miércoles, 24 de agosto de 2011

El derecho de los niños a no ser adoctrinados. (por sus padres o el estado)


Hace tiempo, os hablaba del juicio que hubo en EEUU cuando se quiso introducir el creacionismo en las clases de biología. De alguna manera, aquellas gentes querían imponer qué debía enseñarse a los críos y jóvenes y qué no. Afirmaban, debido a sus creencias, que no era lícito enseñar ciencia en clases de ciencia. Pues bien, dando la vuelta a la tortilla podemos plantearnos si es lícito enseñar creacionismo o cualquier sistema de creencias; aunque no sea en clases de ciencia. Y es que enseñar una serie de creencias dándolas por verdaderas tiene una definición muy diferente: adoctrinamiento. Y de ello hablaremos en nuestra historia de hoy.

Los adultos solemos tener opiniones sobre diferentes temas y los demás solemos estar de acuerdo o no. Suponemos que el adulto conoce los pros y los contras: que está informado. Además, suponemos que tiene derecho a qué saber y no saber (o querer no saber) sobre el tema en cuestión. ¿Pueden tener los niños opinión? ¿Tienen derecho a saber o dejar de saber algo? ¿Qué es lícito enseñarles y qué no de forma obligatoria? Hay padres que encuentran básico que aprendan religión (en el sentido adoctrinador de la misma) de forma obligatoria y padres que lo encuentran totalmente inadmisible. ¿Es lícito que obliguemos a nuestros hijos a que aprendan nuestras propias creencias y a adoctrinarlos en las mismas? ¿Cuál o cuáles tipo de creencias son admisibles? ¿La religión? ¿La astrología? ¿Y los hijos del vecino? ¿Tienen el derecho o la obligación de ser, o no, adoctrinados de la misma forma que los nuestros?
Como dice Richard Dawkins:
(…) por alguna razón, la sociedad acepta que los padres tengan derecho automático de criar a sus hijos con opiniones religiosas particulares y puedan retirarlos, por ejemplo, de las clases de Biología donde se enseña evolución. Sin embargo, todos nos sentiríamos escandalizados si se retirara a los niños de las clases de Historia del Arte que enseñan los méritos de artistas que no son del gusto de los padres.
Nuestra sociedad; incluyendo al sector no religioso, ha aceptado la idea sin sentido; de que es normal y correcto adoctrinar a minúsculos niños en la religión de sus padres; y cachetear etiquetas religiosas sobre ellos —”niño católico”, “niño protestante”, “niño judío”, “niño musulmán”, etc.— aunque no lo hacen con otras etiquetas comparables: no hay niños conservadores, ni niños liberales, ni niños republicanos, ni niños demócratas. (…) Un niño no es cristiano ni un niño es musulmán, sino un niño de padres cristianos o un niño de padres musulmanes.
Muchos declaran que hay un derecho a la vida sagrado e inviolable: cada niño por el sólo hecho de nacer tiene derecho a la vida y ningún futuro padre tiene derecho de terminar un embarazo (excepto, quizá, si la vida de la madre se encuentra en peligro). Por otro lado, muchas de estas mismas personas declaran que, una vez nacido, este niño pierde el derecho a no ser adoctrinado, a que no se le lave el cerebro, o a no ser psicológicamente abusado de una u otra manera por sus padres, quienes tienen derecho de criar al niño con la educación que ellos escojan, siempre que no caigan en la tortura física. Divulgamos el valor de la libertad por todo el mundo, aunque no aparentemente entre los niños. Parece ser que ningún niño tiene derecho a ser libre del adoctrinamiento ¿No deberíamos cambiar tal cosa? ¿Permitiríamos que personas ajenas tengan algo que decir al respecto de cómo yo educo a mis hijos?
Aquí se produce otro tipo de choque: el de los derechos paternales versus los derechos de los hijos. Este asunto dispara respuestas emocionales en lugar de respuestas razonadas. Y podemos afirmar, casi rotundamente, que la genética tiene mucho que ver en ello. Tanto en los mamíferos como en los pájaros que deben cuidar a sus crías, el instinto de proteger a los jóvenes contra cualquier interferencia externa es universal y extremadamente potente; arriesgaríamos nuestras vidas sin dudarlo -sin pensarlo- para repeler amenazas, sean estas reales o imaginadas. Es como un reflejo. En este caso podemos “sentir en nuestros huesos” que los padres sí tienen el derecho de criar a sus hijos del modo conveniente. Nunca hay que cometer el error de inmiscuirse entre una madre oso y su osezno, así como nada debe entrometerse entre los padres y los hijos. Ese es el centro de los “valores familiares”.
Pero, al mismo tiempo, debemos admitir que los padres no son dueños literalmente de sus hijos, del modo en que los dueños de los esclavos alguna vez poseyeron esclavos. Deben ser, más bien, sus protectores y sus guardianes, y deben rendir cuentas a otros de sus labores de protección, lo cual implica que personas ajenas tienen el derecho a interferir en cómo educamos a nuestros hijos. Así que, ¿en qué quedamos? ¿tienen los demás derecho a intervenir en cómo educamos a nuestros hijos?
Sigamos. ¿Por qué es tan importante lo que se enseña a los niños? Pues porque condiciona en gran parte el resto de sus vidas. Todo el mundo cita (correcta o incorrectamente) a los jesuitas cuando dicen: “dame a un niño hasta que tenga siete años y yo te mostraré al hombre”, pero nadie, ni los jesuitas ni ningún otro, realmente, sabe cuán resistentes son los niños. Hay muchísimas anécdotas sobre gente joven que tras años de inmersión en la religión dan la espalda a sus tradiciones y se alejan encogiéndose de hombros, con una sonrisa y sin ningún efecto dañino visible.
Por otro lado, algunos niños criados en tales prisiones ideológicas se convierten por su propia voluntad, como dijo Nicholas Humphrey, en “sus propios carceleros” al prohibirse todo contacto con ideas liberadoras que podrían hacerles cambiar de opinión. Por ejemplo, muchas mujeres musulmanas que crecieron bajo condiciones que muchas mujeres no musulmanas considerarían intolerables, cuando se les brindan oportunidades informadas para abandonar sus velos y muchas otras de sus tradiciones, eligen mantenerlos.
Hay casos más extremos. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en los semang de Malasia. Allá por los años 1950 unos cuantos jóvenes de ellos fueron reclutados por el ejército británico para luchar en las guerrillas comunistas. Los semang son un pueblo pacífico y tolerante; tanto, que en su vocabulario no se contempla ni siquiera la palabra agresión e incluso no se conoce entre ellos el asesinato. Sin embargo, tras su reclutamiento en el ejército, mostraron ser los más sangrientos y despiadados soldados del grupo desarrollando además un pensamiento obsesivo alrededor de la idea de matar.
Ya Darwin y Fitzroy se dieron cuenta de algo similar con tres indígenas de Tierra del Fuego que FitzRoy había llevado a Inglaterra en el anterior viaje del Beagle. Esos tres hombres, ya en Inglaterra, adoptaron las costumbres y lengua europeas. Cuando volvieron a aquellas tierras, Darwin quedó anonadado de las diferencias entre los fueguinos anglicanizados y las tribus indígenas a las que pertenecían: No me figuraba cuán enorme es la diferencia que separa al hombre salvaje del civilizado; diferencia, en verdad, mayor que la que existe entre el animal salvaje y doméstico. El hecho que se pudiera “domesticar” a personas casi salvajes confirmaba la convicción de que, con independencia de la piel, los seres humanos constituía una única especie. Más tarde, Darwin y FitzRoy quedaron decepcionados al ver que los tres fueguinos anglicanizados volvieron rápidamente a su condición aborigen. Concluyeron que el barniz de la civilización es únicamente efímero.
Todavía hoy existen tribus como los jarawa que viven aún en la edad de piedra y en un impresionante aislamiento en las lejanas islas de Andamán y Nicobar, en el Océano Índico. Se las han arreglado para mantener a raya incluso a los exploradores y negociadores más intrépidos, defendiendo sus territorios de forma feroz con arcos y flechas. Incluso atacaron con esas armas a un helicóptero. Se sabe poco de estas personas. El gobierno de la India, de la que las islas forman una parte distante, ha prohibido todo contacto sobre ellas. En diciembre 2004, sin embargo, fueron foco de atención por el tsunami.¿Por qué los jarawa son como son? ¿Por qué esos niños se comportan igual que sus padres? Dawkins nos lo explica con un ejemplo personal:
En cierta ocasión, siendo estudiante de grado, me encontraba conversando con un amigo en la fila para almorzar en la facultad. Mi amigo me miraba divertido y de manera cada vez más burlona, finalmente preguntó: “¿Acabas de estar con Peter Brunet?”. En efecto, había estado con él aunque no podía imaginar cómo lo sabía mi amigo. Peter Brunet era nuestro muy querido tutor y yo había llegado apresuradamente de una hora de tutoría con él. “Es lo que pensaba”, se rió mi amigo. “Hablas como él, tu voz suena exactamente como la de él”. Yo había “heredado”, si bien por un breve tiempo, las entonaciones y los modos de hablar de un admirado profesor, a quien ahora echo mucho de menos.
Algunos años más tarde, cuando yo mismo me transformé en tutor, le enseñaba a una joven que tenía un hábito poco común. Cuando se le hacía una pregunta que obligaba a pensar en profundidad, giraba y cerraba con fuerza sus ojos, inclinaba la cabeza sobre el pecho y luego se quedaba inmóvil hasta medio minuto antes de levantar la vista, abrir los ojos y responder la pregunta con fluidez e inteligencia. El gesto me pareció divertido y después de la cena ejecuté una imitación para entretener a mis colegas. Entre ellos se encontraba un distinguido filósofo de Oxford. En cuanto vio mi imitación, dijo inmediatamente: “¡Ese es Wittgenstein! ¿Por casualidad el apellido de tu alumna es ****?” Tomado por sorpresa, respondí que sí, que lo era. “Es lo que pensaba”, dijo mi colega. “Tanto su padre como su madre son dedicados seguidores de Wittgenstein”. El gesto había pasado del gran filósofo, a través de uno o ambos padres, a mi alumna. Supongo que, si bien mi imitación posterior fue hecha en broma, debo contarme como la cuarta generación de transmisores del gesto. Y quién sabe de dónde lo había sacado Wittgenstein.
Es por imitación que el niño aprende su idioma particular antes que cualquier otra lengua. Es la causa de que las personas hablen más como sus padres que como los padres de otra gente. Es la causa de que existan acentos regionales y, en una escala temporal mayor, de que existan idiomas diferentes. Es la causa de que las religiones persistan a lo largo de linajes familiares, en lugar de ser elegidas nuevamente en cada generación.
Sabemos que es realmente difícil mantener tal aislamiento pero supongamos que fuera posible. ¿Debe mantenerse? ¿Quién tiene derecho a decidir sobre esta cuestión? ¿Quién tiene derecho a decidir si los derechos de los niños de los jarawas están siendo respetados? Ciertamente, los antropólogos no, aun cuando hayan trabajado para proteger a estas personas de cualquier contacto, incluso de ellos mismos, durante décadas. ¿Quiénes son ellos para “proteger” a estos seres humanos? No son propiedad de los antropólogos como si fueran especímenes de laboratorio cuidadosamente agrupados y protegidos de la contaminación, y la idea de que estas islas deban ser tratadas como si fueran un zoológico humano o una reserva es ofensiva. La alternativa, no sé si más ofensiva o no, sería abrir las puertas a los misioneros de todas las religiones que, sin duda, se abalanzarían con entusiasmo a salvar sus almas.
Quizás deberíamos decir: “que vivan y nos dejen vivir”. ¿O quizás no? En caso de interactuar con ellos ¿deberíamos dejar que siguieran dando esas enseñanzas a sus hijos? Imaginad que un día encontráramos una tribu de caníbales que sacrificaran cada mes a un niño sano en un ritual que pensaran que los santifica y en el creyeran ciegamente. Imaginad que, como los jarawas, quisieran que les dejáramos en paz. ¿Debemos dejarlos?
Nosotros afirmaríamos que sus tradiciones estarían tan manifiestamente mal informadas que si la dejásemos triunfar sobre las otras consideraciones, ¿acaso no seríamos más culpables que aquel que permite a otra persona beber un cóctel envenenado “por su libre arbitrio” sin dignarse siquiera a advertirle? O, en cualquier caso, aunque es posible que los adultos hayan alcanzado la edad para dar su consenso, ¿sus hijos no están siendo victimizados por la ignorancia de sus padres? ¿Permitiríamos que el hijo del vecino fuera sacrificado bajo semejante engaño? Si al vecino no le permitiérais lo que a aquellas tribus imaginarias, ¿no deberíamos cruzar el océano e intervenir para rescatar a esos niños, sea de la tribu que sean, con las creencias que sean, independientemente de lo doloroso que pudiera ser el choque?
Pues si pensáis así, tened en cuenta cómo nos ven muchos musulmanes cuando hablan de nuestra sociedad con su alcohol, sus ropas provocativas y las actitudes de descuido hacia la autoridad familiar. Así que si queréis explicar a alguien que tiene algunas tradiciones que debieran desterrar, ojo, porque quizás fuéramos nosotros los que tuviéramos costumbres y tradiciones que deberíamos desterrar.
Como veis, es un tema que no está resuelto. Ni remotamente. Con ello ya os he dado qué pensar hasta nuestra próxima historia.
Actualización (10/10/2009): leo a través de meneame los problemas que tuvo una mujer con la custodia de su hijo por la religión Subgenius. Parece que, realmente, unos adoctrinamientos son mejores que otros a vista de los jueces.
Actualización (11/10/2009): y leo a través también de meneame que Padres católicos acusan a las asociaciones de homosexuales de “adoctrinar” a los menores en los colegios. Y es curioso ver cómo emplean argumentos contra los demás cuando no los esgrimen contra sí mismos.
Fuentes:“Romper el hechizo. La religión como fenómeno natural”, Daniel Dennet“El científico curioso”, Francisco Mora
“La desilusión de Dios”, Richard Dawkins

No hay comentarios:

Publicar un comentario