-sum.? Generally speaking, however, the most important moral occasions are not like this. If we could eliminate war, nuclear proliferation, malaria, chronic hunger, child abuse, etc.—these changes would be good, on balance, for everyone. There are surely neurobiological, psychological, and sociological reasons why this is so—which is to say that science could potentially tell us exactly why a phenomenon like child abuse diminishes human well-being.
    But we don’t have to wait for science to do this. We already have very good reasons to believe that mistreating children is bad for everyone. I think it is important for us to admit that this is not a claim about our personal preferences, or merely something our culture has conditioned us to believe. It is a claim about the architecture of our minds and the social architecture of our world. Moral truths of this kind must find their place in any scientific understanding of human experience.
    Q: What if some people simply have different notions about what is truly important in life? How could science tell us that the actions of the Taliban are in fact immoral, when the Taliban think they are behaving morally?
    Harris: As I discuss in my book, there may be different ways for people to thrive, but there are clearly many more ways for them not to thrive. The Taliban are a perfect example of a group of people who are struggling to build a society that is obviously less good than many of the other societies on offer. Afghan women have a 12% literacy rate and a life expectancy of 44 years. Afghanistan has nearly the highest maternal and infant mortality rates in the world. It also has one of the highest birthrates. Consequently, it is one of the best places on earth to watch women and infants die. And Afghanistan’s GDP is currently lower than the world’s average was in the year 1820. It is safe to say that the optimal response to this dire situation—that is to say, the most moral response—is not to throw battery acid in the faces of little girls for the crime of learning to read. This may seem like common sense to us—and it is—but I am saying that it is also, at bottom, a claim about biology, psychology, sociology, and economics. It is not, therefore, unscientific to say that the Taliban are wrong about morality. In fact, we must say this, the moment we admit that we know anything at all about human well-being.
    Q: But what if the Taliban simply have different goals in life?
    Harris: Well, the short answer is—they don’t. They are clearly seeking happiness in this life, and, more importantly, they imagine that they are securing it in a life to come. They believe that they will enjoy an eternity of happiness after death by following the strictest interpretation of Islamic law here on earth. This is also a claim about which science should have an opinion—as it is almost certainly untrue. There is no question, however, that the Taliban are seeking well-being, in some sense—they just have some very strange beliefs about how to attain it.
    In my book, I try to spell out why moral disagreements do not put the concept of moral truth in jeopardy. In the moral sphere, as in all others, some people don’t know what they are missing. In fact, I suspect that most of us don’t know what we are missing: It must be possible to change human experience in ways that would uncover levels of human flourishing that most of us cannot imagine. In every area of genuine discovery, there are horizons past which we cannot see.
    Q: What do you mean when you talk about a moral landscape?
    Harris: This is the phrase I use to describe the space of all possible experience—where the peaks correspond to the heights of well-being and valleys represent the worst possible suffering. We are all someplace on this landscape, faced with the prospect of moving up or down. Given that our experience is fully constrained by the laws of the universe, there must be scientific answers to the question of how best to move upwards, toward greater happiness.
    This is not to say that there is only one right way for human beings to live. There might be many peaks on this landscape—but there are clearly many ways not to be on a peak.
    Q: How could science guide us on the moral landscape?
    Harris: Insofar as we can understand human wellbeing, we will understand the conditions that best secure it. Some are obvious, of course. Positive social emotions like compassion and empathy are generally good for us, and we want to encourage them. But do we know how to most reliably raise children to care about the suffering of other people? I’m not sure we do. Are there genes that make certain people more compassionate than others? What social systems and institutions could maximize our sense of connectedness to the rest of humanity? These questions have answers, and only a science of morality could deliver them.
    Q: Why is it taboo for a scientist to attempt to answer moral questions?
    Harris: I think there are two primary reasons why scientists hesitate to do this. The first, and most defensible, is borne of their appreciation for how difficult it is to understand complex systems. Our investigation of the human mind is in its infancy, even after nearly two centuries of studying the brain. So scientists fear that answers to specific questions about human well-being may be very difficult to come by, and confidence on many points is surely premature. This is true. But, as I argue in my book, mistaking no answers in practice for no answers in principle is a huge mistake.
    The second reason is that many scientists have been misled by a combination of bad philosophy and political correctness. This leads them to feel that the only intellectually defensible position to take when in the presence of moral disagreement is to consider all opinions equally valid or equally nonsensical. On one level, this is an understandable and even noble over-correction for our history of racism, ethnocentrism, and imperialism. But it is an over-correction nonetheless. As I try to show in my book, it is not a sign of intolerance for us to notice that some cultures and sub-cultures do a terrible job of producing human lives worth living.
    Q: What is the difference between there being no answers in practice and no answers in principle, and why is this distinction important in understanding the relationship between human knowledge and human values?
    Harris: There are an infinite number of questions that we will never answer, but which clearly have answers. How many fish are there in the world’s oceans at this moment? We will never know. And yet, we know that this question, along with an infinite number of questions like it, have correct answers. We simply can’t get access to the data in any practical way.
    There are many questions about human subjectivity—and about the experience of conscious creatures generally—that have this same structure. Which causes more human suffering, stealing or lying? Questions like this are not at all meaningless, in that they must have answers, but it could be hopeless to try to answer them with any precision. Still, once we admit that any discussion of human values must relate to a larger reality in which actual answers exist, we can then reject many answers as obviously wrong. If, in response to the question about the world’s fish, someone were to say, ?There are exactly a thousand fish in the sea.? We know that this person is not worth listening to. And many people who have strong opinions on moral questions have no more credibility than this. Anyone who thinks that gay marriage is the greatest problem of the 21st century, or that women should be forced to live in burqas, is not worth listening to on the subject of morality.
    Q: What do you think the role of religion is in determining human morality?
    Harris: I think it is generally an unhelpful one. Religious ideas about good and evil tend to focus on how to achieve well-being in the next life, and this makes them terrible guides to securing it in this one. Of course, there are a few gems to be found in every religious tradition, but in so far as these precepts are wise and useful they are not, in principle, religious. You do not need to believe that the Bible was dictated by the Creator of the Universe, or that Jesus Christ was his son, to see the wisdom and utility of following the Golden Rule.
    The problem with religious morality is that it often causes people to care about the wrong things, leading them to make choices that needlessly perpetuate human suffering. Consider the Catholic Church: This is an institution that excommunicates women who want to become priests, but it does not excommunicate male priests who rape children. The Church is more concerned about stopping contraception than stopping genocide. It is more worried about gay marriage than about nuclear proliferation. When we realize that morality relates to questions of human and animal well-being, we can see that the Catholic Church is as confused about morality as it is about cosmology. It is not offering an alternative moral framework; it is offering a false one.
    Q: So people don’t need religion to live an ethical life?
    Harris: No. And a glance at the lives of most atheists, and at the most atheistic societies on earth—Denmark, Sweden, etc.—proves that this is so. Even the faithful can’t really get their deepest moral principles from religion—because books like the Bible and the Qur’an are full of barbaric injunctions that all decent and sane people must now reinterpret or ignore. How is it that most Jews, Christians, and Muslims are opposed to slavery? You don’t get this moral insight from scripture, because the God of Abraham expects us to keep slaves. Consequently, even religious fundamentalists draw many of their moral positions from a wider conversation about human values that is not, in principle, religious. We are the guarantors of the wisdom we find in scripture, such as it is. And we are the ones who must ignore God when he tells us to kill people for working on the Sabbath.
    Q: How will admitting that there are right and wrong answers to issues of human and animal flourishing transform the way we think and talk about morality?
    Harris: What I’ve tried to do in my book is give a framework in which we can think about human values in universal terms. Currently, the most important questions in human life—questions about what constitutes a good life, which wars we should fight or not fight, which diseases should be cured first, etc.—are thought to lie outside the purview of science, in principle. Therefore, we have divorced the most important questions in human life from the context in which our most rigorous and intellectually honest thinking gets done.
    Moral truth entirely depends on actual and potential changes in the well-being of conscious creatures. As such, there are things to be discovered about it through careful observation and honest reasoning. It seems to me that the only way we are going to build a global civilization based on shared values—allowing us to converge on the same political, economic, and environmental goals—is to admit that questions about right and wrong and good and evil have answers, in the same way the questions about human health do.

    Los 10 peores desastres de la historia de la ciencia


    1. La destrucción de la tradición naturalista india Lokäyata-Cärväka

    La mejor prueba sobre la venerable antigüedad de las ideas naturalistas nos la dan los heterodoxos indios del siglo VII y VI a.C, anteriores incluso a la escuela jónica griega. Criticando la tradición védica y en especial las concepciones brahmánicas, los indios cärväka rechazan la existencia de Dios, la reencarnación y la existencia de una sustancia celeste distinta de la materia terrestre. Muchos siglos antes de los empiristas europeos, estos cärväka (algo así como "críticos" en sánscrito) conciben que sólo las percepciones sensoriales pueden considerarse fuentes fiables de conocimiento. Por desgracia los principales textos Lokäyata parece que son perseguidos y destruídos por la intolerancia brahmánica, y a partir del siglo XI el ateísmo indio (también el de los budistas) es golpeado del mismo modo por las invasiones musulmanas, por lo que todavía hoy buena parte de lo que conocemos sobre esta escuela filosófica procede de las parciales opiniones de sus contrincantes. Actualmente la mejor edición crítica de los textos Lokäyata corre a cargo de Debiprasad Chattopadhyaya.

    2. La persecución de los atomistas griegos

    Por mucho que el concepto de átomo (ἄτομον, sin partes) de Demócrito (460-370 a.C) o Leucipo (siglo C a.C) no coincida exactamente con el modelo de la física nuclear o de las mejores teorías físicas actuales, la intuición atomista es una de las más inspiradoras de la historia de la ciencia. Sin embargo, los partidarios del atomismo no siempre tienen la ocasión de debatir en igualdad de condiciones. El mismo Platón, según Diógenes Laercio, desea prender fuego a los libros de los atomistas y un asesor del emperador Juliano al mismo tiempo que recomienda estudiar con ahínco a Platón, sugiere "acallar con odio y menosprecio las opiniones impías de epicúreos y escépticos". La persecución y la intolerancia también se encarnizan contra los seguidores de Epicuro, a los que en el siglo II se les prohibe fundar una escuela en Roma, y las ideas atomistas sobreviven en occidente gracias al poema de Lucrecio (99-55 a.C) sobre la naturaleza, que los ilustrados reivindican como fertilizante de la ciencia moderna.

    3. La destrucción de la biblioteca de Alejandría y el cierre de las academias filosóficas

    Parece que el saqueo de la biblioteca alejandrina tiene lugar tras el decreto de prohibición del paganismo por el emperador cristiano Teodosio en 391, y específicamente en el contexto de las algaradas populares promovidas por el patriarca Teófilo. La escalada de violencia alcanza hasta el asesinato de la filósofa neoplatónica Hipatia, cuya memoria aún recoge una enciclopedia bizantina del siglo X (y la misma tradición cristiana, que la falsifica hábilmente como Santa Catalina). Aunque es difícil hacer luz sobre una historia complicada por la escasez y oscuridad de las fuentes, y donde los intereses científicos a menudo se entrelazan con los políticos y religiosos, la verdad es que a raíz de estos hechos ninguna filosofía no cristiana tiene la menor ocasión de propagarse por lo que resta del imperio romano. Este exilio de la filosofía secular, apunta Hecht, "alcanza su plenitud en el 529. En aquel año, temiendo la ira de Dios, el emperador cristiano Justiniano deja fuera de la ley el paganismo y cierra el Jardín Epicúreo, la Academia Escéptica, el Liceo y el Pórtico Estoico. Después de más de ochocientos años, ya no existen. Las filosofías "de la buena vida" (graceful-life philosophies), fueron prohibidas en toda Europa."

    4. La decadencia de la ilustración islámica a partir del siglo XII

    Si algo certifica la constante caída de la ilustración y el pensamiento científico en el mundo islámico es la decadencia del libro como motor cultural desde que -de acuerdo con una leyenda- al califa abasí Al-Mamún (786-833) se le apareciera en sueños el mismo Aristóteles para despertar el interés de los árabes por la filosofía griega. Aquellos escasos siglos contemplan el ascenso de un fabuloso movimiento de traducciones y bilbliotecas, públicas y privadas, desde la fundación de la Casa de la Sabiduría (بيت الحكمة) por Al-Mansur en el siglo XI, hasta la decadencia definitiva del califato abasí en el siglo XIII y la destrucción de la ciencia natural en el Islam, acosada desde entonces por el triunfo de los fundamentalistas. En 2003, de acuerdo con una estimación del Arab Human Development Report  [PDF] (consultar la página 67), sólo España es capaz de traducir más libros (unos 10.000) en un año que todos los países árabes durante los últimos mil.

    5. La condena del racionalismo en la universidad de París de 1277

    Desde 1212 la universidad de París padece el escrutinio eclesiástico de distintas tesis consideradas heréticas, hasta culminar con la condena expresa de 219 de estas proposiciones en 1277. De la oposición se encarga el arzobispo de París, Étienne Tempier, y se dirige principalmente contra las tendencias averroístas y racionalistas que habían pregnado peligrosamente entre los doctores parisinos. La lista de proposiciones (citada también por Hecht) prohibidas incluye afirmar:

    152. Que las discusiones teológicas están basadas en fábulas.
    40. Que no hay luz más alta que la vida filosófica.
    153. Que nada es conocido mejor porque sea conocido por la teología.
    154. Que sólo los hombres sabios son filósofos.
    175. Que la Revelación Cristiana es un obstáculo al entedendimiento.
    37. Que nada debe ser creído a no ser que sea auto-evidente o pueda ser afirmado a partir de cosas que son auto-evidentes.

    Etienne Gilson escribe en 1938 que "La lista de tales opiniones es prueba suficiente de que el racionalismo estaba ganando rápidamente el terreno sobre el fin del siglo trece." Para Gilson, así como para otros historiadores que explican la condena de la universidad de París como un episodio del conflicto entre fe y ciencia, este sofocado racionalismo del siglo XIII podría considerarse nada menos que un anticipo "de la crítica de los dogmas religiosos típica del siglo XVIII francés." El historiador de la ciencia Pierre Duhem se opone a esta interpretación, pero como está visto, ni siquiera tiene a los medievalistas de su parte.

    6. La persecución de Galileo y la condena del copernicanismo por la iglesia católica

    A pesar de los tenacidad revisionista de los apologistas, tanto la persecución eclesiástica contra Galileo Galilei, iniciada en 1611 y culminada en 1633, como la expresa condena del sistema copernicano por decreto del Santo Oficio de 1616, permanecen como dos hechos incontrovertibles y calamitosos en la historia de las ideas científicas. Si es cierto que Galileo tuvo la "fortuna" de no ser quemado en la hoguera como Giordano Bruno, la historia de su querella con la iglesia católica (Galileo era creyente, pero le interesaba mucho más la ciencia natural que la teología) sigue siendo uno de los episodios más descarnados del conflicto entre la ciencia y el dogmatismo fundamentalista, particularmente representado por el cardenal Bellarmino, que también participa en la execrable condena de Bruno. Como muestra el bien documentado trabajo de Antonio Beltrán Marí, los contrincantes de Galileo no reivindican las "Buenas razones" ante la nueva ciencia matemática y experimental, sino más bien una autoridad mayor, bíblica en particular, aunque también inspirada por los padres de la iglesia hostiles a la filosofía "pagana". Y habría que recordar que también Melanchton o Lutero se oponen virulentamente a la ciencia de Galileo. El Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, uno de los grandes textos científicos de siempre, no es retirado del índice de libros prohibidos hasta 1822.

    7. La teorías de la mente inmaterial

    La teoría dualista de la mente parece ser instintiva y más profunda que las primeras elucubraciones filosóficas sobre el alma como una "forma" separada del cuerpo, tal como proponen Sócrates y Platón, y más tarde Descartes. Todavía el gran anatomista Vesalio (1514-1564) evita señalar los lugares físicos del alma por temor a la censura eclesiástica y la mayoría de los hombres cultos del siglo XVII aún consideran que el cerebro sólo es "una acuosa substancia sin estructura que no podía contener el complejo funcionamiento del alma" y que "sin espíritu no hay Dios". Thomas Willis (1621-1675) y su círculo de médicos y anatomistas de Oxford, a quienes se considera iniciadores de la neurología moderna, inician en el siglo XVII un esforzado camino hacia la física del alma, que culmina con el descubrimiento de la neurona y las técnicas actuales de neuroimagen. Hoy, la "era neurocéntrica" ha conseguido transformar los "misterios" de la conciencia en problemas con una base biológica y fisicalista.

    8. La perversión totalitaria de la ciencia en el siglo XX

    Ningún acontecimiento reciente daña tanto la imagen pública de la ciencia, y a su posible magisterio moral, como su percibido compromiso con las ideologías totalitarias del siglo XX. De hecho, el prestigio de la ciencia y la necesidad de tecnología impregnan y ensucian amplios programas de investigación en las utopías políticas modernas, desde el rechazo de la "física judía" o del "darwinismo judío" por los nazis, hasta la lucha de Stalin y los escolásticos soviéticos contra la "biología capitalista". El resultado de la perversión de los valores científicos no puede ser otro que el de una ciencia sombría: "ciencia que es una especie de imitación de la ciencia, una filosofía que es una especie de imitación de la filosofía" como lo denunció Valentine Bazhanov. El único consuelo es que la perversión científica se repartió de forma bastante equitativa en todo el espectro ideológico: desde las teorías supremacistas típicas de los nazis hasta peculiares versiones nacionalcatólicas del racismo biológico, pasando por los programas eugenésicos desarrollados en democracias liberales.

    9. El movimiento del "Diseño Inteligente"

    A veces llamado "ciencia de la creación" o "creacionismo científico", el movimiento del Diseño Inteligente es básicamente un fenómeno político y religioso de la Norteamérica protestante, una vez que el intento de prohibir la enseñanza de la evolución fracasa, repetidamente, en los tribunales de EE.UU. Aunque las ideas creacionistas no han hecho mella alguna en la biología científica, y ni siquiera han logrado convencer a sus amigos potenciales, el activismo agresivo de sus proponentes sí ha provocado que muchos científicos desperdicien su tiempo respondiendo a unas objeciones que ni siquiera cumplen el mínimo requisito de una hipótesis científica. Para comprobarlo, no hay más que echar un vistazo a la reciente confesión pública de uno de sus principales teóricos. Para un informe reciente de la cuestión, hacer clic aquí [PDF].

    10. El posmodernismo y la separación de las "dos culturas"

    El desencanto por los llamados "metarrelatos" de salvación por la técnica, la ideología y la religión provoca que prolifere -sobre todo en la Europa de la posguerra mundial- un pensamiento pegajosamente relativista y hermenéutico que muchas veces se identifica a sí mismo como posmoderno. El auge de la banalidad coincide, no por casualidad, con la separación entre las "dos culturas" denunciada hace 50 años por C.P. Snow, que certifica el desinterés mutuo de "humanistas" y "científicos". Una "impostura intelectual" que Sokal y Bricmont se atreven a denunciar con toda claridad en 1997: la ecuación e=mc2 no es una ecuación sexuada. Por fortuna, parece que en los últimos años se observa una decadencia cuantitativa de los principales términos académicos asociados con la constelación posmoderna: deconstruccionismo, psicoanálisis, poscolonialismo... Desde hace tiempo es obvio que necesitamos una "tercera cultura".

    Fuente:http://www.revolucionnaturalista.com/2010/10/los-10-peores-desastres-de-la-historia.html