domingo, 7 de abril de 2013

Pubis equinoccial: erótica versus pornografía


Raúl Vallejo

He venido trabajando, desde hace 10 años, en un proyecto de escritura que, finalmente, está convertido en un libro de cuentos cuyo título es Pubis equinoccial. El proyecto comenzó con la reflexión que demandó un curso de literatura erótica en la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador: creo que explorar el erotismo, desde la literatura, implica confrontar la expresión artística con la publicidad hedonista. Desde un principio, me planteé esa exploración literaria de lo erótico como un intento de adentrarme en lo más profundo, sagrado e inconfesable de la condición humana.
La dificultad inicial fue la necesidad de ubicar en mi escritura el trazo de esa línea tenue que divide lo erótico de lo pornográfico. Es sabido que esa línea la dibuja la cultura y la sociedad al marcar el grado de permisividad ante lo sexual. Esa línea es sinuosa y también difusa, pues en los cánones culturales interviene la ideología dominante que es conservadora pero, al mismo tiempo, esa contradicción liberal que es parte de la misma ideología, y que la confronta formalmente.
Su liberalidad en materia sexual está ligada a la permisividad dada por los poderes fácticos de los mass media y la globalización del espectáculo, el mercado de bienes artísticos, la religión y las instituciones eclesiales, las curadurías de museos estatales y galerías de arte, etc., no siempre de acuerdo entre sí y en muchas ocasiones en una confrontación moral, que desaparece al momento de definir un enemigo político común.
No es casual que novelas de lenguaje elemental, de un hedonismo clisé e ideológicamente conservadoras, estén siendo ampliamente promocionadas en los estantes de novedades libreras como si fueran literatura erótica, cuando es, en realidad, para-literatura de porno blando que se acopla bien a la moral dominante. Son novelas que se ajustan a lo admitido desde Playboy. La saga y epígonos de Cincuenta sombras de Grey, son ejemplo de lo dicho.
Basta la siguiente frase, que la narradora de la novela dice en serio, sin un mínimo dejo de ironía —frase que está repleta de lugares comunes—, para entender de qué estoy hablando: “El sexo es alucinante, y él es rico, y guapo, pero todo eso no vale nada sin su amor, y lo más desesperante es que no sé si es capaz de amar.” ¡En el género “Corín Tellado en Vanidades” esta frase es antológica!
Existe mucha reflexión teórica al respecto, así que no estoy diciendo nada nuevo en esta materia, al menos para quienes han estudiando el asunto. Lo que hago en esta reflexión es indicar que, en el proceso de escritura de mis cuentos, sistematicé ciertas lecturas mías de la literatura erótica, sobre todo Occidental. Así pues, estoy convencido de que en lo erótico existe siempre una problemática que supera la mera descripción de las pericias sexuales, aún cuando dicha gimnasia esté descrita de manera explícita. Lo erótico, desde esta perspectiva, implica siempre una problematización de la esfera sexual en la vida, ya que lo sexual es realización del deseo, expresión de la frustración, búsqueda de la transgresión, anhelo de las fantasías, etc.
Esa problematización se da porque las prácticas sexuales del ser humano tienen consecuencias vitales en su espíritu, ya sea por la herencia judía-cristina de la culpa, ya por la conjunción de vida y muerte en el orgasmo, ya por el carácter efímero del goce.
En lo pornográfico, por el contrario, no existe mayor problemática y tanto la gimnasia sexual como la genitalidad ocupan siempre el primer plano. Ni la historia que se cuenta, ni la escenografía que la ambienta, ni el lenguaje que se utiliza importan demasiado. El punto de vista narrativo, de la palabra o de la imagen, está centrado en la proeza sexual de la genitalidad.
La pornografía, en términos generales, termina siendo conservadora porque es incapaz de transgredir la línea de permisividad sexual de la cultura dominante. Y el porno blando lo es aún más: de ahí que los grandes monopolios de la información y el espectáculo promocionen tanto a Hugh Hefner y sus conejitas; y, claro, a los imitadores locales como Soho. A fin de cuentas, se trata del negocio más sexista del mundo; un hedonismo conservador con fachada liberal.
La idea básica al escribir Pubis equinoccial fue que los personajes y sus situaciones tenían que permanecer en un espacio de transgresión, desde su propio conflicto vital. Esa transgresión implica un choque contra la cultura dominante, sobre todo con aquella que confunde el erotismo con el porno blando, con aquella que es permisiva con los desnudos publicitarios, tipo portada de Vistazo, pero no con el cuerpo desnudo en conflicto vital. El tratamiento de lo erótico, a partir del drama de los personajes, pretende, deliberadamente, confrontar al lector con sus propios temores y, al mismo tiempo, transgredir la moralidad conservadora de la cultura dominante, sobre todo aquella travestida de liberalismo. Haber conseguido lo dicho en los cuentos, o no haberlo conseguido, es algo que ya no me toca decirlo a mí.